PERVERSIONES, ANGUSTIA Y MATERNIDAD (Coloquio de la FEP en Madrid)



Estrella Fernández Romeralo
                                                                                              
El perverso se mofa de la angustia del neurótico. Donde el neurótico se angustia, el perverso confirma su poder, despliega su fuerza frente a un sujeto que acaba de ser pillado. El angustiado observa hipnotizado esa mirada libre de angustia que le devuelve la certeza de que sí se puede gozar allí donde él no lo logra. Presa de su angustia, mira gozoso al perverso y se pregunta ¿cómo lo hace? Al precio de su carne volverá allí una y otra vez, a ver si en esta ocasión consigue la respuesta: la clave del acceso a ese goce.
            Y la curiosidad mató al gato. Proveniente de la originaria frase inglesa “Care kills a cat”, su uso, que data del siglo XVI, se vincula al campo de la medicina. Rememorando los movimientos más cautelosos felinos, alude a que la excesiva prudencia, inquietud o preocupación puede tener consecuencias perjudiciales para la salud. Así, la frase original daba aviso de que una enorme cautela mató al gato. Con el tiempo, el dicho evolucionó cambiando la palabra “care” por “curiosity”, haciendo apelación a otra cualidad felina. Mas, ¿cuándo la cautela fue sustituida por, o mudó en, curiosidad? En el propio ejercicio de seguir interrogándonos, buscamos respuestas posibles. ¿Qué pudo superar a la excesiva cautela en peligrosidad para el sujeto?
            Lacan señaló que el camino al conocimiento de la pasión humana no es otro que el de la perversión. Robin William decía por boca del profesor Keating del Club de los poetas muertos que “hay un momento para el valor, y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos”. Sin embargo, ¿quién no se ha sentido en alguna ocasión más seguro de sí mismo de lo que la situación recomendaba? Quién quiere saber, tendrá que andar el camino. Al fin y al cabo, es mejor perderse en la pasión que perderse la pasión, decía Jean-Claude Aguerre en las Jornadas celebradas en Toledo en 2013. 

            Mi labor profesional con adolescentes se desarrolla desde la educación social en institutos de educación secundaria obligatoria. Si bien se trata de una disciplina de carácter pedagógico, el psicoanálisis y su ética se presentan como un saber complementario que permiten un mejor entendimiento de la parte no educable del sujeto: su particularidad, su subjetividad, uno de los límites propios de la educación.
            Trabajar educativamente con adolescentes, implica una colaboración de/con las familias. Y es a través de ellas que a veces tenemos acceso a la historia familiar desde la que podemos repensar aquellos “comportamientos” o, mejor dicho, “situaciones” que propiciaron un encuentro con la educadora social.  Hoy, hablaremos sobre la angustia y la perversión a partir del relato de la madre de una estudiante con la que mantuvimos un trabajo educativo. No obstante, nos centraremos exclusivamente en algunos aspectos concretos de la travesía realizada por la madre durante los años de escolarización de su hija en los que inició y mantuvo un tratamiento analítico así como, paralelamente, un espacio de palabra con la educadora social en el que se hacía seguimiento del proceso educativo y relacional de la niña.
            Loella, de pequeño tamaño y tímida llega al instituto con doce años. Pasará un tiempo hasta que los adultos percibamos que para ella no está siendo una experiencia grata. Los estudios no van bien, pero sobretodo las relaciones con sus iguales. Parece muy sensible, frágil. Frecuentemente, va a ser objeto de burlas y bromas de muy mal gusto por parte de otros niños. En este contexto convocamos a su madre Aurora, muy joven y angustiada por la situación de la niña y...por la suya propia. Con el tiempo, sabremos que la persona que más se mete con Loella es su propia prima, estudiante de un curso superior, quién la ridiculiza e incluso anima a otros a meterse o reírse de ella. A la vez, la invita a irse con ella y parece comportarse incluso como su protectora. Loella desde nuestro punto de vista tiene admiración hacia su prima y hace todo lo que puede por juntarse con ella y sus amigas. Miente a los adultos y a compañeros para proteger y ganar el favor de su prima, no sabe bien como defenderse cuando la prima y los demás son crueles con ella y entonces, llora ante la risa de los demás o, generalmente, se esconde para hacerlo.
            Aurora nombra su relación con el padre, ausente desde hace tiempo, como una relación obsesiva. La obsesión amorosa es una de las formas en las que se da la perversión, en tanto que “experiencia de una pasión humana en la que el deseo se sostiene en el ideal de un objeto inanimado”. Esta relación además se jugó en un escenario propiamente perverso como es el de las adicciones. Cuando Loella tenía entre 5 o 6 años, Carlos se fue y no han sabido mucho de él desde entonces.
            Para la madre, Carlos fue la consecuencia casi necesaria de su vida, de sus padres, de sus desgracias y razona de esta manera la intensa necesidad que tenía de evadirse de “vez en cuando”. “Si hubiera tenido otras condiciones...”. La madre lo da como un tema pasado y cerrado, lo mejor que le podía pasar a ambas es que el padre desapareciera. Le importa el ahora y, a veces, se desespera ante la impotencia de cambiar a su hija o estar ella siempre para resolverle sus problemas, que la verdad no puede.
            Después de un tiempo considerable desde que sabemos que Aurora ha empezado a ir a análisis, vuelve a nombrar a la figura paterna buscando conexiones la situación de su hija. Nos comenta que a partir de los 15 o 16 años Carlos empezó a tener un consumo importante de sustancias. Cuando Carlos tenía 18 y ella 16, nació Loella y, de pronto, se vieron los tres en un pequeño piso que les cedió la familia. Recuerda que ella se angustiaba mucho porque no sabía manejar aquellas situaciones en las que se bebía y consumían algunas sustancias sin poder frenarse y consumiendo una importante cantidad de dinero. ¿Quiénes? A veces ambos. Ella a veces sí, pero nada que ver con el consumo de él. Habla del consumo que él como el problema origen de todo lo demás y el que ella insistió en resolver. Su uso del pasado, en ocasiones mezclado con el presente, nos deja dudas sobre cual puede haber sido. o es en la actualidad, la relación de Aurora con las drogas. Ella centra su discurso en el otro y dice “Si él hubiera tenido otras condiciones... hubiera tenido otra vida. Y yo estaba dispuesta a ofrecérselas, desde el primer día en que nos conocimos”. Observamos lo que parece un desafío en el inicio de su relación con Carlos y su entrada en el campo de juego de la perversión.
            El sufrimiento, la queja, el síntoma nos dan noticias sobre el goce del sujeto. En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud escribe: “la angustia nace como reacción frente al peligro de la pérdida de objeto”. La angustia funcionaría como el desplazamiento desde una situación de desvalimiento del sujeto a su expectativa: la situación de peligro.   El síntoma habla por el analizante y tiene “el efectivo resultado de cancelar la situación de peligro”. Dice Freud: “Posee dos caras; una, oculta para nosotros, produce en el ello aquella modificación por medio de la cual el yo se sustrae del peligro; la otra cara, vuelta hacia nosotros, nos muestra lo que ella ha creado en reemplazo del proceso pulsional modificado: la formación sustitutiva”. Para Lacan, Seminario X, la angustia siempre se manifiesta enmarcada, es una escena donde viene a inscribirse lo horrible, lo turbio, lo inquietante, lo indecible. Cuando lo que falta es precisamente la falta, ahí es que surge la angustia y nos vemos precipitados, como sujetos, en la situación de la inquietante extrañeza, de lo omnioso, allí donde no hay palabras.
            Loella no habla de las situaciones con su prima, sino para justificarla, quitarle importancia, directamente culparse a ella o dudar de si fue realmente así. Hace algo similar al discurso de su madre con su padre. Mientras hablamos con la madre sobre una situación en la que Loella lo ha pasado mal y sobre su forma de resolver o no resolverla, ésta alude a que a veces Carlos hacía como si la ignorara cuando ella se angustiaba, igual es que no se daba cuenta. En esos momentos era un egoísta, insistía en que le acompañara, ella no quería. Pero la envolvía con “se corre menos riesgos”,  “solo esta vez” y, al final, dejaba a Loella con la abuela y Aurora conducía la moto, pues él ya no estaba en condiciones. Accedía a llevarle y traerle, previo acuerdo de no quedarse allí, pero luego él insistía. Ella se angustiaba mucho. Aunque esta escena se le había repetido en varias ocasiones, aquel día algo la taladraba en su interior repitiéndola “¿qué haces aquí? Miró a su lado y vio a Carlos completo. Ella no era la imprescindible, era la sustancia. Y, en ese momento, Aurora, relata que no pudo frenar un llanto angustioso que obligó a hacer reaccionar a Carlos y volvieron a casa. Cuando a los dos días volvieron a hablar, él le advirtió fríamente que no le volviera a hacer eso nunca más, que un día se iba a volver loco y a perder la cabeza, que eso que ella había hecho no se hace nunca, que nunca más volviera a hacérselo. Aurora no tuvo palabras, se sintió en verdad como la persona más horrible y cruel del universo. Asintió con la cabeza y comenta que le dio envidia de como él defendía lo suyo, pues ella no sabía hacerlo igual.
            Otro día comenta, avergonzada, que a veces ella también bebía y consumía un poco, pero a ella le sentaba muy mal y enseguida quería volver a casa, aunque esperaba a que fuera Carlos quién lo dijera, lo que no pasaba. Por primera vez, se interroga sobre si algo así le estará pasando a su hija con la prima. Entiende, un poco mejor, que Loella siga dejando que la traten tan mal y que no rompa la situación. Porque otra vez él le pidió que la acompañase, ella se negó y se negó, iba a ser igual de fuerte. Sin embargo, el insistió y, dejando a la niña con la vecina, se fue con él. Allí se repite la escena, él no encuentra el momento de volver y a ella se le hacía tarde y las ideas volvieron a castigarla dentro de su cabeza mientras luchaba porque no le salieran las lágrimas. No pudo nos cuenta, “no podía casi hablar, no pude conducir la moto de vuelta, me quedé ahí parada, al final condujo él y yo hice milagros para no llorar en el trayecto. Cuando llegamos a casa, él me miró y sonriendo me dijo “¿ves cómo no era para tanto, payasa?”. Aurora confiesa que algo se le rompió en esa frase, en cómo la miraba, se dio la vuelta y desapareció sin más.  
En el volumen VI de la colección Lapsus de Toledo bajo el título La otra versión del padre: perversiones Lola Burgos nos señala que “realmente lo que implica la estructura perversa (…) es (…) la desmentida de la castración materna junto con la subversión de la ley del deseo, es una voluntad de goce, un supuesto saber gozar que busca provocar la angustia del otro”. En dicho volumen, Cristina Jarque nos recuerda que siempre habrá “un vínculo entre el amor, el deseo y el campo perverso”, entre sexualidad y perversión, entre neurosis y perversión. Freud nos mostró que la neurosis era el negativo de la perversión, y Jarque nos remarca que “la presa del perverso es necesariamente un sujeto neurótico”, al que va a provocar su angustia como condición de su propio goce. Perversos y neuróticos se hallan envueltos en un juego de papeles no siempre totalmente definidos sino más bien en la lógica del intercambio de roles. Lógica que nos permite observar el otro lado de la moneda, el saber que busca el neurótico en el perverso, aquello que lo mantiene a su lado a pesar de los pesares.
            Otro tiempo largo. Y vuelve a aparecer la figura del padre en el discurso de Aurora, esta vez para comentarnos la conexión entre su relación con Carlos y con su propia madre, que fue una mujer enferma, a veces muy exigente con todos. Ella intentaba complacer a su madre en todo, a veces jugaban mucho juntas y otras veces la madre la engañaba y se reía de ella, se reía a carcajadas delante de sus amigas. La madre un día se había enfadado mucho al encontrarla jugando con unos zapatos de charol de la madre, al verla la niña tropieza, se cae y un zapato se rompe. La madre vino furiosísima corriendo con la niña enganchada pidiendo al padre que aplicara justicia por lo que había hecho y él actúo en consecuencia. Cuando el padre marchó, la madre la encerró en un armario durante un tiempo que a ella le pareció muy largo. Días después la madre se lo contaba a una amiga entre risas, delante de ella, hacía poco que lo había recordado. Lo cuenta y se ríe, “Así era mi madre”. Después se pone muy seria, dice que ha venido a decirme que ella también pierde los nervios con Loella, quizás como su madre con ella, como Carlos con ella, como la prima con Loella. Piensa que su madre en el fondo la odiaba, sobre todo más cuando ella mejor se portaba y que en la adolescencia dejó de hacerlo para emborracharse. Recuerda que su madre enfureció durante esa época contra ella, le levantó la mano en alguna ocasión y la encerró algunas otras veces. Y luego conoció a Carlos, llegó Loella y la independencia forzada. Desde que Carlos se marchó, volvieron a vivir con su madre que había enviudado. Aurora admite que “se machaca igual que lo haría su madre”.  Al comprender la perversión en el otro, Aurora puede empezar a mirar y hablar sobre la suya propia...con Carlos, con su madre y con su hija. Los cambios en la madre, dan un soporte necesario a Loella, quién está viviendo su propios cambios.
Unos cursos después, Loella ya no es nuestra alumna pero sigue adelante con sus estudios y la madre pasa a visitarnos para hacernos una consulta y también para contarnos que ha conocido a alguien maravilloso, que está embarazada otra vez, que ha dejado de beber completamente por primera vez en su vida y que, desde entonces, ella también llora menos, que ha podido hacerlo gracias a muchas cosas que ha entendido en su propio análisis y que Loella también lo nota. Dice que vio la película “Agosto”, y se ha visto tal y como ella era antes, identificada con todos los personajes en el lugar de víctima. Víctima hasta que la hermana le dice a Julia Roberts que no hay diferencia entre su madre y ella, y ésta queda como espantada. Ahora el espanto le recorre a ella cuando piensa en su hija y en lo que le ha hecho. Y en las veces que la dejó con su madre. Dice que ha habido un antes y un después.
Volvemos a ver a Aurora y nos parece vislumbrar que la nueva maternidad lo está revolucionando todo. Su nueva pareja parece estar muy bien situada a nivel social y económico, Aurora lo describe con ojos iluminados, ya viven juntos. A su madre, le molestó un poco pero desde que se enteró que iba a ser otra vez abuela su madre no ha parado de hacer planes con su futuro nieto. También está muy emocionada con su nuevo yerno. Ahora está muy amable y quiere estar siempre presente. Otra vez el espanto y Aurora rompe las relaciones con su madre. Dice que no dejará que su madre haga a su bebe lo que le hizo a ella. No tiene tiempo ni fuerzas para buscar otro equilibrio de momento. Va a necesitar todas sus fuerzas para no ser ella quién lo repita con el futuro bebé ni otra vez más con Loella.








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