FANTASMA (Mesa Redonda de Lapsus de Toledo en Madrid)



Belén Rico
Personalmente, creo, que el concepto que engloba la palabra fantasma es de los más complejos y escurridizos del psicoanálisis.
Por esta razón me gustaría que mi humilde colaboración en esta mesa, fuese, no de una finura de producción de pensamiento analítico sino de grueso trazo didáctico.
Es decir, comprender a grosso modo y con un lenguaje claro, para profanos, a qué nos enfrentamos.
A psicoanálisis acude un paciente por la molestia del síntoma, no sabe qué es el fantasma, desconoce que lo porta, sólo conoce que porta síntoma.
Pero al análisis acude paciente, síntoma y fantasma.
El síntoma habla, y el paciente habla de su síntoma, se lamenta de él. El fantasma calla, se avergüenza. Es por esto que el fantasma tiene resistencias.
El síntoma aparece como un enigma y por eso demanda interpretación, pero la dirección de la cura requiere necesariamente conocer la delimitación entre síntoma y fantasma.
El analizante no viene a lamentarse de su fantasma sino de su síntoma porque el displacer está en el síntoma y el placer en el fantasma.
El fantasma nos deja ver el sentido del síntoma. Dentro de cada síntoma hay un fantasma.
El analizante encuentra en su fantasma un recurso contra su síntoma. El fantasma es utilizado como consuelo. Por ello la interpretación es de síntomas, el fantasma nunca es interpretado realmente.
El fantasma fundamental no es objeto de interpretación por parte del analista, es un objeto de construcción.
Es una construcción, un constructo que intenta dar una respuesta, su función es responder, pero responder a qué, pues a la falta, al enigma, a la angustia.
Ahora aparece la pregunta ¿Qué angustia?. Angustia el deseo del otro.
Aquí aparece el velo encubridor del fantasma como una trama que tapona la falta en su encuentro agujero con el Otro. Ante el desamparo, el sujeto crea su tela de araña fantasmática que le atrapa en una interpretación fija, lo que hace que el sentido de su relación con el Otro quede cristalizado. Esto lleva inexorablemente a una interpretación oculta, escondida, que tapona el agujero pero a la vez, fija y adhiere al sujeto a un objeto particular.


Será esta interpretación fantasmática la que actuará como defensa para el sujeto frente al real pero inconscientemente, y en reconocimiento de este acto de servicio salvador, gozará de su fantasma.
El fantasma es lo más escondido y a la vez lo más evidente del comportamiento.
¿Qué quiere el Otro? ¿Qué quiere de mí el otro?
El concepto de fantasma se sitúa aquí como un remedio para el deseo del Otro, remedio a la angustia que desencadena y una forma de obtener satisfacción. El Otro tiene una falta y por eso pide.
El fantasma se ubica en un lugar intermedio, entre medias, entre lo que se es y lo que se falta ser en el otro. Calidoscopio por el cual el sujeto ve la vida y a sí mismo.
Con el fantasma se pacta para existir defendiéndose del real. Entonces esa relación con el fantasma nos asegura una posición en el mundo, un sostén del propio deseo. Convirtiéndose, así el fantasma en una respuesta que el sujeto da frente al enigma del deseo del Otro.
Al principio de un análisis, el analizante es un sujeto suficiente, dividido en su síntoma y alienado en los significantes del Otro.
¿Qué sostiene el fantasma entonces? Sostiene una seguridad.
Al analizarse, el sujeto conoce la función que su fantasma cumple, como pantalla frente a lo real del goce. El analizante debe lograr un cambio dirigido a plantearse lo que su fantasma cubre.
Aquí se nos presentifica el fantasma como una máquina que se pone en juego cuando se manifiesta el deseo del Otro. Un producto imaginario que el sujeto tiene a su disposición para ciertas ocasiones.
El fantasma no es tanto un ser inmaterial que se nos presentifica, como una fantasía, una ilusión de la imaginación respecto al cumplimiento de un deseo.
El individuo goza como objeto antes de hacerlo como sujeto, el goce primario. El fantasma lo que oculta, lo que guarda, es un saber sobre el goce del sujeto.
El fantasma define al individuo como sujeto, un sujeto sujetado al Otro, al significante.
El enganche a un significante, nos lleva a otros enganches. Si hacemos el trabajo al revés, desenganchamos, llegamos al vacío total, al agujero.
Cuando el sujeto se enfrenta al vacío, se puede inventar algo nuevo.
Entre los ingredientes que conforman el fantasma, está algo no dicho, lo que no pudo ser simbolizado y lo que no pudo ser procesado. Todo ello amalgamado, se encripta en el sujeto y pesa, ese peso aparece en forma de síntoma.
El fantasma es un real en la experiencia analítica, es un resto. En el pensamiento de Lacan es un axioma que lo real es lo imposible. Lo imposible de cambiar.
El problema es cómo conseguir esa modificación subjetiva de lo real. El problema es cómo conseguir con el lenguaje, con los significantes, lo único con lo que el analista cuenta, modificar el residuo real del análisis.
Aquí me gustaría recordar ese precioso concepto de Lacan denominado “significante insensato”, el significante que conlleva a otro, y a otro hasta llegar al insensato que es el último a partir del cual se engancharon los demás. Dejando a cielo abierto la pulsión que apareció bajo la forma de fantasma porque está articulada a los significantes de la demanda del Otro.
El fantasma es un artificio creado para domar el goce y llevar el camino hacia el placer. El goce no conduce al placer sino al displacer.
Freud ya nos decía que los adultos no juegan porque la actividad lúdica infantil es sustituida por un fantasma.
Para crear un fantasma se requieren dos premisas:
Primero, un goce, un placer proveniente de una zona erógena.
Segundo, una representación del deseo.
Aquí podemos apreciar la conexión del fantasma con la defensa del sujeto y con el deseo inconsciente y su realización.
Es por este motivo, que es un problema en el análisis, movilizar la certeza fantasmática.
El fantasma puede ser de sacrificio, de abnegación, de servir al otro.
El velo que recubre la división, es una forma de sostener la propia. Lograr poner límite. Soportar la falta.
En primer lugar hay una dimensión imaginaria, momento para el esclarecimiento, para estudiar la construcción fantasmática y sus significantes. Todo esto tendrá efectos terapéuticos, cambios, pero, lo siento, existe un pero…, no hemos llegado aún al fondo de la cuestión.
Aparece entonces, un segundo lugar, donde prevalece una imagen en el sujeto que corresponde a una falta en el sistema simbólico, y este si es el momento de desinvestir, ese punto fijo excesivo de quantum fijado a un objeto. Ahora es el momento de desfijar y reinvestir en otra cosa.
El obsesivo obediente subleva con el Otro caprichoso, el Otro gozador.
¿Dónde está el sujeto  del goce?
El fantasma fundamental es lo que viene a encarcelar el goce.
El analista tiene que utilizar el análisis para darse una vuelta entre bastidores, porque se trata no de la desaparición del fantasma sino de no ser engañado por el propio fantasma.
El fantasma se ubica como lo que cubre la angustia suscitada por ese deseo del otro, pero también, la angustia misma aparece cuando hay un desfallecimiento de la cobertura fantasmática.
En este Fort-Da  entre fantasma y angustia llegamos a reconocer que el fantasma jamás desaparece, se atraviesa para ver lo que hay detrás, en la trastienda, que es nada, el vacío.
Pero el vacío tiene semblantes y son esos semblantes a conocer lo que denominamos atravesamiento del fantasma.
Atravesar el fantasma es aceptar que no existe un tesoro secreto en el propio sujeto, que el soporte del sujeto es puramente fantasmático. El sujeto se ha convertido en una fantasía, lo que fantasea que el Otro desea de él. No hay un objeto entre medias de su deseo y del deseo del Otro, sino que es el deseo del Otro el único que media entre el “sujeto falsamente creado” y el “sujeto real” que se ha perdido en toda esta historia.
El sujeto atraviesa el fantasma cuando se da de bruces frente al horror de su trauma.
Aunque deje de creer en el Otro, cree en la existencia de su síntoma y el significado inconsciente que posee.
Pero el fantasma verá reducido su sentido, se vaciará de goce.
Al conocer la función de su fantasma, el analizante modifica su relación con el goce que extraía gracias a él. Este hecho, ya de por sí, produce efectos en la clínica, produce efectos terapéuticos, no es necesario mucho más.
El síntoma desaparece, se pulveriza cuando el fantasma vacía al síntoma de sentido.
Atravesar el fantasma, es saber en cada ocasión, a modo de membrana celular permeable, qué viene del lado de nuestro propio deseo y qué viene del fantasma.
Convertidos en sujetos en aviso, alertados, que sostenemos nuestro deseo como la única verdad del inconsciente, sin caer en las redes-trampa del fantasma imaginarizado en otro gozador, que ya se ha caído.
Dejar de sostener al Otro como una completud implica algo excepcional, recuperar la libido al servicio de nuestro deseo.
Nadie impide ya al sujeto posicionarse al lado de su deseo. El sujeto recupera la libido retenida en el Otro como objeto privilegiado.
Esta es la clave.
Por ello se habla de atravesamiento y no de desaparición del fantasma.
Pero el sujeto estará advertido.
El analizante ha realizado un atravesamiento de ciertas identificaciones, así como, la caída del Gran Otro. En definitiva, el fin de análisis es el logro de una modificación de la relación del sujeto con lo real del fantasma, por ello es que fin de análisis no es fin de síntoma sino el logro de atravesar el fantasma.
Los síntomas se reducen, se transforma, y hay un alivio en el padecer, el sujeto deja de dar consistencia al Otro, se enfrenta a la castración y cambia su posición respecto a ella.
Se atraviesa el fantasma cuando el sujeto deja de creer en su ficción y ello produce un efecto en la relación con el Otro y con el proceso de cambio en los fundamentos del ser, con consecuencias en la vida del sujeto.
El sujeto se identifica con aquello del síntoma que se muestra más real y por ende más difícil de transformar, forma de enfrentarse a lo incurable.
Al final del análisis, el analizante puede convivir con ese incurable que es el dolor de existir, puede llevar la castración con estilo. El analizante ya no cree en los Reyes Magos, ha conocido mejor sus coordenadas simbólicas e imaginarias, ha podido vaciarse poco a poco de su goce, aunque jamás del todo.




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