La hija que devora.
Cristina Jarque
La película "Bonjour tristesse" (1958), dirigida por Otto Preminger y basada en la novela de Françoise Sagan está en Filmin. Esta historia nos sumerge en un universo donde la libertad se confunde con la ausencia de ley. Cécile, una adolescente despreocupada, vive con su padre Raymond en un entorno hedonista, marcado por el goce sin límite. Él es un hombre encantador, narcisista, que trata a su hija como una igual, casi como una amante simbólica. No hay función paterna clara, sino una alianza ambigua donde todo parece permitido. La historia me hizo pensar que cuando en una familia no hay límites claros, nada bueno puede ocurrir, por eso, cuando aparece Anne, amiga de la difunta madre de Cécile, la estructura vacilante se tambalea. Anne representa la ley, el límite, el deseo enmarcado por la responsabilidad. Ella quiere ordenar el caos, y con su sola presencia, introduce un cambio subjetivo que Cécile no soporta. Lo que Anne despierta no es solo celos, sino el dolor de perder un lugar privilegiado en el deseo del padre. Cécile trama un plan cruel para separarlos. Lo consigue. Pero lo que no esperaba era la muerte de Anne en un accidente de coche tras descubrir la traición. ¿Fue suicidio? ¿Fue el peso del rechazo? La película no lo responde, pero deja abierta la herida. Desde el psicoanálisis, podríamos pensar que la tristeza que invade a Cécile al final es el retorno del deseo forcluido: el precio de una libertad sin ley. Porque sin límite, el deseo devora. Y donde no hay función paterna, el goce mortífero puede llevar a la tragedia.
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