INTERVENCIÓN EN LAS JORNADAS DE LA FEP EN TOLEDO (Junio de 2013)

TERESA DE AVILA: PASIÓN MÍSTICA
Por Rosa Almoguera
Dra. en filología, directora de programas internacionales de la Fundación Ortega Marañón en Madrid y en Toledo

Muchísimas son las versiones que existen de esta mujer que vivió entre 1515 y 1582, que recorrió miles de leguas y escribió miles de páginas, que fue contemplativa y activa, que compró y vendió y administró y negoció con mano firme, que propuso una nueva forma de vida, un modo de que hombres y mujeres se encontrasen a sí mismos, perdiéndose en eso que llamaban Dios. (Idea de Dios como la armonía entre todas las cosas, todo perfecto, sin falta y sin falla, unidad entre el yo y el todo).
Los orígenes familiares de Teresa son problemáticos para su época. Su abuelo, Juan Sánchez de Toledo, próspero mercader de lana y seda en la ciudad de Toledo, es acusado en 1485 de judaizar y condenado por herejía. La condena consistía en ir en procesión con el sambenito o saco bendito, para deshonra de él y su linaje. Este saco quedaba luego colgado con su hombre en la iglesia de Santa Leocadia. Juan Sánchez decide poner tierra de por medio y se establece con su familia en Avila en 1493. En 1500 compra una ejecutoria de hidalguía, que es una certificación de nobleza y limpieza de sangre.



Hacer una vida de hidalgo, tipo social de la idiosincrasia española de estos siglos, que está perfectamente reflejado en el personaje del Lazarillo de Tormes, en donde, entre otras cosas, no trabajar y emparentar con rancias familias, era en una palabra lo importante y primordial para ser considerado cristiano viejo y mantener la honra. Por esto, el converso de origen judío era un tipo humano interesante: nacido normalmente en la ciudad, dentro de la nueva clase burguesa, de mayor cultura que el común de las gentes, a menudo gran lector, desarrolla una alta capacidad de observación y análisis, que dirige tanto al exterior como a sí mismo, potenciando su vida interior. Su modo de vivir el fenómeno religioso es bien distinto del aproblemático que tenían los cristianos o judios. Pero el problema no era sólo la temible Inquisición, omnipresente y entretejida entre todos los sectores de la población, lo que pesaba más en la vida cotidiana era la opinión de los demás, la mirada de los otros.
Es el 2 de noviembre de 1535 cuando ingresa en Avila en el convento de carmelitas (calzadas) de la Encarnación. Pese a todos los condicionamientos a lo largo de su vida, Teresa tomará sus decisiones y actuará conforme a ellas, es decir, actuará en función de su deseo, de su voluntad, con una libertad que resulta admirable. Pero desde que ingresa hasta que comienza su obra literaria y fundadora pasan 20 años. ¿Qué ha ocurrido en ese tiempo? Quizá habría que mencionar primero sus enfermedades, como si el inicio de su vida conventual, toda la violencia que debió ejercer contra su naturaleza, nada inclinada al retiro y al aislamiento, le pasara factura en trastornos y sufrimientos también físicos. Su padre, otra vez alarmado, después de consultar con médicos, que no le dan remedio, decide llevarla a una curandera. Otra vez pasa tiempo en casa de su tío, que esta vez le regala un libro que será determinante para su formación, “Abecedarios espirituales” de Francisco de Osuna, un texto básico para la práctica de la oración de recogimiento, oración interior u oración mental, nombres de lo que hoy nombraríamos como Meditación. Veremos que el núcleo de la experiencia mística teresiana y el núcleo de su escritura y de su reforma monástica es la oración interior, la meditación. La importancia de la meditación en la vida religiosa se remonta a los primeros tiempos del cristianismo y a los Padres del desierto, donde confluyen la tradición de Oriente con la de Occidente. La meditación occidental está más basada en el pensar, discurrir, imaginar; meditar viene a significar “aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de una cosa, o discurrir sobre los medios de conocerla o conseguirla”. La meditación oriental tiene que ver con la realización de unos ejercicios de respiración y con el dominio de una técnicas de concentración y recogimiento mental o espiritual. Hay un patrón psicobiológico que acompaña al estado de meditación que se caracteriza por un estado de alerta relajada, con un mantenimiento de la atención y una disminución de la actividad motora. Los efectos de este modo de oración (meditación), los destaca ella misma en el “Libro de la Vida”, le dejaba desprecio de las normas y valoraciones sociales, aspectos relacionados con la honra e hidalguía que para ella hasta ese momento había sido muy importantes.
En su juventud padece una de sus crisis más graves que le llevan a lo que hoy llamaríamos como un estado de coma. Su padre hace por ella todo lo que puede, incluso utiliza procedimientos poco ortodoxos para la época: acude a una curandera, oficio que era tachado casi de brujería en el contexto eclesiástico de esos tiempos. Pero el tratamiento de la curandera tampoco parece funcionar; los médicos la desahucian, y en casa de su padre el 15 de agosto de 1539 un violento paroxismo la deja muerta aparentemente durante 4 días. Sólo el padre mantiene la confianza. Teresa estuvo casi siempre enferma. ¿Y cómo pudo desarrollar la actividad incesante que desarrolló Teresa, máxime si se tiene en cuenta que los años de viajes y trabajos más intensos son los últimos, es decir, de los 40 a los 67 años?

Practica la oración mental, la meditación, el tiempo que le dura la enfermedad. Después ella sigue los usos de la vida en el convento de la Encarnación, donde la libertad de salidas y entradas era grande, recibe visitas, es decir, mantiene los lazos suficientes como si hubiera sido seglar. Por otra parte, las jerarquías sociales están igualmente presentes en la vida conventual: había monjas ricas, con sirvientas y celda propia, y monjas pobres en dormitorio común y comida insuficiente. Es en estos años cuando ocurre la muerte de su padre, Teresa corre a atenderlo y lo cuida con devoción.

En 1559, algunas personas, hombres y mujeres con identidad propia, con ideas propias y de profunda espiritualidad murieron en la hoguera en los célebres autos de fe de Valladolid. No estaba solo la reforma luterana, sino todos los que como Erasmo de Rotterdam, propiciaban una necesaria reforma desde dentro de la Iglesia Católica. Los recogidos y los alumbrados o iluminados formaban parte de estos grupos. Era época de visionarios y visionarias, ermitaños, beatas, que eran mujeres de intensa espiritualidad, iletradas, pero con gran influencia sobre quienes la trataban. Era el ambiente de esa época, “lo que se llevaba”: un gran número de hombres y mujeres centraban su vida en el desarrollo de su experiencia religiosa, experiencia íntima de meditación y contemplación, esperando poder alcanzar una unión íntima con Dios.
En cuanto a sus escritos decir que el primer texto conservado es de 1560 y son las llamadas “Cuentas de conciencia”, relaciones autobiográficas que se escribían en los conventos, sobre lo que una monja hacía bien o mal. Es en 1562 cuando empieza la primera redacción del “Libro de la Vida”. Este libro es denunciado a la Inquisición en 1574, por la princesa de Ëboli. El tribunal nunca llega a pronunciarse ni a favor ni en contra. Es en esta época, en 1577, cuando escribe su obra maestra “El castillo interior” o “Las moradas”, donde Teresa “no trata de otra cosa, sino de lo que es Él”, resume la autora, el castillo es la metáfora del alma y las moradas, diferentes aposentos deésta, aposentos que son lugares de amor, de distintos grados de ahondamiento o elevación del amor.
La portada del Seminario 20 de Jacques Lacan tiene la imagen de la escultura realizada por Bernini del goce místico de Teresa de Ávila. Si se tiene la oportunidad de ir a Roma y acudir a la iglesia de María de la Victoria, se podrá apreciar la maravillosa escultura. Lo que llama la atención, es que a los pies de ella, en la capilla del lado izquierdo de la iglesia donde se encuentra ubicada, podemos apreciar un escrito sobre Teresa que dice lo siguiente:
"SANTA TERESA DE JESÚS LIBRO DE SU VIDA (CAP. XXIX)
Veía un ángel pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles que se llaman querubines. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón y me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.
Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone en este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo. Es un requiebre tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.
Los días que duraba esto andaba como embobada; no quisiera ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mi era mayor gloria que cuantas hay en todo lo criado. Esta pena de que ahora hablo, parece arrebata al Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar."
Las palabras de Teresa nos expresan lo que Lacan quiso denominar el goce femenino. Ese goce místico que es indecible, que no tiene tope ni límite, que es un exceso y que según Lacan sólo las verdaderas mujeres sentían pero ni siquiera ellas sabían ni de dónde viene ni cómo explicarlo, mucho menos ponerle palabras o controlarlo. Un goce que se siente. Sólo se siente. En ese Seminario 20, llamado "Encore" que se ha traducido por "Aún... más aún", están las fórmulas de la sexuación.
Al estudiar esas fórmulas de la sexuación, podemos visualizar que desde el psicoanálisis estudiamos a los sujetos del inconsciente a partir de su posición y no de su anatomía sexual. Con eso, lo que queremos decir, es que un hombre no lo es por el simple hecho de tener un órgano sexual masculino, sino porque su posición a nivel psíquico (es decir inconsciente) sea una posición masculina. Lo mismo con las mujeres. Una mujer no lo es por el hecho de poseer anatómicamente un cuerpo femenino, sino porque psíquicamente se coloca en la posición femenina. La característica de la posición masculina es un sujeto que se dirige a la posición femenina para encontrar en ella el objeto "a" como causa de su deseo. La posición femenina tiene dos vertientes. Es un sujeto que se dirige por un lado a la posición masculina para pedir el falo que desea encontrar en su partenaire, pero también se dirige a la posición femenina misma, para pedir al significante de la falta del Otro que le dé un saber de su propia feminidad.
Teresa de Ávila nos ayuda a comprender esta problemática y nos permite reflexionar en torno a la pasión mística. Porque la escritura de Teresa manifiesta que el goce femenino no acaba de decirse porque hay un imposible en ese goce. No obstante, el psicoanálisis intenta poner palabras a ese goce para lograr reducirlo, para lograr circunscribirlo. El goce concierne siempre al saber inconsciente.
Una pregunta que está siempre presente en todo tratamiento analítico es la pregunta por el goce de ese gran Otro, que escribimos con mayúscula para diferenciarlo del pequeño otro que es el semejante. ¿Qué es lo que quiere el Otro de mi?, y ¿qué es lo que hace gozar al Otro?, son las preguntas que van intentando ser respondidas a lo largo del proceso analítico. Por lo que de alguna manera podemos decir que lo que se juega en una cura analítica es poder discernir un saber sobre el goce.

Pero el goce es contradictorio, ya que se encuentra entre lo que satisface la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Ante la pregunta ¿Qué quieres de mí?, el Otro parece reclamar siempre un tributo. En el sujeto del inconsciente, el goce concierne al falo, pero también existe otro goce, ese goce del que nos da cuenta Teresa de Ávila, un goce femenino, místico, que no concierne al falo y que va más allá convirtiéndose en una pasión.
El análisis de la vida de Teresa de Ávila nos ayuda a comprender algo importante en cuanto a ese goce que va más allá. Saber que existe ese goce que no busca el placer sino ese más allá nos permite comprender que ése es el goce que tenemos que trabajar en la clínica de los místicos y de las adicciones. Un goce donde hay una infinitud no limitada por el goce fálico sino por la muerte. Lo que las fórmulas de la sexuación nos indican, es que del lado de la posición masculina hay un goce fálico, pero del lado de la posición femenina, hay dos goces: por un lado, el fálico, pero por el otro, el femenino, ese goce del lado del gran Otro que está fuera de lo real y que insiste en un más allá del principio del placer.
La apuesta del tratamiento psicoanalítico es circunscribirlo para reducirlo y lograr un saber hacer con ese goce que insiste y que muchas veces y en muchos casos, lleva al sujeto a su autodestrucción en su encuentro con un destino funesto y trágico.

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