BELÉN RICO
Utilizar el lenguaje como instrumento para
realizar acciones perversas es tan antiguo como el principio de los tiempos.
Nos podemos retrotraer a Adán y Eva, su perversión
del lenguaje en vez de aclarar, confundió la relación entre ellos, usando el
lenguaje de medias verdades.
Cuando Dios les habló, en la medida en que habla,
ordenó el goce.
La Biblia en (Génesis 11,7) Dios dice, para
detener la Torre de Babel, “ahora pues,
descendamos, confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de
su compañero”.
El cuento de “Alicia en el País de las
Maravillas”, señalaba el poder de la lengua como instrumento perverso de
dominación:
Dice Alicia-“La pregunta es si se puede hacer
que las palabras puedan decir tantas
cosas diferentes”.
-“La pregunta”-dijo Humpty Dumpty-“es saber
quién es el que manda….eso es todo”.
Goebbels, ministro de Hitler afirmaba”no
hablamos para decir algo, si no para obtener un efecto particular”.
Todos reconocieron que la palabra es el
primer ejercicio de poder porque el
lenguaje da forma al mundo, permite la comunicación y sociabilización.
La palabra es un regulador de los procesos
psíquicos del comportamiento. Somos lenguaje.
El empleo deliberado del lenguaje para la
confusión de las conciencias y la ocultación de la realidad es perversa
manipulación.
Todos los dominadores, magos, religiosos,
políticos, economistas, intelectuales, utilizaron palabras para confundir,
ocultar, aterrorizar, mantener la ignorancia, dominar y explotar.
El arma más letal del hombre es el lenguaje. Palabras
como minúsculas cápsulas de veneno que pueden ser tragadas sin darse uno
cuenta. Parecen no tener efecto y luego al tiempo manifiestan su reacción tóxica.
Ya Platón en “Gorgias” a los abusos de la
lengua los llamó perversiones retóricas, cesiones inconscientes.
La perversión lingüística está llena de
trampas, recovecos y deformaciones del uso del lenguaje, impedimento para
escuchar la historia con transparencia.
El pensamiento construye trampas en las que
luego queda preso.
¿Preso de quién? …del perverso.
George Orwell, afirmaba que el lenguaje político está
diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción
respetable y dar a la vaguedad
apariencia sólida.
El pensamiento se falsifica por el lenguaje. Las
perversiones políticas de la lengua per-vierten las definiciones comúnmente
aceptadas haciéndolas significar algo distinto de lo que significan.
Todos nuestros problemas individuales y
sociales comparten un desafío común, intentar comprendernos a través de las
palabras.
Todos tenemos dificultades de ver nuestras
vidas como en realidad son,y nos dejamos atrapar por falsas percepciones de
sucesos y palabras.
Estas percepciones falsas se basan en lo que
creemos conocer sobre el mundo y sobre nuestra propia vida. Esto genera las máscaras que utilizamos, cuando
exponemos lo que creemos.
Como humanos, somos perverseados fácilmente.
¿Cómo se generan las opiniones? ¿Qué factores
las determinan? ¿Cómo se doblegan perversamente mentes, voluntades? ¿Quiénes se
benefician de ello?.
Hay un esfuerzo en mantener la población
desinformada, para tenerla material y espiritualmente sumisa.
Los formadores de opinión y los dirigentes
espirituales saben que, es más fácil engañar a una población poco y mal
informada, que a otra ilustrada.
Hay muchas y variadas técnicas para conseguir
como meta un pensamiento único, uniforme y acrítico
Los propietarios de los medios de
comunicación son los que tienen la capacidad de seleccionar y publicar, de dar
a conocer a los demás, los aspectos de la realidad más acordes con sus
intereses.
Los pocos, tienen, el poder perverso de
definir la realidad de los muchos. Que la gente acepte las cosas tal y como
están porque ignoran otras alternativas.
Aunque los medios no moldean cada opinión, sí pueden enmarcar la realidad
perceptiva alrededor de la cual se configuran opiniones. Perversión es,
establecer el orden del día para todos, organizar las cuestiones en qué pensar.
Legitimar ciertos puntos de vista y deslegitimar otros.
La perversión radica en que quienes
seleccionan las informaciones que configuran nuestra opinión, deciden también
dónde han de llegar nuestras posibilidades.
Nadie puede desear una cosa de la que no
tiene noticia, de la que nunca ha oído hablar.
Fe y confianza, hábitos peligrosos que nos
ponen en manos de perversos con
facilidad.
Cuanto más fuerte es el llamamiento a la
confianza, más grande es el número de estafadores que acechan. Es más fácil
embaucar y explotar a una persona que tiene confianza que a otra que piensa.
Exigir fe y confianza, santifica la
ignorancia y conlleva la intención perversa de engañar.
Quien tiene los medios, tiene la palabra. Lo
que no se muestra, no existe. La información es selectiva, no hay nada inocuo.
La herramienta con que se hacen las personas
es la información. No existe herramienta sin finalidad. Las informaciones que se
utilizan para hacer personas se rigen por la clase de personas que se quieren
hacer.
Las condiciones en que actuamos no las
decidimos nosotros. Depende de las informaciones recibidas. La perversión está servida.
La comunicación social cuenta con poder para
formar opinión pública y crear modelos de comportamiento. El periodismo juega
un papel relevante, puede reforzar estereotipos y prejuicios. La actual labor
periodística se inserta en un complejo en el que los medios son, conglomerados económicos y políticos.
Los modos de expresión social son controlados
por grupos de poder dominantes que silencian, prejuzgan y neutralizan a los
grupos que consideran diferentes.
Se impone la voz colectiva anónima, la
autorizada.
No saber las fuentes, qué instancia habla, es
la forma de no poder contrastar, ¿será fidedigna la fuente?
Una sociedad con miedo al pánico, al vacío,
no tolera la carencia y es víctima de la mirada ajena. Un sujeto máquina que no
puede fallar, ni física, ni psicológicamente. Un mundo de coachs, asesores de
todo, mente, cuerpo, imagen.
No se admiten fallas. Aprovechémonos del
inmaduro perfecto, piensan los perversos.
La perversión es fácil cuando el hombre
moderno se cree único y se descubre corriente, aparece el ego cuyo amor propio
está en carne viva. Cada cual se sueña fundador y se descubre imitador.
La sociedad se compone de individuos que
alardean de singularidad pero alinean su comportamiento con el de todos. Al
final la morada propia está llena de intrusos.
El individualismo es una ficción tan
insuperable como imposible. Una mentira piadosa del yo.
Al final los demás nos construyen y así se
alivia la preocupación pero nos hace vulnerables a la perversión ajena.
¿Por qué no son felices los hombres en el
mundo moderno?
Porque se han liberado de todo y se dan
cuenta que la libertad es insoportable de vivir.
La historia del individuo no es más que la
historia de sus argucias para burlar el requerimiento de ser él mismo.
Para aplacar heridas existe un universo
mágico, delicioso refugio donde buscar consuelo y alivio.
Sabemos desde Max Weber que vivimos en el
universo del desencanto.
La sociedad progresista hace pagar la
des-poetización de la existencia, apareciendo la dureza de las condiciones de
vida y el consumismo como invento original para contra atacar la decepción.
El ocio, la diversión, la abundancia material
constituyen, a su nivel, una tentativa patética de reencantamiento del mundo,
una de las respuestas que la modernidad aporta al sufrimiento de ser libre, al
inmenso cansancio de ser uno mismo.
Sólo hay dos mundos, el de los escaparates
con estantes llenos y el de los estantes vacíos.
Al final, el bienestar, lejos de ser el sueño
paradisíaco de millones de hombres, se convierte en una infección.
Al final no se envidian los derechos del
hombre, la democracia, el refinamiento cultural, sólo se envidia la plenitud
material.
Pero no sólo somos consumidores de bienes
materiales, si no de bienes simbólicos, imágenes, relatos, emblemas e
información.
La velocidad prevalece sobre la profundidad.
Se estimula en exceso para anestesiar la sensibilidad en algunos temas. Las
imágenes consiguen estimular nuestra tolerancia a lo intolerable. Los medios de
comunicación banalizan el espanto. La exhibición del horror lejos de
conmocionar favorece el voyeurismo. La sucesión de imágenes con la que se nos
atiborra a diario y que muestra las desgracias de los demás es ante todo pornográfica:
proporciona a todos el derecho a verlo todo, injerencia óptica, nada escapa a
la indiscreción del objetivo, el libre acceso de las cámaras a las matanzas. La
apatía renace al final de la desmesura, el infierno se hace monótono.
Desgracias servidas a domicilio a la hora de las comidas.
La abominación se transforma en anécdota. Los
medios de comunicación poseen el poder perverso de dominar el espectáculo de la
vida porque lo mismo crean un acontecimiento que lo desgastan.
Curiosa perversión, el recuerdo del mal, en
vez de sensibilizarnos ante la desgracia, estimula la indiferencia.
Exhibirlo todo, es la mejor manera de inmunizarnos contra las calamidades.
La atención a los parias del mundo dura un
instante. Vivimos en un universo globalizado, más comunicado que nunca, pero…
lo que ocurre en él es puro espectáculo.
Disneylandizar el mundo, actualidad
edulcorada para podernos escamotear.
Si los intereses perversos consiguen
fragmentar la sociedad esta se aleja del pluralismo y así desaparece la
sociedad y aparece la secta.
Una vez asimiladas las informaciones que
recibimos, se constituyen en juicios y convicciones.
Cuanto más ignoremos que los dueños de
nuestras acciones son otros, tanto más dueños serán esos otros de nosotros.
Las leyes las hacen los seres humanos, no los
ángeles y nadie hace una ley en contra de sí mismo. Ningún pobre dice: “no
robarás”.
Quien tiene poder para fijar las reglas del
juego, establece las que le permiten ganar. No
pone reglas que le hagan perder.
A través de la TV, caja parlante, y su autoridad,
acostumbramos a contemplar los crímenes contra la sociedad como si se tratase
de un cuadro colorista.
Si no nos defendemos contra el plan impuesto
en la TV, en los periódicos, nuestros pensamientos seguirán siendo nuestros
propios enemigos, por ser los pensamientos del enemigo.
El dolor de vivir, la lucha por la nada de cada día, la enfermedad y tantas
quiebras de la ilusión, reducen al hombre a la inconformidad de existir en el
espacio de tiempo que le toca llenar. El ser humano se va despersonalizando
hasta convertirse en autómata a las órdenes de la charanga. Lo superfluo se
transforma por arte de la persuasión en necesario.
La mayoría de la población busca en los
medios de comunicación el entretenimiento que apela a los déficits emocionales
que todos tenemos de vez en cuando.
Quien se distrae diariamente con el
asesinato, la muerte, el fraude, la violencia bruta, aprende que el derecho del
más fuerte, el egoísmo individualista, predomina sobre los derechos humanos, la
solidaridad, la cooperación.
El entretenimiento y la diversión de las
grandes masas, la organización interesada de su tiempo libre, se ha convertido
en una industria lucrativa.
Esta explotación interesada de las
necesidades humanas de asueto y relajación cumple también una función
importante: distraer a las grandes masas de la realidad, lo cual debe
entenderse como manipulación ideológica y formación de la mentalidad sumisa.
Vivimos la cultura del simulacro.
El espectador espera de la TV placer,
diversión, desahogo de las tensiones, lo mismo que de la lavadora se espera una
colada limpia y de la nevera alimentos frescos.
Disfrutan con el mero hecho de que lo
ocurrido le haya pasado a otro no a ellos. La gente lo que quiere son
informaciones agradables, espectáculo lo que vulgarmente se denomina “pan y
circo”. Diversión para liberarnos aunque sólo sea un rato de las angustias,
preocupaciones, desconfianza y malestar que genera el desconocimiento.
La libertad de información no significa que
seamos libres para informarnos cuándo, dónde y de lo que queramos. La libertad
de información es un postulado, ser libre es otra cosa.
La sociedad difama, descalifica, discrimina y
explota a los impotentes e ignorantes.
Harry Pross, comunicólogo decía: “Se retiene
información para mantener la ignorancia y se reparte información para suprimir
informaciones”.
Los programas de TV demasiado explicativos
tienen los días contados y los emocionales cumplen más horas de emisión. El
lenguaje audiovisual es emotivo, se burla de los filtros racionales.
En el mundo de la opulencia informativa y de
la multiplicación de versiones de la realidad, consumimos imágenes para un
disfrute voyeur oscilando entre el vacío y el exceso. Se fomenta la curiosidad
morbosa.
La fascinación televisiva por el cotilleo es
una atracción hacia lo accidental, revelador de fantasmas colectivos,
catalizador de emociones, plasmado en lo escandaloso. Revela un imaginario
vinculado a la cultura del exceso, una sociedad que vive en la
sobreabundancia, de bienes materiales
y de relatos.
La opinión pública cede ante la emoción
pública.
Youtube, Twitter, entablan una competición
mediática enorme donde lo nimio, si es espectacular, supera lo importante. El
síndrome consumista exalta la rapidez, el exceso, el desperdicio.
La sociedad vive en la insatisfacción
permanente, el consumo reactiva constantemente el deseo, con vistas a perseguir
siempre otro nuevo objeto de deseo.
Así el modo de comunicación informativa es
epidémico, una información despierta otra por contaminación.
La circulación de rumores, son puerta abierta
a la cristalización manipuladora de las opiniones.
Hay nuevas formas de poder: en vez de
seducción, dominación; de atracción,
prohibición; de convicción, creencia.
La sociedad entera se ha vuelto más sentimental,
sensorial.
¿Tienes problemas de soledad? Facebook.
¿Quieres seguidores? Twitter.
¿Quieres inventarte una vida? Sims.
Las palabras se convierten en misiles, los
discursos en corazas, el lenguaje en acción, donde las palabras ocultan un
discurso más allá de la palabra.
Lacan decía: “El proletario no es siervo del
amo, sino de su goce”.
El poder se sostiene, no negando el deseo de
los demás, sino construyéndoselo.
Toda relación del sujeto con el lenguaje es
esquizofrénica, se obedece lo aprendido sin saber ni donde ni cuando. Es un juego peligroso con la
ignorancia.
Los sociólogos y los psicoanalistas se
convierten en brujos de la modernidad, capaces de orientar, salvar, advertir de
los maléficos de la jungla y sus perversas intencionalidades. Alertarán de los
rapiñadores del mundo, de aquellos totalitarismos que no quieren que el mundo
sea humano.
Pensar sobre los acontecimientos, verlos con
la distancia necesaria, para que en nuestras decisiones seamos señores y no
siervos.
La reducción de la ignorancia nos protege de
la mentira de lo oculto tras el lenguaje.
Cuanto más tardemos en averiguar cómo se
genera una opinión en nuestras cabezas, tanto más tardaremos en desechar las opiniones
que nos llevan a realizar los deseos de los otros y no los nuestros propios.
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