LaTE. CARTEL en Toledo: LEER A FREUD. En cinco días (miércoles 17/09).
Feminidad y exceso.
En los textos que nos van a ocupar en esta reunión que son "La sexualidad femenina" (1931) y "Feminidad" (1932), Freud subraya el carácter decisivo de la fase preedípica en la constitución subjetiva de la mujer. La primacía libidinal de la madre inaugura una trama de ternura, dependencia y ambivalencia, que tiene consecuencias en el pasaje hacia el padre. A diferencia del varón, la niña debe realizar un doble movimiento: abandonar a la madre como objeto primordial y asumir la diferencia anatómica como signo de privación. Este tránsito genera la llamada envidia del pene, núcleo organizador del Edipo femenino, que impulsa la búsqueda de un sustituto fálico en la figura paterna. Sin embargo, junto a la envidia del pene aparece otra modalidad menos destacada pero igualmente estructurante: la envidia de la feminidad. En este registro, la mujer no sólo se percibe como castrada frente al varón, sino también como carente respecto a otras mujeres, cuyas cualidades femeninas suscitan rivalidad y resentimiento. La envidia de la feminidad testimonia así un retorno de lo preedípico, donde la madre encarnaba el modelo inalcanzable de plenitud y poder. Este doble eje envidioso (pene y feminidad) alimenta la conflictividad interna y complejiza la construcción del ideal femenino. El superyó que se desprende de esta trayectoria adquiere una forma cruel y severa, más ligado al reproche materno y a la decepción que a la amenaza de castración. De ahí que el superyó femenino pueda mostrarse particularmente implacable, llevando a la mujer hacia el fantasma masoquista. En dicho fantasma, la sujeción al Otro masculino funciona como vía de aplacamiento del superyó y de obtención de reconocimiento amoroso. Freud observa que este lazo entre masoquismo y feminidad no es contingente, sino estructural, articulado al modo en que se asume la falta. En esta misma línea, puede advertirse que ciertas mujeres reproducen inconscientemente este montaje fantasmático colocándose en posición de presa frente a hombres maltratadores. El superyó cruel y la lógica masoquista favorecen la repetición de vínculos donde el sufrimiento se confunde con el amor. La pulsión de muerte, en tanto tendencia a la repetición más allá del principio de placer, opera aquí como trasfondo que empuja a reiterar la escena de sometimiento. El maltrato recibido se convierte entonces en una modalidad de satisfacción paradójica, donde el goce se enlaza con la autodestrucción. Así, la mujer puede llegar a identificarse con el lugar de objeto degradado, encontrando en esa pasividad una forma de obedecer a la compulsión inconsciente. Este punto muestra la vigencia del pensamiento freudiano, pues abre a la clínica y al debate social la pregunta por la articulación entre feminidad, violencia, masoquismo y pulsión de muerte.
El desenlace edípico femenino se distribuye en tres posibles salidas.
1) La represión sexual, que desemboca en inhibiciones o síntomas neuróticos.
2) La adopción de una posición masculina, con identificación al padre y rivalidad hacia los hombres.
3) La asunción de la feminidad orientada hacia el deseo de hijo, en tanto sustituto del pene.
Dado que ninguna de estas salidas garantiza un cierre definitivo, Freud formula la pregunta decisiva acerca de la feminidad: “¿Qué quiere una mujer?”. Esta interrogación, lejos de agotarse, se ha convertido en un eje inextinguible de reflexión, pues el universo femenino se muestra inabarcable, siempre excedente, y por ello las respuestas sólo pueden ser parciales, fragmentarias y a menudo conflictivas. El retorno constante de la envidia del pene y de la envidia de la feminidad mantiene viva la tensión estructural que habita la posición femenina. Así, la mujer aparece marcada por la huella preedípica, sometida a la severidad de un superyó cruel y atravesada por la oscilación permanente entre rivalidad y sometimiento. En este horizonte, la teoría freudiana no cierra la pregunta de la feminidad: la profundiza, la intensifica y la instala en el corazón mismo del psicoanálisis como enigma central e irreductible. En estas reuniones de estudio e investigación, donde nos proponemos un retorno riguroso a las lecturas freudianas, considero esencial profundizar en torno al exceso del goce femenino. La clínica muestra que ciertos sujetos femeninos quedan atrapados en un bucle repetitivo, avanzando más allá del principio del placer hasta rozar la pulsión de muerte. Incluso cuando saben que se encaminan hacia la autodestrucción, no logran sustraerse de ese circuito. Este punto, donde el goce se enlaza con la compulsión a la repetición, constituye un testimonio privilegiado de la actualidad del psicoanálisis y de la vigencia de la pregunta freudiana sobre el deseo y el enigma de la feminidad.