La hija que devora. Por Cristina Jarque.

 


La hija que devora.
Cristina Jarque
La película "Bonjour tristesse" (1958), dirigida por Otto Preminger y basada en la novela de Françoise Sagan está en Filmin. Esta historia nos sumerge en un universo donde la libertad se confunde con la ausencia de ley. Cécile, una adolescente despreocupada, vive con su padre Raymond en un entorno hedonista, marcado por el goce sin límite. Él es un hombre encantador, narcisista, que trata a su hija como una igual, casi como una amante simbólica. No hay función paterna clara, sino una alianza ambigua donde todo parece permitido. La historia me hizo pensar que cuando en una familia no hay límites claros, nada bueno puede ocurrir, por eso, cuando aparece Anne, amiga de la difunta madre de Cécile, la estructura vacilante se tambalea. Anne representa la ley, el límite, el deseo enmarcado por la responsabilidad. Ella quiere ordenar el caos, y con su sola presencia, introduce un cambio subjetivo que Cécile no soporta. Lo que Anne despierta no es solo celos, sino el dolor de perder un lugar privilegiado en el deseo del padre. Cécile trama un plan cruel para separarlos. Lo consigue. Pero lo que no esperaba era la muerte de Anne en un accidente de coche tras descubrir la traición. ¿Fue suicidio? ¿Fue el peso del rechazo? La película no lo responde, pero deja abierta la herida. Desde el psicoanálisis, podríamos pensar que la tristeza que invade a Cécile al final es el retorno del deseo forcluido: el precio de una libertad sin ley. Porque sin límite, el deseo devora. Y donde no hay función paterna, el goce mortífero puede llevar a la tragedia.

Pica: cuando el síntoma se traga. Por Cristina Jarque.


 

Pica: cuando el síntoma se traga.
Cristina Jarque
La película "Swallow" (2020), dirigida por Carlo Mirabella-Davis, es un retrato íntimo y perturbador de una mujer atrapada en una jaula dorada. Hunter, la protagonista, vive una vida aparentemente perfecta: casada con un hombre atractivo y exitoso, en una casa elegante y con un embarazo que debería colmarla de felicidad. Pero esa perfección es solo fachada. Su cuerpo comienza a hablar, tragando objetos imposibles: una canica, una pila, una chincheta… El diagnóstico es "Pica", un trastorno alimentario que consiste en ingerir sustancias no nutritivas. Desde el psicoanálisis, podemos leer estos actos como un síntoma: el intento desesperado del cuerpo por simbolizar un vacío imposible de nombrar.
El embarazo activa algo inconsciente en Hunter: una vivencia traumática que irrumpe como real. Descubrimos que es hija de una violación. El cuerpo que gesta un hijo la lleva a confrontar el propio origen de su cuerpo como fruto de un acto violento. La historia con su padre biológico, al que busca y encuentra, es clave para comprender el recorrido subjetivo que la lleva a romper con el mandato familiar y social.
El síntoma de tragar objetos es una defensa frente a un goce intrusivo y sin ley. Hunter no tiene palabras, pero su cuerpo habla. No puede sostener el ideal de esposa sumisa, no puede habitar el deseo del Otro (marido, suegros), que la anula. Al final, escapa. Decide abortar. Deja el lujo, la casa, el marido. Y por primera vez, se permite existir como sujeto.
El trayecto de Hunter es el de una mujer que, enfrentando su trauma, logra separarse de los ideales que la asfixian. No es una historia de locura, sino de liberación. Dejar de tragar objetos es el signo de que algo del orden del deseo propio ha podido emerger.

Cartel en Toledo. Feminidad y exceso por Critina Jarque.

 

LaTE. CARTEL en Toledo: LEER A FREUD. En cinco días (miércoles 17/09).
Feminidad y exceso.
Cristina Jarque
En los textos que nos van a ocupar en esta reunión que son "La sexualidad femenina" (1931) y "Feminidad" (1932), Freud subraya el carácter decisivo de la fase preedípica en la constitución subjetiva de la mujer. La primacía libidinal de la madre inaugura una trama de ternura, dependencia y ambivalencia, que tiene consecuencias en el pasaje hacia el padre. A diferencia del varón, la niña debe realizar un doble movimiento: abandonar a la madre como objeto primordial y asumir la diferencia anatómica como signo de privación. Este tránsito genera la llamada envidia del pene, núcleo organizador del Edipo femenino, que impulsa la búsqueda de un sustituto fálico en la figura paterna. Sin embargo, junto a la envidia del pene aparece otra modalidad menos destacada pero igualmente estructurante: la envidia de la feminidad. En este registro, la mujer no sólo se percibe como castrada frente al varón, sino también como carente respecto a otras mujeres, cuyas cualidades femeninas suscitan rivalidad y resentimiento. La envidia de la feminidad testimonia así un retorno de lo preedípico, donde la madre encarnaba el modelo inalcanzable de plenitud y poder. Este doble eje envidioso (pene y feminidad) alimenta la conflictividad interna y complejiza la construcción del ideal femenino. El superyó que se desprende de esta trayectoria adquiere una forma cruel y severa, más ligado al reproche materno y a la decepción que a la amenaza de castración. De ahí que el superyó femenino pueda mostrarse particularmente implacable, llevando a la mujer hacia el fantasma masoquista. En dicho fantasma, la sujeción al Otro masculino funciona como vía de aplacamiento del superyó y de obtención de reconocimiento amoroso. Freud observa que este lazo entre masoquismo y feminidad no es contingente, sino estructural, articulado al modo en que se asume la falta. En esta misma línea, puede advertirse que ciertas mujeres reproducen inconscientemente este montaje fantasmático colocándose en posición de presa frente a hombres maltratadores. El superyó cruel y la lógica masoquista favorecen la repetición de vínculos donde el sufrimiento se confunde con el amor. La pulsión de muerte, en tanto tendencia a la repetición más allá del principio de placer, opera aquí como trasfondo que empuja a reiterar la escena de sometimiento. El maltrato recibido se convierte entonces en una modalidad de satisfacción paradójica, donde el goce se enlaza con la autodestrucción. Así, la mujer puede llegar a identificarse con el lugar de objeto degradado, encontrando en esa pasividad una forma de obedecer a la compulsión inconsciente. Este punto muestra la vigencia del pensamiento freudiano, pues abre a la clínica y al debate social la pregunta por la articulación entre feminidad, violencia, masoquismo y pulsión de muerte.
El desenlace edípico femenino se distribuye en tres posibles salidas.
1) La represión sexual, que desemboca en inhibiciones o síntomas neuróticos.
2) La adopción de una posición masculina, con identificación al padre y rivalidad hacia los hombres.
3) La asunción de la feminidad orientada hacia el deseo de hijo, en tanto sustituto del pene.
Dado que ninguna de estas salidas garantiza un cierre definitivo, Freud formula la pregunta decisiva acerca de la feminidad: “¿Qué quiere una mujer?”. Esta interrogación, lejos de agotarse, se ha convertido en un eje inextinguible de reflexión, pues el universo femenino se muestra inabarcable, siempre excedente, y por ello las respuestas sólo pueden ser parciales, fragmentarias y a menudo conflictivas. El retorno constante de la envidia del pene y de la envidia de la feminidad mantiene viva la tensión estructural que habita la posición femenina. Así, la mujer aparece marcada por la huella preedípica, sometida a la severidad de un superyó cruel y atravesada por la oscilación permanente entre rivalidad y sometimiento. En este horizonte, la teoría freudiana no cierra la pregunta de la feminidad: la profundiza, la intensifica y la instala en el corazón mismo del psicoanálisis como enigma central e irreductible. En estas reuniones de estudio e investigación, donde nos proponemos un retorno riguroso a las lecturas freudianas, considero esencial profundizar en torno al exceso del goce femenino. La clínica muestra que ciertos sujetos femeninos quedan atrapados en un bucle repetitivo, avanzando más allá del principio del placer hasta rozar la pulsión de muerte. Incluso cuando saben que se encaminan hacia la autodestrucción, no logran sustraerse de ese circuito. Este punto, donde el goce se enlaza con la compulsión a la repetición, constituye un testimonio privilegiado de la actualidad del psicoanálisis y de la vigencia de la pregunta freudiana sobre el deseo y el enigma de la feminidad.