LAS MEDEAS DE HOY (junio 2012) Ponencia dictada en el Congreso de la Fundación Europea para el Psicoanálisis en Barcelona

Por Cristina Jarque

"La venganza es un plato que se come frío", esta es la frase que la analizante (a quien llamaré María) expresa en una sesión, poniendo de manifiesto con estas palabras lo que la clínica psicoanalítica le ha revelado a lo largo de su tratamiento. A través del psicoanálisis, María ha obtenido un saber sobre ciertos acontecimientos de su vida que le eran totalmente ajenos cuando llegó a pedir ayuda, pero que, no obstante, la hacían sentir culpable porque ella era la artífice de esos acontecimientos. Sin embargo, aún cuando se daba cuenta de su lugar en esos actos, aún cuando sabía que había sido ella la responsable de los acontecimientos, no entendía por qué había hecho lo que había hecho, no encontraba explicación razonable a sus impulsos, los vivía de una manera éxtima, utilizando esa palabra que introduce Lacan en el Seminario VII, el de la "Etica del Psicoanálisis" donde usa la palabra "éxtimo" para dar cuenta de algo que tiene que ver con lo ajeno pero siniestramente familiar e íntimo. María dice que esos actos no los cometió ella de manera consciente, dice que siente como si otra persona lo hubiera hecho en su lugar. Lo que tenemos en este caso es un sujeto que llega a análisis por una historia de amor que la hace sufrir.


María nos cuenta que su marido se ha enamorado de otra mujer y le ha pedido el divorcio para casarse con esa otra. María dice:

"Las palabras de Guillermo, (así llamaremos al marido) , han sido una cuchillada en el vientre, el golpe más fuerte que jamás imaginé sentir, el dolor más agudo de toda mi vida. No he sabido qué hacer, me he quedado de hielo, lo primero que me venía a la mente era el deseo de matarlo, pero algo dentro de mí misma me decía que matarlo no era suficiente, su traición merecía mucho más castigo… muchísimo más dolor, Guillermo merecía sufrir algo más fuerte que la muerte porque lo que me estaba haciendo a mí… era tan insoportable que no había palabras para expresarlo…" A través de las sesiones el sujeto va escribiendo su historia: María dice que lo ha sacrificado todo por su hombre; tuvo que romper con el padre para casarse con Guillermo ya que el padre no deseaba para su hija ese hombre (a quien tildaba de un bueno para nada) argumentando que Guillermo no estaba a la altura de emparentar con la familia y que no lo quería como yerno. Las amenazas del padre no sirvieron de nada, ella estaba locamente enamorada y juraba que nada ni nadie la separarían jamás del hombre amado. María se convirtió en la esposa de Guillermo en contra de todo el mundo y ante un escándalo de grandes dimensiones. Con el tiempo, la pareja tuvo tres hijos. Ella se consideraba la esposa perfecta y la madre perfecta, dice que en ese momento todo su mundo era absolutamente perfecto… hasta que Guillermo le comunica que quiere casarse con otra. Es por eso que el caso de María nos pone en contacto directo con Medea, la tragedia de Eurípides que nos habla de una mujer que ha experimentado lo mismo que María, por eso es que María es una Medea del mundo moderno, una Medea de hoy.

Para poder establecer el vínculo entre la historia de María y la tragedia de Medea, es necesario que recordemos lo que sabemos de Medea. Medea se enamoró locamente de Jasón, de tal suerte, que ese amor tan fuerte que sentía por él, le otorgó a Jasón un intenso poder sobre ella, condicionándola a sucumbir a todas las peticiones que el hombre le hacía y colocándola en un lugar donde estaba absolutamente a su merced, por ello, no dudó en traicionar a su padre cuando Jasón le pidió que mediante sus poderes de hechicera le ayudara a conseguir el vellocino de oro aún cuando eso representaba la ruptura con el padre y con su país. Después de casarse con Jasón y tener dos hijos, Medea se sentía la esposa perfecta y la madre perfecta hasta que Jasón le comunica que quiere casarse con otra… Incapaz de pensar en otra cosa que no sea su sed de venganza, Medea decide hacer sufrir a Jasón donde más le duele y, por ello, no es la muerte del hombre lo que ella quiere, sino algo que pueda dolerle más aún que perder la vida propia. La venganza de Medea se centra entonces en matar a la mujer de la que Jasón se ha enamorado y matar también a los dos hijos. Lo escalofriante de la tragedia de Eurípides es justamente ese acto tan cruel, tan terrible y tan difícil de digerir y de soportar: el hecho de que una mujer que es madre, se aleje tanto del modelo de madre que la mayoría de la gente espera y que sería precisamente el de proteger a sus críos antes que cualquier otra cosa. En ese sentido, podemos decir que Medea no entra en ese ideal de madre, porque Medea se erige como una mujer que antepone su venganza de mujer a su amor de madre. Para ella lo importante es hacer pagar al hombre el daño tremendo que ese hombre le ha infligido. No le importa utilizar almas inocentes con tal de ver su sed de venganza saciada. Eso es lo que aterroriza de Medea y lo que pone los pelos de punta, que Medea mata a sus propios hijos, y lo que es peor aún, amándolos profundamente según dicen, con tal de asestarle al hombre el dolor más insoportable que pueda infligirse a alguien. Quiero decir que mi deseo con esta escritura es poder plasmar la posibilidad que existe de que, mediante la clínica psicoanalítica, lo que llamamos la clínica del amor, un sujeto como María, una Medea en ciernes, una Medea en potencia pueda detener sus impulsos destructivos y encontrar soluciones diferentes que logren evitar que el sujeto caiga en el abismo de la tragedia y el horror. Está de más decir que muchas medeas no logran detenerse, y que la clínica psicoanalítica es del orden de lo particular y no de lo general, por eso aquí hablo solamente del caso particular de María. También quiero decir que Medea siempre es del orden de lo femenino, pero no siempre se presenta en cuerpo de mujer, recordemos que hay muchos hombres colocados en posición femenina que viven también estos arrebatos de ceguera característicos de lo que Lacan llamó "la verdadera mujer". Sabemos que Lacan sintió una fascinación por las heroínas femeninas de las tragedias, del tipo de Antígona a quien se refirió largo y tendido en el Seminario 7, el de "La Ética del Psicoanálisis" para poder dar cuenta del concepto de lo que él llamó el "deseo puro". Mujeres decididas, despojadas de todo temor o duda, mujeres con una certeza que desconcierta porque en muchas ocasiones lo arriesgan todo y no piensan en las consecuencias de sus actos, dando paso así al advenimiento de su deseo en su vertiente más descarnada. En relación a Medea, lo interesante para reflexionar es ese más allá que visualizamos como un más allá de su maternidad, un más allá de su "ser madre" y que podemos describirlo como lo que Lacan describió con esa frase de "la verdadera mujer". En ese sentido, la verdadera mujer sería aquella que va más allá de su posición maternal, es decir, que su posición maternal no va a detenerla cuando se trata de su "ser mujer". Medea es el paradigma de esa verdadera mujer, teniendo en cuenta que la palabra verdadera no es un halago sino algo que tiene que ver con una verdad en torno a lo que sería la esencia en estado puro de "ser mujer", en ese sentido es una mujer que renuncia a su instinto maternal y pasa al acto de asesinar a sus propios hijos para con ello salirse con la suya en su deseo de dañar al hombre motivo de su venganza; allí, donde más le duele.

Volvamos a María. Hay que decir que la manera de matar a los hijos en el siglo XXI no es necesariamente quitándoles la vida sino haciendo los actos necesarios para que el padre viva con el dolor inmenso de haberlos perdido, es decir, sin poder criarlos ni verlos. Eso es lo que hizo María y por ello le llamamos una Medea de hoy, pues María hizo lo necesario para causarle dolor a Guillermo y con ello vengarse de él. El objetivo de María era quitarle el amor de lo más preciado para él, es decir, por un lado el amor de la otra mujer y por el otro el amor de los hijos.

El objetivo de María es igual que el de Medea, es decir lo que en psicoanálisis llamamos "quitar el falo al sujeto", es decir, quitarle al hombre sus valores más preciados, darle allí donde más le duele para causarle el mayor daño posible y de esa manera vengarse de él.

Aunque las Medeas de hoy en día no asesinen a los hijos como la Medea de Eurípides, los actos de venganza que cometen tienen una connotación de daño que en algunos casos causa estragos psíquicos profundos, y en otros casos, colindan con el asesinato, pues hay algunas Medeas de hoy que llevan la venganza al extremo de quitar la Patria Potestad al padre o impedir que los hijos tengan contacto con él.

En el caso de María el psicoanálisis impidió que esta Medea siguiera adelante con su sed de venganza porque al estar en análisis el sujeto empezó a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Fue el momento en el que descubrió que ella misma en tanto hija, había sido utilizada por su propia madre como instrumento de venganza contra el padre. María logra construir en análisis un recuerdo infantil: la escena que trae a la memoria es el momento en el que la madre está suplicando al padre que no se vaya. Recuerda a aquella madre llorando, arrodillada ante aquel hombre que se está yendo con la maleta en mano. El recuerdo permite que María indague en su pasado, el trabajo analítico la lleva a preguntar a una tía (hermana de la madre) lo que ocurrió. Aquella tía le aclara lo que para María empieza a ser una sospecha: que el padre se enamoró de otra mujer y quiso dejar a la madre, pero dice la tía que la madre impidió a toda costa que el padre se marchara. La forma que encontró para retenerlo fue la misma María quien era el ojito derecho del padre, su princesita adorada, su niñita querida. La madre amenazó al padre con quitarle a la niña (la tía dijo que tenía buenos argumentos para excluir al padre de la crianza de la hija) así que el padre tuvo que elegir entre su deseo de hombre y su función paterna.

El caso de María nos enseña claramente la función del goce en nuestra clínica (especialmente el sacrificial) que está presente en la repetición de la experiencia de la madre, en la exposición del dolor (como se dice: "exquisito") que le provocó Guillermo, en la pregustación de la venganza, en las formas inconscientes en que fue armando su relación con el otro que es el otro sexo, en las palabras que no hay para expresar su sentimiento, en la sustitución de un padre prohibido por otro que es rechazado aunque no prohibido por eso del incesto. Después llega el momento en el que el goce condesciende al deseo y es cuando mediante el trabajo analítico María logra comprender que de manera inconsciente está realizando una repetición de la venganza de la madre contra el padre, María logra desprenderse de su sed de venganza personal. Parece que algo de la identificación de ella en tanto sujeto de manipulación de la madre hace que ella no quiera repetir lo mismo con sus propios hijos. Al salir a la luz la historia secreta de la madre de María, la analizante logra desprenderse de la exigencia de vengarse de su marido y empieza a ver las cosas desde una perspectiva diferente que da paso a la posibilidad de instaurar un nuevo deseo que empieza a surgir dentro de ella. María lo expresa con la siguiente frase: "quiero que todos tengamos un trozo del pastel". Al expresar esa frase María comprende que algo diferente está sucediendo dentro de ella: comprende que se está operando un cambio en el deseo. Ese deseo inicial que la empujaba a destruir al hombre sin importar que las consecuencias fueran la destrucción de sus hijos y la suya propia ha quedado atrás y ahora empieza a instalarse otro deseo diferente. La analizante lo expresa con estas palabras: "He comprendido que Guillermo en realidad no es para tanto y que hay otros hombres con quienes puedo rehacer mi vida". Más adelante agrega: "Creo que he dado demasiada importancia a mi marido y eso no ha sido culpa de él sino mía. He sido yo quien quise ponerme en el lugar de su esclava, he sido yo quien he tenido la necesidad de estar a su merced. No es justo que castigue a mis hijos por mis propias fallas". En el caso de María pudo operarse un cambio en esa sed de venganza, el análisis logró que la mujer encontrara la manera de detener una exigencia de destrucción que se le imponía. La cura analítica permitió que el amor encontrara su lugar en este sujeto dando paso al restablecimiento de un deseo motorizado por la pulsión de vida. Este caso pone de manifiesto que es posible que el análisis pueda servir para que algunos sujetos rectifiquen esas tendencias extremas regidas por un deseo que parece imponerse a pesar de las consecuencias trágicas. Son casos donde se puede dar el giro de la tragedia a la comedia, giro que en muchas ocasiones está presente al final de análisis donde la rectificación de la posición subjetiva permite el cambio de la dimensión trágica a la dimensión cómica. María logró renunciar al Ideal y remplazar I (A) por @ con la consiguiente destitución del sujeto supuesto saber. Pero hay otros casos más complicados, casos en los que se establece una problemática que roza el campo de la perversión y que coloca a dos sujetos como cómplices en el acto perverso. Me refiero al caso en el que la mujer sacrifica lo que más ama o lo que más desea para probarle al hombre su amor absoluto, ese amor incondicional y devoto que está por encima de toda ley y de todo orden. Estamos hablando de un sujeto que pretende obturar la falla de su partenaire exigiéndole como prueba de amor un acto extremo. Ese acto extremo en algunos casos puede llegar a ser precisamente el asesinato de los hijos o cualquier otro acto igual de escabroso y terrible en donde se incluya la tortura, el daño o la muerte de un tercero. Sabemos que estamos hablando de sujetos inmersos en el campo de la perversión, campo que nos enseña que el sujeto perverso no tiene pregunta porque su demanda es una imposición, la imposición de lo que conocemos como la voluntad de goce y es por eso que el sujeto perverso necesita un partenaire que pueda experimentar la división subjetiva, la escisión, la falla, debido a la manipulación perversa. En el libro de "Goce", Braunstein hablará de la perversión y dirá que lo que se desmiente no es la castración sino el goce de las mujeres, o sea el goce del Otro. El perverso necesita desmentir el goce del Otro porque tiene una falta en el saber sobre ese goce del Otro, es decir, una falta en el saber sobre el goce de la mujer. Al desmentirlo, en el lugar de esa hiancia se va a instalar la voluntad de poder que se impone sometiendo a su presa porque el perverso quiere descubrir algo del enigma de la femineidad. Cuando un sujeto perverso encuentra un partenaire cómplice, ambos sujetos se juntan para realizar atrocidades con un tercero que ocupará el lugar de presa, el lugar de otro que no es cómplice ni complaciente sino que suplica que dejen de violentarlo y que se resiste a participar, otro con quien la pareja perversa se regodeará haciendo las peores atrocidades inimaginables que cruzan la línea de la ley y el orden llegando a situaciones extremas que colindan con el asco y la sordidez. En estos casos el partenaire del sujeto perverso no suele acudir al psicoanalista pues su estructura no es la de Medea. Medea quiere vengarse para reivindicar algo del orden de su "ser mujer" por eso algunas medeas acuden a analizarse porque pueden llegar a sentir culpa de sus actos, pueden querer saber las causas de lo que sienten, pero en el caso del sujeto que está enganchado en complicidad con ese querer saber sobre el goce del Otro, difícilmente se presenta en el consultorio. Nos enteramos de esos casos a través de los terceros que han logrado escapar y acuden al analista con su demanda. Con esta reflexión, considero importante señalar que estamos frente a un sujeto que va más allá de Medea porque si bien puede llegar a las últimas consecuencias al igual que Medea, el motor del deseo no es el mismo: en una es la sed de venganza empujada por la humillación de su "ser mujer", y en la otra, es el enganche de complicidad con el campo de la perversión donde lo que se juega es demostrar al sujeto amado que se es capaz de atravesar cualquier límite para demostrar de esa manera una devoción que podemos decir que es de orden místico que asegura el "amor más absoluto".

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