Por Julio Guerrero Rojas
5 de marzo de 2015
Buenas noches:
A mí me queda por decir que considero este encuentro como una
celebración. Una celebración a la iniciativa de Cristina Jarque, cuya vitalidad
es por muchos de los aquí presentes conocida y reconocida. Esa vitalidad que se
ve reflejada en su escritura de un texto sobre alguien a quien, oh, paradoja,
la vida le supuso, más que nada, una travesía de dolor: Frida Kahlo. Frases
rápidas que son pensamientos certeros sobre lo femenino y sobre la mexicanidad,
uno de cuyos iconos más importantes precisamente es Frida y que Cristina aborda
con la pasión de quien ha sabido ser mujer de mundo sin perder sus vínculos
naturales con la sociedad que la vio nacer.
Sin embargo, no queda ahí mi reconocimiento. Porque la lectura de
este libro me ha significado también un especial reencuentro con mis propias
reflexiones personales sobre La Mujer —desde mi humilde lugar en esta mesa pido
a los lacanianos presentes su indulgencia hacia mi profanidad— o, más
específicamente, tomando las palabras de mi querida Cristina, con “el misterio
de la mujer”, ese que para mí tiene la clave de su resolución, inquietantemente
visceral, intensamente orgánica en sus afectos, en la capacidad de ser madre.
Y no se crea que inquietud e intensidad me sirven solo para enfatizar
el profundo interés que me despierta ese misterio. En su texto “Frida: el dolor
de existir”, Cristina utiliza el término “madre” una docena de inquietantes
veces y debo confesar que a mí, hoy frente a ustedes, esa palabra me sigue
retumbando en la mente con la misma intensidad con la que me ha retumbado
siempre, más allá del amor, o quizá más allá del dolor, como en el caso de
Frida. Amor y dolor en su relación distante con su madre Matilde Calderón, una
mujer que describe como inteligente pero cruel y calculadora; amor insatisfecho
y dolor en las secuelas del grave accidente que la condenó a mantener su deseo
maternal como solo eso, un deseo; amor, dolor y creación en su relación
tortuosa con Diego Rivera, un genio al que amaba, y al que quizás por eso
mismo, sufría.
Pero, ¿y cómo valoro este reencuentro con ese término poderoso y
orgánico “Madre”, so pretexto de un repaso de aquel icono de la cultura llamado
Frida Kahlo? Pienso que “Cuatro mujeres, cuatro pasiones” acierta en su título
cuando plantea a lo largo de cada uno de los diecinueve comentarios, el
carácter revolucionario de estas féminas, quienes, como ya ha subrayado José
Eduardo Tappan en el prólogo, no eran mujeres maternales, pero también me ha
planteado la siguiente interrogante: ¿qué tanto de ese espíritu rebelde halla
su origen en la necesidad de marcar una distancia respecto a sus progenitoras?
O siendo más claros, ¿no es esa rebeldía una respuesta a la influencia materna,
muchas veces opresiva en su abnegación o en su indiferencia?
Muchos de los presentes sonreirán por lo elemental de mi
cuestionamiento y probablemente ya habrán elaborado su propia hipótesis desde
hace mucho tiempo. Pero confieso mi fascinación personal por los matices de la
cuestión cuando reconozco en el arte de Frida su obsesión con su propio cuerpo
y con su maternidad frustrada y cuando alcanzo a presentir que cada uno de
nosotros, al margen de la relación que hayamos establecido con la autora de
nuestros días y, aunque intentemos negarlo muchas veces furiosamente, nos hemos
abierto a la creación, precisamente, por inspiración materna.
En simple, agradezco a este libro por haberme hecho pensar en la
humanidad de Frida, de Camille, de Juana y de Teresa y en la raíz de su genio,
a mi juicio innegablemente femenino y, quizás a pesar de ellas mismas, materno.
Y, ya en un terreno absolutamente prosaico, agradezco la lectura de este libro
por permitirme un reencuentro con mi madre, a quien llevo tratando de entender
durante los treinta y seis años de mi existencia y a la que hoy evoco más allá
de lo concreto de la cotidianidad, aunque la mismísima Cristina Jarque me haya
hecho bajar de mi nube — en una inmejorable muestra de función
transferencial—advirtiéndome de manera inobjetable: “Para el jueves te pones
corbata, ¿ok?”
Gracias.
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