COLOQUIO EN EL ATENEO DE MADRID MAYO 2012

ACTO ANALÍTICO - ACTO REVOLUCIONARIO
Por Graciela Pérez


Trabajo presentado en el “Coloquio: Marx, Freud, Lacan. Acto Psicoanalítico – Acto Revolucionario. Consciencia de clase – Subversión del Sujeto “, en el Ateneo de Madrid, los días 25 y 26 de Mayo de 2012.

Para comenzar me gustaría decir que cuando uno es convocado a participar en un coloquio, debate, etc., bajo un título cualquiera que sea este, al principio nunca se sabe por dónde ir. O al menos eso es lo que me sucede a mí. Y por tanto desde el momento en que aparece la convocatoria creo que es importante darse un tiempo para dejar que las palabras convocantes resuenen y se enlacen en nosotros como para poder discernir entre sus ecos aquello que más nos convoca o nos atrae para presentarlo en forma de trabajo. Así es que no resulta nunca fácil, pero si atractivo en tanto una vez que decidimos qué hacer, eso, nos pone a trabajar para poder producir.

Y luego, es importante conseguir trasmitir, lo que uno ha trabajado de manera tal que haga eco en ustedes, tanto como para interrogarse acerca del tema y que a la vez puedan darle vueltas y contribuir así al tema que nos convoca con vuestros propios aportes.

En primer lugar me gustaría destacar que el tema de acto analítico está intrínsecamente ligado a la práctica del psicoanálisis en sí misma, a su ética y los principios que la rigen, por lo cual parece pertinente enmarcar el acto analítico dentro de la experiencia misma del análisis, dentro de la estructura misma de la experiencia analítica.

En primera instancia el psicoanálisis es una práctica de la palabra, un discurso .Y en este sentido lo primero que podemos decir del acto analítico es que es un decir, y se distingue así de toda acción, no es un despliegue motor, un accionar. Es liberar la asociación, liberar la palabra, para que el analizante pueda ir armando el tejido de su inconsciente, que lo determina y que muy a su pesar ordenaba sus elecciones, su destino. Porque todo sujeto crea una respuesta inconsciente, a cuál es su lugar en el mundo, qué debe hacer para responder a las expectativas de los otros, o de qué manera ser querido o aceptado, es decir reconocido por el otro.

Es interpretar, pero no solo en el sentido de sustituir un sentido por otro, sino de interpretar apuntando al goce o más bien al plus de gozar. En otras palabras es hacer resonar el goce, tocarlo suficientemente como para que algo de ese goce sea transformado.

En la sesión psicoanalítica pueden aflojarse las identificaciones más estables a las que el sujeto está fijado. Dicho de otra manera el psicoanálisis opera en el camino de las des-identificaciones del sujeto, haciéndolas caer como las capas de una cebolla.

Todo esto sucede en transferencia. El lazo de la transferencia supone un lugar, el lugar del Otro, como dice Lacan. Este lugar es aquel donde el inconsciente puede manifestarse con la mayor libertad en el decir del analizante y por tanto donde aparecen los engaños y las dificultades. Es al decir de Lacan, la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente, o sea que se pone en juego lo libidinal, lo pulsional.

Y es también el lugar donde pueden desplegarse las figuras del fantasma por medio de los más complejos juegos de espejos. El analizante pone en el analista sentimientos, creencias, expectativas y le supone un saber que dará respuesta a lo que le pasa, cuando en realidad es el propio sujeto, él solo, el que puede responder a el padecimiento con el que viene. Y para poder analizar a un sujeto necesitamos justamente que adopte esta posición consistente en percibir algo de su responsabilidad en lo que le sucede, que es lo que Lacan llamó la “rectificación subjetiva”. Responsabilidad en esa creación sintomática, en esos semblantes, que nos coloca en realidad en posición de objeto frente a lo que creemos que son las demandas de los otros. Entonces de la posibilidad de conocer y cuestionar esta posición dependerá nuestro grado de libertad.

Pero el analista no se identificará con ninguno de los roles que el analizante quiera hacerle jugar, ni a ningún ideal presente en la civilización. El analista hará de objeto causa del deseo del analizante, causa de saber. Es la posición del analista que se determina por un acto en el cual la interpretación y transferencia están implicadas y en tanto lo están, Lacan propone plantear el “acto analítico” como consintiendo en soportar la transferencia. Podemos ver así la incidencia de la posición del analista en relación a la producción de un acto, en el sentido de que el acto analítico produce al analista en transferencia.

Es el acto del analista el que da soporte y autorización al trabajo del analizante, y se mide siempre por sus consecuencias. Es a través de las intervenciones: un corte en el discurso del analizante, una puntuación en los decires de éste que el analista puede causar o producir un acto analítico. El acto analítico no es calculable, sino es a posteriori que el analista dirá si hubo acto analítico por las consecuencias que tiene o tuvo algo de su intervención que pudo haber causado o producido un acto.

Así pues desde este punto de vista el acto analítico dependerá del deseo del analista, que no es el de adaptar al sujeto a su medio, ni hacerle el bien, ni siquiera curarlo, sino tomar partido a favor del sujeto, de su goce singular y de su síntoma. Y ésta es la ética del psicoanálisis.

Y aquí pasaríamos a hablar de lo que es el acto analítico ya no del lado del analista sino también del lado del analizante, como lo planteara el propio Lacan: “suponemos el acto analítico el momento electivo en que el analizante pasa a analista”, o sea el momento en que un analizante llega al final de su análisis y puede en definitiva decir “Yo soy eso”, ya no hay más nada qué decir. Entonces el acto analítico, desde el analista, sus interpretaciones en transferencia, sus cortes, sus escansiones, permitirían al sujeto en análisis, volver a situarse en relación a su deseo, tomar otra posición respecto fundamentalmente a la castración , y al goce en tanto fijado, pudiendo liberar esa fijación, y así hacer algo distinto con él, que implique menos sufrimiento. Cómo decía JAM, liberar y fluidificar el goce.

Esto implica un movimiento subjetivo, un cambio radical, una subversión del sujeto. Y a la vez en ese mismo momento el analista como sujeto supuesto saber cae, en tanto no era más que un semblante que cumplía la función de sostener el deseo de saber del sujeto. Por lo tanto el acto analítico se podría decir que consistiría también como lo dice Eric Laurent y lo cito “en poder sostener un tal decir sin el apoyo del sujeto supuesto saber”.

De este modo el acto analítico implica siempre un antes y un después.

El psicoanálisis apunta entonces, a la singularidad de cada sujeto, a su ser y a las contingencias que le formaron como sujeto. Apunta a que cada uno pueda vivir conforme a su singularidad, apunta a la diferencia.

El dispositivo analítico es un empuje a la verdad, incluso a sabiendas de que esta verdad es siempre mentirosa, a que el analizante acepte, descubra y sepa algo que no quería saber. Y es en este sentido que es importante recalcar que los analistas asumen el acto analítico en oposición a la psicoterapia, que intenta preservar los semblantes en la medida en que estos permiten al individuo circular, adaptarse a su medio, a través de los efectos terapéuticos que se consiguen con esta variación del psicoanálisis, si bien es verdad que en el transcurrir de un análisis se consiguen también efectos terapéuticos pero eso no es el todo del beneficio analítico. Decía Lacan en uno de sus escritos “Función y Campo de la palabra”: y cito “Muy al contrario el arte del analista debe ser el suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución”.

En definitiva lo que se persigue no es la aplicación de una norma, sino el acuerdo del sujeto consigo mismo.

Esto en cuanto al acto analítico.

Brevemente ahora intentaré acercarles algunos apuntes en cuanto al acto revolucionario, que puedan abrir algunos cuestionamientos sobre el tema.

Empezaré con un fragmento de Jacques Alain Miller en un escrito, llamado “Anguila” en el que se pregunta y cito: “Como tal, ¿el psicoanálisis es revolucionario o reaccionario? “ Y unas líneas más abajo se contesta y dice: “Indudablemente el psicoanálisis no es revolucionario. Sin duda, se dedica más bien a poner en valor invariantes, que a depositar sus esperanzas en cambios de orden político.” Y un poco más adelante dice: “El psicoanálisis no es revolucionario, pero es subversivo, que no es lo mismo, es decir que va en contra de las identificaciones, los ideales, las palabras clave” y aclara que no por ser subversivo es progresista o reaccionario.

No es revolucionario entonces, porque el discurso analítico no intenta cambiar de forma radical, o brusca un determinado statu quo a nivel social. Sino que su práctica está orientada al sujeto. Lo que no implica, desde mi punto de vista, que en psicoanálisis no nos ocupemos de lo que sucede a nivel social porque evidentemente lo que sucede en una determinada sociedad en un determinado momento influirá en la subjetividad de los individuos. En todo caso recogemos las consecuencias de la misma que se presentan en los síntomas de los sujetos.

El ser parlante, está marcado desde el comienzo por los significantes que lo rodean y preceden, es decir recibe siempre del discurso que circula en el universo las palabras que lo dominan, lo representan, y lo desnaturalizan. Por eso le llamamos ser parlante porque está marcado por el lenguaje. Y es a esto que nos referimos cuando en psicoanálisis hablamos de sujeto del inconsciente, hablado por ese otro.

Pero a la vez el sujeto no sería sin la existencia del Otro, no haría lazo social sin el Otro. Y es que en la vida psíquica de un sujeto, un otro siempre está ya implicado como modelo, objeto, sostén u obstáculo. La psicología individual es de entrada psicología social.

El discurso analítico se dirige al Otro pero no a la masa, y por tanto es contrario a la identificación unificadora, a la que busca hacer caer.

Como dice Colette Soler, “cuando un sujeto viene a la consulta lo hace para arreglar o mejorar sus cosas, y el psicoanálisis no le promete una nueva causa colectiva, le promete una causa individual, es decir cernir su singularidad y operar en el mundo con ella”.

Hay un planteamiento que hacía el Che Guevara, en el año 1960, en el marco del discurso inaugural del adoctrinamiento y hablando de las tareas pertinentes a la organización de la Salud Pública, que me pareció interesante en el sentido de que plantea la revolución casi como lo que se plantea como objetivo un análisis. Verán él decía: “Pero, para esta tarea de organización, como para todas las tareas revolucionarias, se necesita fundamentalmente el individuo. La Revolución no es como pretenden algunos una estandarizadora de la voluntad colectiva, de la iniciativa colectiva, sino todo lo contrario, es una liberadora de la capacidad individual del hombre.”

En la actualidad, muchos pensadores, filósofos, sociólogos, como apunta Jorge Alemán en su último libro “Soledad: Común”, creen que la cuestión crucial de un proceso de transformación política es la que refiere al sujeto, o a la subjetividad, o sea a la singularidad implicadas en la misma, a diferencia de aquel pensamiento político que tradicionalmente se mantuvo ocupado más bien y casi exclusivamente del orden colectivo.

Me gustaría señalar también los conceptos de “clase en si” y “clase para sí” de Marx. Él planteaba que en un primer momento cuando el proletariado es una clase en sí, no es consciente de sus intereses y suele conformarse con pequeñas reformas o mejoras económicas que no alteran el statu quo burgués. En cambio cuando el proletariado se constituye como clase para sí se hace consciente de su situación de clase y busca organizarse políticamente para la subversión del orden social.

Lacan decía respecto a esto, que la alienación al trabajo era un hecho de estructura, pero que no introducía una revuelta colectiva propiamente dicha o sea tener conciencia de ello no implicaba la revuelta per se. La lucha de clases para Lacan, estaría más bien alentando a los explotados a combatir para convertirse en los explotadores de mañana. ¿Por qué pensaba esto? Porque la alienación no es accidental, no es algo que sobreviene y puede ser trascendido, es un rasgo constitutivo esencial, es una consecuencia inevitable del proceso por el cual el yo se constituye mediante la identificación con el semejante.

Por último, no quería dejar de acercarles las palabras de un filósofo argentino, llamado Diego Tatian, del cual leí hace unos días un artículo titulado “Mi libertad empieza, donde empieza la libertad del otro” y que me pareció pertinente para pensar en lo colectivo, hablaba del concepto de “multitud democrática” en Spinoza y decía: “es resistencia a la uniformidad, multiplicidad sin centro, que no admite nunca ser reducida a la unidad. …multitud es un fondo barroco irrepresentable, nunca pleno, ni completo, ni totalizable del que emergen figuras indeterminadas y transitorias, … se trata de lo inconsistente mismo que atesora la novedad y la invención”

Cómo conclusión final solo constatar que no es tarea fácil como hemos podido vislumbrar, confrontar la práctica psicoanalítica, el psicoanálisis, con la experiencia de lo colectivo, que la política siempre implica, aunque se pueden encontrar puntos de convergencia.

Y me gustaría terminar con una pregunta que Jorge Alemán plantea en el libro antes citado, que a su vez me hizo pregunta:

¿Cómo se organiza una pertenencia que está más allá de la identificación, y por lo tanto más allá de aquello qué Freud llamaba la “Psicología de las masas”, o sea cómo organizarse atravesando ese límite? ¿Es posible?

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