Una voz que nadie quiere escuchar

Clase impartida en el Colegio de Psicoanálisis de Madrid
En el seminario de la "Lógica de la Sexuación"
Por Cristina Jarque.

La analizante, a quien llamaré Beatriz, llegó a mi consulta diciendo que era una persona obsesiva, que se machacaba todo el tiempo, que se comía la cabeza y que había llegado a un punto donde las obsesiones no la dejaban vivir.
Dijo que las obsesiones han estado presentes desde su edad infantil.
Ser obsesiva es un significante que la marca desde sus más remotos recuerdos; dice que tanto padres como hermanos, amigos, familiares y terapeutas, la han catalogado así: obsesiva, testaruda, necia, cabezota.

Le pido que me comente sobre los terapeutas, me responde que ha hecho algunos tratamientos donde le han dado el diagnóstico de obsesiva. Dice que ha acudido al psicólogo durante 5 años y que ha estado en Logoterapia; pero que, aunque siente que ha logrado resolver algunas cosas, todavía le faltan otras por resolver.
- No he logrado sacarlo todo, me dijo en aquella ocasión.
- ¿Sabes lo que te falta sacar?, le pregunté.
- ¡No estoy muy segura!, contestó ella, pero lo que si es cierto, es que no confío en nadie. Prefiero guardarme las cosas para mi misma, pues me he llevado muchos golpes de traiciones.
En aquella época, Beatriz tenía 38 años, me dijo que era soltera, que no tenía hijos y que era médico anestesista. El primer año y medio habló básicamente de dos cosas:
1) su relación amorosa con un hombre casado, y
2) el pleito que tenía con su familia por una cuestión de herencia.
La relación amorosa la vivía con más tormento que placer, quería desengancharse del triángulo amoroso, pero sobre todo, quería saber por qué todas sus relaciones de amor eran siempre de la misma manera, es decir: que los hombres de los que se enamoraba siempre estaban comprometidos con otra mujer.
- No recuerdo haber amado a ningún hombre libre, dice ella. ¡Siempre me han tocado hombres casados! ¡Estoy hasta las narices de ser "la otra"!
- ¿Qué otra?, le pregunto.
- ¡La amante!, contesta ella.
A partir de allí, surgen varias asociaciones en torno a la amante.
La amante para Beatriz, es una mujer superior a la esposa, pues la amante sabe más.
El saber de la amante según ella, es un saber sobre la sexualidad. Beatriz dice que la amante sabe hacer gozar al hombre, complacerlo, volverlo loco, mientras que la esposa no sabe nada de esos temas. La esposa es el ama de casa que sólo limpia y cocina.
El saber de la amante, dice la analizante, también está relacionado al hecho de que ella sabe la verdad. Mientras la esposa sólo sospecha de la existencia de la otra mujer en la vida de su esposo, la amante tiene cereteza.
La amante tiene el poder de saber con certeza de la existencia de la esposa; por eso, a la amante no pueden traicionarla, engañarla ni burlarse de ella.
Según Beatriz, el saber de la amante es un poder de control mucho mayor que el que puede tener la esposa. Para ella, eso es una ventaja pues lo que más detesta en este mundo es el engaño.
¿Cómo puede una mujer acceder a ser la esposa de un hombre, la madre de sus hijos, sabiendo que tarde o temprano va a ser engañada, traicionada?, ésa es la pregunta que continuamente se hace la paciente. Allí es donde encuentra la causa de colocarse en función de amante y no de esposa; pero, al mismo tiempo, no está contenta ni convencida de querer ocupar ese lugar. Tiene dudas, incertidumbre, culpabilidad y dice no estar preparada para pagar el precio de ser la amante de un hombre casado, que es un precio muy alto para ella.
El sufrimiento se instala en ella, se le desborda la duda, la incertidumbre de no lograr saber si realmente está haciendo lo correcto o si puede haber otra opción para ella.
Aparece un sueño donde está un hombre con su mujer y sus tres hijos. Van en un coche en la autopista, ella viene detrás, los está siguiendo. De pronto, tienen un accidente.
El hombre está herido, llega la ambulancia, los paramédicos preguntan quién de las dos mujeres es la esposa para que acompañe al herido en la ambulancia.
La esposa da un paso adelante de Beatriz, se pone a gritar que ella es la esposa, que ella es a quien le corresponde ir con el esposo, que ella es la madre de los hijos. Efectivamente, es la esposa y los hijos quienes suben en la ambulancia mientras Beatriz se queda llorando desesperada, mirando cómo el hombre amado se va con su familia.
- Este sueño relata la verdad de mis sentimientos, dice la analizante. En realidad quiero estar al lado del hombre amado, quiero una vida con él, quiero poder estar con él en las fechas importantes: Navidades, cumpleaños, los fines de semana. ¡Estoy cansada de compartirlo siempre con la esposa y con los hijos!, ¡estoy cansada de no tenerlo para mí! Eso me queda claro, dice ella.
- ¿Estás diciendo que lo que tú quieres, es ser la esposa y no la amante? le pregunto.
- Si, contesta ella. Lo que estoy diciendo es que quiero ser la esposa. Pero una esposa a la que no engañen con una amante. Una esposa casada con un hombre fiel, con un hombre cabal, con un hombre en quien se pueda confiar.
A partir de ese momento, la analizante trae reflexiones en torno a la vida de Camille Claudel, el tormento de haber sido la amante de Rodin, el tormento de no lograr que Rodin dejara a la madre de su hijo. Se introduce entonces la cuestión de la maternidad. La paciente empieza a analizar ya no sólo a la mujer en el lugar de la esposa, sino también a la mujer en el lugar de la madre de los hijos del esposo.
- ¡Claro!, dice Beatriz. Porque Rose no era la esposa de Rodin, era la mujer que vivía con él, pero no estaban casados. Rose no era la esposa, pero era la madre de su hijo.
Introducir la maternidad permite que la paciente se pregunte qué es eso de ser madre. Cuestiona también la paternidad preguntándose qué es eso de ser padre y cómo los hijos pueden influenciar la vida amorosa de las personas.
Beatriz se da cuenta de que nunca había pensado en la posibilidad de ser madre, que es un punto que lo ha tenido en suspenso, como si tuviera toda la vida para pensar en ello.
- Ahora me doy cuenta, dice ella, que he vivido para ser la amante, la seductora, la mujer objeto de deseo del hombre. ¿Por qué?, se pregunta. ¿Por qué me he despojado de la posibilidad de ser madre?
Decido cortar allí la sesión.
A la hora de pagarme, no encuentra el dinero. Empieza a buscarlo por todas partes: en el bolso, en los bolsillos de la chaqueta, en el abrigo. Me mira avergonzada.
- Se me olvidó decirte que el otro día me robaron, dice ella. Llevaba mucho dinero en efectivo, las tarjetas de crédito, todas mis cosas. Fue horrible, comenta, mientras continúa buscando afanosamente el dinero para pagarme. Aunque no puedo quejarme, continúa diciendo, pues yo misma dejé el bolso abierto, olvidé cerrarlo y me metí con el bolso abierto en el metro.
- ¡Te hiciste despojar! intervengo.
Beatriz se desploma. Tengo que cogerla para ayudarla a recuperar el equilibrio.
Se sienta con dificultad y se echa a llorar desconsolada.
Le digo que no puedo dejarla ir en ese estado, así que la invito a recostarse nuevamente en el diván. Ella me dice que se siente avergonzada de robarle tiempo al paciente que viene después de ella. Le indico que parece ser, que es de eso justamente de lo que se trata: de un robo.
- Si, me contesta ella. ¡Ellos me robaron mi dignidad!
A continuación me explica que cuando tenía 7 años el padre le compró una bicicleta. Montó en ella todo el día, estaba de lo más feliz, pero en la noche la madre le dijo que el padre tenía que revisarla para ver si todo estaba bien. La revisión del padre consistió en tocar y mirar sus genitales para comprobar que aún era virgen. Beatriz dice que a partir de aquel día se hizo costumbre que el padre hiciera esas revisiones, cada vez con más frecuencia.
Mientras la paciente va poniendo palabras a aquellos recuerdos, las lágrimas van dando paso a la rabia, primero contra el padre; a quien tacha de perverso, lujurioso, manipulador y sádico. Luego contra la madre, a quien tacha de cómplice del padre perverso.
La paciente dice que vivió esa experiencia como una violación; que aunque era una niña, algo dentro de ella le advertía que eso no estaba bien, que eso no era normal.
Se lo dijo a la madre, pero ella la tranquilizó diciéndole que lo que el padre hacía era algo totalmente normal. Que el padre había estudiado medicina y estaba capacitado para revisar el cuerpo y asegurarse de que todo estaba bien.
Beatriz le dijo a la madre que si eso era normal, iba a preguntarle a sus amigas si les pasaba lo mismo; si sus padres también las revisaban a ellas.
La madre contestó que lo mejor es que mantuvieran las cosas en secreto, porque hay cosas que no deben salir del hogar; que hay que recordar que todas las familias tienen sus secretos y que los trapos sucios hay que lavarlos en casa sin enterar a las casas ajenas.
La madre también dijo que la quería mucho por ser buena hija. Las buenas hijas son las que complacen a los padres y hacen todo lo que ellos les piden.
Ahora no lo entiendes porque eres muy pequeña, dijo la madre, pero cuando crezcas vas a entender que los hombres como tu padre, son hombres que necesitan más de una mujer; son hombres que no se conforman sólo con la esposa, pues son hombres muy fuertes. La madre dijo que si la hija no complacía al padre, el padre podía salir a buscar a otra mujer y que, seguramente, esa otra mujer terminaría por robárselo. Que ella se quedaría sin padre y la madre sin esposo.
Beatriz dice que en aquel momento, las palabras de la madre le encajaron. Pensó que su lugar en la familia era un lugar importante y privilegiado.
- Creí que era mi deber hacer lo que mi madre me pedía, dice la chica. Estaba convencida de que si no accedía a esa petición, otra mujer nos iba a robar a mi padre. ¿Comprendes ahora por qué siento que fuí despojada?, ¡ellos me lo robaron todo!: la inocencia, la ilusión, la esperanza y la dignidad. Ahora me queda muy claro en lo que me convirtieron.
- ¿En qué te convirtieron? le pregunto.
- En la amante del hombre casado, me contesta.
En ese momento corto la sesión.
Beatriz se levanta riéndose; me da las gracias diciendo que la he hecho pasar de las lágrimas a la risa, de la tragedia de su vida a lo absurdo de su sufrimiento.
Noto que esta vez encuentra rápidamente el dinero para pagarme. Me paga la sesión y luego me da un dinero extra, diciéndome que no quiere quedarse en deuda.
- Como si sólo fuese cuestión de dinero, le digo.
Hemos visto que esta sesión fue nuclear en el análisis de Beatriz.
Por un lado, la frase sobre el haberse hecho despojar permitió que la analizante lograra articular el recuerdo de la escena infantil; y, por otro lado, la intervención sobre que las deudas no se reducen a una cuestión de dinero, permitió que la mujer empezara a cuestionarse las cosas de otra manera.
El primer cambio importante es que la analizante decidió terminar la relación con el hombre casado. Dijo que ya no tenía sentido para ella continuar con aquel hombre.
Sin embargo, después de poner fin a la relación amorosa, viene una etapa caótica para ella. La paciente se va sumergiendo poco a poco en lo que ella misma denominará una etapa obscura. Etapa que se caracterizará por la puesta en escena de un goce feroz y fuera de control, (según palabras literales de ella).
Surgen también asociaciones en torno a su quehacer como médico. Dice que ahora entiende por qué eligió ser anestesista: para poder anestesiar el dolor que la gente siente cuando le tocan el cuerpo. Dice que siente una gran satisfacción de poder evitar el sufrimiento de las personas; que siente que su misión en este mundo es lograr anestesiar el dolor y la inmensa angustia que desgarra el cuerpo que va a ser profanado, tocado, por otros.
También me habla del padre; dice que estudió medicina, pero que nunca consiguió terminar los estudios. Dice que es un hombre mediocre y fracasado, lleno de complejos y con una gran furia interna; furia que está en su mirada y que a ella le provoca mucho miedo.
Comenta que el padre es alcohólico; pero que nunca reconocerá el alcoholismo que padece, ya que es soberbio y arrogante, pero que ese alcoholismo lo tiene enganchado a una vida de mediocridad, de desdicha y de lujuria malsana.
De la madre dice que se siente profundamente decepcionada y utilizada por ella, la tacha de egoísta, mediocre, manipuladora y débil. Pero sobre todo, dice que es una mujer ambigua, que participa de dos maneras distintas de ser, que eso la ha confundido siempre mucho. No sabe a qué atenerse con ella, no la comprende. Dice que nadie la ha dañado tanto como la madre.
- Todas las mujeres somos muy raritas, dice ella. Completamente locas, ambiguas e incomprensibles. Todas las mujeres estamos muy confundidas, somos como cabras locas que tiran al monte arrastradas por fuerzas internas totalmente incoherentes; incluso para nosotras mismas, por eso no podemos controlar esas fuerzas ni evitarlas.
Es parte del rol femenino, continúa la analizante. El precio a pagar por ser mujer. Deben ser las hormonas femeninas que alteran nuestro cuerpo y nuestra mente. Todas somos raritas, dice Beatriz, pero mi madre, ¡ella es la peor de todas!
Empieza a hablarme del problema que trae en torno a la herencia. Es un lío familiar indescriptible, donde lo que está básicamente en juego es el hecho de que a ella la quieren despojar de la herencia familiar.
Vuelven a estar presentes los mismos significantes: el despojo, el robo, el dinero. Se introduce el exilio. Dice que ella se siente exiliada por la familia, le hago notar que al hablar de exilio, nuevamente está apareciendo el lugar de expulsión.
Lo asocia al sueño del accidente donde la esposa y los hijos suben a la ambulancia con el padre y la amante es expulsada de la familia.
Dice que ha contratado a los mejores abogados porque no va a permitir que la despojen de la herencia que le corresponde. Dice que por justicia le toca reclamar su parte.
Surgen asociaciones en torno a la mirada: comenta que ha sido una mujer objeto, ofrecida a la mirada del padre, educada para seducir y complacer al hombre, haciéndose objeto de deseo ante esa mirada. Se da cuenta de que esa mirada la está dejando petrificada, sin saber qué hacer, sin saber cómo actuar, la está sumergiendo en la desesperación. Siente que está cayendo en un pozo sin fondo. Dice que ante la muerte del deseo, la apatía, el sin sentido, (lo que nosotros llamamos afanisis, el desvanecimiento del deseo); sólo le queda el exceso.
El exceso le da la sensación de sentirse viva.
Insiste mucho en hablar de una etapa obscura que tendrá que pasar, para (según ella), dar lugar a algo mejor. Intenta entender lo que le pasa porque tiene miedo de morir antes de poder encontrar la mejoría. Me comenta que día a día está cayendo en una espiral de depresión profunda; y dice que luego, como respuesta a esa depresión, le surge el descontrol y el exceso. Como si ese exceso fuera una especie de defensa ante la terrible depresión que la arrastra a un estado de melancolía profunda con ideas suicidas y una pérdida del sentido de la vida. Una desgana de seguir viviendo, una sensación de ¿para qué luchar, para qué vivir?, como si ya no tuviera caso cual ninguno.
Me cuenta que empieza a irse de bares, a beber alcohol en demasía; a bailar, a coquetear y a seducir hombres, llevando una vida de fiesta, marcha y promiscuidad.
- ¡Ya no sé ni con quién me acuesto!, dice ella. Estoy haciendo a la vez de puta y de hombre. Dice que está viviendo una dualidad.
Le pido que me explique un poco más sobre esa cuestión de la dualidad.
Entonces me dice que se siente arrastrada a hacer de hombre para entender ciertas cosas que se le escapan; cosas que tienen que ver con la forma de amar y de gozar de los hombres que es muy diferente a las mujeres. Dice que se da cuenta de que los hombres tienen una división en sus sentimientos: por un lado buscan la mujer madre y esposa: para amarla, para vivir con ella, y para hacerla madre de sus hijos; pero por otro lado, buscan la mujer objeto: con la que disfrutan el sexo, la amante que despierta en ellos ese deseo sexual que no les provoca la esposa. Que los hombres necesitan una mujer puta para la cama.
Las mujeres en cambio, dice la analizante, somos muy diferentes a los hombres. Algunas mujeres pueden acceder a ser las esposas sin importarles las infidelidades del marido.
- Tal como mi madre, dice Beatriz, recordando nuevamente aquellas palabras maternas que dicen que el hombre fuerte necesita por lo menos de dos mujeres para complacerse.
Del lado de las mujeres, la analizante no logra encontrar una respuesta certera como lo hace del lado de los hombres.
Dice que el rol femenino es más complicado, que algunas pueden ser esposas o madres; pero que otras cogen lugar de amantes o putas.
Dice que ella quiere tener todos los roles para el hombre amado: ser la esposa y la amante, a la vez que ser la madre de sus hijos: tenerlo todo.
- ¿Puede tenerse todo?, me pregunta.
Porque si no es posible tenerlo todo, no quiero ser ni hombre ni mujer, dice decepcionada.
Más adelante empiezan a aparecer sueños violentos, donde la escena gira alrededor de la violación. Menciona que en dicha escena, una mujer es violada por un hombre. La mujer está angustiada, tiene miedo, el hombre está gozando de esa mirada de terror que tiene la mujer, el hombre está disfrutando al ver que ella está atemorizada. Pero luego, las cosas se invierten: la mujer saca un cuchillo y se lo entierra al hombre en los ojos. Lo apuñala varias veces en ambos ojos hasta apagarle la mirada; y luego, liberándose de él, huye de la escena, dejándolo ciego. La mujer se va con la cabeza muy alta por haber impedido que el hombre la viole.
En la asociación, Beatriz dice que el hombre es malo, es un perverso que goza violando y haciendo daño a las mujeres.
- Es el padre, agrega. Es lo que la niña hubiera querido hacerle cada vez que revisaba su intimidad.
Habla de su deseo de venganza, habla de la agresividad que siente, habla de la culpa que la sobrecoge cada vez que llegan a su mente todos esos deseos de venganza y muerte.
Su vida es un caos, está fuera de control, tiene miedo de coger el sida, o cualquier otra enfermedad venérea, tiene miedo de ser ninfómana, tiene miedo de ser alcohólica o de toparse con algún demente que pueda violarla o matarla. Ya tuvo experiencias violentas con un borracho que la golpeó y le rompió dos costillas.
Me cuenta que cuando está borracha llama por teléfono a su antiguo amante (el hombre casado), necesita que él la salve, que él la escuche, pero contesta la esposa y Beatriz cuelga temblando de miedo. Dice que quizá por eso duró tanto con aquel hombre casado, porque de alguna manera ese hombre la salvaba de convertirse en una puta, en una ninfómana, en un objeto de desecho. Mejor ser la amante de un imposible que ser la puta de todos los hombres.
- ¿Quién va a recoger los restos?, pregunta desesperada.
Está aterrada, pero no sabe cómo parar.
- Quizá es momento de que hables de eso, le digo.
- ¿De qué? me pregunta.
- ¡Del momento en el que el padre paró!, le contesto. ¿Cómo fue que pararon aquellas revisiones que el padre le hacía a la niña?, le pregunto.
Beatriz me cuenta que cuando cumplió 13 años le bajó la regla. Dice que ése fue el límite.
Se había convertido en una mujer y no iba a seguir estando a merced de sus padres.
Acudió al sacerdote de la parroquia y se lo contó todo.
El sacerdote le dijo que aquéllo no era normal; dijo que lo que el padre estaba haciendo no estaba bien visto a los ojos de Dios. El cura dijo que como ella no se lo había dicho en secreto de confesión, él estaba autorizado para tomar cartas en el asunto.
Así lo hizo. El sacerdote fue a hablar con los padres de Beatriz, pero los padres lo negaron todo. Dijeron que eran invenciones de la niña; que los niños tienen una gran imaginación y se inventan cosas.
Beatriz recuerda aquellas frases de la madre: "Es tu palabra contra la nuestra, mal agradecida. Lo negaremos toda la vida, ¿quién te creerá?".
La madre dijo algo más: "Estás mordiendo la mano que te alimenta, estás tirando piedras en tu propio tejado".
No obstante la negativa de los padres, el sacerdote si le creyó.
La paciente dice que aunque los padres negaron los hechos, la intervención del sacerdote tuvo consecuencias: el resultado fue que el padre nunca volvió a revisar a Beatriz; pero al mismo tiempo, apartó la mirada para siempre de la hija. No volvió a dirigirle la palabra, no volvió siquiera a mirarla. La madre lo mismo: le hicieron la ley del hielo. Dice la paciente que se convirtió en un fantasma, un ser sin cuerpo ni alma que deambulaba por la casa como si estuviera invisible.
La familia no regresó jamás a la iglesia, en cambio Beatriz se hizo asidua.
Se metió en el coro, cantaba tan bonito que mucha gente acudía sólo para escuchar su voz.
Los padres se burlaban de ella, menospreciaban su voz, la tildaban de monja y beata. Ella lloraba y se refugiaba en Cristo. Quería casarse con alguien como Cristo, sólo podía fiarse de un hombre con esas características: recto, puro, con valores dignos y generosos, alguien incapaz de traicionarla, utilizarla ni engañarla.
Comienzan las asociaciones sobre la voz.
Está teniendo muchos conflictos en el trabajo. Su vida está pasando por una etapa de pleitos y violencia; se pelea hasta con su sombra.
- Soy una voz que nadie quiere escuchar, me dice llorando.
Trae un sueño donde una niña está en el cine, la niña está platicando con otras amigas mientras alegremente comen palomitas y refresco. Aparece la madre haciendo un gesto muy significativo para la niña. La madre se lleva el dedo índice a la boca para que la niña se calle. La madre susurra ¡shh!, dice Beatriz, sin parar de llorar.
- ¿Es la escena infantil?, le pregunto.
- Si, contesta ella. Es la escena infantil.
Entonces me cuenta el recuerdo: dice que en una ocasión le dijo a la madre que ya no soportaba aquellas revisiones y que si el padre seguía haciéndolo, ella iba a contárselo a la tía (la hermana de la madre que además es madrina de bautizo de Beatriz).
La madre lleva el dedo a la boca, y, susurrando ese ¡shh! le dice la frase:
¡Calladita te ves más bonita!
- ¡Qué morro!, dice Beatriz. Lo único que querían de mi, era mirarme, pero siempre y cuando me mantuviera con el pico bien cerrado, por eso soy una voz que nadie quiere escuchar.
Cuando hablo, continúa la analizante, digo cosas que no convienen a los demás, cosas que nadie quiere oír. La gente prefiere que me quede calladita, que no hable.
Beatriz dice que eso mismo fue lo que le dijo el jefe de piso del hospital donde trabaja: "¿Para qué hablas, Beatriz?, una mujer tan hermosa como tú, debería dejar que admiren su belleza sin echarla a perder con tanta palabrería. ¡Sólo hablas para meter la pata y molestar a los demás!, ¡qué cansina! Apuntas constantemente a la falla de los demás. Eres un rostro y un cuerpo que todo mundo quiere mirar, pero al mismo tiempo, eres una voz que nadie quiere escuchar."
- Excepto cuando cantas en el coro, le digo yo.
- Si, contesta ella, limpiándose las lágrimas.
En el coro soy una voz que todo el mundo quiere oír, reflexiona aliviada.
Algo ocurre a partir de esa intervención.
Comienza una etapa más tranquila, la analizante ya no se siente fuera de control, ya no se va de marcha, ya no se emborracha; empieza a poner límites, empieza a abandonar ese tipo de vida que estaba llevando, la etapa que ella llamaba su "etapa obscura".
Beatriz dice que sentía un nudo en la garganta; algo así como una madeja de lana que tiene un nudo y que es muy difícil desanudarla sin cortar el hilo, que es casi imposible.
Dice que en un momento dado se desanudó (cuando logró hablar de la escena infantil), pero que eso no la alivió, eso la llevó al caos: a la etapa obscura.
Después, la analizante dice que ocurrió algo. Algo inexplicable, algo que no encuentra palabras para decirlo, algo que no sabe qué fue, ni cuándo pasó.
Ese algo que ocurrió, dice ella, volvió a anudar el hilo de la madeja.
Dice que ahora el nudo ha sido anudado por ella misma, que esa es la diferencia.
Un día me comenta que ha llegado un nuevo médico al hospital. Es un hombre muy atractivo; 3 años menor que ella, se han hecho buenos amigos y ha surgido una atracción física muy fuerte. Un flechazo de cupido, dice ella.
Me cuenta que el médico le dice que tiene novia pero que está en Alemania. El hombre dice que no puede empezar una relación con Beatriz hasta que termine con la novia.
"Lo más importante para mi, dice el médico, es la fidelidad. No puedo empezar una relación de amor contigo, si no termino primero con ella".
Esa frase es la que enganchó completamente a la paciente.
El hombre viaja a Alemania para explicar a la novia que ha conocido a una mujer de la que se ha enamorado; que lo perdone pero que necesita ser honesto y que quiere terminar el compromiso con ella.
Cuando el médico regresa, Beatriz y él empiezan su relación amorosa y, al cabo de un año deciden irse a vivir juntos. Es la primera vez que la analizante tiene una relación de pareja y vive con un hombre, está muy emocionada.
La vida en pareja la estabiliza mucho.
Se siente enamorada, comprendida, acompañada.
Empieza a cuestionarse la posibilidad de ser madre.
Surgen varios sueños con mujeres que están cuidando bebés; mujeres amamantando bebés, mujeres paseando cochecitos con bebés en el parque.
Habla del temor que siente de que la maternidad pueda cambiar la relación amorosa.
Dice que cuando la mujer se convierte en madre, pierde el lugar del deseo a la mirada del hombre. Dice que ella quiere seguir siendo la mujer amada y deseada.
Con todo y los temores, queda embarazada dando a luz a mellizos: un niño y una niña.
Una nueva etapa comienza para ella.
Desde el nacimiento de los mellizos, la paciente ha comenzado a hablarme de sus hermanos.
Tiene tres hermanos: dos hombres y una mujer.
El hermano mayor ha sido el predilecto de la madre; dice que es un hombre arrogante, acomplejado y bastante mediocre. Intentó estudiar medicina pero no logró terminar la carrera; como el padre, se siente de menos por no haber podido recibirse.
Habla de la rivalidad que ha habido desde niños entre ese hermano y ella.
Dice que la madre lo sobreprotegió y lo convirtió en una plasta sin sustancia.
El otro hermano es su predilecto, dice que se quieren un montón.
De la hermana pequeña habla poco. Sólo comenta que siempre ha tenido ganas de saber si tuvo el mismo destino que ella; es decir, si el padre también la revisaba.
Son temas de los que no ha hablado con la hermana; siente miedo de saber, quizá no pueda soportarlo.
La hermana es tímida, reservada y taciturna.
Desde muy pequeña se metió en el mundo de las drogas y el alcohol. Siempre ha estado intoxicada, entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación.
Con el nacimiento de los mellizos, Beatriz ha retomado la cuestión de la herencia en su análisis. Me comenta que el padre compró una empresa con la herencia que recibió a la muerte de los abuelos de la paciente.
La empresa es un negocio familiar en el que Beatriz participó durante varios años, trabajando duramente mientras estudiaba la carrera de medicina.
Después de un tiempo, Beatriz dejó de trabajar en la empresa familiar para dedicarse de lleno a su profesión; entonces hermanos junto con los cónyuges, (excepto el hermano predilecto), se metieron en el manejo de la empresa familiar. Del cuñado y la cuñada, la analizante dice que le hacen la pelota al padre.
Ahora que la empresa está en crisis, quieren venderla y repartir el dinero entre todos los integrantes de la familia dejando a Beatriz fuera de dicha herencia.
Ella considera que es una injusticia. Piensa que la verdadera razón de que los padres quieran despojarla, radica en el enfado que les produjo que ella hablara con el sacerdote, que pusiera límites, que tirara la imagen de los padres y los pusiera en evidencia.
La analizante me comenta que no necesita el dinero, pues entre el marido y ella ganan lo suficiente para vivir como quieren vivir.
- No es una cuestión de dinero, dice una y otra vez.
Es una cuestión de dignidad, afirma.
Y, sobre todo, de no quedarme calladita.
Ya no soy un cuerpo ofrecido a la mirada de los otros, dice ella.
Ahora soy diferente: soy una voz que se está haciendo escuchar.


























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