Mujeres en el Edén (por Cristina Jarque).

 

Mujeres en el Edén
Cristina Jarque
La película Edén (2024), dirigida por Ron Howard se basa en la historia real del Dr. Ritter (interpretado por Jude Law), quien huyó con Dora a las islas Galápagos para aislarse del mundo y escribir la filosofía que, según él, salvaría a la humanidad. En 1932 llegó a la isla una familia que también escapaba (en su caso, de la pobreza) y posteriormente arribó una mujer que fingía ser una baronesa, interpretada por la talentosa Ana de Armas. Resulta profundamente interesante observar cómo, en situaciones adversas, el ser humano se confronta con sus pulsiones más primitivas. Personalmente considero fundamental destacar el lugar que ocupan las mujeres en este ecosistema aislado. Margaret se organiza en torno a la defensa de su familia; para Dora, en cambio, la traición de Friedrich es insoportable y actúa en consecuencia, como si la isla desnudara lo que en la civilización se mantiene reprimido. No obstante, es la baronesa quien más nos desconcierta. Ella encarna la figura clásica de la femme fatale, pero no es sólo una mujer seductora, sino una mujer que hace circular el deseo de los hombres para mantenerlos en posición de servidumbre psíquica. Con ella asistimos al despliegue del poder femenino entendido no como fuerza física, sino como dominio simbólico. Su belleza no es un atributo; es un arma. Su palabra no comunica; captura. Su presencia no acompaña; hechiza. La baronesa nos pone frente a un fenómeno clínico: ciertos hombres, frágiles en su constitución narcisista, buscan en la mujer una figura que los complete, que los confirme, que los salve de su propia insignificancia. Allí la femme fatale se convierte en una pantalla donde el hombre proyecta tanto su deseo como su destrucción. Ella no obliga: los hombres se entregan. Ella no amenaza: son ellos quienes, fascinados por el brillo del objeto de deseo, renuncian a su propia soberanía. En este punto la isla funciona como metáfora del inconsciente: espacio cerrado, sin salida, donde la seducción se vuelve ley y el fantasma se encarna. Para Freud la mujer que hechiza no actúa por misterio alguno, sino por la fuerza inconsciente que despierta las pulsiones reprimidas en el hombre. Lacan por su parte, nos dice que la femme que fascina es el semblante del deseo del Otro: no es ella quien captura al hombre, sino el agujero de su propia falta que él ve encarnado en ella.
La baronesa revela cómo el poder femenino puede operar no por fuerza, sino por fisura: se instala allí donde el hombre necesita ser mirado para existir. Y en ese juego de espejos, la fatalidad adviene cuando el sujeto confunde la ilusión con la realidad. De ese modo, la femme fatale no sólo manipula a los hombres: les muestra aquello que ellos mismos han reprimido. Y es precisamente eso lo que resulta tan perturbador.
 

 

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