Por Ana María García
6 de marzo de 2015
Esta noche es una noche alegre, una noche alegre del mes de marzo,
una noche alegre del mes de marzo en Lima en la que me siento regalada por la
presencia de una amiga entrañable, como es Cristina, pero no solamente
entrañable y muy querida por mi sino sobre todo una mujer ejemplar que se ha
desarrollado en todos los ámbitos en los que la vida nos coloca como mujeres.
Nos conocimos a mitad de una vida ya vivida y hemos ido avanzando siempre
juntas, ganándole al tiempo y al espacio. De ahí, la alegría.
La alegría en el mes de marzo, antesala del otoño y de la
primavera a la vez, el mes que mejor representa a la mujer, precisamente porque
podemos hacerlo significar un eje sobre el cual gira el tiempo o el puente que
une las distancias como un istmo de tierra sobre el mar para no ahondar en su
carga histórica y ontológica que nos remontaría a los antiguos ritos romanos y
griegos, que se funden e integran en nuestra cultura con sus connotaciones de
iniciación, religiosidad y permisibilidad que nos son conocidos.
El libro que nos toca presentar hoy es un libro finamente
femenino. Mujeres escriben sobre mujeres. Mujeres que en su vida y en su muerte
han dejado una estela imborrable. ¿Y por qué? Porque sus vidas no han sido
canónicas, porque han sido tomadas por su propia voz y no se han dejado
modelar, no han respondido a normas ajenas, han sido infieles a lo esperado por
ser fieles a la vida, con lo que ella trae de intensidad en gozo e intensidad
en dolor. Les ha costado trascender, han experimentado en carne y hueso la
locura mayor, el rayo que las llevaba de la luz infinita a la oscuridad más
lejana, han comido y han bebido de sus propias entrañas, se han deshecho en la
pasión y han desafiado al amor en sus formas más tremendas. Y ha sido tanta su fuerza
que ha llegado a cada una de nosotras en las formas más diversas, sutiles y
magníficas. En ellas hoy va nuestro homenaje a la mujer, a su arte, a su amor,
a su locura dignísima.
Agradezco a quien haya sido la causa de aquel conjuro que barajo
las piezas de los sucesos tales que me llevaron al
encuentro de Cristina; con ella vinieron otras mujeres y otros hombres y
también ustedes, porque quizá sin
saberlo o sabiéndolo, estamos todos aquí, en presencia y en escritos lidiando
con la sensibilidad que no nos deja armonizar quedamente con lo cotidiano y nos
enfrenta en conflicto eterno entre la realidad y el deseo o más propiamente
entre el deseo y la realidad.