El sentido de lo profano
Por Luigi Burzotta
Es
necesario dar un paso suplementario con respecto a la definición del
psicoanálisis, según la cual éste último va más allá del punto de vista médico,
o como se le llama en estos tiempos, psicológico.
Para situar la especificidad del
psicoanálisis, a menudo decimos, que ésta es, por definición, profana, porque
en tanto que experiencia de discurso, refiriéndose al saber inconsciente, se
distingue de la medicina, de la psicología o de la sociología (Ver el Anexo). Esta estrechez de perspectiva
comporta el riesgo de cerrarse una vez más en torno a una defensa sectaria de
la causa. Además, se impone la decisión: ¿ quién, asociación o movimiento
internacional cualquiera que sea, puede atribuirse la legitimidad de esta
defensa? Inmediatamente constatamos que se trata de una pregunta con respecto
al poder.
Para
escamotear este escollo conviene buscar el obstáculo al interior mismo de la cuestión
psicoanalítica: Me refiero a esta pendiente sobre la cual puede llegar a veces,
y con el fin de resolver un sentimiento de debilidad, la entrega a la búsqueda
una de garantía, preferible a la condición de desamparo de una actitud
gregaria, que proporciona protección y reconocimiento bajo la égida de un
pastor de prestigio. Si se presta atención a esto, percibimos inmediatamente
que la solidez del cercado delimita un espacio protegido, dentro del cual el
lazo social se solidifica con el cemento de una ideología, sea ésta
abiertamente sociológica o teórica, o supuestamente ortodoxa. En todo caso,
todo lo que alimenta y refuerza el lazo transferencial de cada agrupación,
enfatizando los rasgos específicos del lazo de pertenencia, mortifica todo
espíritu de independencia necesaria para la investigación científica.
Les
traigo aquí un ejemplo que remonta a una docena de años atrás. Permítame darles
parte de un hecho personal y que marcó mi historia profesional. Se trata del
comportamiento puesto en acto de la parte de uno de estos colegas eminentes
quien partió de París hacia Roma, con la intención de animar a alguien, todavía
zambullido en la duda, en la vacilación o la pereza, en cuanto a su inscripción
a una Asociación internacional.
El
proyecto había madurado con anterioridad y había sido compartido por algunos
colegas italianos que buscaban el apoyo en esta institución de prestigio, con
el fin declarado de poner al abrigo sus
propios analizantes en formación, de hecho soñando con reforzar su propia apariencia
como polo de transferencia.
Mi aversión iba contra este proyecto como tal, porque yo lo veía totalmente sumergido en lo imaginario de la psicología de grupos, cuya dinámica ponía en evidencia cómo, en la época, este fenómeno ya concernía a cada uno de los miembros de este grupo romano, grupo con el cual yo insistía en la necesidad de promover un trabajo de cartel, aunque cada uno aspiraba a hacerse el perro del pastor con relación al otro (pequeño a).
Mi aversión iba contra este proyecto como tal, porque yo lo veía totalmente sumergido en lo imaginario de la psicología de grupos, cuya dinámica ponía en evidencia cómo, en la época, este fenómeno ya concernía a cada uno de los miembros de este grupo romano, grupo con el cual yo insistía en la necesidad de promover un trabajo de cartel, aunque cada uno aspiraba a hacerse el perro del pastor con relación al otro (pequeño a).
En
este clima, este personaje eminente evocaba, -en el curso de una reunión
confidencial y amistosa de una tarde romana, con el fin, sin embargo, de
atraerse la simpatía de la audiencia y de promover dicho proyecto-, una
anécdota que aludía a su relación personal con Lacan, ya en los últimos años de
su vida, y que evocaba la dificultad de dicho personaje de sostener, en el
momento de la Disolución, el rol que
había tenido en la Escuela freudiana. Esto debido a la sordera de Lacan en
torno a cuestiones que debían revelarse cruciales y que habrían condicionado el futuro del lacanismo, como
si tuviera la intención de dejar oír o dar a entender, el peso de aquello que
heredaba por parte de Lacan, para hacer apreciar en todo caso su posición justa
con relación al espíritu de la causa lacaniana.... Por discreción omito aquí
detalles que van en el sentido de lo que Safouan en su último libro, La psychanalyse, llama “la saga
lacaniana” y para concluir nuestro personaje declaraba que, a fin de cuentas,
en su Asociación cada uno era libre de entrar como de salir.
Era
verdad: ninguno obstáculo ha sido encontrado por los que quisieron tomar una
decisión de entrar, pero el que, como yo, decidió quedarse por fuera,
primeramente había sido animado por sus compañeros a aclarar su propia
posición, percibida entre estupor y emoción, como incomprensible. Siendo el
único, terminé por convertirme en un sospechoso y al final fui juzgado como una
oveja negra, señalado con el dedo y desterrado debido a mi diversidad.
Conocía
la institución de la que les hablo, en la medida en que había tenido el
privilegio de participar antes en algunos de sus jornadas de estudio,
ciertamente con buen provecho también para mí también, pero había preferido la
posibilidad de poder establecer libremente relaciones constructivas basadas en
el intercambio, con algunos de sus miembros italianos y franceses.
En
efecto yo había constituido, -con algunos de ellos, pero también con colegas
que venían de otras instituciones-, carteles de trabajo, reuniones periódicas
regulares en algunas ciudades italianas: Roma, Florencia, Padua, Turín, Milano.
La intensidad de este trabajo de investigación analítica había dado lugar, en
la época, a dos coloquios, uno en Florencia, el otro en Padua.
Aunque
esta experiencia fue interrumpida por
varios motivos, entre los cuales y no el
último, el forcejeo del que acabo de darles parte, debo decir que la
procedencia de estos colegas que venían de realidades institucionales
diferentes de la mía, siempre ha sido
fuente de estimulación intelectual en cuanto a la investigación psicoanalítica.
Pienso
que conocer a otros colegas, asociarse para trabajar juntos en el respeto de la
diferencia, es un modo de evitar la viscosidad de la lógica del grupo.
La
Fundación Europea para el Psicoanálisis
del cual formo parte desde su constitución y la cual me permite hablarles hoy, en
lo que toca al estilo de sus encuentros, sigue una lógica que se parece mucho a
la del nuevo grupo italiano que trabaja desde hace algunos años bajo el nombre
de Inconsciente en Florencia.
Este grupo italiano, al igual que la Fundación, esta compuesto de modo heterogéneo en cuanto a la procedencia de sus miembros; el nombre de la ciudad que lo designa ha sido escogido justamente porque esta ciudad ha sido elegida como el lugar de nuestros encuentros, por razones logísticas evidentes y con el fin de permitirles a los colegas de la península encontrarse sin demasiada dificultad y cada mes.
Este grupo italiano, al igual que la Fundación, esta compuesto de modo heterogéneo en cuanto a la procedencia de sus miembros; el nombre de la ciudad que lo designa ha sido escogido justamente porque esta ciudad ha sido elegida como el lugar de nuestros encuentros, por razones logísticas evidentes y con el fin de permitirles a los colegas de la península encontrarse sin demasiada dificultad y cada mes.
En
cuanto al espíritu laico que lo anima, el grupo italiano encontró en el
concepto de inconsciente la razón científica a la base de su trabajo, que está
totalmente concentrado en la clínica del psicoanalista.
Se
trata de la postura en acto de un procedimiento que exige a cada analista que
participa, habiendo atravesado no obstante una experiencia personal del
control, que se libre de todo saber supuesto y renuncie también al saber que se
le supone de golpe a un otro: todos aceptan asumir
una posición de analizante, lo que equivale a decir que es cuestión de la
posición del sujeto de la enunciación.
Que la posición propia al analizante no sea extraña a al del analista es un hecho en el cual Lacan insistió a menudo, en la enunciación de su Seminario. Posición que debe también informar el acto analítico si es verdad que en la cura “la presencia misma del analista es una manifestación del inconsciente” (Seminario XI).
Que la posición propia al analizante no sea extraña a al del analista es un hecho en el cual Lacan insistió a menudo, en la enunciación de su Seminario. Posición que debe también informar el acto analítico si es verdad que en la cura “la presencia misma del analista es una manifestación del inconsciente” (Seminario XI).
Así
como Lacan lo evoca en su intervención breve en el último Congreso de la
Escuela Freudiana, julio de 1978:
Tal y como lo puedo concebir ahora, el psicoanálisis es intransmisible.
Es bastante fastidioso. Es muy fastidioso que cada psicoanalista sea forzado
Tal y como lo puedo concebir ahora, el psicoanálisis es intransmisible.
Es bastante fastidioso. Es muy fastidioso que cada psicoanalista sea forzado
- porque es necesario que sea
forzado - a reinventar el psicoanálisis.
Si dije en Lille que el pase me había decepcionado, es claramente por lo siguiente: Por el hecho de que sea necesario que cada psicoanalista reinvente, según lo que logró retirar de haber sido durante un tiempo psicoanalizante, que cada analista reinvente el modo en el que el psicoanálisis puede durar.
¿ Qué es eso, “que se logra retirar de haber sido durante un tiempo psicoanalizante”, si no es ese deseo, que ha sido desalojado gracias al deseo del analista? ¿ Porque, si es verdad que el deseo aparece en los intervalos, en las fisuras, en los intersticios del discurso, cómo explicar que, en el análisis, el deseo al principio sea del analista si el discurso es el del analizante? Ciertamente el deseo es del analista, pero habita el discurso del analizante.
Si dije en Lille que el pase me había decepcionado, es claramente por lo siguiente: Por el hecho de que sea necesario que cada psicoanalista reinvente, según lo que logró retirar de haber sido durante un tiempo psicoanalizante, que cada analista reinvente el modo en el que el psicoanálisis puede durar.
¿ Qué es eso, “que se logra retirar de haber sido durante un tiempo psicoanalizante”, si no es ese deseo, que ha sido desalojado gracias al deseo del analista? ¿ Porque, si es verdad que el deseo aparece en los intervalos, en las fisuras, en los intersticios del discurso, cómo explicar que, en el análisis, el deseo al principio sea del analista si el discurso es el del analizante? Ciertamente el deseo es del analista, pero habita el discurso del analizante.
Estar
animado por un deseo de analista, en la práctica, quiere decir que ofrece su
falta como cebo, el que sostiene el agalma, aquello que permite rastrear
el discurso del otro, en sus vacilaciones, sus pausas, su necesidad de
escudriñar los equívocos del saber inconsciente, si es verdad, como Lacan lo
dice en la Proposición del 9 de octubre
de 1967, que El pasaje del analizante al psicoanalista tiene una puerta de la que
este resto que hace su división es el gozne, porque esta división no es otra
que la del sujeto, cuyo resto es la causa (Propuesta del 9 de octubre de 1967
sobre el Psicoanalista de la escuela, Otros Escritos, p. 254).
Pero para hacer esto jamás puede disociarse des su actitud de psicoanalizante.
Pero para hacer esto jamás puede disociarse des su actitud de psicoanalizante.
Tal
actitud fue aquella asumida durante el procedimiento puesto en funcionamiento
durante nuestras reuniones en Florencia, cuya garantía científica reside en el
saber inconsciente como ocupante de un lugar central, el analista pone en acto
una clínica que le es propia, la clínica del deseo, y se libra así del callejón
sin salida acostumbrado que tan frecuentemente se le asigna, que consiste en
pensar que asumir esta función de psicoanalista depende de un título comprado
de modo definitivo, sobre todo cuando es garantizado por alguna institución.
Un
título que no puede dejar de revelar su naturaleza efímera cuando, en lugar de
encontrar la verdad en su propia falta en ser, aquel lo ansia se dirige siempre
hacia promesas de las garantías, a menudo reforzadas por un semblante, como
erigido en su potencia pero para revelarse abstracto y sin consistencia.
De
hecho es la no consistencia que debe guiarnos y cito de nuevo la continuación
del primer pasaje de Lacan:
Traté a pesar de todo de dar a esto un poco más cuerpo; y es para esto que inventé un cierto número de escrituras, tales como S barrando el A, es decir lo que llamo el gran Otro, porque es el S, donde designo el significante que a este gran A, lo barra …
Traté a pesar de todo de dar a esto un poco más cuerpo; y es para esto que inventé un cierto número de escrituras, tales como S barrando el A, es decir lo que llamo el gran Otro, porque es el S, donde designo el significante que a este gran A, lo barra …
Anexo
Lo
que el psicoanálisis inventa sobre el equívoco de la escritura inconsciente es
un saber en disonancia con relación a los saberes predefinidos en los cuales se
apoya todo otro discurso. ¿ Es tal vez por esto que llamamos profana, nuestra
práctica?
Hoy,
existen las numerosas prácticas terapéuticas que pretenden curar los síntomas
haciendo abstracción de lo que las determinan, el inconsciente, que es así
objeto de un desconocimiento evidente. Curiosamente, esta presunción, va hoy
contra este sentimiento vago, pero generalizado, donde se percibe la aceptación
de la presencia del inconsciente como algo imponderable pero real, que de
manera confusa, condiciona la vida de cada uno, aunque la mayoría de las veces,
se discierne también de no querer saber
nada.
Nuestra
práctica psicoanalítica se distingue por ser un trabajo que asume la tarea
ética de querer saber. Querer saber, es el soporte del
psicoanálisis que obtiene su fuerza de lo real del inconsciente, que determina
los síntomas y todo nuestro malestar,
enviándonos signos que escapan de toda comprensión.
Se trata de
algo que es imposible de decir, pero que se deja sin embargo aproximar con el
ejercicio de una escritura particular.
Es el juego combinatorio de la letra, que gobierna las formaciones mismas del inconsciente, como los lapsus, los chistes, etc. Este ejercicio de la letra no difiere de aquellos que, en otro lugar, en otros dominios, tienen que ver con lo real, está en la base de la invención: es lo que pasa en las formulaciones científicas o en la enseñanza del arte.
Es el juego combinatorio de la letra, que gobierna las formaciones mismas del inconsciente, como los lapsus, los chistes, etc. Este ejercicio de la letra no difiere de aquellos que, en otro lugar, en otros dominios, tienen que ver con lo real, está en la base de la invención: es lo que pasa en las formulaciones científicas o en la enseñanza del arte.
En la cura
psicoanalítica, este juego permite anudar, por un instante, lo imaginario con
el saber inconsciente, gracias al equívoco de la interpretación, que,
apoyándose en la materialidad de la letra, inventa cada vez algo nuevo, lo que
puede esclarecer algún borde de la
realidad en donde parasita el goce. A esto, el psicoanálisis puede así dar un
poco de respiro y aliviar el sufrimiento de los síntomas, también porque
favorece una relación que permite confrontarse con su propio fantasma; relación
que en principio es cortada por el discurso que se opone al psicoanálisis.
Traducción
Francisco
Rengifo
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