Monólogos femeninos (las voces de la violencia), Pensar el Cine, EnsoñArte, Cartel, Newsletter
"Cuando el editor hace de límite" por Cristina Jarque
Cruce de Acusaciones. ¿Violación o venganza? Por Cristina Jarque.
Sobriedad amenazada por Cristina Jarque.
Cristina Jarque en Toluca.
Cartel en Toledo. Leer a Freud. DOS MENTIRAS INFANTILES.
Próxima reunión de cartel: miércoles 14 de enero 18h.
LaTE. CARTEL EN TOLEDO. Leer a Freud. PERSONAJES PSICOPÁTICOS a cargo de Carmen Soto. (Miércoles 14 de enero 18h).
Introducción
Cristina Jarque
En "Personajes psicopáticos en el escenario" (1904), Freud plantea que el teatro funciona como un laboratorio donde el inconsciente puede circular con una libertad que no ocurre en la vida diaria. Cuando el espectador se enfrenta a un personaje que actúa sin frenos (un villano sin culpa, un antihéroe entregado a su deseo, alguien que desafía normas morales, religiosas o sociales, es decir, un transgresor) ocurre un fenómeno de identificación paradójica: el público goza con aquello mismo que condena. Freud observó que estos personajes encarnan pulsiones que el neurótico reprime: agresiones, deseos sexuales prohibidos, fantasmas de desobediencia o venganza. Son figuras que se aventuran en territorios que "el Pepito Grillo" interior vigila y censura. Se vuelven fascinantes, precisamente, porque no muestran culpa ante lo prohibido. Su libertad, tan temida como anhelada, produce un efecto de alivio psíquico en el espectador. Es un otro quien realiza y padece la acción, y ese desplazamiento permite al sujeto gozar sin sentir que traiciona sus principios. El escenario es, en ese sentido, una especie de “espacio de transferencia” donde el deseo reprimido encuentra un modo de manifestarse sin consecuencias. Freud subraya que esta identificación es un mecanismo profundamente inconsciente. Lo que el yo rechaza, el teatro lo devuelve bajo la forma de un personaje ajeno, otorgando al espectador un permiso secreto para asomarse a su propia sombra. El encanto de estos personajes no proviene de su maldad, sino de su capacidad para vivir fuera del cerco neurótico. Representan una versión liberada del deseo, una posibilidad intolerable en la realidad pero permitida en la ficción. De este modo, el teatro se convierte en un lugar donde el público explora zonas prohibidas de su psiquismo, desplazando la responsabilidad a ese otro que encarna la acción. La escena autoriza al inconsciente a mostrarse. Y al identificarse con quien no conoce límites, el espectador encuentra, por un instante, el eco de su propia verdad reprimida. Es en ese espacio intermedio (entre la fascinación y la repulsión) donde Freud sitúa el poder del drama: permitir que lo inconsciente hable a través del cuerpo y la voz de un personaje que, sin saberlo, está representando también al público que lo observa.



