INTERVENCIÓN EN LAS JORNADAS DE LA FEP EN TOLEDO (Junio de 2013)

LA PASIÓN EN CERVANTES: DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA
Por Jorge Gómez Alcalá
Psicoanalista en Madrid y en Toledo

Para entender lo que queremos decir cuando se habla de pasión voy a seguir el pensamiento del filósofo Baruch Spinoza y lo trataré de articular con algunos aspectos de la teoría freudiana.
Sobretodo con lo que he leído en autores latinoamericanos como Enrique Carpintero y Raúl Sciarreta, éste último que fuera profesor mío en Filosofía y Psicoanálisis. Freud establece que el sujeto está sobredeterminado por el deseo inconsciente. La pasión es la realización de ese deseo. El deseo es un fenómeno de la pasión y su finalidad. Para Spinoza, según Carpintero, el ser humano tiene dos pasiones fundamentales: la alegría que es la pasión por la cual el alma pasa a una mayor perfección y la tristeza que es la pasión por la cual el alma pasa a una perfección menor. La alegría es cuando experimentamos una expansión de nuestra potencia de vida. La definimos como placer y el afecto propio de la alegría muda en amor. La tristeza es la depresión que experimentamos cuando nuestra potencia de vida se encuentra disminuida.

La podemos definir como dolor o melancolía y el afecto propio de la tristeza troca en odio. Pero no creamos que la pasiones en el ser humano son simples y puras están compuestas por alegrías y tristezas, amores y odios en donde siempre hay una afección más poderosa que la otra.

En este sentido pienso la pasión no solo como constitutiva del ser humano sino como principio de toda comunidad y sociedad relacionando la misma con la creatividad y la acción. Es decir la pasión se pone en juego en la acción.

“En el comienzo era el Verbo” así empieza el evangelio de San Juan. La pregunta que se hace el Fausto de Goethe es ¿ Que puede traducirse como Verbo ? ¿ Con qué palabra definiríamos el Logos ?. La traducción sería Razón, Lenguaje, Palabra. Fausto no rechaza ninguna de estas traducciones pero no le alcanza para traducir adecuadamente el término Logos. Finalmente encuentra la palabra: Acción. En el principio era la Acción. No es que Logos no sea expresable en términos de Razón, Pensamiento y Lenguaje. Lo que ocurre es que estos se expresan en la Acción.

También para Spinoza Logos es Acción. Si entendemos la filosofía spinoziana que se construye como un sistema, Dios que es denominado en la “Etica” como sustancia no conoce y luego actúa. Conoce obrando y obra conociendo de manera que, conocer es hacer y hacer es conocer.

En esta acción donde ponemos en juego nuestro cuerpo se plantea la cuestión de la ética. El esfuerzo ético para Spinoza consiste en transformar las pasiones tristes en pasiones alegres. Mientras padecemos somos cautivos de las pasiones tristes y, de esta forma, carecemos de libertad y autonomía. Pero no luchamos contra las pasiones tristes con la Razón sino con la fuerza de las pasiones alegres con las cuales transformamos la Razón en una razón apasionada. Es decir en acción. Pero ya no una acción dirigida por el odio sino por el amor, la solidaridad, el reconocimiento del otro y, por lo tanto, de uno mismo como persona.

Spinoza plantea la unidad en el Pensamiento del mundo de las ideas y de la voluntad. Por ello la razón es consecuencia de la acción.

Llegados a este punto de la exposición definamos algunas características de la pasión. Podemos decir que es algo que el alma padece o sufre. Es algo que toma posesión del sujeto. En el sentido de “posesión demoniaca”. Por ello es algo que insiste en pura repetición de si misma. Aunque la repetición, en puridad, no existe, como nos enseñara Lacan.

Por último, la pasión compromete al sujeto fundándolo y enajenándolo al mismo tiempo.

Estas particularidades nos llevan a afirmar que el sujeto se constituye a partir del trabajo de la pasión que se manifiesta en repeticiones, en reiteraciones que es su aspecto óntico En este sentido a la vez que lo funda en tanto sujeto lo enajena al dominarlo y dirigirlo. Freud llama a esta instancia “demoniaca” que está en el sujeto a modo de un automatismo “compulsión a la repetición”. Wiederholungswang.

Esta define la pulsión de muerte en contraposición con la pulsión de vida. La cual debe domeñar a la pulsión de muerte y ponerla al servicio de la vida.

La pasión es algo que el sujeto padece. De esta manera podemos decir que cada uno tenemos nuestra propia pasión. Lo que nos lleva al destino inexorable del ser humano: su finitud.

Freud ejemplifica lo que vengo afirmando en un texto llamado “El motivo de elección del cofrecillo” y que cita Carpintero. En él encara directamente la problemática de la muerte a través del mito de las Moiras, las diosas de la muerte. Allí describe una escena de la obra de Shakespeare, “El mercader de Venecia”, donde la hermosa Porcia debe tomar por esposo a aquel que elija entre tres cofres el que encierra su retrato. Uno es de oro, otro es de plata y el tercero de plomo. Aquellos que elijen los dos primeros se equivocan. Bassanio, que debe elegir el tercero, gana así a la novia, aunque no sabe como justificar la elección del cofre de plomo. Freud, luego de hacer referencias a otras historias y mitos donde también se plantea elegir, ya no entre tres cofres sino entre tres mujeres -y cuya suerte siempre recae en la tercera-, establece que esta elección está hablando de un desplazamiento en las diosas de la muerte, constituidas por las tres hermanas del destino denominadas las Moiras, Parcas o Nornas, de las cuales la tercera se llama Atrophos, lo inexorable.

Por ello Freud llega a la siguiente conclusión: cito.“La creación de las Moiras es el resultado de una intelección que advierte al ser humano que también él es parte de la naturaleza, y por eso está sometido a la inexorable ley de la muerte. Contra este sometimiento algo tenía que rebelarse en el hombre, quién sólo a disgusto extremo renuncia a su excepcionalidad. Sabemos que usa la actividad de la fantasía para satisfacer sus deseos insatisfechos por la realidad. Y su fantasía, pues se sublevó contra la intelección encarnada en el mito de las Moiras y creó el otro, de él derivado, en que la diosa de la muerte es sustituida por la diosa del amor y por tanto cuanto equivalga a esta en plasmaciones humanas. La tercera de las hermanas ya no es la muerte; es la más hermosa, es la mejor, la más apetecible y amable de las mujeres”. Fin de la cita.

De este modo la elección ocupó el lugar de la necesidad. Así el ser humano ilusoriamente vence a la muerte: uno elige donde en la realidad debe obedecer a la compulsión, el destino. En este sentido no elige a lo más temible sino a la más hermosa y deseable.

Por ello la condición pasional del ser humano nos habla de su finitud. Uno no es dueño de sus pasiones, dominarlas equivale a desaparecer como sujeto. Dejarse llevar por ellas a la locura y la muerte. La única posibilidad es no ser libre de las pasiones sino ser libre en las pasiones.

Luego de este recorrido tratando de delimitar el lugar que ocupa la pasión en la constitución del sujeto la pregunta sería ¿Por qué la mirada convoca a la pasión? Desde el psicoanálisis sabemos que ver y mirar no es lo mismo. Si los ojos tienen la función de ver (desde el punto de vista tópico corresponde a lo preconsciente) la mirada lleva la marca del deseo inconsciente. Esto lo podemos ejemplificar en el proceso de enamoramiento. En él lo que vamos a encontrar son los bellos ojos del amante que no son ojos ciegos sino ojos que miran. La enamorada mira la mirada de él, mira esos bellos ojos en tanto son ojos que miran. Lo que ve el sujeto enamorado es pues otro sujeto que a su vez mira, es decir se expresa.

No se ama una forma o un objeto sino una demanda que es a su vez una respuesta. En esa visión del otro, en esa visión de la visión que el otro tiene de uno mismo, en ese regreso hacia sí que catapulta un nuevo progreso hacia el otro, se halla el verdadero punto de partida de un conocimiento pasional. Este verdadero conocimiento de la pasión son unos ojos que miran esos ojos y no por razón que lo miren a él sino porque al mirarle se expresan y es en esa expresión lo que hace que el sujeto ame y se apasione.

Por ello decía el poeta Antonio Machado “Mis ojos en el espejo/ son ojos ciegos que miran/ los ojos con los que veo”. Es en este proceso donde el sujeto se funda y a la vez se enajena en la pasión permitiendo que, las pasiones alegres triunfen sobre las pasiones tristes, el amor sobre el odio.

Esto nos hace entender la pasión amorosa de Don Quijote por Dulcinea, que era para él la más hermosa de las mujeres y que le motivaba para luchar en contra de las pasiones pulsionales de muerte, encontrada en cada recoveco del camino que transitaba.



Emmanuel Levinas, en “Dios, la muerte y el tiempo” nos aclara mejor la cuestión de la pasión en Don Quijote.

Nos dice Levinas que el mundo está siempre en los límites del conocimiento o el pensamiento a los que se ofrece, de modo que éstos pueden captarlo y comprenderlo. El pensamiento lo contiene y éste que trabaja mediante la captura y la comprensión descalifica a cualquier otro pensamiento que no se encuentre a la altura del mundo, el pensamiento denominada “romántico” o “teológico”.



Ahora bien, este pensamiento descalificado puede significar, como pregunta o como esperanza, una desproporción entre el continente y el contenido.

En realidad sólo Dios es metáfora suficiente para expresar la desproporción.

Esta sería concebible desde un exterior que no es el del mundo, desde un exterior no espacial, un exterior de carácter ajeno, más externo que la exterioridad, que no es suficientemente externa. Lo dice también en “Totalidad e infinito”.



Y como en el mundo todo se negocia, nada resiste, nuestra pregunta plantea como y en que medida puede causar afección lo que es desigual, lo que no puede capturarse ni comprenderse.



La técnica, como destructora de los dioses del mundo, de los dioses-cosas, tiene un efecto de embrujo. Pero la técnica no nos pone a salvo de toda mistificación.

Queda la obsesión de la Ideología, por lo que los hombres se engañan y son engañados.

Ni siquiera el conocimiento sobrio, o que pretende serlo, aportado por las ciencias humanas, está exento de ideología. Pero sobre todo la técnica no protege de la anfibología que yace en cualquier aparición, es decir, de la apariencia posible que se enrosca en toda aparición del ser. De ahí el persistente temor del hombre moderno a dejarse embrujar.



Lo expresa admirablemente Cervantes, cuyo Don Quijote tiene como tema principal, en su primera parte, el embrujo, el embrujo de la apariencia que está latente en toda aparición. Pensemos aquí sobre todo en los capítulos 46 y siguientes de la primera parte en los que el “caballero de la triste figura” se deja embrujar, pierde el entendimiento y asegura a todos que el mundo y ellos mismos sufren un encantamiento.



“Agora acabarás de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces te he dicho de que todas las cosas deste castillo son hechas por via de encantamiento”.(En Castellano antiguo). En la aventura, Sancho es el único que conserva cierta lucidez y parece más fuerte que su señor (“ …jamás llegó la sandez de Sancho a tanto, que creyese no ser verdad pura y averiguada, sin mezcla de engaño alguno, lo de haber sido manteado por personas de carne y hueso, y no por fantasmas soñadas ni imaginadas, como su señor lo creía. Y lo afirmaba.” Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, auque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quien eran todas aquellas contrahechas figuras….”



Estas figuras contrahechas, de las que desconfía Sancho son un cura, un barbero y toda una cuadrilla que han decidido conducir a Don Quijote a su tierra, donde podrá ser curado, y para ello, se les ha ocurrido introducirse en su locura y hacerse pasar por espíritus, cosa que el caballero en su pérdida de entendimiento, no tiene dificultad en creer.



Asi la aventura de Don Quijote es la pasión del embrujo del mundo y de su propio encantamiento.

Hay que destacar que el embrujo se realiza en forma de aprisionamiento en un laberinto de incertidumbres, sin hilo conductor entre los rostros que no son más que máscaras o apariencias”

Dentro de este encierro en el encantamiento laberíntico, Don Quijote muestra, a su manera, la experiencia del cógito en el que se basa una certeza. “yo se y tengo para mi que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi consciencia; que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad”.



Quizás no exista una sordera que permita escaparse a la voz de los afligidos y los necesitados, voz que, en este sentido, seria la verdadera ruptura del hechizo. Voz que provocaría otra secularización, cuyo agente sería la humildad del hambre. Una secularización del mundo mediante la privación del hambre, cuyo significado seria una trascendencia que empezaría no como primera causa, sino en la corporeidad del hombre.



Una trascendencia por tanto, no ontológica o que, al menos, no encontraría su origen ni su medida en la ontología. La ontología reduce a los dioses visibles, pero nos situaría en el lugar de Don Quijote y su encierro laberíntico si no existiera esa otra trascendencia.



¿Cómo salir del cerco donde está encerrado Don Quijote en la certidumbre del encantamiento? ¿Cómo hallar una exterioridad no espacial? Solo en un movimiento que va hacia el otro hombre y que es fundamentalmente responsabilidad. En un nivel muy humilde, en la humildad del hambre, se puede ver diseñada una trascendencia no ontológica que comienza en la corporeidad de los hombres



En este sentido, la naturaleza empírica y animal del hombre debe considerarse como un estallido de la epopeya del ser, estallido en que se abre una brecha, una fisura, una salida en dirección del más allá donde se encontraría un Dios distinto de los dioses visibles.



Todo asombro es poco ante el sordo lenguaje del hambre, sordo ante toda ideología tranquilizadora, a todo equilibrio.

La pasión, como expresión de la pulsión en acto se une aquí a lo instintual, configurando el origen de lo que es el encuentro del amor con la muerte. Es decir el hombre.

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