CAMILLE CLAUDEL: UNA PASIÓN DESENFRENADA.
Por Estrella Fernández Romeralo
Estudiante de psicoanálisis, integrante del cartel, trabaja en Toledo
Camille Claudel fue genialidad, belleza, pasión desenfrenada, locura y desgracia.
Toda pasión es una puesta en tensión del deseo y una intensificación de las emociones. Cuando un sujeto es tomado por la pasión, la sufre más que la actúa y si desborda los límites del yo, si se trata de una pasión desenfrenada, el sujeto es empujado a la expansión narcisista o lo amenaza con la disolución . Camille Claudel transitó ambos caminos: la pasión del amor, la pasión del odio. Amorodio.
¿Qué elementos entraron en juego en el desencadenamiento de la pasión sin límite de la escultora? ¿Qué podemos mirar por primera vez más que dar por visto, desde una ética que se circunscribe en el descubrimiento del otro desde el respecto a su diferencia radical? ¿Qué podemos comprender más allá de lo manifiesto desde una óptica psicoanalítica?
Es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas, dice Lacan. Es en el lenguaje que devenimos sujetos. Un lenguaje que nos precede y que nos conforma si bien no lo puede todo. No todo, siempre hay un resto.
Camille Claudel mediante su increíble y extensa obra, desde la lectura de otras voces que también hablaron de ella, mediante su propia voz ahogada en el lamento de sus cartas de encierro... sugiere diferentes paisajes, permite viajar a diversos lugares para mirar, comprender, concluir y donde poder abandonarse también a la digresión.
MIRAR.
Paul Claudel, el gran poeta francés y su amado hermano nos la presenta de la siguiente manera:
“Frente soberbia que vuela sobre unos ojos magníficos, de ese azul oscuro tan difícil de encontrar en otro sitio que no sean las novelas. Una boca grande aún más altanera que sensual. Pujante mata de pelo castaño que le caía hasta el talle. Un aire impresionante de valentía, de franqueza, de superioridad, de júbilo. Poseía una belleza extraordinaria, una energía, una imaginación y una voluntad excepcionales…”.
También diría que “todos esos maravillosos dones que la naturaleza le había otorgado no han servido más que para traerle la desgracia”.
Efectivamente, cuando buscamos y miramos a Camille encontramos las palabras: hermana (de Paul Claudel el gran poeta), amante (del gran escultor Rodin, el padre de la escultura moderna)... Cuando buscamos palabras que la den un lugar a ella encontramos loca, encerrada (30 años hasta su muerte) y en menor medida, escultora.
Por lo tanto, la primera reflexión sobre Camille es que era o estaba desconocida, oculta, no era fácil poder verla por si misma. Pareciera que las voces de otros sobre ella hubieran conseguido borrar su voz propia.
La voz de Camille grita desde sus cartas de manicomio y grita lo siguiente:
“La imaginación, el sentimiento, la novedad, lo imprevisto que surge de un espíritu desarrollado son cosas desconocidas para ellos, mentes obturadas, cerebros obtusos, eternamente cerrados a la luz, que necesitan que alguien les provea. Le decían: ...”nos servimos de una alucinada para encontrar lo que buscamos”. Los hay que, al menos, poseen estómagos agradecidos y serían capaces de dar alguna compensación a la pobre mujer a la que han despojado de su talento: ¡un manicomio!, ¡no!, ¡ni siquiera el derecho de poseer una casa propia! Porque debo permanecer en su poder. Es la explotación de la mujer, el aniquilamiento de la artista a la que se quiere hacer sudar sangre...”. “El lugar que me corresponde no es el que ocupo aquí, (…) después de los catorce años, que hoy se cumplen, de semejante vida, reclamo a gritos la libertad...”
COMPRENDER
La paranoia es una psicosis crónica caracterizada por un delirio más o menos sistematizado, el predominio de la interpretación, la ausencia de debilitación intelectual, y que generalmente no evoluciona hacia el deterioro. Freud incluye en la paranoia no sólo el delirio de persecución sino también la erotomanía, el delirio celotípico y el delirio de grandeza . En Lacan, la estructura esencial de la locura es el desconocimiento. Un desconocimiento que desvela la sublevación del loco que quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presienta como el desorden del mundo. Un desorden del mundo en el que el sujeto no reconoce la manifestación misma de su ser actual y lo que experimenta como ley de su corazón no es más que la imagen invertida, tanto virtual, de ese mismo ser. Lo desconoce, dice Lacan, por partida doble y precisamente por desdoblar su actualidad y su virtualidad .
Si Camille escoge a la locura o la locura escoge a Camille, si uno nace con la posibilidad de devenir loco o la locura está ahí, a la vuelta de la esquina de cualquiera que quiera darle una excusa para acampar, se nos presenta como algo enigmático. A pesar de ello, pareciera que la locura de Camille logró salvarla de algún modo. Al menos en un primer momento, le salvó de un lugar insoportable, quizás del suicidio. Después ya no tuvo poder de decisión, lo que pasó después lo revolvieron otros.
Y a pesar de sumergirse en la pasión de la ignorancia, no pudo evitar la antinomia intrínseca al delirio, en otras palabras, el reconocimiento que supone de algún modo todo desconocimiento.
Camille Claudel transitando por las pasiones del amor, del odio y de la ignorancia. ¿Cómo es que pudo llegar a ser? ¿Cuáles fueron las condiciones de posibilidad? Y en este sentido, el psicoanálisis se propone como el ejercicio de revisar la novela familiar, interrogando lo obvio para construir un ida y vuelta de la historia del sujeto . No saben que lo saben, dirá Lacan.
Ninguno estamos libres de las pasiones del ser y a la vez sí que tenemos un papel en aquello que nos pasa y por lo tanto, una posibilidad de elegir y asumir consecuencias. Quizás Camille Claudel venga a decirnos algo a nosotros. Después del camino recorrido apostamos porque quién quiera conocer a esta mujer puede hacerlo a través de su escultura, fue mediante ella que lo contó casi todo.
Camille la niña, la hija, la hermana. De grandes ojos azules, la bella, coja, valiente, insolente Camille sale dispuesta a comerse el mundo. Se desliza empujada por la potente mirada de su padre quién espera grandes cosas de ella. Espera que sus hijos pongan en el lugar que se merece el apellido Claudel, que hagan mejor lo que él... no pudo. La mejor dotada por la naturaleza es ella, piensa el padre y Camille puede leérselo en la mirada, en la satisfacción y en el orgullo. Camille va lanzada por la vida, fuertemente impulsada por el deseo de su padre mientras se maneja como puede con la mirada de su madre.
Su padre y ella lo saben, la niña tiene don. La madre también lo sabe, quizás es por eso que la desprecia tanto. La madre, claro está, no tiene y tampoco siente a su Camille como una proyección de sí misma. La joven pasará mucho tiempo pensando en por qué su madre no la quiere. Ella nunca será como su madre. Quiere ser otra cosa y, ante todo, puede.
Su madre no lo ignora aunque intente engañarse, tal vez en ocasiones pueda intuir su envidia, su rivalidad, su desprecio, su odio hacia su propia hija. Aunque sinceramente la señora Claudel lo que percibe en cada gesto, aplaudido por su babeante padre, es una agresión y un menosprecio constantes a una madre y esposa sacrificada completamente por sus hijos y su marido. No puede evitarlo, la madre aborrece a su niña y lo enmascara de razón, sentido común y buen juicio: de moralidad, de deber ser. Admirada por su hermano pequeño Paul, desaprobada por la compañera cómplice materna, su hermana Louise, la única descendiente femenina digna de ganarse el lugar de hija ante la madre... Más allá de todo, Camille sabe que será escultora y no una escultora cualquiera. A los doce años, su padre enseña a un artista local la ya numerosa obra de la pequeña escultora, se les pregunta si la niña ha tomado clases del maestro Rodin, ni padre ni hija le conocen, todavía.
Una infancia y adolescencia de Camille marcada por la importancia del nombre propio, por un deseo paterno que la defiende y la sofoca al mismo tiempo. Que le da un lugar de rivalidad con su madre y con su hermana. Cuando el señor Claudel da un puñetazo en la mesa y decide que Camille irá a sus 17 años a París a estudiar escultura, que su madre y hermanos le acompañaran, que la familia se sacrificará por ella, hace ganar momentáneamente a Camille sobre su madre. Una deuda importante de pagar a su padre, casi ¿impagable? y una caída del semblante de la señora Claudel en posición “toda madre” que permite visualizar a la “ mujer rival” pendiente del tropiezo de la otra. Una relación de ambivalencia y estrago con la madre, que le trasmitirá un saber a Camille: ser mujer es dedicarse en exclusividad a sus hijos, destino que rechaza y en el fondo, ser mujer es luchar con otras mujeres por el hombre, entre mujeres lo que existe es una competición, se gana o se pierde.
Camille tiene el orgullo insolente en la mirada, la pose, la palabra, en la osadía con la que vive su vida. Pareciera que alguien la insufló una fuerza descomunal. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Para qué? Ella lo ignora, será su forma de ser. “No puedes luchar contra ese filisteo, pues sólo eres un niño y él es un guerrero desde su juventud...” reza la Biblia. Sólo era una niña. Salvo en contadas excepciones en la que ganó algunas pequeñas batallas, protagonizadas más por su padre que por si misma, la verdad es que nunca pudo con la madre. No pudo ganarla, ni siquiera arrancarle un poco de amor pero en unos años consiguió escapar de su casa y de ella. No resultaría tan sencillo escapar a la idea de que alguien le persigue para hacerla desaparecer. Ese parecía el deseo de su madre hacia ella. Era su madre, ¿por qué no le quería?
Es posible que alguien le contara...como antes de que viniera al mundo fuerte y llena de vida, antes nació Charles-Henri y como el pequeño cerró sus ojos para siempre dieciséis días después. Un año antes de su nacimiento. Como su madre, que había sido una mujer alegre cayó en el mayor dolor y en la más profunda locura. Como su padre comenzó a pasar cada vez menos tiempo en casa y empezaron las discusiones, la distancia que desde entonces fue creciendo entre ellos. Es posible que alguien le contara a Camille que no había sido culpa suya, el que se le iluminara la cara su padre y a su madre se le nublara la mirada cuando ella nació. Extraviados ojos que nunca pudieron sostener la mirada sin que todo se le nublara primero en un dolor crudo, de lágrimas, de la más cruel de las tristezas. Culpable no pudo pararlo, ni siquiera cuando su dolor mudó en rabia, en odio. Los grandes ojos azules de Camille se hacen enormes ante las palabras de la madre: ¡Endemoniada! ¡Usurpadora! Las palabras cobran sentido. Ahora ya puede comprender lo que no está en su mano, pero... ¿podrá creérselo? Camille coloca esas palabras en un lugar que le permiten seguir hacia delante y con el tiempo las olvida. Puede entender que su madre fue una mujer que perdió a un hijo y le cambió la vida. Ahora ya comprende a la mujer que es su madre, condición previa para poder decidir que quiere hacer con ello. Olvida que su madre no la quiso desde el mismo instante en que nació.
Dicho, no dicho o ignorado, en realidad; ambas lo saben. Y cómo consecuencia, Camille deja de sentirse culpable cuando comienza a chillar a su madre, cuando se descubre disfrutando mientras consigue sacarla de quicio o espantarla.
A través de su primera, Claudel conoce la segunda de sus pasiones: la pasión que revolucionará su vida y potenciará hasta lo inimaginable el goce por la escultura. Se llamaba Rodin, el maestro de la escultura. Ella tenía diecinueve, él le sacaba veinte años. Pasión, escultura, genialidad, creación, invención, amor. No hay palabras para describir lo que experimentó la pareja Claudel-Rodin en la doble pasión del amor y la escultura que duró quince años. Quince años en que el precio del sufrimiento, de los celos, de los excesos... valía la pena ser pagado por todo aquello que otorgaba. Dos pasiones fusionadas en el encuentro de dos personas, un encuentro de una potencia tal que su unión reinventó la escultura. Había nacido la escultura moderna de sus cuatros manos y de sus dos cuerpos. No hay palabras para lo que no se ha vivido.
Han pasado quince años apasionantes, los que Niezstche nunca pasaría con Andreas Lou Salomé, ellos podrían haberlos entendido, podrían haber vivido un amor tal. Han pasado quince años. Camille tiene 34 años y no han llegado las grandes promesas que había soñado, no puede decir lo mismo Rodin. Claudel se ha convertido en su sombra y el reproche llega de la boca de su padre. Y de repente, el golpe, que hace que ella abra los ojos, comprenda, pague el precio y decida. Camille ha hecho la pregunta adecuada a Rodin: ¿Rose o yo? Como tantas otras veces, la respuesta de Rodin se enreda...pero hoy algo es diferente. Hoy Camille puede escuchar perfectamente como abandonar a Rose no está en el guión, puede incluso darse cuenta de que ya lo ha oído muchas veces. Sin embargo, hoy es la primera vez que puede escucharlo. Con la mirada helada, regala quejas a Rodin en forma de caricias imperceptibles que dibujan su cuerpo tantas veces amado. Abandonada, le abandona a él como es ella...soberbia.
Es en el seminario 20 donde Lacan introduce el odioamoramiento y en el seminario 22 donde nos advierte que el amor es odioamoramiento. La presencia de lo Real, la irrupción de un instante de algo imprevisible, no determinado... arremete con la omnitud del semblante y provoca un cataclismo. A partir de ese límite Real, el amor se convertirá en odio. El odio, pasión, pathos entra en escena ubicado entre lo imaginario y lo real .
Ella cae en la cuenta: es la amante y no hay otro lugar.
Rodin para Claudel era la posibilidad de un lugar de reconocimiento escultórico y social y, sobre todas las cosas, la de un amor como el que hay pocos, donde desarrollarse hasta el infinito en su pasión por esculpir. El mismo amor al que ahora su amado pedía que renunciara. Ese amor por el que había... matado a su hijos. Y Rodin no pestañea mientras le pide, no sin cierta desidia, que deje ya la misma cantinela...
CONCLUIR
Camille aprende desmasiado tarde que ceder su propio deseo no le da derecho ni poder para hacer que el otro también ceda el suyo, le ha amado con pasión en una fantasía imaginaria que ha permitido que Camille se traicionara a sí misma con espantosa naturalidad. Pero el golpe que permite el cambio, es la falta de reconocimiento de Rodin a Camille. Reconocimiento como artista y como mujer, como potencial madre y esposa, aquello que tantas veces desprecio y también formaba parte de su deseo más íntimo. Reconocimiento, al fin y al cabo, es lo se juega en la relación sexual que no existe. Reconocimiento, con la falta que le hacía a Camille.
Rodin hace ganar definitivamente la partida a la madre de Camille, jaque mate. El precio del cambio, demasiado caro de pagar. Camille concluye que Rodin podrá quitarle el amor, pero no la escultura.
Quizás esta lucha que Claudel inició hasta dejarse la cordura y la vida, fue una lucha de supervivencia por sí misma. Una lucha que sólo puede vencer demostrando(se) al mundo entero, para así tener una mínima posibilidad de convencerse a sí misma. Una lucha a muerte contra el golpe más devastador: lo insoportable. Si demostrara al mundo que la escultura moderna era mucho más Claudel que Rodin podría evitar enfrentarse con su insoportable realidad: todo lo perverso que Rodin le hizo únicamente pudo llegar a ser gracias a la propia traición de Camille a sí misma.
Y de ahí a esculpir como una loca para volver a reinventar su lugar. Pasar de ahí a pensar que Rodin pudiera robarle de nuevo sus obras y venderlas como propias, sólo fue dar un ligero paso empapado en alcohol. De nuevo, vienen a perseguir a Camille, a perseguirla y hacerla desaparecer.
Cuando lo había vendido y perdido todo, cuando se confesó que quizás la batalla estuvo desde el inicio más que perdida, decidió que, al menos, no permitiría que Rodin le volviera a robar su genialidad. Sola, pobre, ebria, esculpe días sin dormir, sin poder dejar de escuchar las voces que la alentaban y alertaban. Desesperada, Claudel coge el mazo, y también a patada limpia, comienza a destruir su obra y a sí misma. Antes de que lo hicieran los demás, sería ella quien se destruyera. Luego, no faltaron a la cita, ya saben, vinieron con gran sed de venganza. ¿De qué se vengaban? Se vengaban de que ella les mostrara su mediocridad. Se vengaban de no poder ser como ella. No era venganza, fue pura envidia.
Camille grandiosa daba miedo y envidia. Tras la muerte de la madre, Paul Claudel a pesar de las recomendaciones de los médicos tampoco sacó a su hermana del manicomio donde murió. Sabemos que la quería, pero quizás pensó que después de todo, volvería a ser un estorbo. Tal vez consciente de lo que habían hecho y a quién, le pudo el miedo. Camille Claudel nunca podrá dar pena a quién realmente la conozca, sólo da ganas de hacerlo mejor.
Camille hoy baila su vals para que no olvidemos su historia y lo hagamos mejor. La pregunta está lanzada: ¿cómo?
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