INTERVENCION EN EL CONGRESO DE LA FEP EN ROMA 2014



El lugar del deseo en la formación del analista
Por Cristina Jarque
Verónica vino a análisis cuando a su hijo de un año de edad le diagnosticaron síndrome de déficit de atención con hiperquinesia. La demanda de análisis se estableció a partir de que ella perdió el control no sólo de su maternidad sino de su vida en general. En el transcurso de las primeras sesiones  Verónica pudo constatar que la vida que estaba viviendo no estaba de acuerdo con su deseo. En un primer momento nada apuntaba a que ella tuviera el deseo de devenir psicoanalista. El transcurso del análisis de Verónica transcurría orientado hacia la comprensión de los síntomas, el enlace de las transmisiones inconscientes, el desciframiento de los sueños y el entendimiento de la organización discursiva de su historia de tal manera que poco a poco el sujeto iba percatándose de los significantes que habían determinado su lugar en el mundo. Hasta un preciso momento que es cuando en el análisis de Verónica un significante se introdujo en lo real.
Parafraseando a Lacan, Néstor Braunstein lo comenta en su artículo La herejía del eterno retorno publicado en el libro El tiempo, el psicoanálisis y los tiempos: Cito: En el tratamiento analítico se gira. No hay sino dar vueltas en redondo. Como los astros. Pero en ese girar se introduce una diferencia. El momento donde se introduce un significante en lo real. El significante que se introdujo en lo real fue la voz. Verónica relataba cómo la hiperactividad de su hijo la angustiaba, pero no podía poner en palabras la causa de la angustia. Hasta que surgió la frase "una voz que nadie quiere escuchar". En ese momento el sujeto tiene una reacción de perplejidad. El llanto cesa y la mirada se orienta hacia el interior de su ser. El corte de la sesión a los 10 minutos de haber llegado confunden al sujeto que en un primer momento se va enfadada pero abre el cuestionamiento de la causa de haber interrumpido la sesión tan pronto. 


Verónica se va perpleja. Podemos decir que hubo un momento donde se introdujo un significante en lo real, en este caso fue la voz. A partir de esa sesión se instaló un antes y un después en el análisis de Verónica. El antes podemos expresarlo en la queja de su problemática maternidad, la queja de su frustración matrimonial, la queja de la vida que estaba llevando que la llenaba de insatisfacción y de ira contenida que se desencadenaba en llanto y amargura. El después lo observamos en el cambio, la diferencia. A partir de que Verónica queda perpleja cuando introduce la voz, hace un cambio porque en lugar de culpar al otro de sus males empieza a centrarse en su manera de proceder. En el Seminario 7, el de la Etica del Psicoanálisis, Lacan hace una lectura de Antígona que nos permitirá diferenciar entre el deseo puro y el deseo del psicoanalista. La historia de Antígona se centra alrededor de un acontecimiento que es el enfrentamiento de sus dos hermanos varones en una batalla producto de la ambición por ocupar el trono de Tebas. Es Eteocles quien romper la armonía porque los hermanos habían acordado que se turnarían en trono de Tebas pero cuando le toca el turno a Polinices, Eteocles no quiere cederle el trono y Polinices decide hacer la guerra contra su propia ciudad para hacer valer el acuerdo que habían preestablecido ambos hermanos. Estos hechos nos llevan a decir que fue el capricho y la ambición desmedida de Eteocles lo que lleva a que los dos hermanos se enfrenten entre sí, trayendo como consecuencia que se dieron muerte uno al otro. Habiendo muerto ambos herederos al trono de Tebas, Creonte, el hermano de Yocasta asciende al trono y decide, por un lado, dar sepultura al cadáver de Eteocles, y por el otro, dejar sin honores el cadáver de Polinices. De esa manera, el cuerpo de Polinices queda tirado en el campo de batalla, yaciendo sin sepultura, expuesto a la mirada de todo el pueblo para convertirse en carroña de aves rapaces y perros hambrientos. La primera pregunta que nos viene a la mente es: ¿Por qué decide eso el tío Creonte? Dicen que la decisión de Creonte se basa en el hecho de que en Tebas, la ley condenaba a dar sepultura a los traidores. Polinices es considerado traidor de su Patria porque ha hecho la guerra contra su propia ciudad. Esa es la razón por la que Creonte condena a su sobrino Polinices. ¿Qué es lo que queda de la familia marcada por el incesto? Quedan las dos hermanas: Antígona e Ismene. Es importante constatar que el pensamiento de las hermanas estará marcado por una diferencia radical que las coloca en oposición: por un lado, Antígona está desesperada, angustiada, no puede soportar la idea de que su hermano quede sin sepultura, y, por el otro, Ismene piensa que hay que dejar la decisión a Creonte y desentenderse del asunto porque después de todo, es Polinices quien se lo buscó. Cabe destacar que de las dos hermanas, la que tiene un futuro que promete felicidad, amor, dinero y todo lo que se puede desear en tanto mujer y sujeto, es Antígona, pues es ella, Antígona, quien está prometida a Hemón, el hijo de Creonte y Eurídice. Podemos deducir que como Creonte y Eurídice son los reyes de Tebas, su hijo es príncipe consorte y futuro rey, con lo cual, Antígona al casarse con Hemón se convertiría en la futura reina de Tebas. Estos hechos son los que intrigan cuando se trata de esclarecer los motivos que tiene Antígona para renunciar a un destino tan prometedor, y es en sí, el meollo de todo el asunto. Se trata de arrojar cierta luz a la causa que motiva el deseo de Antígona, deseo de renunciar a una vida terrenal por lo que parece ser una reverenda estupidez, un capricho, una obcecación… ¿Será eso? ¿Se tratará simplemente de una cuestión de terquedad? ¿Será una competencia entre ella y su futuro suegro del tipo "a ver quién gana"? Estas son preguntas que se han ido estableciendo a través de las diferentes lecturas que cada quien hace de la obra y que, como todos sabemos, son respondidas de manera subjetiva y particular, intentando dilucidar una verdad que siempre será "no toda". Sigamos con los hechos contundentes: resulta que Antígona toma su decisión, una decisión inamovible, marcada por lo que Lacan llamará "un deseo puro". Antígona decide sepultar a su hermano Polinice a sabiendas de que su acto puede llevarla a ser condenada a muerte porque la ley de Tebas prohíbe enterrar el cuerpo de quien es considerado un traidor. Ismene aconseja a Antígona para que desista de su propósito pero Antígona argumenta su posición diciendo que puede padecer la muerte porque la muerte no es ningún sufrimiento para ella, comparado con el sufrimiento que representaría tolerar la idea de que el cuerpo del hijo de su madre se quedara sin tumba en este mundo. Parece que en este punto nos encontramos con la esencia del acto de Antígona que está motorizado por el deseo puro. Lacan en el Seminario 11, el de los Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis dirá la siguiente frase: “El deseo del analista no es un deseo puro. Es un deseo de obtener la diferencia absoluta, aquella que interviene cuando confrontado al significante primordial, el sujeto viene por primera vez en posición de sujetarse a él. Solamente aquí puede surgir la significación de un amor sin límites, porque está fuera de los límites de la ley, allí donde solamente puede vivir.”  
Es una frase compleja pero afirma con certeza que el deseo del analista no es un deseo puro y en ese sentido hace una diferencia con el deseo puro de Antígona. Podemos decir que el deseo puro se convierte en pura pulsión de muerte que destruye y que no da oportunidad a la expresión del amor en su ternura humana. El deseo del psicoanalista no es un deseo puro porque tiene una relación diferente tanto con el amor como con el goce por ello sería una apuesta a obtener una diferencia absoluta en lo singular de cada caso. Volviendo al caso de Verónica podemos decir que en ella se obtuvo esa diferencia absoluta que la llevó a colocarse en posición de analista. Este paso surgió después de comentar una escena que acontece en su vida presente: la analizante dice que en su trabajo apunta a la falla del jefe de la empresa y se hace echar. Cuando el jefe la echa le dice "eres una voz que nadie quiere escuchar". Esta escena del presente permite que Verónica asocie la voz incordio con el síntoma de hiperactividad del hijo. Mi hijo incordia dice ella, igual que incordio yo. Mi hijo es un niño que nadie quiere cuidar igual que yo soy una voz que nadie quiere escuchar. Pero ni mi hijo, ni yo, queremos hacer nada para cambiar. En este momento Verónica nos pone en contacto con lo que podemos llamar el clivaje de su deseo, es decir que hay dos contenidos en su discurso que son contradictorios.
Roland Chemama en la pág, 170 y 172 del libro (La psychanalyse comme éthique) El psicoanálisis como ética, Editorial Érès dice, cito: el discurso psicoanalítico más que cualquier otro discurso permite concebir que el deseo no es solamente la fuerza irresistible que nos habita sino que tiene en sí mismo sus propias contradicciones por lo cual podemos hablar de clivaje. Este clivaje es una noción paradójica pues implica dos contenidos contradictorios que pueden subsistir en un mismo sujeto sin influenciarse mutuamente. Es la contradicción interna del deseo lo que hace la dificultad de una ética del psicoanálisis. En Verónica (en ese momento de su análisis) lo que hay es una contradicción interna del deseo. Ella se da cuenta de que el hijo hiperactivo no es hiperactivo por una cuestión física como se lo venían diciendo los neurólogos sino que su hiperactividad es un síntoma que está unido a la voz de la madre. En otras palabras que la madre es en tanto voz un incordio para el otro al igual que el hijo en tanto hiperactivo también lo es. No obstante darse cuenta, algo del orden de la pulsión hace que Verónica tenga la contradicción de quedarse pasiva ante eso que ha organizado su existencia.

El sujeto permanece encerrada en ese clivaje durante un tiempo hasta que en un sueño aparece su abuela. El recuerdo de la abuela vuelve a poner en marcha las asociaciones sobre la voz. Verónica cuidaba a su abuela cuando era niña. Todas las tardes iba a escuchar a la abuela. La voz de mi abuela dice Verónica era una voz que nadie quería escuchar. Pobre abuela a nadie le interesaba lo que decía. Cuando Verónica enlaza la escena de la abuela con su propia historia logra ir más allá de los efectos terapéuticos que están teniendo lugar en su análisis. Es decir que (en este caso) el sujeto no da por terminado el proceso analítico aún cuando han tenido lugar importantes efectos terapéuticos en su vida. Porque en el transcurso del análisis Verónica ha cambiado de trabajo para bien, ha logrado dejar de incordiar a los jefes, se ha divorciado y tiene una nueva pareja de amor con una relación bastante más sana y equitativa que la que había vivido con el padre de su hijo. También ha habido modificaciones terapéuticas en su maternidad. El hijo está en análisis con un psicoanalista de niños que ha podido trabajar la hiperactividad del niño en tanto síntoma. Además esta actitud activa del niño va controlándose cada vez más porque en la medida en la que avanza el análisis de la madre, avanza también el del hijo. ¿Por qué este sujeto sigue en análisis cuando otros se van apenas encuentran resultados terapéuticos? La respuesta tenemos que encontrarla en el lugar del deseo en el futuro analista. Verónica empieza a plantearse devenir psicoanalista. El deseo surge en el momento en el que se recuerda a sí misma escuchando a la abuela. Nadie quería escucharla dice Verónica, sólo yo. Ahora me doy cuenta de que eso es justamente lo que yo quiero hacer: escuchar la voz que nadie quiere escuchar. ¿Para qué? Le pregunto yo. ¡Para que puedan hablar! Me contesta sin chistar.
Gérard Pommier en el libro El desenlace de un análisis, pág. 204 comenta algo muy interesante en relación al lugar del deseo del analista. Cito: un deseo se inicia como deseo del analista en el punto mismo en que la transferencia cesa de reclamar la presencia, pasa y se invierte: de lo que hace causar a lo que causa.
Muchas gracias.

No hay comentarios: