Alfonso Gomez Prieto
Los
pacientes que actualmente acuden a consulta me ayudan a reconstruir sus vidas
desde niños, a escuchar en sus palabras los enigmas de sus invenciones eróticas
y sus elecciones de objeto. La famosa fórmula freudiana, “la neurosis es el
negativo de la perversión”, parece insuficiente para comprender lo que hay de
complejo en la desesperación que se entremezcla en la práctica perversa en la
que se podría prescindir de la relación amorosa. Estamos hablando de una
angustia originaria, del peligro de desaparecer en el otro y de desear esta
desaparición, esta muerte psíquica ante la cual el sujeto humano, infantil y
frágil inventará toda suerte de guiones para escapar. Así nacen tanto las
creaciones de la sexualidad perversa como la perversidad cruel que intenta
controlar el peligro que representa el otro. El
perverso trata de convencerse y de convencer a los demás que él posee el
secreto del deseo sexual. Lo despliega a través de diversas máscaras en el
espectáculo de su creación erótica. ¿Cuál es en realidad ese secreto?. El
secreto, en su aspecto inconsciente es simple: No hay diferencia entre los
sexos. Para la conciencia del sujeto, por supuesto hay diferencia de sexos,
pero estas no tienen una función simbólica y no son ni la causa ni la condición
del deseo sexual. El
juego sexual frenético del perverso oculta un sentimiento depresivo. Algunos
perversos son más aptos para recordar el momento inevitable de la desilusión,
ya que el castillo de cartas de la promesa incestuosa se derrumba. Para llenar
ese vacío brutal surge el juego sexual, que pone máscaras a los aspectos más
angustiosos. El perverso narra su particular teatro en una suerte de diversión
en technicolor donde podemos descubrir casi invariablemente en el fantasma
inconsciente que el castrador es la madre. La seductora que despierta el deseo
es al tiempo el obstáculo para la realización. ¿Qué quiere la madre?: El hijo de la madre idealizada ha podido creer
que también era un niño ideal, el centro de su universo, hasta el momento de la
revelación fatal de que el no posee la respuesta al deseo de la madre. Pero en
el derrumbamiento tardío de su ilusión ya no sabe quién es para ella. En alguna
parte debe existir un falo ideal, capaz de colmar a la madre. El padre
seguramente no lo tiene (la madre rara vez lo reconoce como objeto de deseo
sexual); el niño no desea volverse al padre ni identificarse con él. Pero este
factor concuerda bien con el deseo del niño de creer en el mito de un padre castrado,
no existente. La madre del futuro perverso es muy probable que denigre también
la función fálica del padre. La normalidad, diría el perverso, es el “Eros
castrado”, erigiendo su sabiduría sobre el deseo sexual. Hay
una nueva clínica que vemos los psicoanalistas en estos albores del siglo XXI y
que tendría que ver con esto de lo que les hablo. Es el odio por la falta como
tal. Es una clínica basada en la imposibilidad de hacer y de ser Uno con el
Otro. Es una clínica del vacío y del Antiamor.
Quisiera compartir y reflexionar con
ustedes lectores mi inquietud ante los retos a los que esta nueva
clínica que se nos presenta nos confronta a los psicoanalistas en nuestra
práctica cotidiana.
Mi
inquietud se posiciona en los denominados nuevos síntomas (anorexia-bulimia,
toxicomanías, neosexualidades adictivas).
Probablemente,
muchas de las depresiones clínicas que nos encontramos vayan en ese sentido,
donde hay un rechazo de los valores fálicos y de las limitaciones que la
existencia nos impone por pertenecer a un mundo humano regido por la ley del
lenguaje y la cultura.
En
cualquier caso, parece más bien que nos encontramos en una problemática de la
constitución narcisista del sujeto, un defecto fundamental en ese equilibrio
narcisista. Es un estatuto del goce muy alejado del amor y del fantasma
inconsciente, entendiendo como rasgos del amor el sentido que Lacan dio y que
compromete el anudamiento de los tres registros, es decir, fascinación por la
imagen, don de lo que no se posee y suplencia de ausencia de la relación
sexual. Es un goce autista por tanto. Es como una desconexión del sujeto y el
Otro. Pensemos en las drogas, las cuales sirven de máscara al deseo
inconsciente que queda más desconocido que nunca, disfrazado como una exigencia
del organismo.
Si
la relación sexual no existe, si el amor no puede suplirla y cumplir con sus
idealizadas promesas, si en la sociedad el trabajo esclaviza, ciertamente poco
queda para algunos sino el vacío y la desesperación. Ante esto, la salida, para
algunos, está en gozar sin desear, salirse del juego del intercambio de
palabras y buscar un “modelo de amor” cuyo paradigma sería el del alcohólico
con su botella, modelo del amor que no conoce ni fallas ni traiciones y donde
el control sobre ese objeto es absoluto. Difícil dilema porque no es lo central
el síntoma como formación de compromiso entre el deseo inconsciente y las
exigencias del otro social. Lo que queda es prioritariamente el vacío y la
angustia. Pero es un vacío disociado de la falta, que se manifiesta en una
fragmentación y dispersión del sujeto, que puede dar lugar a lo que Bion llamó,
terror sin nombre.
De
ese terror sin nombre al derrumbamiento hay solo un paso. El derrumbe evoca
aquellas agonías primitivas del sujeto, angustias impensables, terrores que
carecen de palabras para decirse. Soy acompañante, con algunos de mis
pacientes, de la descompensación extrema y de un combate, de una búsqueda que
ofrezca una primera respuesta opuesta al peligro. Les hablo, queridos colegas,
de un espacio psíquico “más allá de la angustia”. Para abordar estas
situaciones, en mi experiencia, es necesario perderse en el mundo psíquico del
paciente y con el, pero de un modo que se garantice el retorno, a ser posible
recuperando algunas partes del paciente que parecían abandonadas y destruidas.
Restos de un naufragio psíquico en apariencia olvidados. Objetos internos
erosionados y desconectados del otro. El inconsciente del analista a modo de un
sonar debe rastrear en esa búsqueda junto al analizante y una vez sacados esos
objetos de las profundidades tratar de devolverlos a la vida, recomponerlos,
unirlos e ir tramando una fina red de soporte psíquico donde ya no todo sea el
vacío. La experiencia psicoanalítica como la vida misma es una aventura de amor
y odio. Los psicoanalistas que tratamos con pacientes graves debemos entrar en
contacto con nuestro propio cuerpo y nuestras sensaciones. Transferencia y
contratransferencia forman un discurso complejo en el que el cuerpo máscara y
el cuerpo vivido de uno están implicados. En estos pacientes es muy importante
la comunicación indirecta y a través de gestos, objetos y personas del entorno
próximo al mismo pueda transmitirnos lo que con palabras no puede expresar.
Cada
época histórica y cada cultura han mostrado una particular idiosincrasia con
relación a la sexualidad, pasando de la represión al exceso como vía de escape
de todas las pasiones humanas.
Pero
hay algo que me llama la atención en la sexualidad del siglo XXI y es la
posibilidad del “sexo virtual”. Algo que llama la atención de esta sexualidad
virtual es que se busca el goce más allá
del contacto físico. El coito y el contacto cuerpo a cuerpo ya no son
necesarios en la red. Por otro lado, los entornos virtuales sí posibilitan un
modo de interacción con un “otro” oculto detrás de un seudónimo o “nick”. Es
decir, no es mera pornografía visual. De hecho, en muchos casos, la imagen no
existe y solo queda la palabra escrita como sucede en los “chats”.
El
gran teatro de la red virtual puede devorarnos, porque nos deja elegir
personajes imaginarios sin condicionantes, en un peligroso juego mental. Se
puede acceder a cualquier fantasía sexual desde cualquier plano. Sin referentes
físicos pero con gran carga afectiva. La adicción estriba en que se provocan
procesos virtuales placenteros. Es un mundo ideal sin limitaciones a los
instintos. Y mientras la sexualidad funciona como actividad anaclítica (de
apuntalamiento) queda ligada a un objeto externo separado de las introyecciones
de figuras de reaseguramiento que pueden estar dañadas o ausentes. Es un apego
adhesivo, e impide las relaciones sexuales acompañadas de sentimientos
amorosos. El sujeto no puede “cuidar de sí mismo”, están perturbadas las
identificaciones edípicas, y el cibersexo posibilitaba un cortocircuito de identidades
pudiéndose adoptar en el mundo virtual tanto posiciones femeninas como
masculinas.
Les
hablo de “neonecesidades” cuando el objeto sexual se parcializa y se busca a la
manera de una droga. Las personas corren el riesgo de ser convertidas en objetos
de “uso” y por tanto intercambiables y existiría la base de una liberación de
estados afectivos displacenteros mediante un pasaje al acto inmediato por la
dificultad para el adicto de utilizar procesos mentales internos autocalmantes.
Estos
acondicionamientos perversos, como hemos visto en los casos asociados al
cibersexo, sexo virtual, sexo e Internet en los que no hay contacto corporal y
se manifiesta por masturbaciones, el tipo de sexualidad que se pone en juego es
mas pregenital que genital. Y yo creo que aquí en este punto podemos encontrar
una relectura actualizada de “Tres Ensayos para una Teoría Sexual” (1905).
Freud en “Tres Ensayos” demuestra que el sujeto queda dividido en una dicotomía
entre el goce pregenital infantil y una sexualidad madura, adulta, genital
subordinada a la función normativa del Padre y la castración. Es como un
antagonismo en el sujeto entre la parcialidad de la pulsión y la intervención
de la castración (educación, exigencias de la civilización, barrera del
incesto). Existe a modo de una tensión entre la nostalgia infantil de un objeto
perdido y la discordancia con cualquier objeto reencontrado. No todo va a
quedar sujeto a la acción limitante del “Padre edípico”. Hay un goce
recalcitrante que puede traspasar las balizas y “escapar” a la acción del
Padre. Para entenderlo es como un exceso libidinal que se “embalsa”. En
palabras de Freud, “un exceso de sexualidad”. Sería como si parte de la libido
empujara hacia delante y se desarrollara con las balizas del Padre edípico pero
otra parte “sabotearía” el movimiento progresivo y se quedaría “enganchada” al
goce de la zona erógena. Esta libido “saboteadora”, pienso, es la que está implicada en las
diversas formas de acondicionamientos perversos, sobre todo como exceso de
libido embalsada. Por otro lado es una libido “fuera de transferencia”, de ahí
las dificultades del trabajo analítico con estos pacientes. Es a modo de un
apego pulsional al goce instintual sin represión, no simbolizado. Es un goce
“perverso” utilizado como adictivo. Reproduce el mismo modo de goce pregenital
infantil pero que retorna y se repite. Es una forma de experiencia infantil que
ha quedado inscrita en la memoria del sujeto. Es una fijación a un goce que
permanece inolvidable. Pero al existir también parte de la libido que progresa
hacia formas más maduras de sexualidad, existirá la posibilidad en el mismo
sujeto de “cortocircuitos” de una forma a otra de sexualidad. Es decir, sería
posible, por ejemplo, para un sujeto usar el modo de sexualidad pregenital en
momentos de estrés siendo adicto a esos modos perversos de sexualidad pero
pudiendo también en otros momentos acceder a una genitalidad madura con su
pareja. Si el estado afectivo del sujeto es displacentero, el Ello (caldera de
las pulsiones) puede tender una trampa al Yo y “saltando” o utilizando algún
agujero superyoico, caso de que el Superyo esté consolidado, remitir al sujeto
a un “uso” arcaico de su propia sexualidad que protegería a este sujeto de
angustias de fragmentación, próximas al desvalimiento más profundo.
Si
se fijan el desvalimiento en psicoanálisis encuentra su primera palabra en
Freud: Hilflosigkeit. Descendemos de la
angustia de castración a un fondo submarino psíquico donde aparecen registros
mas elementales, espacios preedípicos y regresivos en un atravesamiento de las
edades tempranas de la vida psíquica hasta la angustia de pérdida de amor del
objeto. Pero nuestros pacientes más descompensados, si somos capaces de con
paciencia soportar y contener sus estados de dolor psíquico mas intenso, nos
pueden hacer alcanzar y vislumbrar los estados más vulnerables del psiquismo
humano. Pacientes incapacitados de
ayudarse psíquicamente a si mismos. Y el problema es que a diferencia de la
angustia, que es “angustia de…” el desvalimiento no es “desvalimiento
de…”. Michel M’uzan dijo un día: “¡Viva
la angustia!, abajo el desvalimiento”. Porque la una molesta y el otro
paraliza. Lo que marca la originalidad del desvalimiento con relación a la
angustia es que la vida psíquica se produce “fuera de si” en una apertura
desesperada hacia el “otro”. Un “otro” que no responde o lo hace mal.
Todo
sucede como si el espacio psíquico del analista fuera para el paciente el único
lugar “fuera de sí” y que puede reasegurar su vida psíquica. Como pueden comprender
en estos espacios la interpretación está fuera de lugar y lo que puedo ofrecer
a un paciente que se mueve entre “el horror y la nada” es mi propia paciencia,
mi sostén y mi disponibilidad de otorgarle mi psiquismo a modo de balsa salvavidas. Envoltura, yo
auxiliar, llámenlo como ustedes crean mejor.
He
visto en alguno de mis pacientes un desvalimiento que significa la apertura
máxima de la psique profunda, sin fondo, como un abismo y al mismo tiempo
acompañado de la descalificación del otro y de mi mismo y de cualquier otro
como un intento de responder a la desesperación y de volver al objeto. El
analista es ahí un faro en la tempestad y la niebla interna del paciente, tal
vez un punto de inflexión. En ese trabajo analítico, en mi opinión, es necesario
la salida a la luz de las fases emocionales arcaicas, pudiendo el paciente
distinguir el terror al futuro del dolor por el pasado y donde pueda
desarrollarse un fuerte vínculo y transferencia con la figura del analista,
evitando la compulsión de descargar la tensión en la acción inmediata. Hay
momentos en que el paciente necesita que se le diga que el derrumbe, el miedo,
el vacío que destruye su vida, ya tuvo
lugar. Es un hecho escondido en el
inconsciente que se lleva de aquí para allá. El paciente debe seguir
persiguiendo ese detalle del pasado, que todavía no fue experienciado, que
adquiere la forma de una búsqueda de ese
detalle en el futuro. A menos que el analista pueda operar con éxito sobre la
base de que ese detalle es ya un hecho, el paciente seguirá temiendo encontrar lo que busca
compulsivamente en el futuro. El camino queda abierto para experienciar la
agonía en la transferencia.
En
esta clínica del vacío la importancia de la máscara no está, como en la
histeria, en el juego de las identificaciones. Ya sabemos que la clínica de la
histeria es una clínica de la falta porque elige su máscara como modalidad para
que exista el deseo del otro. Sin embargo, en esta clínica del vacío, la
máscara permite la supervivencia psíquica del individuo donde dicha máscara no
es ni siquiera un recubrimiento fálico, sino la institución de un sujeto que no
existiría de otro modo. Es la cobertura de un vacío de ser fundamental que
protege de la muerte.
Algunos
pacientes están viviendo una anestesia por congelación y yo creo que es nuestra
labor iniciar con ellos un proceso de desglaciación, punto crítico en el que el
paciente se descongela y vuelve a la vida y aunque en ese volver a la vida
reaparezca el dolor psíquico, que sea en compañía de un analista para que pueda
renegociar de nuevo con la vida de cada día. Que entre el sufrimiento y el
placer se abra el camino de una posible mediación. Ya para finalizar un
agradecimiento a todos ustedes por la paciente escucha y a mis pacientes, que
por el secreto no puedo revelar sus nombres pero que viajan junto a mi en mi
espacio psíquico y que gracias a ellos y la confianza que depositan en mi me
permiten avanzar, pensar y recrear en cada sesión un psicoanálisis aun vivo en
el sigloXXI.
Alfonso
Gómez Prieto
Mayo
de 2015
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