ENTREVISTA CON MATHEUS PARA SU REVISTA
DIGITAL ART.G
CRISTINA JARQUE Y LOLA BURGOS:
ENCUENTRO DE DOS PSICOANALISTAS EN TOLEDO
Matheus.- ¿Cómo os conocisteis Cristina y tú?
Cristina Jarque: Lola me llamó por teléfono y nos citamos en
un café en Toledo. "Cómo te reconoceré?" -le pregunté yo- "Soy
muy alta" -me respondió ella. Y yo le dije que la gente de Toledo decía
que yo tenía un "look" gótico clásico, así que llevaría una chaqueta
negra. Dicen que esos han sido nuestros dos significantes: la dama alta y la
dama de negro. Para mí, el encuentro con Lola fue mágico desde el primer
momento porque siento que nuestras actitudes ante la vida se complementan: ella
es muy graciosa, optimista, alegre, de risa fácil y espontánea, pero esconde un
punto melancólico que coincide con el mío aunque ambas lo tenemos camuflado.
Desde el primer momento sentí la energía entre nosotras y la conexión, esa
conexión que es difícil de encontrar y que es un privilegio cuando se reconoce.
Desde el primer encuentro yo le expresé a Lola mi deseo de transmitir el
psicoanálisis en Toledo. A mí me ha tocado ser pionera en la enseñanza
lacaniana en varios sitios, así que le comuniqué mi proyecto de enseñanza que
comprendía cursos, conferencias, seminarios, carteles y escritura. Lola es una
mujer extraordinaria, yo he encontrado en ella una amiga, una colega, una
aliada y una cómplice solidaria. Le estoy muy agradecida y reconocida. Desde el
primer encuentro hemos sido inseparables.
Lola Burgos: Como ya sabes, tanto Cristina como yo vivimos
en Toledo. A nosotras nos reunió el Psicoanálisis. Yo acudía en Madrid, a las
clases que impartía el Colegio de Psicoanálisis, institución a la que yo seguía
vinculada, después de trasladarme de Madrid a vivir a Toledo, mi ciudad de
origen. En la programación de las actividades docentes que recibía todos los
años, apareció una vez, de repente, en la lista de miembros lo siguiente:
Cristina Jarque, psicoanalista en Toledo. Cuando yo leí eso, se me planteó el
enigma de quién sería esa chica, psicoanalista lacaniana, que aparecía en
Toledo y que yo no conocía. Cuando acudía a la sesión inaugural del curso, al
saludar a la amiga psicoanalista con lo que yo tenía más relación en el
Colegio, prácticamente al unísono, yo la interrogué y ella me facilitó el teléfono
de, palabras textuales, “la nueva colega
psicoanalista que ahora vive en Toledo”. Yo la pregunté que de dónde era y ella
me dijo que no estaba segura de si era argentina o mexicana. Al llegar esa noche a casa, la llamé enseguida
por teléfono, impulsada por una parte, por mis deseos de retomar un trabajo
algo aparcado, después del paréntesis del nacimiento y la crianza de mi segundo
hijo, y por otra, por conocer a la otra psicoanalista lacaniana de Toledo. Nos
citamos a la semana siguiente en una cafetería cerca de donde ella vivía.