Belén Rico
Personalmente, creo, que el concepto que
engloba la palabra fantasma es de los más complejos y escurridizos del
psicoanálisis.
Por esta razón me gustaría que mi humilde
colaboración en esta mesa, fuese, no de una finura de producción de pensamiento
analítico sino de grueso trazo didáctico.
Es decir, comprender a grosso modo y con un
lenguaje claro, para profanos, a qué nos enfrentamos.
A psicoanálisis acude un paciente por la
molestia del síntoma, no sabe qué es el fantasma, desconoce que lo porta, sólo
conoce que porta síntoma.
Pero al análisis acude paciente, síntoma y
fantasma.
El síntoma habla, y el paciente habla de su
síntoma, se lamenta de él. El fantasma calla, se avergüenza. Es por esto que el
fantasma tiene resistencias.
El síntoma aparece como un enigma y por eso
demanda interpretación, pero la dirección de la cura requiere necesariamente
conocer la delimitación entre síntoma y fantasma.
El analizante no viene a lamentarse de su
fantasma sino de su síntoma porque el displacer está en el síntoma y el placer
en el fantasma.
El fantasma nos deja ver el sentido del
síntoma. Dentro de cada síntoma hay un fantasma.
El analizante encuentra en su fantasma un
recurso contra su síntoma. El fantasma es utilizado como consuelo. Por ello la
interpretación es de síntomas, el fantasma nunca es interpretado realmente.
El fantasma fundamental no es objeto de
interpretación por parte del analista, es un objeto de construcción.
Es una construcción, un constructo que
intenta dar una respuesta, su función es responder, pero responder a qué, pues
a la falta, al enigma, a la angustia.
Ahora aparece la pregunta ¿Qué angustia?.
Angustia el deseo del otro.
Aquí aparece el velo encubridor del fantasma
como una trama que tapona la falta en su encuentro agujero con el Otro. Ante el desamparo, el sujeto crea su tela de
araña fantasmática que le atrapa en una interpretación fija, lo que hace que el
sentido de su relación con el Otro quede cristalizado. Esto lleva
inexorablemente a una interpretación oculta, escondida, que tapona el agujero
pero a la vez, fija y adhiere al sujeto a un objeto particular.
Será esta interpretación fantasmática la que
actuará como defensa para el sujeto frente al real pero inconscientemente, y en
reconocimiento de este acto de servicio salvador, gozará de su fantasma.
El fantasma es lo más escondido y a la vez lo
más evidente del comportamiento.
¿Qué quiere el Otro? ¿Qué quiere de mí el
otro?
El concepto de fantasma se sitúa aquí como un
remedio para el deseo del Otro, remedio a la angustia que desencadena y una
forma de obtener satisfacción. El Otro tiene una falta y por eso pide.
El fantasma se ubica en un lugar intermedio,
entre medias, entre lo que se es y lo que se falta ser en el otro. Calidoscopio
por el cual el sujeto ve la vida y a sí mismo.
Con el fantasma se pacta para existir
defendiéndose del real. Entonces esa relación con el fantasma nos asegura una
posición en el mundo, un sostén del propio deseo. Convirtiéndose, así el
fantasma en una respuesta que el sujeto da frente al enigma del deseo del Otro.
Al principio de un análisis, el analizante es
un sujeto suficiente, dividido en su síntoma y alienado en los significantes
del Otro.
¿Qué sostiene el fantasma entonces? Sostiene
una seguridad.
Al analizarse, el sujeto conoce la función que
su fantasma cumple, como pantalla frente a lo real del goce. El analizante debe
lograr un cambio dirigido a plantearse lo que su fantasma cubre.
Aquí se nos presentifica el fantasma como una
máquina que se pone en juego cuando se manifiesta el deseo del Otro. Un
producto imaginario que el sujeto tiene a su disposición para ciertas
ocasiones.
El fantasma no es tanto un ser inmaterial que
se nos presentifica, como una fantasía, una ilusión de la imaginación respecto
al cumplimiento de un deseo.
El individuo goza como objeto antes de
hacerlo como sujeto, el goce primario. El fantasma lo que oculta, lo que
guarda, es un saber sobre el goce del sujeto.
El fantasma define al individuo como sujeto,
un sujeto sujetado al Otro, al significante.
El enganche a un significante, nos lleva a
otros enganches. Si hacemos el trabajo al revés, desenganchamos, llegamos al
vacío total, al agujero.
Cuando el sujeto se enfrenta al vacío, se
puede inventar algo nuevo.
Entre los ingredientes que conforman el
fantasma, está algo no dicho, lo que no pudo ser simbolizado y lo que no pudo
ser procesado. Todo ello amalgamado, se encripta en el sujeto y pesa, ese peso
aparece en forma de síntoma.
El fantasma es un real en la experiencia
analítica, es un resto. En el pensamiento de Lacan es un axioma que lo real es
lo imposible. Lo imposible de cambiar.
El problema es cómo conseguir esa
modificación subjetiva de lo real. El problema es cómo conseguir con el
lenguaje, con los significantes, lo único con lo que el analista cuenta,
modificar el residuo real del análisis.
Aquí me gustaría recordar ese precioso
concepto de Lacan denominado “significante insensato”, el significante que
conlleva a otro, y a otro hasta llegar al insensato que es el último a partir
del cual se engancharon los demás. Dejando a cielo abierto la pulsión que
apareció bajo la forma de fantasma porque está articulada a los significantes
de la demanda del Otro.
El fantasma es un artificio creado para domar
el goce y llevar el camino hacia el placer. El goce no conduce al placer sino
al displacer.
Freud ya nos decía que los adultos no juegan
porque la actividad lúdica infantil es sustituida por un fantasma.
Para crear un fantasma se requieren dos
premisas:
Primero, un goce, un placer proveniente de
una zona erógena.
Segundo, una representación del deseo.
Aquí podemos apreciar la conexión del
fantasma con la defensa del sujeto y con el deseo inconsciente y su
realización.
Es por este motivo, que es un problema en el
análisis, movilizar la certeza fantasmática.
El fantasma puede ser de sacrificio, de
abnegación, de servir al otro.
El velo que recubre la división, es una forma
de sostener la propia. Lograr poner límite. Soportar la falta.
En primer lugar hay una dimensión imaginaria,
momento para el esclarecimiento, para estudiar la construcción fantasmática y
sus significantes. Todo esto tendrá efectos terapéuticos, cambios, pero, lo
siento, existe un pero…, no hemos llegado aún al fondo de la cuestión.
Aparece entonces, un segundo lugar, donde
prevalece una imagen en el sujeto que corresponde a una falta en el sistema
simbólico, y este si es el momento de desinvestir, ese punto fijo excesivo de quantum
fijado a un objeto. Ahora es el momento de desfijar y reinvestir en otra cosa.
El obsesivo obediente subleva con el Otro
caprichoso, el Otro gozador.
¿Dónde está el sujeto del goce?
El fantasma fundamental es lo que viene a
encarcelar el goce.
El analista tiene que utilizar el análisis
para darse una vuelta entre bastidores, porque se trata no de la desaparición
del fantasma sino de no ser engañado por el propio fantasma.
El fantasma se ubica como lo que cubre la
angustia suscitada por ese deseo del otro, pero también, la angustia misma
aparece cuando hay un desfallecimiento de la cobertura fantasmática.
En este Fort-Da entre fantasma y angustia llegamos a
reconocer que el fantasma jamás desaparece, se atraviesa para ver lo que hay
detrás, en la trastienda, que es nada, el vacío.
Pero el vacío tiene semblantes y son esos
semblantes a conocer lo que denominamos atravesamiento del fantasma.
Atravesar el fantasma es aceptar que no
existe un tesoro secreto en el propio sujeto, que el soporte del sujeto es
puramente fantasmático. El sujeto se ha convertido en una fantasía, lo que
fantasea que el Otro desea de él. No hay un objeto entre medias de su deseo y
del deseo del Otro, sino que es el deseo del Otro el único que media entre el
“sujeto falsamente creado” y el “sujeto real” que se ha perdido en toda esta
historia.
El sujeto atraviesa el fantasma cuando se da
de bruces frente al horror de su trauma.
Aunque deje de creer en el Otro, cree en la
existencia de su síntoma y el significado inconsciente que posee.
Pero el fantasma verá reducido su sentido, se
vaciará de goce.
Al conocer la función de su fantasma, el
analizante modifica su relación con el goce que extraía gracias a él. Este
hecho, ya de por sí, produce efectos en la clínica, produce efectos
terapéuticos, no es necesario mucho más.
El síntoma desaparece, se pulveriza cuando el
fantasma vacía al síntoma de sentido.
Atravesar el fantasma, es saber en cada
ocasión, a modo de membrana celular permeable, qué viene del lado de nuestro
propio deseo y qué viene del fantasma.
Convertidos en sujetos en aviso, alertados,
que sostenemos nuestro deseo como la única verdad del inconsciente, sin caer en
las redes-trampa del fantasma imaginarizado en otro gozador, que ya se ha
caído.
Dejar de sostener al Otro como una completud
implica algo excepcional, recuperar la libido al servicio de nuestro deseo.
Nadie impide ya al sujeto posicionarse al lado
de su deseo. El sujeto recupera la libido retenida en el Otro como objeto
privilegiado.
Esta es la clave.
Por ello se habla de atravesamiento y no de
desaparición del fantasma.
Pero el sujeto estará advertido.
El analizante ha realizado un atravesamiento
de ciertas identificaciones, así como, la caída del Gran Otro. En definitiva,
el fin de análisis es el logro de una modificación de la relación del sujeto
con lo real del fantasma, por ello es que fin de análisis no es fin de síntoma
sino el logro de atravesar el fantasma.
Los síntomas se reducen, se transforma, y hay
un alivio en el padecer, el sujeto deja de dar consistencia al Otro, se
enfrenta a la castración y cambia su posición respecto a ella.
Se atraviesa el fantasma cuando el sujeto
deja de creer en su ficción y ello produce un efecto en la relación con el Otro
y con el proceso de cambio en los fundamentos del ser, con consecuencias en la
vida del sujeto.
El sujeto se identifica con aquello del
síntoma que se muestra más real y por ende más difícil de transformar, forma de
enfrentarse a lo incurable.
Al final del análisis, el analizante puede
convivir con ese incurable que es el dolor de existir, puede llevar la
castración con estilo. El analizante ya no cree en los Reyes Magos, ha conocido
mejor sus coordenadas simbólicas e imaginarias, ha podido vaciarse poco a poco
de su goce, aunque jamás del todo.
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