INFIEL. Serie sueca dirigida por Tomas Alfredson
Cristina Jarque
Decidí ver esta serie porque está basada en una historia que vivió el mismo Bergman con Liv Ullman y que llevó a ella a dirigir la película que lleva el mismo nombre. La historia me ha parecido muy interesante porque nos permite alumbrar la pregunta eterna: ¿Qué quiere una mujer? Pregunta que se hizo Freud desde el principio y después, Lacan, en su retorno a Freud, dedicó gran parte de su enseñanza a tratar de dilucidar algo sobre el goce femenino. La historia de "Infiel" nos hace cuestionarnos qué es lo que lleva a una mujer, aparentemente feliz, casada con un hombre que la ama y madre de una niña, a entrar en una relación de infidelidad, comprometiendo su matrimonio y su estabilidad. Leyendo a Lacan me encontré con esta frase: "Decir que una mujer es no-toda... nos indica que ella es la única cuyo goce sobrepasa aquel que surge del coito. Es también por lo cual ella quiere ser reconocida como única". Esta frase nos hace ver que la posición femenina quiere algo: SER LA ÚNICA. La clínica psicoanalítica testimonia que varias analizantes tienen esa exigencia: ellas quieren ser las únicas. Eso significa que la mujer, en tanto no-toda, tiene una pulsión que la lleva a un exceso que se caracteriza por no tener límite y cruzar las líneas. El personaje de Marianne vive esta experiencia porque vemos que Markus, su marido, tiene otras pasiones, por ejemplo, la música y sobre todo la relación con Isabelle, la hija de ambos. Esas pasiones del marido colocan a Marianne en un lugar de soledad y de insatisfacción porque no se siente única para él. ¿Qué le ofrece David? Le ofrece esa sensación: la de sentirse única, y eso la lleva a la infidelidad. Marianne escribe lo siguiente: "Otro ser va creciendo en el interior de uno mismo, un monstruo. Resulta aterrador, inexorable. Pero es un proceso imparable, casi biológico". Es David quien está creciendo dentro de Marianne y Marianne se asusta porque es un goce que está más allá del coito. Ella siente que es única para David. Lo que experimenta este personaje, nos permite observar la posición de una mujer con relación al amor. Esta mujer tiene un goce que la impulsa a creer en el amor absoluto y por ello la empuja hacia lo insacible. Es una búsqueda insaciable del Otro. Lamentablemente, esta búsqueda suele ser mortífera ya que es imposible y suele terminar en la destrucción del sujeto. Esto es importante, puesto que plantea una exigencia en el amor que se empeña por ser todo para el Otro. La mujer siente una gran soledad en relación a su propio goce, ese goce femenino, ese goce que va más allá... Se siente sola e incomprendida... La soledad de la mujer se funda en un goce al que ningún hombre puede acceder, ni tampoco seguirla. Por eso me parece fundamental hablar de esta historia. Tengo que decir que acudí a la película para ver las diferencias, pues en la serie sueca el desarrollo del final es muy distinto. No obstante las diferencias (me gustó más la película) la serie nos permite desarrollar el vínculo del sujeto femenino con el amor absoluto y el goce que extrae de esto. Marianne encarna esa posición subjetiva, en la que el amor se vive como un acontecimiento absoluto, que desborda el deseo regulado por la norma. Su entrega a David, amigo íntimo de su esposo Markus, no responde a una falta racional, sino a un llamado desde un lugar donde el deseo ya no está en el campo de lo simbólico. Lacan distingue entre el goce fálico, que se inscribe en el orden del tener y la medida, y el goce femenino, que es un goce Otro, no-todo, fuera del lenguaje, fuera del cálculo. Marianne se abandona a este tipo de goce: desea ser deseada de forma única, irrepetible, como la mujer que ocupa un lugar insustituible para el Otro. Este goce no es placentero en sentido clásico; es exceso, es pérdida de sí. Su pasión por David implica destruir lo que la sostiene simbólicamente: su matrimonio, su rol de madre, su mundo. Pero ese amor absoluto tampoco se realiza; queda como marca, como resto no simbolizado. Lacan advierte que el goce del Otro es inaccesible: “el Otro no goza como yo”. Marianne persigue ese goce, pero se encuentra con su propia destrucción. El amor que la impulsa no puede inscribirse en un lazo estable: no está dentro de lo simbólico, es abismal. El sujeto femenino, al amar desde ese lugar, no busca reciprocidad, sino fusión con el Otro. Esa entrega la lleva a perder su lugar en el mundo simbólico. David, incapaz de sostener ese absoluto, también fracasa, dejando a Marianne vacía. Esta historia nos enseña que el goce femenino aparece como experiencia límite, no mediada por el lenguaje, que empuja al sujeto al borde de sí. No es un goce del tener, sino del ser, que, cuando no se simboliza, puede resultar devastador.
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