Clase impartida en el SEMINARIO SOBRE PERVERSIONES en Toledo (Curso 2014)



Soberbia y perversión
Por Lola Burgos 
 
La soberbia es un nombre del narcisismo. Y la soberbia también es el nombre de un pecado, y no de un pecado cualquiera. Según la doctrina cristiana, es uno de los siete pecados capitales. El término “capital” (de caput, capitis, “cabeza”, en latín) no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados. Santo Tomás de Aquino dice que los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada. Dante Alighieri en la “Divina Comedia”, obra donde fusiona con maestría religión, historia, política, filosofía y comentarios sociales sobre un tapiz de ficción,  creó un mundo de dolor y sufrimiento más allá de todo lo que hasta entonces la humanidad había imaginado, y su escritura ha definido, literalmente, nuestra visión moderna sobre el Infierno, el Cielo y el Purgatorio. En su ascenso a través de la montaña del Purgatorio para llegar al Paraíso, Dante alberga en la base de la montaña , en el primer círculo, a quienes han cometido los pecados más graves: los soberbios.
En la Ética de Spinoza se dice que “la soberbia consiste en estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo justo”; y añade: “...del contento de si mismo brota la soberbia, de la humildad (brota) la abyección” (que define como “estimarse , por tristeza, en menos de lo justo”).
Si comienzo así este artículo es para intentar acotar cuales son las posibles relaciones entre soberbia y perversión señalando sus intrincaciones entre aspectos tanto socioculturales y morales como psicopatológicos y clínicos. Es decir, si circunscribimos a la soberbia en el marco de la perversidad o psicopatía, entendiendo éstas como aquellos comportamientos basados en transgresiones morales o sociales, y a la perversión en el marco de las conductas sexuales que suponen una desviación respecto al “acto sexual normal”, resulta interesante señalar cuales son los puntos de cruce y separación entre estos dos conceptos. Las especificaciones que Freud y Lacan hacen a partir del Psicoanálisis clarifican de modo concluyente esta temática.

En un primer acercamiento intuitivo y popular, podemos decir que la palabra perversión tiene que ver con la conversión del bien en el mal. Popularmente su uso manifiesta un juicio moral. Los historiadores de la psicopatología están perfectamente informados de la vinculación que muchos médicos decimonónicos establecieron entre la sexualidad y sus desórdenes y la patología psíquica.
Por otra parte, aquellos comportamientos que manifestaban algún tipo de crueldad, o malignidad particular entraban dentro del capítulo nosográfico de “Degeneración”, que parte de la hipótesis de la causalidad hereditaria. Por lo tanto tenemos dos ramificaciones que, desde el punto de vista histórico, están representados por Krafft-Ebing y su obra  Psychopathia Sexualis (1886), dedicada a las perversiones sexuales, y Kurt Schneider, que con su obra “Las personalidades psicopáticas” (1923) establece diez grupos de este tipo de personalidades, de los cuales “los fanáticos”, “los necesitados de estimación” y “los desalmados” van a aludir al campo semántico relacionado con la soberbia.
Es Freud quien concibe una ligazón que concreta una formalización de conceptos capaces de perfilar una teoría explicativa consistente entre sexualidad y psicopatología.  Con el entramado conceptual que parte de la teoría de la seducción, atravesando la libido, la pulsión, la sexualidad infantil, el autoerotismo y arribando en el narcisismo y la sexualidad femenina, junto con la hipótesis del inconsciente, Freud constituye la teoría psicoanalítica. Pero inconsciente y sexualidad no son ámbitos desconectados, sino que mantienen un estrecho lazo.
La desvinculación de la sexualidad con la genitalidad, por cuanto aquella busca inicialmente el placer y solo secundariamente se presta al servicio de la reproducción, y la inclusión en las pulsiones sexuales de las manifestaciones amistosas, cariñosas y amorosas, amplían notablemente la noción de sexualidad, hecho éste que lamentablemente ha sido entendido por algunos como un panegírico pansexualista. Sobre este tema se pronunció el propio Freud en su artículo de 1923 “Psicoanálisis y teoría de la libido”: “Así, es erróneo acusar al psicoanálisis de pansexualismo y pretender que deriva de la sexualidad todo el suceder anímico....El psicoanálisis ha diferenciado más bien desde el principio las pulsiones sexuales de otras a las que provisionalmente denominó pulsiones del Yo. Jamás se le ha ocurrido querer explicarlo todo y ni siquiera ha derivado la neurosis exclusivamente de la sexualidad, sino del conflicto entre las tendencias sexuales y el Yo”. Y es aquí donde encontramos uno de los puntos de cruce entre la perversión y la soberbia: la perversión del lado de las tendencias sexuales y la soberbia del lado del Yo.
Otro punto de cruce: Freud en su ensayo de 1914 “Introducción al Narcisismo”  y Lacan con su teoría del Estadio del Espejo, nos muestran que el narcisismo es constitutivo del sujeto hablante para sobrevivir y por ello es necesario investir al propio cuerpo de libido, tratándolo como objeto sexual. Como tal  el narcisismo es parte de la pulsión de vida.
Lacan, en su seminario de 1953-54 “Los escritos técnicos de Freud” al preguntarse qué es la perversión, nos dice que no es solamente una aberración respecto a los criterios sociales, ni una anomalía contraria a las buenas costumbres, ni es sólo algo que menosprecie la función reproductora de la unión sexual...”La perversión es una experiencia que permite profundizar en lo que puede llamarse, en sentido pleno, la pasión humana, para emplear una expresión de Spinoza, es decir, aquello por lo cual el hombre está abierto a esta división consigo mismo que estructura lo imaginario”. Aquí nos aparece otro punto de cruce entre los aspectos sexuales de la perversión y los aspectos yoicos, narcisistas, de la soberbia; y es cuando Lacan nos trae a colación el registro de lo imaginario. La perversión toca más de lleno el terreno de la metonimia, el mecanismo del desplazamiento, la desmentida, lo simultáneo, lo imaginario... (en contraposición a la neurosis que toca más el terreno de la metáfora, el mecanismo de la condensación, la represión, lo opuesto, lo simbólico). Y la elección de objeto en el perverso es una elección más destinada a  preservar la completud narcisista, imaginaria, del Yo.
Como ejemplo del perverso como antonomasia, en “La ética del psicoanálisis” (1959-60), Lacan nos habla de la vida y obra del Marqués de Sade. Allí distingue lo que se relaciona con la puesta en escena del héroe sadiano y lo que se refiere al propio Sade en su vida. La puesta en escena del héroe sadiano tiene que ver con el lugar que el perverso ocupa como instrumento de goce del Otro. Porque realmente lo que implica la estructura perversa, esto es, la desmentida de la castración materna junto con la subversión de la ley del deseo, es una voluntad de goce, un supuesto saber gozar que busca provocar la angustia del otro. Pero en su vida, Sade más que un sádico triunfante, fue una víctima, un sujeto dividido, encarcelado y perseguido durante su vida.
Por tanto, tenemos dos vertientes: una en la que el perverso es un supuesto sabio sobre el goce, y por consiguiente muestra a las claras, descarnadamente, lo que el neurótico reprime y como tal estima que sabe de sobra cómo gozar y cómo angustiar, y así podríamos decir que estamos aludiendo a la “soberbia” del perverso. Y la otra vertiente, que nos puede sugerir que en realidad el perverso puede llegar a ser un estúpido, incluso ridículo, entendiendo por estúpido aquel que ocasiona daño a otras personas, o a un grupo de ellas, sin conseguir ventajas para él mismo, o incluso, resultando él mismo dañado.
El “éxito del perverso” es un fantasma neurótico. Es decir, en su propio fantasma, el propio sujeto neurótico actuando como perverso hace que tenga éxito la escena. En cambio, el fantasma del perverso está más bien relacionado como presentarse en su escena como objeto de goce del Otro (de Dios) y él a su vez buscar la víctima en la que se realice eso. Pero al perverso también le falla la escena porque subestima la inconsistencia del Otro, es decir, el perverso cree que el Otro no tiene falta, pero como sí la tiene, acaba por sucumbir también como víctima.
De otra forma dicho, ningún hombre es más orgulloso, más soberbio, que aquel que se cree inmune a los peligros del mundo. Con esta idea estaríamos rozando el concepto de canalla. El paso de la soberbia a lo canalla, se produciría cuando el soberbio cree que puede hacer de todo con todos, cuando le interese. El filósofo francés Comte-Sponville en su “Diccionario filosófico” precisa, aludiendo a Sartre,  que “el canalla es el creído, el que olvida su propia contingencia, su propia responsabilidad y su propia nada, el que finge no ser libre (es lo que llama Sartre la mala fe) y, en definitiva el que hace mal, cuando le interesa, persuadido de su propia inocencia o, si se siente a veces culpable, de las innumerables circunstancias atenuantes que lo excusan”.
Y el punto de cruce entre la soberbia y el perverso es que el perverso como instrumento de goce del Otro está en el lugar de objeto a; pero en relación a los otros, ese objeto a se convierte en el YO omnipotente, cuya tarea es provocar la angustia en el otro, hacer el mal al otro, y en este punto conecta con lo canalla.
Por ese “supuesto saber gozar” de la estructura perversa, no es habitual que un sujeto con dicha estructura acuda al diván. Pero sí es más habitual que sujetos neuróticos sufran por el fantasma perverso que les habita. Surge así la distinción entre la estructura perversa que define una particular posición subjetiva caracterizada por el mecanismo del desmentido frente a la castración, y el rasgo perverso que puede adquirir determinado síntoma merced al goce que le acompaña y a la insistencia con la que el sujeto repite dicho comportamiento sintomático.

Lo Imaginario de Eva

Eva es una mujer profesional, madre de un hijo y esposa de Lucas, un alto cargo de una empresa de un sector estratégico. Acude a consulta  porque se siente confusa y angustiada. En otras épocas de su vida había tenido amantes esporádicamente; en el momento actual, cuando su marido pasa más tiempo fuera de casa a causa de viajes laborales, se encuentra con que está con dos amantes a la vez, y se siente culpable por disfrutar acostándose un día con un amante y otro día con el otro. No se planteó en ningún momento de su vida separarse de su marido. Habían alcanzado un status-quo vital en el que su hijo, ya mayorcito, su trabajo y el amor que sentía que daba y recibía de su marido la compensaban. Eva resumía su situación diciendo: “ Me siento culpable por no sentirme culpable”.
En su juventud, aunque tenía un novio oficial, cuando se acostaba con algún otro chico, este siempre era de su círculo de amigos. De esa manera sentía que no traicionaba a su novio, ya que para ella acostarse con un amigo era una forma más de mostrar el cariño, la afinidad y la conexión. La diferencia era que con su novio ese amor, esa afinidad, esa conexión eran mucho más profundos. Después de casarse y sobre todo cuando se quedó embarazada de su hijo, dejó de tener amantes.
Eva declara: “siempre he sentido dentro de mi que con los hombres lo tenía “todo controlado”, que sabía cómo hacer con ellos, sentimiento que no tengo tan claro, por ejemplo, con respecto a ser profesional, cómo desenvolverme en el trabajo, o cómo ser madre de mi hijo.”
Dice Eva que eso de saber hacer con los hombres se le descubrió con 12 años, cuando en la boda de un primo suyo a la que fue junto a sus padres, estuvo también el hijo de un familiar lejano de su padre que tenía más o menos su edad. Este chico era “muy guapo y cuando acabó el banquete, estuve con él correteando por los jardines y dados de la mano nos dimos un beso en la boca, mi primer beso con un chico, dulce y cálido“. Continúa Eva: “Esto me hizo sentirme exultante y feliz, porque hasta ese momento yo me sentía más bien como un “patito feo" porque era desgarbada, tenía gafas y ortodoncia. No era de las populares de la clase, más bien en la adolescencia creía pasar desapercibida en mi grupo de amigas, nunca creaba conflictos y era simpática y agradable, pero un poco tontusa, como me decía mi madre. En el verano, después de esa boda, en un cumpleaños de una amiga, al que también iban a asistir chicos, en el que teníamos que ir disfrazadas, me puso un traje de noche amarillo de mi hermana mayor y junto con el maquillaje causé tal sensación que saqué a bailar al chico más guapo de la fiesta y estuvo bailando conmigo toda la tarde”. 
No se le escapa a Eva que es una situación anómala lo que ella siente respecto a tener amantes y no sentir culpa, sobre todo teniendo en cuenta la familia de dónde viene. El análisis mostró su particular triángulo edípico y la forma en la cual en Eva se manifestaba el goce y el deseo sexual en la relación con su padre y con su madre. El trabajo de Eva, que se desarrollaba en el mundo del marketing político, se basaba en una identificación evidente con el padre, que primero había sido un hombre de letras y luego se había volcado en la política. Era un hombre adusto, serio, responsable, venía de una clase social media-baja, pero gracias a su esfuerzo y trabajo había conseguido escalar posiciones sociales. Para él el mostrar excesiva alegría, el hablar alto o vestir de forma estridente era ser de clase baja, ser una arrabalera. Cuando Eva mostraba su alegría y su seducción infantil, ella notaba confusión, ambigüedad, porque por una parte notaba el brillo de los ojos de su padre cuando la miraba, pero con las palabras y los gestos de la boca, le decía que dejara de hacer esas payasadas y vulgaridades. “En cuanto a mi madre”, dice Eva ,“era oriunda de una familia de terratenientes venida a menos; no quiso tenerme, pero es verdad que siempre me decía cuando me vestía que parecía una niña rica porque cualquier vestido que me ponía me quedaba bien. Mi madre era muy católica, apostólica y romana y esa era su máxima, junto con la atención, cuidado  y preocupación de mi hermano mayor”. Recuerda que de pequeña, sus padres, pero sobre todo su padre, cuando no conseguía lo que quería y lloraba rabiosa, la decían que era una soberbia. Y esa palabra, soberbia, siempre le pareció muy llamativa, le afectó.
Ahora en análisis, Eva puede reconstruir que quizá su soberbia, consiste en desafiar a sus padres, porque ella se apaña mejor que el resto, o que la mayoría de las mujeres, por no sentirse culpable por follar. Y a la vez también siente que se lo monta mejor que los hombres porque a la hora de acostarse con uno de ellos escoge a quien realmente siente que es en cierta medida “amigo” suyo, ya que tampoco se puede acostar con uno que acaba de conocer, necesita que algo del amor o por lo menos del cariño esté ahí presente. La búsqueda del orgasmo de Eva se lo dedica a su madre, para demostrarle que el deseo y el placer y disfrute sexual es algo digno, vivificante y bueno, no algo indecente, impúdico o inmoral, es decir, de putas. Pero si  ser una puta significaba disfrutar con el sexo, pues sí, ella era una puta. Y de cara a su padre, quizá ese pasar desapercibida, callada, de pocas palabras, como tontusa, esconde su idea de sentirse superior a su padre, porque las miradas de reproches y reprobación de su padre a Eva eran la forma que tenía el padre de no admitir su propio deseo sexual, y Eva se sentía superior porque así mostraba que el deseo no era aburrido, porque su padre era aburrido.
Eva cuenta  extrañada que una de sus primeras fantasías sexuales allá cuando tenía no más de 9 años de edad, era ésta: “Después de actuar en un escenario, de forma erótica, yo junto a otras compañeras, salimos vestidas muy sofisticadas y elegantes, y dejamos en el escenario a un hombre, desnudo y atado, con el pene erecto en el cual alguien le está exprimiendo un limón, y nosotras lo miramos y nos reímos.”
En cuanto a Lucas, el marido de Eva, en su ámbito de trabajo, de mayoría masculina, era un líder reconocido. Eva se quedó muy sorprendida un día, en una salida nocturna de copas, cuando se encontraron con un compañero de trabajo de Lucas. Eva siempre tenía la fantasía de ligarse a los compañeros de trabajo de su marido, no tanto para llegar a acostarse con ellos, pero sí sentir que la miraban con deseo. Pero con ese hombre, que además era muy apuesto, cuando su marido se lo presentó, ella vio que absolutamente toda la mirada de él se posaba en Lucas y además mientras hablaban de temas de trabajo, su mirada seguía trasluciendo una admiración que rallaba el deseo, y sobre todo percibió cómo Lucas disfrutaba con ello. Además Lucas, últimamente, iba hacer deporte con un amigo que le llamaba a todas horas, y muchos fines de semana salía con amigos en bicicleta.
Lucas tenía cierto parecido al hermano de Eva, aquel que era la ocupación y preocupación de su madre. Este hermano era homosexual, pero lo mantenía en secreto para sus padres, no así para Eva. El hermano de Eva era muy alto, de hombros anchos y pelo rizado y rubicundo, no era del tipo amanerado, por eso podía disimular su orientación sexual.
Lucas sabía escuchar, era tierno y le gustaba bailar,  aspecto este último que no difundía mucho, mas que a sus más allegados. Después de un largo tiempo en análisis, Eva pudo vislumbrar que Lucas, aunque en su trabajo tenía fama de firme y serio, en la intimidad mostraba su lado más sensible; ella llegó a expresar: “ese es el lado femenino de Lucas, y en la cama le gustaba que yo fuera la activa, él se dejaba hacer. Caí en la cuenta de todo esto cuando leí un libro de José Luis Sampedro que se titula “El amante lesbiano”, y a mi me parece un poco eso, que Lucas tiene su lado femenino que tapa con vestiduras de macho, pero tiene mucha conexión con su cuerpo, lo cuida y lo conoce y además también tiene sus orgasmos conmigo”.
A Eva siempre le gustó un pasaje que leyó, no se acuerda bien dónde, pero en la misma época en que releía “El amante lesbiano”, que le parecía que ahora describía bastante bien lo que ella se percibía y se sentía:
“Me aturde, cariño, tu forma de estar en el mundo, unas veces silenciosa y otras con estrépito, casi ensordecedor, como si te moviera una máquina invisible pero que de verse sería de terrible apariencia. Cada uno de esos trazos dan diariamente una infinidad de haceres masculinos que porque de ti nacen contrastan con tu dulce ser de muchacha deliciosa, fresca y bonita, muy femenina.¿Es esta labor tuya o la tomas prestada para presentarte a los demás? ¿Acaso eres ruda? ¿Cuál es la divisoria entre lo rudo y lo dulce?”.
Parecería que Eva no siente culpa al follar con otros porque de alguna manera ella pasa al acto la fantasía homosexual que cree Eva que tiene Lucas, que es ocupar un lugar de puta de un sujeto en posición masculina.

A modo de conclusión

Añadir que Dante coloca a los lujuriosos en el séptimo círculo del purgatorio, último círculo antes de entrar en el paraíso, el que considera el lugar del pecado capital menos grave. Y por último, precisar que el adjetivo “soberbio” también tiene que ver con lo sublime.

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