NEOCAPITALISMO Y CIENCIA: EL PORVENIR DE UNA DESILUSIÓN


Por Alfonso A. Gómez Prieto

Mi ponencia va a intentar desarrollar un conjunto de reflexiones a compartir con todos ustedes en torno a la situación del sujeto en nuestra sociedad dominada por el discurso de la ciencia, que se alía a un neocapitalismo en donde aparece una supremacía que desborda la sola producción y se extiende al consumo y la información.
Vemos lo que Jacques Lacan ya vaticinó hace cuarenta años y es la astucia de un discurso capitalista que homogeneiza a los sujetos y goces bajo un único régimen, transformando al proletario en sujeto que consume y donde más que producirse para el consumo, se consume para la producción.

Todo puede ser metabolizado, transformado en objeto de consumo. El capitalismo produce, por medio de las técnicas científicas, los objetos estandarizados que se imponen a los gustos de una cantidad cada vez mayor de sujetos del consumo. Los utensilios o gadgets son objetos de consumo masivo en  el discurso capitalista. Además, no sería posible su producción sin la ciencia. De algún modo, la ciencia y el capital mandan.

Es una civilización la nuestra, en mi opinión, organizada por el discurso de la ciencia. Puede caracterizarse este discurso como la versión moderna de las antiguas religiones que traían a los hombres la promesa de una dicha eterna, de un discurso que puede alcanzar el saber pleno, exento de la falta.

La ciencia elabora un saber universal que tenderá a ocupar el lugar del amo, al que todos deben subordinarse y por otro lado la técnica produce objetos para el consumo masivo e impone un único modo de satisfacción para todos.


El llamado progreso es correlativo del desarrollo de un mercado único, que unifica gustos, preferencias, opiniones, juicios. La razón, como garantía de orden y estabilidad en el mundo tiene que lograr la construcción de un universo homogéneo. El sujeto de este mundo racional tiene que ser enteramente calculable, previsible. El sujeto tiene que ser funcional, operar eficazmente como un engranaje en la maquinaria social. Pero aquí está el punto ciego de toda racionalidad que el descubrimiento freudiano del inconsciente pondrá de manifiesto: La subjetividad no es medible ni cuantificable, porque la experiencia humana se caracteriza por lo imprevisible, lo que escapa a todo control y a todo intento de medición y dominio.

Precisamente, por eso el psicoanálisis se ocupa de aquello que en la ciencia es el desecho, lo real, “lo que no anda”, aquello que dice Lacan hace que el mundo sea in-mundo. Y hablamos de todas las producciones del inconsciente, los sueños, actos fallidos, el síntoma; en definitiva, aquello que no obedece a la lógica y lo razonable y que es el objeto que el psicoanálisis rescata para que el sujeto reconozca en esas producciones su verdad.

La ciencia propone al sujeto enunciados y conceptos que se supone dan cuenta de su ser, pero hace más difícil que surja una palabra o enunciación por medio de la cual subjetivizar el sentido de la existencia.

¿Cómo podría el sujeto investir un deseo o un proyecto allí donde la ciencia puede pretender poseer por adelantado el saber en que el mismo sujeto estaría encerrado?. Por supuesto hablo del discurso de la ciencia, no me refiero con ello al real trabajo de investigación científica. La ciencia, en tanto investigación, evidentemente no excluye la enunciación, es decir el movimiento por medio del cual se pasa de la duda a la afirmación, con todo el riesgo que ello entraña.

Por discurso de la ciencia, en cambio, podemos remitirnos a un conjunto de enunciados considerados como admitidos, funcionales, utilizables, por ejemplo, por la industria, los promotores y los empresarios.  En el fondo, el discurso de la ciencia es ya un poco el discurso capitalista.

En realidad, hablamos de construir un mundo donde nada falte y donde se adoran como fetiches y se goza de los innumerables gadgets o artilugios producidos con la ilusión  de que con ellos se puede eliminar el malestar en la cultura del que habló Freud.

La impresionante e ilimitada oferta de gadgets mantienen ocupados a los sujetos en la creencia de que en alguno de esos fetiches está la felicidad, negando así la posibilidad de que algo falte.

La oferta surgida del campo de la ciencia y la técnica parece destinada a permitirle al sujeto sobreponerse a los límites del cuerpo y la existencia asegurando la felicidad.

La idea básica es que todo malestar puede eliminarse o evitarse y la vida puede transcurrir sin la menor tensión. Se deja de lado lo dicho por Freud en 1.930: El malestar es constitutivo de la cultura y no es un malestar circunstancial. Es condición de la existencia porque el ser humano es un ser eternamente en falta, ser de deseo inconsciente, una dimensión que no puede ser científicamente regulada.

No se trata, por supuesto, de oponerse a los avances científicos sino de advertir que el afán de dominio que los caracteriza conduce a borrar en el sujeto su singularidad particular, teniendo además en cuenta que el dolor de existir es inherente a lo humano. Y en parte, el éxito de la ciencia se debe a la promesa de felicidad. De hecho, muchos esperan curarse de su sufrimiento psíquico mediante lo que la ciencia aporta.

La ciencia no es un gran ideal como lo era el cristianismo o el marxismo, no alza banderas en los campos de batalla ni da mítines en los barrios, ni pone barricadas, ni celebra eucaristías, sus fieles no se distinguen por signos externos. Es más, sus fieles no se saben como tales, y sin embargo, el ideal de nuestros días, en una época que cree no hay ideales es precisamente la ciencia o mejor dicho el cientificismo que es cierto efecto secundario de la ciencia, la ideología que se propaga a partir de los descubrimientos científicos.

Por ejemplo, la ciencia descubriría el modo de modificar nuestros neurotransmisores y en última instancia nuestros genes y nos haría felices. Se proyecta una modificación posible de nuestro cuerpo en su intimidad genética. De algún modo, el cientificismo es una nueva religión que puede dispensarse de la noción de Dios. Es una nueva ideología con fe, que apoyándose en los descubrimientos científicos se propaga mediante las importantes demostraciones que la técnica pone ante nuestros ojos. Ante todos los prodigios de la ciencia aplicada cuyos mecanismos desconocemos mayoritariamente no hace falta ni el más mínimo acto de fe, es una fe en el acto.

Pero los científicos, los que de verdad están al tanto de los hechos que observan, no comparten tan ciegamente esa fe. Ellos están más al corriente de lo limitada de una observación.

En eso se diferencian del usuario medio de la ciencia, del ciudadano que disfruta de sus efectos técnicos y que boquiabierto no duda que un día la ciencia resolverá todos los malestares de la humanidad.

Desgraciadamente, pienso que se puede hablar ya del fracaso de la expectativa freudiana expuesta en “El Porvenir de una ilusión” de sustituir el fanatismo de la religión por las luces de la razón. Y es que en el porvenir queda más la desilusión porque no hay ya una oposición tan clara, tan radical  entre religión y ciencia pues ambas traen de diferente manera la perspectiva de ese “más allá” que el ser humano procura alcanzar a partir del hecho de estar condenado al límite y la restricción. La incompletud del sujeto le genera la ilusión imposible de satisfacer de un estado ideal de completud que de diferentes maneras la religión y ciencia prometen. De ahí que no resulte sorprendente el auge que ambas, ciencia y religión, de manera simultánea nos muestran y que no obstante de sus aparentes y abismales diferencias puedan coexistir perfectamente.

En el malestar en la cultura, Freud señalaba, los grandes costes que representaba para la humanidad los progresos de la técnica. Será necesario preguntarse lo que se pierde cada vez que un progreso científico o técnico nos deslumbra con una apariencia de logro extraordinario.

Veamos un ejemplo de lo que se puede perder, con una de las manifestaciones más importantes del progreso de los últimos años: La llamada navegación por las redes de internet que casi todos usamos. Con internet el hombre se convierte en un nómada inmóvil que puede viajar miles de kilómetros sin moverse de su silla. ¿Es esto un progreso en todos los sentidos? ¿Hay solamente ganancia? ¿Qué será lo que se ha perdido o se está perdiendo si se acepta que ningún logro es posible sin pérdidas?. Se me ocurre pensar en primer lugar, en el cuerpo, ese cuerpo erógeno que solamente puede existir en el contacto con otros por medio de miradas, palabras, caricias, abrazos y besos. ¿Qué queda de ese cuerpo que cada vez se condena más al aislamiento ante la pantalla? La conectividad digital inmediata ya no tiene ni el tiempo ni el espacio como barreras. Está la certeza de obtener respuesta desde cualquier otro lugar por parte de un interlocutor desconocido y pudiendo incluso preservarse el anonimato de los participantes. Un hallazgo en apariencia fascinante. En segundo lugar, habrá que preguntarse en torno al deseo, ¿qué se hará de este cuando con sólo tocar algunas teclas podamos ser inundados como ya ocurre y cada vez más velozmente por un menú informático digno de una comilona? ¿El intento de llenarnos hasta el hartazgo, hasta colmar cualquier falta, no podría llegar a provocarnos como reacción una verdadera anorexia, que sería el último refugio para un deseo que no quiere tanta satisfacción porque eso significaría su desaparición?.

En efecto, ahí vemos de nuevo que la falta en ser del sujeto sufre una manipulación profunda y tiende a ser transformada en una pseudo-falta, es decir, en una falta reducida a vacíos localizados susceptibles de ser rellenados y continuamente generados por el objeto de consumo.

De hecho, en el discurso capitalista, todo se consume, todo tiende al cierre, el lleno y el colmamiento. Aún así la respuesta del sujeto no puede dejar de ser el síntoma como manifestación de un saber inconsciente refractario a cualquier intento de aplastamiento.

En nuestros días, lo que dispone de mayor visibilidad es la mercancía, la forma de su distribución, el impacto de su publicidad. Nos acostumbra, lo sepamos o no, a una relación con el objeto de un modo demasiado próximo, con excesiva disponibilidad. Es la oferta que precede a la demanda.  Solicita más al yo en su relación con lo inmediato que al sujeto en su relación con la historicidad de un deseo.

Todo ocurre como si en nuestra época organizada por las tecno-ciencias aliadas al capitalismo se pretendiera llevar hasta las últimas consecuencias la búsqueda de la plena satisfacción, rechazando la falta.

Mi ponencia no debe tomarse como el intento de retorno a alguna clase de oscurantismo. Se trata más bien de señalar que el neo-capitalismo hoy lleva la delantera al desarrollar hasta la perversión lo que hay de mera observación en el discurso de la ciencia. Nosotros mismos dejamos de ser sujetos y nos convertimos en mercancía entre la mercancía cuando el genetista nos dice que estamos programados así y que no tenemos otra cosa que callarnos. ¿Cuándo podremos volver a hablar?. Los psicoanalistas invitamos a ello, hable...., asocie libremente...., le escucho....El psicoanálisis se coloca a contracorriente de lo que los saberes oficiales promueven, pues lejos de inducir la ilusión de alcanzar un estado de completud convoca a la experiencia de la fragilidad derivada del hecho de que el otro carece de la respuesta última ante el enigma de mi deseo. Que las certezas impuestas desde cualquier otro social revelan su carácter ilusorio.

En esa alianza ciencia-neocapitalismo no se deja de inducir un conjunto de esperanzas ilusorias cuyo inevitable incumplimiento conducirá a una desilusión mayúscula.

¿Existe límite a esta situación? ¿Contradicción ó límite interno?  ¿No es el neocapitalismo aliado al cientificismo un fetiche a modo de espacio de supuesta felicidad sin límite?.

Según Lacan, la pureza del discurso capitalista conduciría a una destrucción de la especie. Afortunadamente en las formaciones sociales intervienen otros discursos. No hay discurso puro. Lacan invoca el discurso del psicoanalista como posibilidad de salida del discurso capitalista. En todo caso remitiría a una salida uno por uno. El problema es cómo formar un colectivo,  una voluntad colectiva política que a parte de esa salida del uno por uno pueda operar a partir de una lógica de lo colectivo marcada por el discurso analítico, o sea, una política que incluyera el discurso del psicoanalista. Este es un discurso subversivo y en tanto tal liberador. El saber está colocado en el lugar de la verdad y el analizante está ocupando la posición de decir y por ello de desear ¿les parece poco reto?.

El sujeto dividido del inconsciente tendrá que asumir su propio deseo, no el deseo impuesto por el otro donde estaba alienado.

Pero la desgracia, la desilusión, es que da la impresión que el neo-capitalismo campa a sus anchas en el interior de muchos. El neocapitalismo y el cientificismo dominan anónimamente.

El sueño sería que el discurso analítico fuera un arma más de la revolución ante esta dramática situación de dominio del feroz neocapitalismo y del discurso de la ciencia. ¿Podría ser esa arma colectivizada? De momento, nosotros los psicoanalistas ofrecemos la salida de uno por uno, pero también tratamos de volver sobre lo colectivo, interviniendo como aquí hacemos seis psicoanalistas junto a personalidades de otras disciplinas.
Eso es lo fundamental. Estamos ahí, juntos y unidos por un pensamiento crítico tratando de encontrar salidas a las nuevas nupcias del capital y el plus de goce ofrecido por una degradación del saber científico.

Pero es verdad que la lucha es muy dura, porque el discurso capitalista actúa como circuito cerrado que no parece favorable a hacerse manifestar el inconsciente, ni sobre todo a elaborar el inconsciente como un saber.

Pero no olvidemos que la posibilidad de movilidad del inconsciente, está siempre presente, por eso nuestra responsabilidad como psicoanalistas.

Es obvio que el psicoanálisis y el discurso analítico que lo sostiene no se avienen al discurso capitalista y de la ciencia. La salida no es tanto hacer desaparecer el capitalismo sino una reivindicación como veíamos de un deseo dentro de cada uno de nosotros a partir de la capacidad de elegir un camino distinto, que sin ser fácil nos permitirá arriesgar una verdadera enunciación y poder hacer surgir también la dignidad de nuestra existencia.




Alfonso A. Gómez Prieto
Psicoanalista
Director del Arco Psicoanalítico de AEP

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