EL LENGUAJE PARA EL PSICOANÁLISIS

(Introducción)
Por José Eduardo Tappan M.
Al abrirse a las preguntas de la condición humana y de la estructura de la subjetividad, el psicoanálisis, entonces, se encuentra más cerca del área de la semiótica y la lingüística que se articulan con el psiquismo, que de la psicología que se relaciona con los hábitos y la conducta.
El psicoanálisis está lejos de las preocupaciones y metodologías de la psicología y cerca de las preocupaciones y las preguntas, de la semiótica, la filosofía y la antropología simbólica. Aun cuando lo humano se puede estudiar desde diferentes y simultáneas aproximaciones, una de las más importantes para el psicoanálisis, sin lugar a dudas, será el lenguaje.

En la propuesta lacaniana, el lenguaje se vincula como un efecto de la operación de la prohibición del incesto, de la inscripción del significante-Nombre-del-padre. Por lo tanto, es una perspectiva esencial en tanto se convierte en el soporte del psiquismo, la mentalidad y la cultura.
En cuanto a la imposibilidad de reproducir un medio natural de las condiciones de vida del Homo sapiens, “nuestro medio natural es el conjunto de todos los medios, un mundo hecho con todo lo que hay y también con lo que ya no hay y con lo que aún no hay” (Savater, 2004:110). Los distintos grupos humanos, aunque vivan separados por unos cuantos metros, muestran diferencias significativas; mientras que en el caso de los animales no es así, pues cada uno se parece al resto aunque se encuentren en lugares del planeta muy distantes entre sí. ¿Cómo sucede tal cosa? Savater es el vocero de un conjunto de autores que propone el lenguaje como explicación.

El lenguaje humano es profundamente distinto a los sistemas de comunicación de los animales porque permite relatar las cosas que ya no existen, las que ya sucedieron o las que aún no se producen, anticipando su existencia; incluso permite hablar de aquellas que son imposibles. Puede decirse según palabras de Lacan que “un organismo humano para que funcione no sólo tiene que vérselas con un medio natural,sino también con un universo significante”. De modo atinado, Savater afirma que resulta abusivo hablar “lenguaje animal” cuando se hace referencia a la comunicación animal, puesto que “se refieren siempre a las finalidades biológicas de la especie: la gacela previene a sus semejantes de la cercanía del león o de un incendio, los giros de la abeja informan al enjambre dónde y a qué distancia se hallan las flores que deben libar”. También es erróneo denominar como lenguajes de la naturaleza al químico, al acústico, al táctil, a las vibraciones, etc. que refieren a señales inequívocas.

Para Martin Heidegger el lenguaje propiamente dicho es privativo del hombre, en particular, hablar del hombre es en tanto interpelado por el ser. De ahí que “los hombres tengan el lenguaje, pero no lo poseen en primera línea sólo para entenderse unos con otros y mediante esos entendimientos domesticarse mutuamente, sino que el lenguaje es la casa del ser habitando en la cual el hombre exsiste, en cuanto, al guardarla, pertenece a la verdad del ser…no es el hombre lo esencial, sino el ser como la dimensión de lo extático de la exsistencia […]” (Sloterdijk, 2006:44).

Para Jacques Lacan no puede haber lenguaje como tal sin que opere la falta, el pathos humano. Por tanto, sería mejor usar la palabra código para referirse a las formas y sistemas de comunicación de cualquier especie, pues refiere a una relación de uno a uno, por ejemplo, entre el sonido (una clase de grito) y lo que debe hacerse (subirse a la copa de los árboles). Si se hace referencia al ser humano, “El acuse de recibo es lo esencial de la comunicación en tanto ella es, no significativa, sino significante” (Lacan, 1981: 269) Lacan emplea la noción de que hay que saber no hacer; esto es, se toma constancia del signo como tal que solo se produce con el rehusamiento del instinto. Los animales no pueden no hacer, obedecen las leyes de la naturaleza.

El psicoanálisis constituye una novedad porque lo humano no puede deducirse de las composiciones de las significaciones o de los instintos. “El mundo humano, el mundo que conocemos, en el que vivimos, en medio del cual nos orientamos, y sin el cual de ningún modo podemos orientarnos, no implica solamente la existencia de las significaciones, sino el orden del significante” (Lacan, 1981:269).

Sí, el hombre es un animal simbólico (Ernst Cassier citado en Savater, 2004:111). En donde un símbolo es un signo que representa una idea, una emoción, un deseo, una forma social. Un signo convencional resulta de lo acordado por la sociedad humana como las huellas de una fiera que indican que ha pasado por allí. (Savater, 2004:111) Así, estrictamente, un signo deviene símbolo cuando subsume un contenido ideológico o idiosincrásico que represente valores que se consideran esenciales para un pueblo; en este sentido, no hay símbolos transculturales y transhistóricos, ya que el símbolo se enraíza en cada sociedad particular. Un símbolo es pues un signo empapado y coloreado por la historia y la cultura.

Otra diferencia de los humanos respecto a los animales la encontramos en el interés, en el “querer decir”, en la intención de los niños cuando se atropellan torpemente, mostrando gran entusiasmo por la tarea querer decir, aunque eso no les depare ningún beneficio aparentemente. En apariencia los niños aprenden a hablar porque a las primeras de cambio se les despierta la intención de hablar (Savater, 2004:111), que es precisamente lo que falta a los demás primates, por despiertos que sean.

Si entonces el mundo es significante, ese mundo depende del lenguaje que se habla, algunos lingüistas (Edward Sapir y Benjamin L. Whorf, entre los más destacados) han supuesto que cada uno de los idiomas abre un mundo diferente, y algunos relativistas argumentan que se constituye un universo cerrado en cada lengua. En efecto, el habla permite adquirir un mundo, pero que no se cierra a los sentidos pues “lo más humano de un idioma es que lo esencial de sus contenidos puede ser traducido a cualquier otro: no hay querer decir sin querer entender y hacerse entender... (Savater, 2004:109-110)

La palabra o el apalabramiento fue el instrumento analítico que Freud descubriera, para luego apelar al silencio como marco necesario para que emergiera su efecto catártico o “cura por deshollinamiento”,como lo llamó uno de sus pacientes. La actitud freudiana de dar la palabra a los pacientes fue revolucionaria en tanto transformó toda concepción de médico-paciente, y que alejaba desde sus inicios al psicoanálisis de la psiquiatría. Es pertinente mencionar aquí la carta de Freud, en Tratamiento psíquico tratamiento del alma de 1890: “Tratamiento psíquico, quiere decir, más bien tratamiento desde el alma —ya sea de perturbaciones anímicas o corporales— con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico del hombre. Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra y las palabras son en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico.” (Freud, 1976)

Más tarde, desde Ferdinand de Saussure, Lacan retomará la palabra, más allá del signo saussuriano para ir al encuentro con la lingüística. Ahora se abordaba la palabra con sus ligas con el malestar, a fin de que el paciente lo vinculara a la legitimidad brindada, mediante sus síntomas, a cada uno de sus miedos, sus inseguridades y sus angustias. El espacio analítico debía dirigirse a la creación del compromiso del paciente entre su palabra y su existencia.

Para Lacan el lenguaje conforma la banda de Möbius, en la que no hay exterioridad o interioridad. Tampoco hay que descubrir el texto latente, ya que únicamente es una versión local o fragmentada de la banda, aunque se pudiera localizar algo de la demarcación de la exterioridad y la interioridad. En la superficie de la banda hay continuidad, la cadena de significantes está articulada para producir un efecto de significado.

El sujeto es un efecto de lo que la persona dice y puede sorprenderle a ella misma lo que es y se ignoraba. La escucha implica llevar, de modo constante, la visión local (lo que se dice, el habla) hacia la estructura (el lenguaje); implica articular habla y lenguaje, como una banda de Möbius, y lleva a vislumbrar la estructura que subyace y que por lo general el hablante desconoce, y por lo que tal relación le es sorpresiva. Así, el paciente descubrirá la veta que debe tallar, la veta que en su decir se revela, y así también comprenderá que en su decir se subsume su condición de ser, su lugar subjetivo. Hay que eludir las certezas para reconocer el misterio de su propia existencia. Somos lenguaje en tanto este nos constituye y nos estructura. Lenguaje que inscribe, a partir de la prohibición de lo mismo (del incesto), tres posibilidades de ser en él: psicosis, neurosis o perversión.

El lenguaje no anticipa ningún contenido, y la posesión de lenguaje y nuestra calidad de seres mortales adquieren mucho más peso que la diferencia que separa a los humanos. (Savater, 2004:106) ¿Cómo comprender la relevancia estructurante del lenguaje en la condición humana? ¿Cómo se introduce lo humano si no es un asunto de herencia biológica o ni algo que se puede aprender mediante la educación? Precisamente este es el campo que abre la semiótica, forzada a dar respuestas de carácter ontológico; es el orden del lenguaje lo que se erige como la más honda y clara diferencia entre lo humano y el reino de la naturaleza, lo que separa de aquello que es naturalmente otorgado; a partir del lenguaje es que los seres humanos se constituyen en entes-parlantes.

Si las personas son animales simbólicos; es decir, seres constituidos y determinados por el lenguaje, no se trata simplemente de que hablen, sino de que son “hablentes”. Lacan afirma que la estructura es lo que determina, en última instancia, la práctica clínica; lo que constituye su propuesta teórica y su campo de pertinencia. Ahora bien ¿de qué estructura se está hablando? No es otra que la del lenguaje y del conjunto de fenómenos relacionados con ese campo. El lenguaje es la estructura que determina los fenómenos del habla, de los idiomas, de la estructura de lo psíquico y de lo mental.

Vale diferenciar con claridad el lenguaje y el plano del habla. Primero, el habla tiene que ver con las palabras que se emplean, con su historia, con su utilización, con sus posibilidades semánticas, con su gramática y, cuando las palabras fungen como creadoras de ideas y sentimientos, el habla tiene que ver también con sus formas escritas. Si se revisa el plano del habla, se observan las diferencias que existen entre cada idioma.

Por el contrario, en el plano estructural del lenguaje estructural no hay diferencias significativas entre los idiomas, ya que están compuestos por signos en los que los significantes son arbitrarios, mientras que los significados son compartidos; es en este nivel estructural en el que opera el psicoanálisis.

El significante no puede ser aprehendido más que a través de los fenómenos del habla. Es necesario, además, que exista un sonido que represente o identifique a ese significante, para enmarcarlo y diferenciarlo de otros; un sonido arbitrario pero que permita una suerte de consenso en el lazo social; ahí aparece entonces la palabra, como una supuesta unidad de sentido en una comunidad determinada que, bajo una misma voz, tiene un significante con un significado, opina Saussure. “El signo lingüístico es por tanto una entidad psíquica que puede ser representada por la figura. […] Busquemos el sentido de la palabra latina arbor, la palabra por la que el latín designa el concepto de árbol, llamemos signo a la combinación de concepto y de imagen acústica”. (Saussure, 1993:102,103) Lacan reinterpreta a Saussure e invierte los elementos que componen al signo; también, al interesarse por la estructura, propone que existe una independencia entre el significante y el significado, en tanto el significado es un producto, un efecto de la relación entre significantes. Para Lacan, el significante tendrá mayor importancia pues lo considera inseparable de su noción de estructura.

Para explicar la relevancia estructurante del lenguaje, el psicoanálisis ha descartado los argumentos evolutivos o educativos o de socialización, según términos académicos; critica las perspectivas que analizan el lenguaje con bases biológicas, pues los casos de los niños en condiciones ferales demuestran que lo humano no aparece de modo espontáneo. El psicoanálisis subraya el acto que realiza una sustracción, operación que funda el psiquismo alrededor de una falta, de un vaciamiento, constituyente de lo inconsciente concebido como fractura o como falla en su acepción geológica. Es necesaria la falla a fin de posibilitar el movimiento de las placas tectónicas; es decir, las diferentes instancias psíquicas.

El lenguaje preexiste al niño, existe ya antes de que nazca, pues le anteceden una cultura, una genealogía y unos padres que hablan. De modo que las fantasías de los padres, sus ideales, sus expectativas conformarán un molde en el que intentarán vaciar a la criatura. Pero, será el despliegue de la Función y el significante-Nombre-del-padre, sostenido en una intrincada trama simbólica, lo que inscribirá ese significante que comandará la inserción y el sujetamiento al lenguaje. Ese significante, paradójicamente, no significa nada, es pura diferencia, que inscribe esa marca que generará un antes y un después. Se trata del significante de la diferencia (corte y prohibición del incesto), que resulta condición necesaria para el habla, por cuya naturaleza no se apela a su precariedad: imposible un protolenguaje. El equívoco —de nuevo, inadmisible en el reino de la naturaleza— muestra su propia dimensión, constituyente y fundante. El equívoco es efecto de esa posibilidad de juego, de movimiento del lenguaje que se abre ante un significante sin ningún significado adherido a él. El lenguaje es consustancial de la diferencia entendida como falla (o falta) sobre lo que orbita todo el edificio teórico que se llama psicoanálisis.

Por esto, desde esta dimensión se puede entender que el lenguaje reclama la atención del psicoanálisis, en un amplio universo; el lenguaje como factor constituyente de lo humano a partir del psiquismo y de lo subjetivo, a fin de mostrar el lugar desde donde habitamos el mundo y construimos la cultura.

Ahora se está más cerca de entender que la estructura que constituye la práctica que se denomina psicoanálisis tiene que ver con el lenguaje constituido y está marcado por la inscripción de la ley de prohibición del incesto, entendida como diferencia y falta en el plano de la lógica simbólica: que es lo que se podría decir que es la condición, a su vez, de la naturaleza de lo inconsciente. El psicoanálisis atiende a lo que está sujetado por el lenguaje que determina lo psíquico; las palabras de un léxico particular muestran lo que puede ser pensado y lo que no. Si el esclavo no conoce la palabra libertad, desconoce su estado de esclavitud. Los idiomas determinan las posibilidades e imposibilidades para pensar algo que esté presente o no en la realidad psíquica y cultural de las personas. Ningún hecho es determinante, antes bien, lo significante es cómo ha sido representada esa experiencia en la psique, el lugar que adquiere para el sujeto.

La estructura, como el sujeto, es causa y efecto del lenguaje, por lo que ambos no pueden ser abordados fuera del habla, de los hablantes concretos, de su decir. El Sujeto no es otra cosa que la red de articulaciones significantes, un producto —no un productor— de la cadena significante; el Sujeto está sujeto, sujetado a los significantes, es efecto de estos. En definitiva, con respecto a la diferenciación entre el lenguaje y el habla: el primero es la dimensión estructural del sujeto y, en su dimensión general, es objeto de estudio de los lingüistas. El segundo da cuenta de la persona, de su idioma, de sus formas dialectales, de la riqueza léxica y representa el universo de estudio de los sociolingüistas y los etnolingüistas que unen los usos sociales del lenguaje, etc. Siempre y cuando sea a través del habla que se expone el lenguaje como su condición, que está presente determinándola. El lenguaje es el esqueleto del habla, su condición necesaria y operante para su despliegue.

Los objetos que pueblan y forman el mundo parecieran estar formados por leyes naturales de las cuales los seres humanos solo son espectadores; sin embargo, son a su vez efecto de las estructuras gramaticales y de los sistemas de organización del lenguaje, primero, y del habla, después, que lo acercan al espíritu humano. De ahí que el lenguaje es la estructura esencial mínima y necesaria de la condición humana, de lo que se denomina realidad y de lo que se conoce del mundo. Resulta esencial diferenciar, primero, cuáles son los elementos que componen el campo del lenguaje y cuáles los del habla.

Para dar cuenta de esta dinámica es conveniente regresar a hablar del espíritu humano, tal como lo caracterizó Lévi-Strauss, como el que establece un cimiento desde el cual se producen diferencias; de la estructura o lo constante de los pueblos de modo atemporal, por un lado, y de lo expresado como diferencias culturales, pequeñas o grandes, por el otro. El estructuralismo presenta, por un lado, en lo particular, lo que se podría caracterizar como las diferencias entre las culturas, y por el otro, en lo general, aquello que de común a todas las culturas subyace y permanece constante. Aquello común es de corte inconsciente, en la medida que se encuentran ahí los mecanismos y las leyes que gobiernan el orden simbólico, sin mostrarse de manera explícita, y que se distinguen de los mecanismos y las leyes relativos al habla, a las palabras, a un idioma que puede ser aprendido y que conduce a lo que se llama semántica cultural, que tiene que ver con el sentido que se le da a las voces empleadas para definir algo: una experiencia, un objeto, un sentimiento, etc. El habla da cuenta de distintos códigos y sistemas que dependen de la matriz cultural, cuya propuesta estaría en un doble carácter: preconsciente y consciente.

La singularidad cultural expresa las diferencias mediante un estilo, un hábito o un idioma que van cambiando, sin existir una homogeneidad al interior de una cultura, con los matices que ofrecen las clases, los géneros y las generaciones, entre otros. Cada una de las culturas delimita una serie de códigos y criterios morales o bien su “sentido común” y sus maneras corteses; esto es, esta delimitación constituye una identidad que establece lo propio y lo ajeno y que abre el distingo entre lo extranjero, lo bárbaro, lo exótico.

La cultura es efecto del habla y del lenguaje en una cadena de determinaciones que va sosteniéndose en un sistema menos arbitrario conforme más se interna uno en la dimensión estructural, con sus leyes, sus dinámicas más que son más uniformes y constantes y no dependen de las nuevas tendencias de moda, o de los juicios de los hombres. Las posibilidades frente a la identidad se expresan en “el habla”, conocida comúnmente como idiomas y dialectos, un acercamiento a lo propio e histórico se hace mediante las metodologías culturalistas y diacrónicas.

Más allá de las diferencias, sin embargo, se encuentran las semejanzas representadas por el lenguaje y el espíritu humano, transitando en el plano designado como estructural. Las coordenadas efecto de lo prohibido serán expresadas en ciertas culturas con el par de palabras noa y tabú.

A cualquier investigador se le impone la tarea de encontrar las determinantes que adquieren mayor peso en una cultura, tales como las artes de subsistencia, las religiones o los sistemas políticos, aquello que conforma lo ideológico o idiosincrásico —mentalidad que determina los juicios de valor, los juicios estéticos, los morales— las reglas de urbanidad, los sistemas de parentesco. Asimismo, se buscan los parámetros que fungen de coordenadas para organizar toda experiencia a saber: esto está sabroso y esto no; aquello es bonito y eso otro es feo; lo permitido y lo prohibido.

Así, se trata de lo que subraya la magnitud y el relieve de las representaciones del mundo y cómo se vive en él. Con la finalidad de hallar los mecanismos constituyentes del espíritu humano que se signa en las regularidades o constantes y se expresa en sus variables o diferencias. No se trata de indagar más allá de la cultura, “no hay forma sin fondo, ni fondo sin forma”. Estas constantes nos dirigen a las estructuras lingüísticas o, podríamos decir también, a lo psíquico, y el habla se corresponde con lo mental. Lo primero, el lenguaje y lo psíquico, es aquello inconsciente y estructural, lo que puede ser comprendido mediante una metodología de corte sincrónico que nos permita destacar los sistemas, sus mecanismos y sus posibilidades lógicas; sin interesarse propiamente por el rastro histórico. Lo segundo, el habla y la mente, apelan directamente a los planos de la cultura que cambia de una época a la otra.

El habla, con sus diferencias culturales, es imposible de traducir de un idioma a otro sin pérdidas, dado que cada palabra en cada idioma expresa una relación particular con lo significantes; sin eximir, claro está, de analizar con cuidado sus características y tensiones subyacentes en el momento de traducir. Un análisis así se ligaría con la labor psicoanálitica, ya que deberá ser realizado por medio de entender el significante, tal y como lo propone Lacan.

El significante, para Lacan, es la partícula elemental en el campo del habla y del lenguaje y la condición de ser y posibilidad de despliegue en las actividades concretas del habla. En la clínica psicoanalítica, la asociación libre, la relación de los significantes se da por los afectos que los articulan entre sí. Una palabra en sí misma carece de importancia, solo adquiere su lugar en relación con otras palabras, al establecerse vínculos por las leyes del sentido (en el habla). El significante-Nombre-del-Padre, por su peso, organiza la serie de la cadena significante, separa al infante de la madre, por cuya función paterna —operación llamada así por Lacan— la criatura adviene en el complejo mundo simbólico; intervención que será posible siempre y cuando la madre desee otra cosa más allá de su hijo. Una madre satisfecha del todo con su vástago le ofrecerá a este “ser” una prótesis de ella. Si se produce el corte también la necesidad se transformará en deseo, que resulta de la operación de la prohibición del incesto. La pulsión es la fuerza que permanecerá y que empujará a la criatura a rehusar los instintos que la gobernaban, como el arco reflejo muestra, con representativas semejanzas frente al resto de los animales. Esta estructura inicial del significante Lacan la denomina Sujeto.

El significante no significa nada, es la diferencia en su forma más pura y es el signific ante-Nombre-del-padre, denominado por Lacan la marca de discontinuidad con el orden natural para que se produzca la serie significante. El significante-Nombre-del-padre muestra tres posibilidades de advenir en el lenguaje con tres posibilidades de ser: psicótico, neurótico o perverso. Para Lacan, el lenguaje contendría cualquier tipo de respuesta a cualquier pregunta de corte ontológico. El ser entonces está del todo capturado por el lenguaje, no hay un ser más allá del lenguaje ni más acá, como tampoco existe ninguna clase de proto-lenguaje, ni un lenguaje inconsciente, ni un lenguaje arcaico, ni un lenguaje del lenguaje. El significante-Nombre-del-padre comandará las posibilidades de ser, en tanto pura y efímera existencia. “[…] todo verdadero significante es, en tanto tal, un significante que no significa nada […] gracias a lo cual es capaz de dar en cualquier momento significaciones diversas” (Lacan, 1985:271).

El significante no significa nada pero no es neutro, es una unidad de diferencia que por lo mismo puede contener distintos significados y representar de igual manera distintas imágenes acústicas o palabras. En tanto el orden significante vertebra un complejo sistema de relaciones con otros significantes, cada uno tendrá un peso diferencial a partir del orden que se establezca entre los mismos. Si el cero aparece en el denominador, el valor de la fracción ya no tiene sentido, los matemáticos lo llaman un valor infinito.

“En cierta manera, ese es uno de los tiempos de la constitución del sujeto. En tanto que el significante primordial es puro sinsentido, se convierte en portador de la infinitización del valor del sujeto, no abierto a todos los sentidos, sino aboliéndolos todos, lo que es diferente. Eso explica que no haya podido manejar la relación de alienación sin hacer intervenir la palabra libertad. Lo que funda, en el sentido y sinsentido radical del sujeto, la función de la libertad es, propiamente, este significante que mata todos los sentidos” (Lacan, 1993:271).



Se trata de la unidad de la diferencia en su forma más pura, si, como Lacan entiende, la estructura se conforma por las relaciones entre los elementos, por esto, no hay palabras independientes unas de otras; todas guardan un vínculo porque son el efecto unas de las otras. Esta diferancia anuda los pares de opuestos: presencia/ausencia, bueno/malo, arriba/abajo, claro/oscuro, placer/displacer, masculino/femenino, vida/muerte, uno/otro, etcétera. Cada polo aparece como palabra independiente de su opuesto, no se muestran de modo consciente las relaciones de interdependencia, vínculos que parasitan a una palabra con otra, incluso con la opuesta. Una relación conflictiva entre la antinomias que busca anular el uno al otro; lo bueno pretende aniquilar a lo malo y lo malo a lo bueno, lo Uno se mantiene en un vínculo tenso y beligerante con lo Otro; resulta paradójica esta tensión conflictiva pues no hay triunfo posible ya que se aniquilarían ambos. Se trata de una muestra de la más clara expresión de la dialéctica heraclitiana que gobierna la relación por fuerza combativa entre contrarios. Estos opuestos mantienen una tensión conflictiva de carácter pulsional eros vs. Tanatos; tensión desde la cual surgen las palabras como un intento fallido de detener el conflicto, de encubrir esta complejidad beligerante. Hay grandes repercusiones como efecto de esta tensión positiva-negativa. Para el psicoanálisis es esencial conocer las teorías que intentan dar cuenta de cómo se constituye la subjetividad, cómo posicionarnos frente al vértigo que suscita el vacío. Por ello, Freud y luego Lacan sostuvieron la importancia del deslizamiento hacia la existencia, antes que hacia el “ser”. Se buscaba un punto de amarre, no del lado ontológico del yo, sino algo que lindara con salir a la otredad, que genera una mismidad o una afirmación prístina.

Lo que Lacan denominaba significante-Nombre-del-padre, Jacques Derrida propuso llamarlo la “diferancia", para dar cuenta de la diferencia originaria y para indicar que simultáneamente se trata del principio mismo y de la condición del diferir y diferenciar. Se da una ruptura con los principios de continuidad, donde de manera inédita aparece la otredad. Diferenciar es separar, cernir, abrirse camino.

Como efecto de este corte, se desdibuja la necesidad y se entra en el reino del deseo. El acto que evoca será reprimido, sepultado para que desde ese lugar fundado por esta represión propiamente dicha determine las posibilidades del sujeto de ser en el lenguaje, ya que se sabe que un sujeto es lo que representa a un significante frente a otro significante. “La represión originaria se especifica por no poder ser dicha en ningún caso, por estar en la raíz del lenguaje” (Lacan citado en Rabinovich, 2005:42) Represión primaria que tiene que ver con esas separación forzada del universo de lo mismo para poder inscribir lo diferente, del mundo referido a la función y universo de la madre, prohibir ese goce del vástago con ella, de permanecer en ese incestuoso plano y poder ser, a partir de la prohibición de ese goce paradójicamente mortífero.

Pero se trata de procesar ese significante cuya encomienda diferencia y difiere, ya que como propone Lacan “Nuestro punto de partida, el punto al que siempre volvemos, pues siempre estaremos en el punto de partida, es que todo verdadero significante es, en tanto tal, un significante que no significa nada” (Lacan, 1985:264), que se trata de un punto de partida y de llegada.

Con eso queda claro que este significante genera las determinaciones lógicas que inciden sobre el sujeto en su estructuración psíquica a partir del lenguaje, permitiendo su posicionamiento frente al deseo del Otro, frente a la verdad de su propio deseo como alienado.

En El lenguaje y la muerte (publicación que resume uno de sus cursos) Giorgio Agamben explora el concepto heideggeriano de Dasein, en un primer momento, siguiendo a Lévi-Strauss a fin de mostrar las diferencias entre el plano de la existencia de lo animal, lo espontáneamente proporcionado por la naturaleza y lo humano. Y, en un segundo momento, expone cómo el meditatio mortis es una condición necesaria para la existencia. La muerte aparece en un plano de certeza, imposible que no ocurra, pero con un agregado: la incertidumbre de cuándo y cómo será. La cultura nos lleva a huir de esas preguntas, lo que en términos de Agamben conduce, simplemente, a banalizar la propia existencia. Si los seres humanos olvidan su condición mortal, huyen de la vida. Es gracias a la presencia de la muerte que le dan dignidad a la vida.

El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el fin, es decir, para la muerte, y como tal, está siempre ya en relación con ésta. […] La muerte, así concebida no es, obviamente, la del animal, es decir que no es simplemente un hecho biológico. El animal, el sólo-viviente, no muere, sino que cesa de vivir. (Agamben, 2002:13)



Agamben muestra la relación entre la conciencia de la muerte en el plano de la existencia y el mismo lenguaje expresado como negatividad. La condición de viviente exige tener conciencia de su mortalidad, que le permitirá dar algún significado a su propia vida; hacerse un lugar de respuesta subjetiva —responsabilidad— de su propia existencia. Esto concierne a la culpa de lo hecho, de lo que no ha sucedido, de las fantasías e ideales y de su propia existencia... “La idea fundamental existencial del culpable, la determinamos así: ser-fundamento para un ser que se ha determinado a través de un No, es decir ser fundamento de una negatividad” (Agamben, 2002:14).

La operación donde se produce el “no” (como negación a la continuidad, a la mismidad) será la condición necesaria para que la bejahung se constituya como una paradoja: ya que se trata de una afirmación prístina de la operación de un “no”; el efecto de una negación que crea una afirmación negativizada, además de establecer como fondo del lenguaje, la función negativizadora del mismo. Este “no” crea entonces la posibilidad a posteriori del “sí”, saliendo de un aracico estado que se podría llamar de cierta afirmación, de algo del orden de la dicha, y no solo como un efecto o expresión de la asertividad que, como continuidad, le precedía de modo lógico.

Por tanto, se trata de la prohibición del incesto, como un corte, es un no al incesto constituyente; el “no”, en realidad, es el que funda a su opuesto (el sí, la posibilidad). Se desprende de ello que este “no” surge de un acto; es un suceso que pone, sobre todo, un límite, pero que no aparece de forma natural, no es una auto prohibición la de la criatura que renuncia espontáneamente a quedarse atrapada en la función materna. Ese “no” se encuentra revestido y cargado; ese “no” es un no al orden anterior, un no a la animalidad, un no a continuar en el incesto; en términos lacanianos, se diría que es un no al goce. Es un “no” que inscribe una temporalidad lógica y cronológica, la cual se abre con la condición del a posteriori, que le da sentido tras lo consecuente con lo que le antecedió.

No hay, como en algunos autores, la noción de orden y de simetría entre los opuestos que constituyen al significante (lacaniano). Pero se trata de un pensamiento que aparece desde Heráclito: “Y uno son bien y mal” (Pensamiento no. 58). Sin embargo, siempre hay uno entre los pares que tiene un peso mayor y que, además, es condición necesaria para el surgimiento del segundo. El “no” y la negatividad —llamada así por Agamben— en relación con la idea de que el hablante se encuentra vivo solo a partir de la conciencia del significado de su muerte. Por esto, la muerte —este “no” — se constituye en el primer polo que se carga, teniendo como efecto crear el “sí”; crea también la tensión dialéctica con su contraparte.

En cualquier caso, se refiere a una negación que delimita, para hacer valer el que el orden de los factores sí altera el producto, frente a la imposibilidad de un “sí” previo al “no”; una vez inscrito el “no” existirá míticamente un cierto estado de afirmación, pero que no representa un “sí” propiamente dicho. El “no” pierde —como operación psíquica— su condición explícita, aunque siga comandando al significante; también puede aparecer como una afirmación, tal como lo mostraba Freud cuando explicaba el mecanismo que llamó la desmentida “No vaya usted, doctor, a pensar que la mujer con la que soñé era mi madre”, ese “no” se traduce como un “sí”. O bien, como lo muestra Lacan, no siempre una doble negación es una afirmación. Pero en esa confrontación dialéctica el “no” y el “sí” marcan un espacio, un límite que contiene lo uno y lo separa de lo otro, lo mismo separado de lo diferente. Por ello, en la base del lenguaje, de los sistemas de representación, del aparato psíquico, de la cultura, etc. se encuentra el significante de la diferencia si/no.

Jakob Boehme, el místico alemán cuyos oscuros escritos dieron a Hegel la idea de su célebre «tríada» dialéctica, gustaba decir: «De Si y No se compone todo» Lo liminar puede tal vez ser considerado como el No frente a todos los acertos estructurales positivos, pero también al mismo tiempo como la fuente de todos ellos, y, aún más que eso, como el reino de la posibilidad pura, de la que surge toda posible configuración, ideal y relación. (Turner, 1980:107)



El lenguaje como sistema conlleva, por fuerza, a establecer criterios de clasificación que, a su vez, al interior implican relaciones de orden, de jerarquía, de correspondencia y de lugar con el resto de los significantes. Pero también en tanto palabra implica la represión e intento de detención de uno de los polos, por ejemplo, se encuentra marcado o investido por la positivización tanto como aquel polo que expresa la negatividad. Las palabras que representan a los polos negativos de los significantes mantienen cierto grado de alianza entre ellas y de relación preferencial, sobre todo, observable al encontrar en la cultura los vasos comunicantes: No, noche, oscuro, femenino, enfermedad, locura, muerte, etcétera, mantienen —como en las ecuaciones simbólicas— algunas relaciones, se podría decir, con cierto grado de equivalencia simbólica. Aquí se comprende la negativización como una función que del lado del “no” organiza —además del lenguaje— el psiquismo, de cierta manera como lo propone Agamben.

Hay pues un orden en el que se sitúa y afirma el hablante, según lo estructure el lenguaje desde los sistemas de clasificación que, además, le son transferidos para crear el mundo fantástico de su imaginería y aquel campo llamado empírico que dirige los sentidos; como, por ejemplo, para ver diferentes clases de blancos, entre los esquimales; o para considerar tres clases de almas, entre los tzotziles; o para distinguir ser y estar, entre los hablantes del español.

Lo sujetado al lenguaje se proyecta sobre el mundo como si hubiese un orden establecido, en términos de las clasificaciones que se realizan en el habla y en las diferentes relaciones posibles entre habla y lenguaje: jerarquías, afinidades, enfrentamientos, contradicciones, subordinaciones, etcétera. O en términos del tejido que se crea con los sistemas binarios, donde cada uno de los polos se vincula con uno nuevo de otro significante para articular la cadena significante.

Un significante refiere siempre a otro significante; el significado y el Sujeto serán entonces un efecto de la dinámica que resulta de la cadena significante que caracteriza al lenguaje. Lacan subraya que el Sujeto no es el supremo arquitecto del lenguaje, sino que el problema debe plantearse al revés, es decir, que el Sujeto es un producto del lenguaje y no su productor. Lacan, en su Seminario 7 (en la clase 10, del 3 de febrero de 1960) discute con la propuesta de Spitz (1969) quien situa sus trabajos en la “observación directa del niño recién nacido, con más exactitud del niño infans, es decir, justo en el límite de la aparición del lenguaje articulado como tal.” (Lacan 1997: 164). Esta condición de infans, se traslada al problema kantiano de lo que se podría llamar lo a priori, aquello que se encuentra antes de la experiencia y la determinará en lo a posteriori, en esa condición antes de la experiencia no existen las cosas del mundo, se trata de un “algo” indiferenciado, anónimo, sin sentido, todo ello es lo que se llama la Cosa bajo la perspectiva kantiana. Lo relevante para Lacan es la manera en que el lenguaje descodifica a las personas, y como consecuencia hace imposible el retorno a ese tiempo lógico, del estado infans, una vez insicrita la diferencia que abre la posibilidad para el sujeto-sujetado-al-lenguaje, en este plano estructural del lenguaje en la constitución de la subjetividad. Esta es la estructura sobre la que el psicoanálisis determina su praxis.



BIBLIOGRAFÍA

AGAMBEN, GIORGIO, 2002 El lenguaje y la muerte, Pre-textos.

FREUD, SIGMUND 1976, “Tratamiento psíquico tratamiento del alma." en Obras Completas, V. I, Buenos Aires, Amorrortu Editores.

FREUD, SIGMUND, 1980, "Psicoanálisis terminable e interminable“ 1937 Obras completas. Vol VII. Buenos Aires, Amorrortu.

LACAN, JACQUES, 1985 «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano». En Escritos II, México, Editorial Siglo Veintiuno «décima edición corregida y aumentada»

LACAN, JACQUES, 1986 El yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica. Seminario No. 1 Barcelona, Paidós, 2ª reimpresión

LACAN, JACQUES, 1997 La ética del psicoanálisis. Seminario No. 7 Barcelona, Paidós, 6ª reimpresión

LACAN, JACQUES, 1981, Las psicosis. Seminario No. 3 Barcelona Paidos

LEACH, EDMUND R., 1978 Cultura y comunicación: la lógica de la conexión de símbolos, Madrid, Siglo Veintiuno editores.

LÉVI-STRAUSS, CLAUDE 1994 El pensamiento salvaje, México Fondo de Cultura Económica.

MANNONI MAUD, (2008) Un saber que no se sabe. Ed. Gedisa

RAVINOVICH, NORBERTO 2005. El Nombre del Padre. Ed. Homo Sapiens. Col. la cínica de los bordes. Mendoza Argentina 2

SAPIR, EDUWARD (1983), David G. Mandelbaum, ed., Selected Writings of Edward Sapir in Language, Culture, and Personality, University of California Press

SAUSSURE, FERDINAND DE, 1993 Curso de lunguística general. Ed. Losada

SAVATER, FERNANDO, 2004 Las preguntas de la vida, Barcelona, Editorial Ariel: 30.

SLOTERDIJK PETER (2006) El sol y la muerte. México. Ed. Ciruela.

SPITZ, A. RENÉ, 1969 El primer año de vida del niño, México, Fondo de Cultura Económica: 204.

TURNER, VICTOR, 1980 La selva de los símbolos, Madrid, Editorial Siglo Veintiuno.

WHORF, BENJAMIN (1956), John B. Carroll (ed.), ed., Language, Thought, and Reality: Selected Writings of Benjamin Lee Whorf, MIT Press

ZAFIROPOULOUS MARKOS, 2006. Lacan y Lévi-Strauss o el retorno a Freud (1951-1957) Ed. Manantial.

No hay comentarios: