Sobriedad amenazada
Cristina Jarque
La presión social para beber alcohol es una forma de violencia silenciosa, especialmente contra quienes han elegido (o necesitan) ser abstemios. En estas épocas, de fiesta y de brindis, escuchamos frases como: “no me fío de los que no beben alcohol”, o "brindar con agua es de mala suerte". Son frases que descalifican y expulsan, a las personas abstemias, de la comunidad. Para quienes han librado batallas reales contra la bebida, esa presión cotidiana puede convertirse en una amenaza a su sobriedad, una especie de sabotaje social que minimiza el esfuerzo que implica mantenerse a salvo de una adicción. A veces, quienes más se burlan e insisten en obligar a beber, son alcohólicos que no aceptan su dependencia al alcohol. Lo preocupante es que esa normalización no proviene únicamente del entorno íntimo. Cuando figuras de gran influencia cultural, normalizan el hábitos de beber en exceso, el mensaje se carga de autoridad. Como por ejemplo, un reconocido cineasta mexicano, que actualmente está saliendo constantemente en las redes sociales, ha declarado en una entrevista que se va a ir a “poner pedo” con sus amigos. ¡ Menudo mensaje de ídolos de barro! En adultos ya formados puede sonar anecdótico; pero para jóvenes que admiran a estos creadores, puede convertirse en una invitación a unir creatividad, camaradería o éxito con la borrachera. No es que un artista no pueda tomar, sino que la celebración pública del exceso contribuye a reforzar un imaginario donde beber hasta perder el control es gracioso, inofensivo o incluso admirado. El resultado es un clima social que no solo dificulta que los abstemios sean respetados, sino que también empuja a los jóvenes a asociar la pertenencia con el consumo, perpetuando ciclos de normalización del alcoholismo que luego se presentan como elecciones libres, cuando en realidad son el efecto de una presión constante e invisibilizada.

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