Próximamente libro EL FANTASMA, volumen 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo (LaTE), bajo la dirección de Cristina Jarque, con la participación de 45 coautores.

 

Próximamente libro EL FANTASMA, volumen 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo (LaTE), bajo la dirección de Cristina Jarque, con la participación de 45 coautores.
Introducción
El fantasma no es solo una frase. Es una estructura psíquica. El fantasma retorna, marca el cuerpo y la historia. ¿Qué se repite en la escena fantasmática? ¿Qué goce se juega en esa escena que duele y sostiene al mismo tiempo? En este nuevo libro, 45 coautores nos invitan a pensar el fantasma, no solo como velo, sino como una escena inconsciente que da forma a nuestra relación con el deseo, el amor y la verdad. Desde la clínica y el psicoanálisis, este libro explora con una lucidez potente cómo la repetición del sufrimiento puede convertirse en vía de creación y transformación. ¿Qué se oye en el fantasma? ¿Qué voz lo habita, qué eco lo repite? Este libro nos lleva a recorrer el continente del fantasma, donde tanto la voz como la mirada (ambas como objeto a) se duplican, se alucinan, se invocan. Frente al sueño, que cristaliza representaciones, el fantasma es ambigüedad, escena abierta, montaje pulsional. En este libro encontraremos textos valientes, conmovedores y necesarios, que proponen un pasaje: del objeto del deseo del Otro al sujeto de su propio deseo.
En esta introducción, quiero comentar algunas reflexiones en torno a la potente fotografía que engalana la portada de este magnífico libro, que es el número 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo España.
El león que nos mira.
Hablemos del fantasma en la fotografía titulada “Narciso” de Pedro Jarque.
¿Puede una imagen revelarnos algo del fantasma del sujeto? ¿Qué nos interpela desde el ojo animal, desde la lente del fotógrafo, desde el campo inconsciente? Estas preguntas, lejos de buscar respuestas concluyentes, se abren como umbrales a una experiencia estética y clínica que tiene en la obra de Pedro Jarque un dispositivo privilegiado para pensar lo visible, lo mirado, y aquello que, sin mostrarse, nos confronta, es decir: el fantasma. El león que nos mira es el “Narciso” de Pedro Jarque, una premiada fotografía que adorna la portada de nuestro libro. Freud introduce la fantasía como una construcción psíquica que condensa deseos inconscientes, a menudo ligados a escenas primitivas que el sujeto fantasea, aun sin haberlas vivido. Lacan retoma este concepto y lo eleva a una función estructurante: el fantasma, que opera como una pantalla entre el sujeto y el deseo del Otro, sosteniendo una forma de goce que da consistencia a la subjetividad. No se trata de una ilusión, sino de una escena montada que organiza la relación del sujeto con la falta. La elección de Narciso para la portada no es casual: esta imagen, aludiendo al mito y a su dimensión especular, capta visualmente la lógica del fantasma como montaje imaginario en el que el sujeto se mira y se pierde. En este punto, arte y teoría psicoanalítica se enlazan, haciendo visible lo que en el inconsciente se trama. En el mito, Narciso queda capturado por su propia imagen reflejada en el agua: se enamora de sí mismo sin saber que ese otro que contempla es él mismo. Esta fascinación lo lleva a la muerte, mostrando el carácter mortífero de la identificación narcisista. Lacan retoma esta estructura en su teoría del estadio del espejo, en la que el yo nace de una identificación imaginaria con una imagen totalizante del cuerpo. Es un momento fundacional del sujeto, pero también de alienación: el yo se constituye fuera de sí, en el campo del Otro. Esta imagen especular (unificada, coherente, ideal) se convierte en la base sobre la cual se construye el fantasma. Pero el fantasma no es solo imagen: es una puesta en escena donde el sujeto se ubica como objeto del deseo del Otro. En la fórmula lacaniana del fantasma el sujeto barrado se articula con el objeto a, ese resto inasimilable que encarna el goce. El fantasma entonces permite al sujeto sostener una cierta relación con el deseo, filtrado por una imagen o escena que lo protege de lo real del goce. La fotografía Narciso, al presentar esa captura especular, nos confronta con el montaje imaginario que encubre la falta estructural. No muestra simplemente un yo que se mira: muestra al sujeto atrapado en una escena que se repite, donde se confunde la mirada con el ser, el deseo con la imagen, el goce con la muerte.
Así, “Narciso” en la portada del libro “El fantasma” no es solo ilustración, sino resonancia: un eco visual del dispositivo fantasmático que sostiene al sujeto en su estructura y lo mantiene a salvo (aunque al mismo tiempo lo condene) de lo insoportable del deseo.
En la imagen del libro (la fotografía de un león agachado sobre el agua, cuya mirada frontal se refleja en el espejo del agua) se condensa una tensión estructural que remite directamente a lo que Jacques Lacan llamó la esquizia (schize) del ojo y la mirada. El león no sólo mira: nos mira. O más bien, algo nos mira desde él, y nos sitúa, como espectadores, en el lugar de quien es mirado sin saber exactamente por qué o por quién.
Esta escisión (schize) entre el ojo (órgano de la visión, mediador fisiológico del mundo) y la mirada (función pulsional, efecto del deseo del Otro) es fundamental para comprender cómo la imagen de Pedro Jarque se transforma en acontecimiento escópico. El sujeto, nos dice Lacan, no se reduce a quien ve, sino que se constituye como tal al ser visto. La fotografía de Pedro Jarque, en este sentido, no es sólo una representación de un animal: es una escena en la que el sujeto del deseo es convocado por la mirada misma de la imagen.
El león, inclinado sobre el agua, remite de forma inmediata al mito de Narciso. Pero en este caso, lo narcisista no es simplemente el reflejo especular, sino la alteridad inquietante que se aloja en el doble. No hay aquí contemplación enamorada sino una especie de reconocimiento imposible. Lo que retorna desde el reflejo no es el yo ideal, sino el goce del Otro. El reflejo no tranquiliza, sino que perturba.
El rostro del león, de una simetría imponente, parece surgir de las sombras para afirmarse como figura totémica. La intensidad de su mirada atraviesa la lente y apunta, como una flecha, al sujeto que observa. Pero justo debajo, ese mismo rostro duplicado en el agua introduce una división: una imagen que no es imagen, una forma que no es forma, un retorno de lo mismo en clave de inquietante extrañeza.
El fantasma escópico se instala en este punto exacto: entre el león que mira y su reflejo, entre el ojo del animal y el ojo de la cámara, entre la mirada que lanza la imagen y la del espectador que, al recibirla, queda atrapado en la red del deseo del Otro. El deseo de ver se transforma en deseo de ser visto. Y en ese cruce, el sujeto se confronta con su propia división: ve, pero es visto viendo. Se mira mirándose.
Lacan señala que en la pulsión escópica no se trata simplemente de ver, sino de ser capturado por lo que se muestra como inasimilable a la visión. El campo de la percepción, lejos de ser neutro, está atravesado por el deseo. Y ese deseo no es del orden de lo consciente, sino del deseo del Otro. Por eso Lacan insiste: “La mirada, es el objeto a”, es decir, la mirada es ese objeto que, como causa del deseo, nos descoloca, nos hiende, nos falta.
En esta fotografía, el león encarna esa fuerza de lo real que no se deja simbolizar. Su rostro, a la vez magnífico y brutal, actúa como un agujero en lo visible. Y la precisión técnica de Jarque, que logra capturar hasta el más mínimo detalle de la melena, los ojos y el reflejo, no hace sino intensificar esa falta, ese punto donde la imagen se desborda a sí misma.
La paradoja es evidente: cuanto más precisa es la imagen, más escapa a su propia representación. En este sentido, podríamos hablar de un pleonasmo escópico: el exceso de visibilidad revela, no la cosa, sino su imposibilidad. Y es allí donde aparece el deseo: no en lo que se ve, sino en lo que nunca termina de verse, en lo que nos falta siempre. La imagen no está “acabada”, sino abierta, como el inconsciente mismo.
La mirada del Otro: lo animal como punto de real
Lacan afirma que “en el campo escópico, todo se articula entre dos términos antinómicos: las cosas me miran, y, no obstante, yo las miro.” En la obra de Jarque, esta antinomia se lleva al extremo: el león, imagen de lo animal, asume el poder de la mirada. Ya no es un objeto observado, sino un sujeto que mira, que nos mira, y cuya mirada proviene del campo del Otro.
Pero ¿quién es ese Otro? No es simplemente el fotógrafo. Ni siquiera el espectador. El Otro es esa instancia simbólica que organiza el deseo y el goce. El Otro es el lugar desde donde el sujeto es mirado como objeto, donde el deseo se articula como falta y como exceso.
La fotografía, en este punto, se convierte en una escena fantasmática. No representamos al león, sino que el león nos representa. Y lo hace como figura del goce, como emblema de lo real que no se deja domesticar. Su mirada, en tanto que mirada del Otro, nos devuelve nuestra propia falta, nuestro deseo de ser vistos, nuestra angustia de no saber qué se ve cuando se mira.
Desde una perspectiva lacaniana, el inconsciente no es interior ni subjetivo en el sentido tradicional. Es estructural, está fuera, en el lenguaje, en la mirada, en la imagen. Por eso, cuando una fotografía “nos mira”, lo que en realidad ocurre es que el inconsciente se localiza en el campo del Otro. La imagen deviene sujeto. O, mejor dicho, se convierte en el lugar donde el sujeto es despojado de su supuesta centralidad.
El león de Pedro Jarque no es sólo un león. Es también una máscara, un velo, un semblante. Es una forma de mostrarnos lo que no queremos ver: que somos mirada antes que mirantes, que estamos ya insertos en la lógica del deseo antes de poder decidir qué deseamos. Y que toda imagen es, en última instancia, un retorno de lo reprimido, un recordatorio de nuestra división constitutiva.
En este sentido, la fotografía se sitúa en el punto más cercano al acto analítico: hace ver lo que no se ve, pone en juego la esquizia del sujeto, revela la imposibilidad de suturar la experiencia en una unidad estable. Y lo hace no mediante la palabra, sino a través de la imagen. Por eso, en el corazón de esta fotografía, hay una pregunta que insiste: ¿qué nos mira desde ahí?
El trabajo fotográfico de Pedro Jarque, leído desde el psicoanálisis lacaniano, no se agota en la estética ni en el realismo técnico. Su potencia radica en hacer de la imagen un acontecimiento psíquico, una fractura en el espejo del yo, un llamado desde el Otro. El león, al reflejarse en el agua y mirar de frente, nos coloca en la escena de Narciso, pero en una versión invertida: ya no es el yo el que se contempla, sino el deseo del Otro el que lo observa.
En mayo de 2025 realizamos un evento online dedicado a “Fotografía y psicoanálisis”, a partir de la obra de Pedro Jarque. Fue mucho más que una simple presentación de imágenes: fue una experiencia de pensamiento, un espacio donde el arte fotográfico se convirtió en vía regia hacia lo inconsciente.
Pudimos ser testigos de cómo la fotografía, en su silencio elocuente, encarna ese punto de fuga donde el fantasma lacaniano se inscribe sin palabras: en la imagen. Pero también vimos que lo visible no agota lo que hay para ver. Entre imagen y mirada, entre pulsión y deseo, se desplegó un campo de interrogación radical: el de la estructura misma del sujeto.
Porque, como bien lo formuló Lacan, “la mirada es la condición del fantasma”. Y si hay fantasmas que nos habitan, nada mejor que una fotografía para darles cuerpo, para hacerlos visibles en el instante en que nos miran.
La fotografía de Pedro Jarque no se limita a ser vista. Nos ve. Y en ese acto, nos toca, nos divide, y quizá, nos transforma.
 

 

 

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