Soberbia y perversión
Por Lola Burgos
La soberbia es un nombre del narcisismo. Y
la soberbia también es el nombre de un pecado, y no de un pecado cualquiera.
Según la doctrina cristiana, es uno de los siete pecados capitales. El término
“capital” (de caput, capitis, “cabeza”, en latín) no se
refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados.
Santo Tomás de Aquino dice que los pecados o vicios capitales son aquellos a
los que la naturaleza humana está principalmente inclinada. Dante Alighieri en
la “Divina Comedia”, obra donde fusiona con maestría religión, historia, política,
filosofía y comentarios sociales sobre un tapiz de ficción, creó un mundo de dolor y sufrimiento más allá
de todo lo que hasta entonces la humanidad había imaginado, y su escritura ha
definido, literalmente, nuestra visión moderna sobre el Infierno, el Cielo y el
Purgatorio. En su ascenso a través de la montaña del Purgatorio para llegar al Paraíso,
Dante alberga en la base de la montaña , en el primer círculo, a quienes han
cometido los pecados más graves: los soberbios.
En la Ética de Spinoza se dice que “la
soberbia consiste en estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo
justo”; y añade: “...del contento de si mismo brota la soberbia, de la humildad
(brota) la abyección” (que define como “estimarse , por tristeza, en menos de
lo justo”).
Si comienzo así este artículo es para
intentar acotar cuales son las posibles relaciones entre soberbia y perversión
señalando sus intrincaciones entre aspectos tanto socioculturales y morales
como psicopatológicos y clínicos. Es decir, si circunscribimos a la soberbia en
el marco de la perversidad o psicopatía, entendiendo éstas como aquellos
comportamientos basados en transgresiones morales o sociales, y a la perversión
en el marco de las conductas sexuales que suponen una desviación respecto al
“acto sexual normal”, resulta interesante señalar cuales son los puntos de
cruce y separación entre estos dos conceptos. Las especificaciones que Freud y
Lacan hacen a partir del Psicoanálisis clarifican de modo concluyente esta
temática.
En un primer acercamiento intuitivo y
popular, podemos decir que la palabra perversión tiene que ver con la
conversión del bien en el mal. Popularmente su uso manifiesta un juicio moral.
Los historiadores de la psicopatología están perfectamente informados de la
vinculación que muchos médicos decimonónicos establecieron entre la sexualidad
y sus desórdenes y la patología psíquica.
Por otra parte, aquellos comportamientos
que manifestaban algún tipo de crueldad, o malignidad particular entraban
dentro del capítulo nosográfico de “Degeneración”, que parte de la hipótesis de
la causalidad hereditaria. Por lo tanto tenemos dos ramificaciones que, desde
el punto de vista histórico, están representados por Krafft-Ebing y su
obra Psychopathia
Sexualis (1886), dedicada a las perversiones sexuales, y Kurt Schneider,
que con su obra “Las personalidades psicopáticas” (1923) establece diez grupos
de este tipo de personalidades, de los cuales “los fanáticos”, “los necesitados
de estimación” y “los desalmados” van a aludir al campo semántico relacionado
con la soberbia.
Es Freud quien concibe una ligazón que
concreta una formalización de conceptos capaces de perfilar una teoría
explicativa consistente entre sexualidad y psicopatología. Con el entramado conceptual que parte de la
teoría de la seducción, atravesando la libido, la pulsión, la sexualidad
infantil, el autoerotismo y arribando en el narcisismo y la sexualidad
femenina, junto con la hipótesis del inconsciente, Freud constituye la teoría
psicoanalítica. Pero inconsciente y sexualidad no son ámbitos desconectados,
sino que mantienen un estrecho lazo.
La desvinculación de la sexualidad con la
genitalidad, por cuanto aquella busca inicialmente el placer y solo
secundariamente se presta al servicio de la reproducción, y la inclusión en las
pulsiones sexuales de las manifestaciones amistosas, cariñosas y amorosas,
amplían notablemente la noción de sexualidad, hecho éste que lamentablemente ha
sido entendido por algunos como un panegírico pansexualista. Sobre este tema se
pronunció el propio Freud en su artículo de 1923 “Psicoanálisis y teoría de la
libido”: “Así, es erróneo acusar al psicoanálisis de pansexualismo y pretender
que deriva de la sexualidad todo el suceder anímico....El psicoanálisis ha
diferenciado más bien desde el principio las pulsiones sexuales de otras a las
que provisionalmente denominó pulsiones del Yo. Jamás se le ha ocurrido querer
explicarlo todo y ni siquiera ha derivado la neurosis exclusivamente de la
sexualidad, sino del conflicto entre las tendencias sexuales y el Yo”. Y es
aquí donde encontramos uno de los puntos de cruce entre la perversión y la
soberbia: la perversión del lado de las tendencias sexuales y la soberbia del
lado del Yo.
Otro punto de cruce: Freud en su ensayo de
1914 “Introducción al Narcisismo” y
Lacan con su teoría del Estadio del Espejo, nos muestran que el narcisismo es
constitutivo del sujeto hablante para sobrevivir y por ello es necesario
investir al propio cuerpo de libido, tratándolo como objeto sexual. Como
tal el narcisismo es parte de la pulsión
de vida.
Lacan, en su seminario de 1953-54 “Los
escritos técnicos de Freud” al preguntarse qué es la perversión, nos dice que
no es solamente una aberración respecto a los criterios sociales, ni una
anomalía contraria a las buenas costumbres, ni es sólo algo que menosprecie la
función reproductora de la unión sexual...”La perversión es una experiencia que
permite profundizar en lo que puede llamarse, en sentido pleno, la pasión
humana, para emplear una expresión de Spinoza, es decir, aquello por lo cual el
hombre está abierto a esta división consigo mismo que estructura lo
imaginario”. Aquí nos aparece otro punto de cruce entre los aspectos sexuales
de la perversión y los aspectos yoicos, narcisistas, de la soberbia; y es
cuando Lacan nos trae a colación el registro de lo imaginario. La perversión
toca más de lleno el terreno de la metonimia, el mecanismo del desplazamiento,
la desmentida, lo simultáneo, lo imaginario... (en contraposición a la neurosis
que toca más el terreno de la metáfora, el mecanismo de la condensación, la
represión, lo opuesto, lo simbólico). Y la elección de objeto en el perverso es
una elección más destinada a preservar
la completud narcisista, imaginaria, del Yo.
Como ejemplo del perverso como antonomasia,
en “La ética del psicoanálisis” (1959-60), Lacan nos habla de la vida y obra
del Marqués de Sade. Allí distingue lo que se relaciona con la puesta en escena
del héroe sadiano y lo que se refiere al propio Sade en su vida. La puesta en
escena del héroe sadiano tiene que ver con el lugar que el perverso ocupa como
instrumento de goce del Otro. Porque realmente lo que implica la estructura
perversa, esto es, la desmentida de la castración materna junto con la
subversión de la ley del deseo, es una voluntad de goce, un supuesto saber
gozar que busca provocar la angustia del otro. Pero en su vida, Sade más que un
sádico triunfante, fue una víctima, un sujeto dividido, encarcelado y
perseguido durante su vida.
Por tanto, tenemos dos vertientes: una en
la que el perverso es un supuesto sabio sobre el goce, y por consiguiente
muestra a las claras, descarnadamente, lo que el neurótico reprime y como tal
estima que sabe de sobra cómo gozar y cómo angustiar, y así podríamos decir que
estamos aludiendo a la “soberbia” del perverso. Y la otra vertiente, que nos
puede sugerir que en realidad el perverso puede llegar a ser un estúpido,
incluso ridículo, entendiendo por estúpido aquel que ocasiona daño a otras
personas, o a un grupo de ellas, sin conseguir ventajas para él mismo, o
incluso, resultando él mismo dañado.
El “éxito del perverso” es un fantasma
neurótico. Es decir, en su propio fantasma, el propio sujeto neurótico actuando
como perverso hace que tenga éxito la escena. En cambio, el fantasma del
perverso está más bien relacionado como presentarse en su escena como objeto de
goce del Otro (de Dios) y él a su vez buscar la víctima en la que se realice
eso. Pero al perverso también le falla la escena porque subestima la
inconsistencia del Otro, es decir, el perverso cree que el Otro no tiene falta,
pero como sí la tiene, acaba por sucumbir también como víctima.
De otra forma dicho, ningún hombre es más
orgulloso, más soberbio, que aquel que se cree inmune a los peligros del mundo.
Con esta idea estaríamos rozando el concepto de canalla. El paso de la soberbia
a lo canalla, se produciría cuando el soberbio cree que puede hacer de todo con
todos, cuando le interese. El filósofo francés Comte-Sponville en su
“Diccionario filosófico” precisa, aludiendo a Sartre, que “el canalla es el creído, el que olvida
su propia contingencia, su propia responsabilidad y su propia nada, el que
finge no ser libre (es lo que llama Sartre la mala fe) y, en definitiva el que
hace mal, cuando le interesa, persuadido de su propia inocencia o, si se siente
a veces culpable, de las innumerables circunstancias atenuantes que lo
excusan”.
Y el punto de cruce entre la soberbia y el
perverso es que el perverso como instrumento de goce del Otro está en el lugar
de objeto a; pero en relación a los otros, ese objeto a se convierte
en el YO omnipotente, cuya tarea es provocar la angustia en el otro, hacer el
mal al otro, y en este punto conecta con lo canalla.
Por ese “supuesto saber gozar” de la
estructura perversa, no es habitual que un sujeto con dicha estructura acuda al
diván. Pero sí es más habitual que sujetos neuróticos sufran por el fantasma
perverso que les habita. Surge así la distinción entre la estructura perversa
que define una particular posición subjetiva caracterizada por el mecanismo del
desmentido frente a la castración, y el rasgo perverso que puede adquirir
determinado síntoma merced al goce que le acompaña y a la insistencia con la
que el sujeto repite dicho comportamiento sintomático.
Lo Imaginario de Eva
Eva es una mujer profesional, madre de un
hijo y esposa de Lucas, un alto cargo de una empresa de un sector estratégico.
Acude a consulta porque se siente
confusa y angustiada. En otras épocas de su vida había tenido amantes
esporádicamente; en el momento actual, cuando su marido pasa más tiempo fuera
de casa a causa de viajes laborales, se encuentra con que está con dos amantes
a la vez, y se siente culpable por disfrutar acostándose un día con un amante y
otro día con el otro. No se planteó en ningún momento de su vida separarse de
su marido. Habían alcanzado un status-quo vital en el que su hijo, ya
mayorcito, su trabajo y el amor que sentía que daba y recibía de su marido la
compensaban. Eva resumía su situación diciendo: “ Me siento culpable por no
sentirme culpable”.
En su juventud, aunque tenía un novio
oficial, cuando se acostaba con algún otro chico, este siempre era de su
círculo de amigos. De esa manera sentía que no traicionaba a su novio, ya que
para ella acostarse con un amigo era una forma más de mostrar el cariño, la
afinidad y la conexión. La diferencia era que con su novio ese amor, esa
afinidad, esa conexión eran mucho más profundos. Después de casarse y sobre
todo cuando se quedó embarazada de su hijo, dejó de tener amantes.
Eva declara: “siempre he sentido dentro de
mi que con los hombres lo tenía “todo controlado”, que sabía cómo hacer con
ellos, sentimiento que no tengo tan claro, por ejemplo, con respecto a ser
profesional, cómo desenvolverme en el trabajo, o cómo ser madre de mi hijo.”
Dice Eva
que eso de saber hacer con los hombres se le descubrió con 12 años, cuando en
la boda de un primo suyo a la que fue junto a sus padres, estuvo también el
hijo de un familiar lejano de su padre que tenía más o menos su edad. Este
chico era “muy guapo y cuando acabó el banquete, estuve con él correteando por
los jardines y dados de la mano nos dimos un beso en la boca, mi primer beso
con un chico, dulce y cálido“. Continúa Eva: “Esto me hizo sentirme exultante y
feliz, porque hasta ese momento yo me sentía más bien como un “patito feo"
porque era desgarbada, tenía gafas y ortodoncia. No era de las populares de la
clase, más bien en la adolescencia creía pasar desapercibida en mi grupo de
amigas, nunca creaba conflictos y era simpática y agradable, pero un poco
tontusa, como me decía mi madre. En el verano, después de esa boda, en un
cumpleaños de una amiga, al que también iban a asistir chicos, en el que
teníamos que ir disfrazadas, me puso un traje de noche amarillo de mi hermana
mayor y junto con el maquillaje causé tal sensación que saqué a bailar al chico
más guapo de la fiesta y estuvo bailando conmigo toda la tarde”.
No se le
escapa a Eva que es una situación anómala lo que ella siente respecto a tener
amantes y no sentir culpa, sobre todo teniendo en cuenta la familia de dónde
viene. El análisis mostró su particular triángulo edípico y la forma en la cual
en Eva se manifestaba el goce y el deseo sexual en la relación con su padre y
con su madre. El trabajo de Eva, que se
desarrollaba en el mundo del marketing político, se basaba en una identificación
evidente con el padre, que primero había sido un hombre de letras y luego se
había volcado en la política. Era un hombre adusto, serio, responsable, venía
de una clase social media-baja, pero gracias a su esfuerzo y trabajo había
conseguido escalar posiciones sociales. Para él el mostrar excesiva alegría, el
hablar alto o vestir de forma estridente era ser de clase baja, ser una
arrabalera. Cuando Eva mostraba su alegría y su seducción infantil, ella notaba
confusión, ambigüedad, porque por una parte notaba el brillo de los ojos de su
padre cuando la miraba, pero con las palabras y los gestos de la boca, le decía
que dejara de hacer esas payasadas y vulgaridades. “En cuanto a mi madre”, dice
Eva ,“era oriunda de una familia de terratenientes venida a menos; no quiso
tenerme, pero es verdad que siempre me decía cuando me vestía que parecía una
niña rica porque cualquier vestido que me ponía me quedaba bien. Mi madre era
muy católica, apostólica y romana y esa era su máxima, junto con la atención,
cuidado y preocupación de mi hermano
mayor”. Recuerda que de pequeña, sus padres, pero sobre todo su padre, cuando
no conseguía lo que quería y lloraba rabiosa, la decían que era una soberbia. Y
esa palabra, soberbia, siempre le pareció muy llamativa, le afectó.
Ahora en análisis, Eva puede reconstruir que quizá su soberbia, consiste
en desafiar a sus padres, porque ella se apaña mejor que el resto, o que la
mayoría de las mujeres, por no sentirse culpable por follar. Y a la vez también
siente que se lo monta mejor que los hombres porque a la hora de acostarse con
uno de ellos escoge a quien realmente siente que es en cierta medida “amigo”
suyo, ya que tampoco se puede acostar con uno que acaba de conocer, necesita
que algo del amor o por lo menos del cariño esté ahí presente. La búsqueda del
orgasmo de Eva se lo dedica a su madre, para demostrarle que el deseo y el
placer y disfrute sexual es algo digno, vivificante y bueno, no algo indecente,
impúdico o inmoral, es decir, de putas. Pero si
ser una puta significaba disfrutar con el sexo, pues sí, ella era una
puta. Y de cara a su padre, quizá ese pasar desapercibida, callada, de pocas
palabras, como tontusa, esconde su idea de sentirse superior a su padre, porque
las miradas de reproches y reprobación de su padre a Eva eran la forma que
tenía el padre de no admitir su propio deseo sexual, y Eva se sentía superior
porque así mostraba que el deseo no era aburrido, porque su padre era aburrido.
Eva cuenta extrañada que una de
sus primeras fantasías sexuales allá cuando tenía no más de 9 años de edad, era
ésta: “Después
de actuar en un escenario, de forma erótica, yo junto a otras compañeras,
salimos vestidas muy sofisticadas y elegantes, y dejamos en el escenario a un
hombre, desnudo y atado, con el pene erecto en el cual alguien le está
exprimiendo un limón, y nosotras lo miramos y nos reímos.”
En cuanto a
Lucas, el marido de Eva, en su ámbito de trabajo, de mayoría masculina, era un
líder reconocido. Eva se quedó muy sorprendida un día, en una salida nocturna
de copas, cuando se encontraron con un compañero de trabajo de Lucas. Eva
siempre tenía la fantasía de ligarse a los compañeros de trabajo de su marido,
no tanto para llegar a acostarse con ellos, pero sí sentir que la miraban con
deseo. Pero con ese hombre, que además era muy apuesto, cuando su marido se lo
presentó, ella vio que absolutamente toda la mirada de él se posaba en Lucas y
además mientras hablaban de temas de trabajo, su mirada seguía trasluciendo una
admiración que rallaba el deseo, y sobre todo percibió cómo Lucas disfrutaba
con ello. Además Lucas, últimamente, iba hacer deporte con un amigo que le
llamaba a todas horas, y muchos fines de semana salía con amigos en bicicleta.
Lucas tenía
cierto parecido al hermano de Eva, aquel que era la ocupación y preocupación de
su madre. Este hermano era homosexual, pero lo mantenía en secreto para sus
padres, no así para Eva. El hermano de Eva era muy alto, de hombros anchos y
pelo rizado y rubicundo, no era del tipo amanerado, por eso podía disimular su orientación
sexual.
Lucas sabía
escuchar, era tierno y le gustaba bailar,
aspecto este último que no difundía mucho, mas que a sus más allegados.
Después de un largo tiempo en análisis, Eva pudo vislumbrar que Lucas, aunque
en su trabajo tenía fama de firme y serio, en la intimidad mostraba su lado más
sensible; ella llegó a expresar: “ese es el lado femenino de Lucas, y en la
cama le gustaba que yo fuera la activa, él se dejaba hacer. Caí en la cuenta de
todo esto cuando leí un libro de José Luis Sampedro que se titula “El amante
lesbiano”, y a mi me parece un poco eso, que Lucas tiene su lado femenino que
tapa con vestiduras de macho, pero tiene mucha conexión con su cuerpo, lo cuida
y lo conoce y además también tiene sus orgasmos conmigo”.
A Eva
siempre le gustó un pasaje que leyó, no se acuerda bien dónde, pero en la misma
época en que releía “El amante lesbiano”, que le parecía que ahora describía
bastante bien lo que ella se percibía y se sentía:
“Me aturde, cariño, tu forma de estar en el mundo, unas veces
silenciosa y otras con estrépito, casi ensordecedor, como si te moviera una
máquina invisible pero que de verse sería de terrible apariencia. Cada uno de
esos trazos dan diariamente una infinidad de haceres masculinos que porque de
ti nacen contrastan con tu dulce ser de muchacha deliciosa, fresca y bonita,
muy femenina.¿Es esta labor tuya o la tomas prestada para presentarte a los
demás? ¿Acaso eres ruda? ¿Cuál es la divisoria entre lo rudo y lo dulce?”.
Parecería
que Eva no siente culpa al follar con otros porque de alguna manera ella pasa
al acto la fantasía homosexual que cree Eva que tiene Lucas, que es ocupar un
lugar de puta de un sujeto en posición masculina.
A modo de conclusión
Añadir que Dante coloca a los lujuriosos en
el séptimo círculo del purgatorio, último círculo antes de entrar en el
paraíso, el que considera el lugar del pecado capital menos grave. Y por
último, precisar que el adjetivo “soberbio” también tiene que ver con lo
sublime.
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