“HOPPER: El gran voyeurista americano”

Por Belén Rico


Los cuadros de Hopper tienen algo de efecto fantástico y fantasmagórico pero sin despegar del todo de lo real. En un realismo inquietante, asusta porque enfrenta al hombre a la más absoluta soledad, al vacío.
¿Dónde se han ido los otros?, ¿Qué queda de la civilización?
Carreteras vacías, ciudades sin gente, farmacias sin clientes.
La naturaleza plasmada no tiene orientación. ¿Será por este motivo que la civilización se ha perdido en sus cuadros? ¿Dónde está el hombre?.
En los cuadros dedicados al individuo, la escena parece rígida y limitada, hierática, pero nunca muerta, sólo parada. El individuo parece pensar desgarrado por un sentir, su postura en el cuadro nos da la señal.
El personaje, entonces, se hace humano. Hay uno Otro, inerte, que está viviendo un proceso interior, psicológico y aquí sentimos entonces la explosión del realismo, el que el espectador cree sentir al conectar con el mundo interno del protagonista del cuadro.


Dolor, melancolía, soledad, vacío, tormenta interior.

Aquí el cuadro se hace humano y nosotros, ¿dónde estamos?.

Estamos en la ventana que Edward Hopper hos ha colocado cual cómplices de su voyeurismo, para contemplar a otro que al igual que nosotros es humano. Contemplamos al Otro desde el lugar de lo prohibido. A veces el otro está desnudo y no se sabe observado. No nos ha dado su permiso. Característica obsesiva en la obra de Hopper.

Esta transformación que siente el espectador, este mimetismo psicológico y estético al protagonista nos incita a querer comunicarnos con el cuadro y gritar : “no estás sola, estamos aquí, ¿qué te ocurre? ¿podemos ayudarte?”.

El individuo, como abandonado, solo en su cuadro, cobra magia por parecer humano. Ahí radica el aspecto psicológico de toda la obra pictórica de Hopper.

Los personajes realizan actos cotidianos, no hay nada excepcional en esas situaciones pero la penetración psicológica de Hopper nos permite con un solo golpe de vista leer la vida ajena.

Los personajes parecen siempre inocentes, pero seductores, con gran carga sexual en algunas ocasiones, mujeres con aspecto vulnerable, como abandonadas y corpóreas. Son sensuales y su concentración despierta en el espectador una curiosa tensión. En otras ocasiones, habitantes de casas deshabitadas donde el nombre del individuo carece de importancia, sólo importa la situación.

Plástica en estado puro.

Pero la soledad de la obra pictórica de Hopper no es oscura, tiene luz, la luz de la vida, alejada de ensoñaciones, descarnada, poco poética. Refleja un individuo urbano con un drama individual y cotidiano. Este es el lado oscuro del paisaje americano que nos ofrece el pintor.

La iluminación, el encuadre de los personajes, nos introducen en una atmósfera psicológica absolutamente narrativa. Son relatos cortos, visuales, que velan un desasosiego vital.

El sueño americano al revés.

Paisajes fríos, habitaciones sórdidas, no hay lugar a la alegría. Una manera de concebir la existencia. La existencia de un hombre moderno consecuencia del capitalismo del momento.

Habitantes de ciudades, aislados, presos de la monotonía de sí mismos. Individuos alienados en su moderna vida, en la convivencia impersonal de las grandes ciudades, viviendo su soledad con un dolor resignado, adaptativo.

El hombre está ensimismado y la naturaleza está vencida por la importancia que cobra el espacio en el cuadro. Es desconcertante. La obra está repleta de signos arquetípicos de la civilización americana.

Sus famosas casas, fuente de inspiración del cine negro americano, parecen rodeadas de espacio, no de naturaleza.

Somos nosotros los espectadores, voyeuristas del estado de ánimo de personas corrientes con las que compartimos, utilizando nuestra mirada, sus ilusiones, sus tragedias, los verdaderos gozadores del momento.

El tiempo es un instante, el de la mirada, nuestra mirada que espía a un personaje afectado por un suceso anterior, desconocido por nosotros, pero cuyo síntoma se nos muestra en el ahora.

Dependiendo de la dirección de la mirada del protagonista de la obra, dependerá la nuestra. Mágicamente, son ellos quienes conducen nuestra mirada, aquí el cuadro cobra vida, comienza nuestra relación secreta con la obra pictórica. Pero su escena nos conduce a nuestro silencio. Al silencio de los que están ocultos, mirando sin permiso. Jugando a difuminar, utilizando la doctrina freudiana, lo oculto y lo manifiesto.

El voyeurismo pictórico nos hace cómplices de Hopper en un juego íntimo y dramático de gran carga emocional donde la única realidad es la mirada. Nuestra mirada.

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