PASIONES DESENFRENADAS: DE EROS A TÁNATOS
Por Soledad Godano
Psicoanalista en Aranjuez
Buenas tardes a todos en primer lugar. Quiero agradecer a todos vuestra presencia, y nuevamente el incansable esfuerzo de Cristina Jarque y de la Organización de estas jornadas por seguir creyendo en el psicoanálisis, pero sobre todo, en su difusión, en su enseñanza y en su transmisión. Además, quiero saludar a mis compañeros de mesa quienes han elegido a estas grandes y apasionadas mujeres para ayudar a desentrañar el enigma de las pasiones.
Intentaré llevar a cabo esta tarea, desde la más sincera conciencia de mis limitaciones, desde el profundo respeto por este increíble auditorio, y por supuesto por mis compañeros de mesa esta tarde. Hoy nos congregan aquí dos temas: el primero es nuestra pasión por el psicoanálisis como catalizador de la realidad, y el segundo son las pasiones desenfrenadas. Adjetivo éste que a mi entender, cambia completamente la connotación de la pasión hasta llevarla a extremo.
La pasión como concepto per se, puede resultar tentadora, atractiva. Si dejamos nuestra mente asociar libremente (o al menos, en este caso la mía, y debo confesar cierta inquietud teniendo en cuenta la profesión predominante del auditorio presente), esta palabra “pasión”, nos puede llevar a relacionarla con el romanticismo, con la motivación, con el compromiso. El realizar nuestro trabajo apasionadamente, o dedicarnos a quienes queremos con pasión parece ser un estado ideal de plenitud, o de felicidad.
Pero, al añadir el desenfreno, todo esto cambia radicalmente. Porque el desenfreno a priori no tiene nada de idílico, ni de idealizado (salvo para quienes se entregan él, pero para eso, os remito al volumen 6 de la colección de lapsus de Toledo, cuyo tema son las perversiones).
Al pensar en el desenfreno, pensamos en un coche sin frenos (en cuesta abajo), pensamos en la falta de control, en la imposibilidad de “echar el freno”, en la pérdida de control.En francés la palabra “déchaînées” nos remite a un concepto mucho más lacaniano aún, nos remite al “des anudamiento” de una cadena. Y aunque pueda resultar contradictoria la traducción de un idioma a otro (contradictorio debido a la alusión de romper una cadena, o desencadenar), sea hablado en una lengua o en otra, este desenfreno redunda indefectiblemente en una pérdida de libertad. Y cuando nos referimos a la pérdida de libertad, a menudo entra en juego nuestro trabajo como analistas, porque a mi criterio, esa sensación de pérdida de libertad, suele ser (aunque formulado muchas maneras) una demanda bastante frecuente de quienes acuden a la consulta en busca de ayuda. Es decir que, cuando la angustia, el sufrimiento o los síntomas toman el control, es cuando el sujeto desbordado hace su demanda. Y en el caso de la pasión desenfrenada, más se la sufre, que se la actúa deliberadamente.
Pasión y pulsión no se reprimen, tal como queda demostrado en las compulsiones, dónde puede observarse un apasionamiento por el objeto destructor, una atracción irresistible hacía el objeto que propicia éxtasis en el mismo instante en que hace el mal. Desde este punto de vista, la pasión que mata debería naturalmente ocasionar aversión y rechazo, pero paradójicamente causa fascinación. La paradoja de la compulsión radica en que el sujeto se siente atraído por lo que se constituye en su enemigo íntimo y que en lugar de ocasionarle bienestar y felicidad, lo atrae hacía la miseria, el fracaso y la soledad.
Toda pasión es una puesta en tensión del deseo y una intensificación de las emociones, peroal hablar de pasión, debemos a mi criterio, hablar de relación pasional: relación en tanto que hablamos de un sujeto y de la relación que el mismo establece con el objeto de su pasión. Podríamos entonces hablar de la relación pasional como una relación de asimetría en la cual un objeto se convierte para el sujeto en fuente exclusiva de placer. Ahora bien, el que dicho objeto sea entonces fuente exclusiva de placer, lo hace virar del registro de placer, al registro de necesidad (y por tanto, nuevamente a la pérdida de libertad a la que me refería hace un momento).
Para comprender la connotación de este concepto de “necesidad”, merece la pena apostillar que, desde el psicoanálisis, planteamos una diferencia entre la pulsión y el instinto. Decimos que la pulsión no nace del cuerpo biológico ni de las necesidades biológicas, sino que se constituye por la particular relación que el niño tiene con su madre, con quien establece en primer lugar una relación apasionada, y por tanto pulsional.
En este primer tiempo de la constitución subjetiva, a pesar de nacer en un mundo sostenido y articulado por el lenguaje, esta relación primordial sólo es posible a través de su cuerpo. De su boca, de sus voz, de la mirada estructurante de esa madre hacia su hijo. Y es a través de esta mirada, de esta piel, y de esta voz, que la madre le transmite a su hijo, desde el primer momento de vida (e inclusive antes de nacer) su deseo. Aquí es donde apelaremos a la presencia fundamental del padre para alcanzar la triangulación. Un amor más allá del niño, que ponga límite al desenfreno pasional que una madre puede volcar en su hijo.Un deseo más allá, que vuelva a instaurar la falta. En la estructuración de este lazo primordial, esta madre es entonces la única fuente de placer, pero a su vez, la única fuente de frustración que sostiene a este niño en un primer momento.
Ahora bien, de la misma manera que en el caso de la pulsión, podemos situar la pasión en el límite entre lo psíquico y lo somático. Y al referirnos a la necesidad corporal (vital) de esta pasión la entendemos como reactivación de las experiencias primordiales, en las que, lo que causa el deseo tanto como lo que causa la angustia da lugar al lazo primero e indivisible (aunque muchas veces alterado).
Pero volvamos al sujeto adulto: en una relación pasional, de carácter duradero a diferencia del enamoramiento, el proceso incluye la idealización del objeto. De lo que se trata es de otorgar al objeto el poder de ser imprescindible y por lo tanto (nuevamente) el poder de provocar el máximo sufrimiento. He aquí la esclavitud de la pasión. En esa zonaes dónde trabaja la pulsión de muerte. Se puede matar o morir “por amor”, se puede matar o morir ante la falta de un objeto adictivo. La dualidad del estado apasionado del desenfreno.
A priori todos tendemos a buscar esa satisfacción perdida antaño. Llenar ese agujero. Taponar esa hendidura, esa falta. Hablaríamos entonces en términos freudianos de Eros, de la búsqueda de placer. Pero cuando el sujeto comienza a vivir el desenfreno de la pasión, esTanatos quien entra en acción. La pulsión de muerte devora entonces a este sujeto.
En la mitología griega, Tanatosera una criatura de una oscuridad escalofriante. Representaba la muerte, pero no la guerra, ni la sangre, sino la muerte sin violencia; su toque era suave, como el de su hermano gemelo Hipnos.Tan suave como llegada de la muerte o el vacío que puede aniquilar a un sujeto desenfrenado por su pasión.
En psicoanálisis, el concepto de pasión le reconoce mayor potencia a Tanatos que a Eros. Oculta tras los imperativos del amor, la pasión, que lo incluye, pone en escena también, el odio y la pulsión de muerte. Pero es sigilosa como Tanatos, puesto que el vínculo pasional, puede aparecer a priori ante el sujeto angustiado, como una alternativa de salvación, o como sustracción inmediata de la angustia.
El carácter del vínculo pasional es dual, omnipotente y asimétrico. Excluye la aceptación de una relaciónen la que se reconoce la existencia de dos sujetos diferentes y la autonomía de cada uno de ellos. Considerado desde el lugar del sujeto atado al poder del otro, el anhelo ya no radicará entoncesen conquistar un vínculo de a dos, sino en llegar a la fusión de ambos en uno.
Pero al mismo tiempo el sujeto padece en su cuerpo la esclavitud de estar bajo el dominio de un discurso que lo aliena: es «la pasión del significante: la inscripción en el inconsciente de la parte de goce perdido»en palabras de Lacan. En este sentido, cada pasión atestigua el enredo de la vida y la muerte, es una misma figura capaz de representarlas a las dos.(Otra vez la dualidad.)
Pero para abandonarse a esta pasión, cada sujeto deberá encontrar su propio objeto, y en cuánto a esto, no existe unaúnica posibilidad. El mismo puede ser encantador o espantoso, encontrado casualmente o buscado con ahínco, amorosamente idealizado o rechazado con odio. Puesto que lo que está en juego es la identificación con ese objeto que podría colmar la falta y garantizar de esta forma la existencia del deseo del Otro. La pasión no sería entonces otra cosa que la búsqueda de una certeza. Pero ¡ay de él!, cuando llega al frenesí, tal como en las formas patológicas (o desenfrenadas) de lo pasional, en las que el sujeto atormentado por el vacío se consume y se destruye. La pasión intenta fijarse en el ideal, pero finalmente sólo se sostiene en el odio. En efecto, cuando la alteridad es insoportable y la confusión peligrosa, el otro sólo puede ser alcanzado en la violencia de la pasión.
Cuál es nuestro papel como analistas en esta ecuación: Puesto que todo sujeto varado por la falta busca incansablemente ese objeto capaz de restablecer la unidad, la plenitud, y puesto que los analistas, como sujetosirremediablemente hemos transitado por ese mismo proceso vital y analíticamente, nuestro trabajo consistirá en ayudar al analizado a perder la pasión para alcanzar el deseo.El trabajo no consistirá en la anulación de las pasiones sino su pacificación, en la medida en que permita al sujeto averiguar qué es lo que se juega en el orden de la repetición, y cuáles serán las posibilidades de realización de este deseo que subyace. La clave será entonces cómo trabajar un vacío que se juega en lo Real, y transformarlo al registro de lo Simbólico. Volver a actuar en el Lenguaje, lo que en el cuerpo lo llevaría a la destrucción.
El espacio terapéutico se presenta como un ámbito posible para la puesta en escena de una relación pasional, teniendo en cuenta que será en ese espacio y en ese vínculo en el que el paciente transferirá su realidad construida sobre la base de sus vínculos infantiles, con la actualización de sus angustias y ansiedades más arcaicas. Un sitio donde el sujeto logre inventarse una posición singular que le permita desear, gozar y amar con un estilo propio. "Liberarse de las cadenas del objeto" en palabras de J.A. Miller.
Dice Miller que si algo tiene un sujeto para perder son sus cadenas, las cadenas del objeto perdido. Cada quien se encuentra encadenado a su objeto perdido, "y en el análisis tiene la posibilidad de perder las cadenas que lo atan". Digamos entonces que se espera de un análisis que dé al sujeto analizado la posibilidad de diferenciarse del objeto de la pasión.
Para concluir, quisiera leer una frase de William Shakespeare con la que me topé mientras investigaba para escribir esta presentación:
“Sufrimos demasiado por lo poco que nos falta y gozamos poco por lo mucho que tenemos.”
Muchas gracias
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