Presentación del libro FREUD EN MÉXICO de RUBÉN GALLO



FREUD EN MÉXICO – Rubén Gallo – México, FCE, 2014.
Presentación del libro en la Feria Internacional del Palacio de Minería, 23 de febrero de 2014
Por Néstor Braunstein
De veras. Pocas veces he recibido en mi vida el llamado a hacer algo tan grato, tan afín a mis anhelos, incluso tan conmovedor, como la invitacióna comentar ante este público, en este lugar, con la presencia del talentoso escritor y ensayista que es Rubén, el libro que conocí en 2010 y que leí con fruición y con creciente entusiasmo en inglés mientras esperaba que se publicase en español, allí donde corresponde, en el lugar mismo donde la acción transcurre, en nuestro país, en esta ciudad.
Con Freud en México difícil es decidir qué es lo más notable: la rigurosa documentación histórica, la minuciosa investigación de las fuentes, el comentario agudo, la exuberancia de la prosa, el rebosante humor destilado en cada página, la originalidad de la reflexión sobre lo ya conocido, la calidad y el tino en la selección de las ilustraciones, vaya, todo, empezando por la portada (esta magnífica cubierta de un Vanity Fair de 1935 en donde Freud analiza un sueño mexicano que tiene la platinada Jean Harlow, debida a la portentosa imaginación plástica de Miguel Covarrubias) y terminando por las conclusiones culminantes de una obra tan perfecta sobre la historia y la prehistoria del psicoanálisis en nuestro país que, incluso, hace encomiables sus imperfecciones. En total acuerdo con el mayor de los comentaristas del aporte freudiano, Theodor W. Adorno, se justifica ahora repetir que: “nada es verdad en psicoanálisis con excepción de sus exageraciones”. El libro de Rubén Gallo es un abigarrado compendio de exageraciones que ponen de manifiesto la verdad escondida en las huecas y tradicionales frases de reconocimiento académico a la novedad freudiana bautizada hiperbólicamente como “revolución”. 

Gallo nos muestra un Freud y nos presenta un psicoanálisis que parecen haber nacido para implantarse en su tierra prometida: México. Como si el inconsciente de Freud fuese un inconsciente en barbecho, a la espera de la semillafecunda que contradiga el título mismo de este libro en inglés: IntotheWildsofPsychoanalysis. Wild, aquí, no es tanto losalvaje, como el desierto, el yermo. El wildWest de las tierras de cowboys es, sí, salvaje, pero no lo es el México que recibe a Freud. La traducción más precisa que se me ocurre es “agreste”,ligeramente distinto del título que ahora presentamos: Freud en México sería El México de Freud. En lo agreste del psicoanálisis.“El México de Freud”; sí, aplaudo la duplicidad del genitivo: Freud tenía un México que le era propio y México tiene “su” Freud, idiosincrático. Creo que con ese agreste subtítulo podríamos prescindir sin perder nada del otro subtítulo: Historia de un delirio.En el libro, escrito en inglés, no encuentro deliriosni delirantes; apenas si encuentra uno excentricidades, funcionamiento desorbitado de un pensamiento trasplantado,tan exótico como esos Habsburgos francoaustríacos que pretendieronarmar un imperio enelMéxicoque ellosquisieron soñar: incomprendido y distante.
¿Por dónde abordar una obra tan polifacética? Ya comencéhaciendo un giro extraño, el de la comparación entre el original y la traducción pero hay aun otras sorpresas que nos aguardan y nos agradan. Para empezar, la dedicatoria misma,que parece estar cambiado de destinatario. Julia Joyeux, en inglés, whotaught me Freud ¾ que me enseñó Freud¾ y Julia Kristeva, en español, sin aclarar la razón del homenaje hasta llegar al prólogo a la edición mexicana donde Rubén aclara que esta doble Julia, lingüista, filósofa y novelista fue su “maestra de psicoanálisis”en el año 1995, cuando este muchachoque está sentado a miizquierdatenía apenas 25. Diez años después, él y Terence Gowen, nos cuenta, acompañaron a Julia Kristeva en un viaje en el que seguían los pasos de santa Teresa de Ávila (1515-2015). Los chismosos (los detallistas, si prefieren) pronto caeremos en cuenta que Julia Kristeva, búlgara, más búlgara que el yoghurt, es, oficialmente, la esposa del justamentecélebre Philippe Sollers, uno de los dandis en el movimiento del ’68, el dandi del dandismo, que contó las intimidades del grupo cercano a Lacan en su novela Femmes como más tarde lo hiciera entre nosotros Jorge Volpi en El fin de la locura. Bien; resulta que Sollers es el seudónimo de Philippe Joyaux y es por eso que su esposa puede firmar con el apellido Joyaux y dar, usando ese nombre,el curso que fue iniciático para Rubén Gallo y cuyo título en inglés se ha trastocadoen el prólogo como “La revuelta en la obra de Freud” en lugar del que aparece en el original inglés: “El sentido y el sinsentido de la rebelión”. “Senseandnonsenseofrevolt”. Rebelión, sí, la freudiana, rebelión contra lo establecido y lo convencional; no revolución ni revuelta.
Comentar cada hallazgo, ilustración, párrafo o capítulo del libro sería divertido e instructivo tanto como imposible dado el tiempo que se nos ha adjudicado y porque lo más interesante es escuchar al autor. Puedo garantizarles que ni por un momento decaerá su atención cuando lean la obra. Los sobresaltos serán constantes, desde enterarsede las piezas mexicanas que faltaron en la exposición de las antigüedades de Freud a unas cuadras de aquí, en San Ildefonso, como descubrir que “el más serio de los escritores de su generación en cuanto lectores de Freud”fue Salvador Novo. ¡Y qué Salvador el Novo que nos muestra nuestro Gallo! Yendo a la biblioteca del poeta encontró la primera edición de las Obras Completas de Freud en la edición española traducida por López Ballesteros, esa traducción que concitó la aprobación del propio Freud quien podía muy bien leer el español pues se formó en nuestra lengua como autodidacta para leer a Cervantes. Sorpresa: los textos de Freud, especialmente los dedicados a la sexualidad, tenían comentarios, más bien, expresivas interjecciones de Novo, “juguetonas, ingeniosas y altivas”, dice Rubén, en cuanto el psicoanalista se refería a la homosexualidad, el bestialismo, las perversiones, etc. En esa época Novo tenía una pasión: los chóferes de taxis y buses que le atraían por su olor a gasolina. Eso lo llevó a ofrecerse como colaborador en la alburera revista “El chafirete” para acabar siendo prácticamente el autor de la publicación que aparecía, según rezaba el encabezamiento, con relojeraperiodicidad: “cuando se le pega la gana porque no tiene quien lo mande”. La combinación de nuestro Gallo con Novo, Freud, los chafiretes, el maravilloso retrato de Novo pergeñado por Rodríguez Lozano y otros etcéteras que no se me pega la gana detallar hacen de este capítulo una joya literaria del humorismo chilango aunque Gallo sea tapatío pero, imaginen, si la hizo como tapatío en el de efe, ¿cómo no la haría de chicano puesto a director de estudios en Princeton, la universidad más prestigiosa del continente?
¿Qué sigue? Un resumen exhaustivo de las reflexiones sobre la psicología del mexicano que se apoyaban en las obras de Sigmund Freud: desfilan por allí Samuel Ramos, Santiago Ramírez, Octavio Paz, Erich Fromm y varios etcéteras.Gallo descarta la idea vulgar de que el psicoanálisis llega a México de la mano de AndréBreton y los surrealistas aunque no descuidala referencia a Remedios Varo, a Leonora Carrington ya Luis Buñuel. De este modo, y con una página encantadora sobre el Hotel Posada Freud en las playas del Caribe mexicano, termina la primera parte del libro que llevaba en inglés el título del libro que hoy comentamos: “Freud en México” y comienza la segunda, llena de giros pasmosos, de abracadabras y de ¡ábrete, ajonjolí! que es “El México de Freud”.
Comienza con un capítulo, el más audaz de la obra entera, que es un aporte insoslayable a la psicobiografía de Sigmund Freud, un ensayo que va mucho más allá de México pues su tema es “El español de Freud”. Mexicano era precisamente el destinatario de una carta (el abogado Carrancá y Trujillo) que desde Viena recibió en 1934 una nota manuscrita en la que el fundador decía: “En mi juventud tuve el placer de aprender su hermoso idioma y por eso estoy en posibilidad de apreciar [su artículo]”. Los freudólogos del mundo entero conocemos desde hace mucho tiempo esteafecto de Freud porla lengua española y las palabras castellanas que aparecen en sus escritos. Sin embargo, no somos muchos los que nos adentramos en la correspondencia entre él y su amigo de la adolescencia, Eduard Silberstein, que no se dio a conocer sino hasta 1989,sin que se aclarase cómo las cartas llegaron a la Biblioteca del Congreso en Washington. Esa amistad, en alguna medida epistolar pero en mucho mayor medida muy personal, se prolongó de los 15 a los 25 años de Freud (1871-1881). Pocos fueron los freudianos que se atrevieron a profundizar en el lenguaje íntimo que compartían estos dos chicos.Ellos crearon una Academia Española con sellos secretos y se rebautizaron como Cipión y Berganza, los dos canes del “Coloquio de los perros” de Cervantes al que ubicaban en Sevilla y no en el Valladolid delanovela ejemplar. Rubén Gallo no se limita a releer el coloquio del manco de Lepanto sino que lo interpretaen clave freudiana: los dos perros prefiguran a los participantes en el diálogo psicoanalítico, uno que habla (Berganza -Silberstein) y uno que escucha (Cipión – Freud). Les ahorraré las conclusiones de este análisis de la relación platónica entre los canes aunque los más sagaces aquí ya habrán captado el subtexto erótico del diálogo perruno y de la correspondencia confidencial y secreta de los adolescentes en busca de su identidad sexual.
Freud, en una carta del 7 de febrero de 1884, le contó y describió a Martha Bernays, por entonces ya su “novia veterana”, con riqueza de detalles, la intensa amistad que lo había unido a Silberstein a quien había visto ese mismo día, tres años después de la interrupción de la correspondencia que pudimos leer al terminar el siglo pasado. En aquel día de 1884 escribióa su muy amada una larga carta en la que, sin transiciones, sin puntos y aparte, completamente de corrido, pasa del relato del largo tiempo compartido con el camarada (“acostumbrábamos a estar literalmente juntos todas las horas del día que no pasábamos en el aula”) a la novia(“Después apareciste tú y todo lo que contigo vino”). Habrá que recordar que las últimas cartas que figuran en la correspondencia a Silbersteinson de 1881, que no hay más cartas al amigo pues ambos vivían en la misma ciudadsin ninguna necesidad de comunicarse por escrito, y que Freud conoció a Martha en abril de 1882.La primera de las cartas a “My sweetdarling girl” (tal parece que la lengua vernácula no es la más apta para el amor), cuando los novios debieron separarsepor un viaje de ella,es del día siguiente a su compromiso, el 19 de junio de 1882. La continuidad de las fechas es llamativa ¿verdad?
El desparpajo de Gallo al leer a Cervantes desde Freud y a Freud desde Cervantes lo lleva a lugares inexplorados de la historia de Freud como, por ejemplo, el enigmáticosuicidio de la primera esposa de Silberstein en Viena, en 1891, no se sabe si antes o inmediatamente después de una consulta con un especialista en neurología... llamado Sigmund Freud, que tenía su consultorio en el tercer piso del edificio desde donde se ella se arrojó por una ventana, según sabemos por el relato de una nieta de Silberstein, Rosita Braunstein Vieyra, historia que le fue corroborada en 1981 por Anna Freud.Un misterio que, como todo misterio auténtico, llama a la búsqueda de sus claves pero con el que nadie se ha atrevido. A falta de documentos es lícito imaginar.
Rubén Gallo cita, además, algunas cartas de Freud aSilberstein, de 1876, escritas en Trieste, el único puerto marítimo del imperio austrohúngaro, donde realizó, a los 19 años de edad, la primera investigación científica de su carrera cuyo tema erala por aquel entonces totalmente desconocidareproducción y vida sexual de las anguilas. ¿Una casualidad o un anticipo de los tres ensayos para una teoría sexual de 1905 y todo lo que le siguió? Trieste, donde está el castillo de Miramar que Freud “pudo haber visitado”, dice Gallo, el que Maximiliano hizo construir para su siempre lejana Carlota, (la “mamá Carlota que se fue de México estando embarazada, no se sabe bien de quién pero seguro que no de su marido), ese castillo, antecedente del de Chapultepec, que aparece en uno de los sueños de la Traumdeutung.
Gallo diseca esta “travesura literaria” (así la llama) de las cartasamistosas de Freud a Silbersteinque debía proseguirse solo en “el idioma oficial de la Academia Española”. Con toda paciencia analiza las minucias del vocabulario y la sintaxis macarrónica del español de Freud. Debemos lamentar que, en aquel tiempo del que todos sabemos(por otra carta a su novia de 1885), Freud decidiera, anunciando una profecía que se cumpliría al pie de la letra, que iba a dar mucho trabajo a gente que aun no había nacido: sus biógrafos. En un mal día destruyó la correspondencia y los textos inéditos de los 14 años anteriores, es decir, precisamente, a partir delcomienzo dela amistad de “Cipión” con “Berganza”. En cenizas se convirtieron así las cartas que él recibió de Silberstein;por esonos quedamos con una correspondencia tuerta y coja, aunque tengamos la parte que más nos interesa, la que el estudiante Sigismund (¿el de Calderón de la Barca?) escribió.
Gallo señala que son pocos los analistas que desmenuzaron esta correspondencia y ellos recayeron sobre aspectos anecdóticoscomo la tímida inclinación de Freud por una jovencita llamada Gisela (Gisela Fluss), de la que ambos varones acabaron burlándose y llamándola “Ictiosauria”, nombre de un monstruo prehistórico.Los psicoanalistas, nada menos que ellos mismos, dejaron de lado el tipo de relación que había entre ambos jóvenes y la elección de una lengua privada para sus comunicaciones. Para Gallo, sin pelos en la lengua, esa Academia Española era “una institución abierta que anticipó la unión de dos amigos que ahora conocemos como matrimonio homosexual”. El español de ambos era el idioma en que expresaban sus fantasías mientras que el alemán era el utilizado para la realidad. Todas las vicisitudes del amor juvenil se dejan ver en la relación entre ambos, incluyendo el tormento de los cáusticos celos sufridos por Freud al enterarse de que Eduard se estaba viendo con una amiga en Leipzig, lejos de Viena y de su presencia controladora. Por todo ello, como si hablase del secreto de las anguilas, Gallo se permite hablar del “curioso híbrido de una bisexualidad bilingüe”, de un período de indefinición sexual de los dos que acabóen una elección definitivamente heterosexual.De todos modos, el conflicto persistió, como todos lo sabemos ¾y el propio Freud lo admitía¾ en la prolongada y difícil amistad con su joven colega Wilhelm Fliessiniciadaen 1887, con quien pudo superar la ambigüedad en la elección del objeto amoroso pues, según decía, “triunfó allí donde el paranoico fracasa”.
A esta altura debo interrumpir la jugosa reseña de cada uno de los capítulos del libro y renunciar a las arriesgadas lecturas que hace Gallo de los sueños de Freud que, debido o a pesar de su atrevimiento, pasan a formar parte del libro que las inspiró: La interpretación de los sueños.Digo que la obra de Rubén es un apéndice a la obra mayor de Freud pues entiendo que cada nuevainterpretación y reconstrucción del trabajo oníricoen un sueño de Freud se agrega al texto originalasí como cada nueva versión del drama edípico se incorpora al mito de Edipo, según decía Levi-Strauss. Esta doble adscripción del sueño freudiano y el mito tebano confluyen en el momento cumbre del libro sobre el México de Freud, aquel en donde, por una vía insólita, Freud aparece implicado en el coyoacanense asesinato de Trotski, un episodio que, a su vez, forma parte del mito de Edipo además de abordar el crimen político más impresionante del siglo XX. Eso me llevaría a la historia del juez Carrancá y Trujillo, que tuvo a su cargo el proceso penal contra Ramón Mercader. Carrancá, el único mexicano que se carteó con Freud a partir del envío que le hizo de la revista Criminalia en 1934, publicación que fuera gratamente recibida por Freud. En el acuse de recibo Freud se alegraba de poder leer el artículo sobre la “psicotécnica judicial” inventada por Carrancáhaciendo uso del español que había aprendido junto a Silberstein. Carrancá se complugo en reproducir la respuesta de Freud de modo facsimilar en la entrega siguiente de Criminalia. Poco después, en 1937,el criminalista envió su libro sobre el derecho penal mexicanoa Freud y éste lo conservó entre los volúmenes que llevó de Viena a Londres al exiliarse en 1938.
La involucraciónulterior del juez mexicano en el juicio penal a Ramón Mercader (1940) se integra de manera sorprendente con la obra freudiana y con el mito de Edipo cuando nos enteramos de quela madre del asesino, Caridad del Río, esperaba en un coche a la puerta de la casa de la calle ¡Viena! donde su hijo Ramón cometía el crimen más sonado del siglo XX. Ella, la madre incitadora del crimen, estaba, lista para darse a la fuga con el asesino, teniendo a un lado, al volante del automóvil,a su amante, un general soviético posible e insólitamente relacionado por lazos familiares con íntimos discípulos de Freud, tema que queda para una insólita novela policial que Gallo insinúa: ¿cuál era el parentesco entre Leonid Eitigon y Max Eitigon, el mecenas del movimiento psicoanalítico? Bien sabemos, por Freud mismo, que el complejo de Edipo no puede ser invocado en un juicio penal como argumento ni por el fiscal ni por el defensor, pero esta ilustración, que parece tomada de una tragedia de Sófocles, es deslumbrante, aun cuando carezca de valor jurídico.
Deberíatambién en este momentodebatir en detalle la experiencia del convento del padre Lemercier en Cuernavaca y la atinada evocación de la película “El monasterio de los buitres”, “basedon a truestory” como se dice hoy en día aun cuando no tenga nada que ver con la historia real, dirigida por Francisco del Villar que habría de ser el padre de otro Francisco del Villar, mi amigo,que descansa en paz como también se dice, el único mexicano, hasta donde yo sé, que tuvo sesiones de psicoanálisis con Jacques Lacan. En la película el papel de la mujer fatal come-monjes fue adjudicado nada más ni nada menos que a la Tigresa Irma Serrano. El experimento de Lemercier, como bien sabemos, atrajo en 1967 la condenación del Vaticano tanto a esa aventura como a cualquier intento diabólico,presente o futuro,de psicoanalizar a los monjes. Sospecho que mi paisano Francisco, este otro Francisco, sería más tolerante.
Bueno; ya les conté lo que hay en el libro. Díganme, díganme ahora con franqueza, si tendrían el atrevimiento y la desvergüenza de no leerlo.

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