Por Néstor Brausntein
Ponencia impartida en la Casa Museo León Trotsky, México, D.F.
19 de septiembre de 2011
Corría el año '75. Ese día se festejaba el cumpleaños del doctor Guillermo Calderón, director de la Clínica San Rafael donde yo dirigía el llamado "Equipo de Psicoterapia" y, en esa condición, fui convocado. El banquete era en casa del jefe y asistía, como invitado de honor, el Dr. Ramón de la Fuente Muñiz, entonces zar y hoy prócer de la psiquiatría mexicana. Fue la ocasión del primero de los dos encuentros personales que tuve con este prohombre que era, para mí,"el jefe máximo", un superior jerárquico absoluto.
Condescendiente, aunque ya al tanto de algunos de mis antecedentes, me preguntó a qué me dedicaba y le dije que era psicoanalista y estaba orientado al psicoanálisis lacaniano. Inmediatamente me respondió con un diagnóstico que tenía la forma pero no el significado de una pregunta: "¿Pero Lacan está loco, no?". Tuve en ese momento la confirmación de lo que ya sabía sobre la función del psiquiatra como metro patrón de la normalidad y de la razón. Del segundo encuentro con de la Fuente no les hablaré hoy; fue mucho más importante y acabó con mi expulsión del establishment médico de nuestro país acusado como antipsiquiatra que se oponía a la psiquiatría mexicana. Es algo que nunca acabé de lamentar porque estaba llegando a tener una cierta influencia sobre los "alienistas" jóvenes que se encontraban, a través mío, con el psicoanálisis.
El mes pasado me tocó intervenir en el Congreso de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, la famosa IPA según sus siglas en inglés. Allí, en la discusión de un caso de homosexualidad femenina, hice algunas referencias a la concepción lacaniana. Uno de mis colegas en la mesa, un francés de la misma organización en donde la palabra de André Green es la más prestigiosa, habló de "perversión narcisística" en referencia a la paciente. En cuanto expresé ciertas objeciones a ese "diagnóstico" (por ejemplo, que el narcisismo, el amor al yo, era "la enfermedad mental de la humanidad" y por eso no cabía rotular así a nadie) este señor estalló en un acceso de furia y dijo que no había prueba mayor de "perversión narcisística" que la vida y la obra de Jacques Lacan de la que muchas cosas había aprendido e incorporado a su discurso pero que, sin embargo, era un perverso que había abusado de sus pacientes, de sus alumnos y de su público. Ambos, Ramón de la Fuente y Paul Denis, uno en mi juventud, el otro en mi vejez, me confirmaban que el psicoanálisis sigue actuando como la promesa de una subversión posible de los valores dominantes en el campo de la organización subjetiva. Hago votos por que a estos señores nunca les falten los diagnósticos y el rechazo de lo que nunca podrán entender acerca de la subjetividad y que intentarán taponar con su supuesto saber hecho de descalificaciones. Su oposición es como esas líneas pintadas en el camino que nos permiten saber que vamos por el carril de nuestro deseo, el elegido para llegar a destino.
EL PSICOANÁLISIS, POR VENIR
¡Cuántos caminos se abren, cuán pocos los que podrán transitarse a partir de esta invitación para hablar sobre un tema que se confunde para mí con mi vida misma!¡Qué enorme el agradecimiento a Martha Reynoso por haber abierto el claro en el bosque para que los psicoanalistas de diversos orígenes podamos escucharnos hablar de todo: nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro, nuestros fantasmas, nuestra disciplina, nuestros entrecruzamientos con las vidas y con las instituciones de los colegas! ¡Qué oportunidad la de hablar con los protagonistas de esta historia siempre por escribir, siempre por venir, la historia del psicoanálisis en México y la de intercambiar nuestras impresiones personales con quienes, como nuestro amigo Rubén Gallo, abordan el tema desde el exterior de esa historia!
Esa es la razón de este título: EL PSICOANÁLISIS, POR VENIR, escogido después de muchas vacilaciones y con la libertad de tomar por otros senderos en este espacio que nos ofrece Martha Reynoso, la casa museo de Trotsky. Un espacio saturado de resonancias míticas para mí, Néstor, cuyos abuelos fueron David Braunstein, nacido en Moisés Ville, Argentina, en 1891 y Pola Maidán Bronstein, de Odessa, nacida allí, junto al Mar Negro, en 1893. Néstor, esta criatura, descendiente de refugiados de los pogromos originario de las pampas que, por el azar de misteriosas circunstancias, es convocado a hablar, 120 años después de lo que llamaría el año cero de mi leyenda, en el lugar donde el más connotado, detestado y admirado de mis ancestros, el rugiente León de mi tótem, tuvo una cita fatal con un mercader de la muerte.
Y ¾de entre tantas opciones posibles que me han sido ofrecidas por nuestra anfitriona¾ por ejemplo, la autobiográfica, la historia de la llegada de los argentinos a México en los años '70, el paisaje psicoanalítico de aquellos años, las instituciones que nos recibieron y las que fundamos, los modos en que la enseñanza de Lacan hizo su entrada en este hipóxico altiplano, los discursos que fuimos elaborando y la recepción que tuvo nuestra palabra en la prensa, la cátedra, la práctica del análisis, la presencia del psicoanálisis y del lacanismo en la cultura y en la política del país, de entre todos esos desarrollos posibles, elijo hablar, no de lo que fue, sino de lo que podemos vislumbrar a la luz de lo que vemos en la actualidad. En otros encuentros, en otros tiempos, más adelante, podremos seguir esos muchos senderos que hoy dejamos marcados con meras señales camineras.
Todos sabemos de la importancia de una coma en un sintagma. Sigamos el ejemplo de Lacan cuando escribió: "El psicoanálisis, didáctico". La ruptura, comatosa diría, en la continuidad de la frase ponía de manifiesto que si el psicoanálisis no es didáctico, ni psicoanálisis es. En la concepción de Lacan el psicoanálisis es la práctica que habilita para el ejercicio del oficio y es la cátedra donde la disciplina se enseña. Por eso un psicoanálisis, el psicoanálisis, no puede ser otra cosa que didáctico.
Ahora, aquí, hic et nunc, México, 2011, decimos "El psicoanálisis, por venir". No escamoteamos un dejo de provocación: El psicoanálisis no ha llegado, el psicoanálisis está siempre "por venir", como Maurice Blanchot cuando hablaba del libro o Jacques Derrida cuando se refería a la justicia o a la democracia: son siempre "por venir". El psicoanálisis es, literalmente, un programa, está por escribirse. No hablamos del porvenir del psicoanálisis como sinónimo del futuro, como quien dice "El porvenir de una ilusión", pues no se trata de una promesa de bienaventuranza o un cálculo de probabilidades sino de un riesgo a correr, sin garantías del venir o no venir, del llegar o no llegar del acontecimiento o del personaje que se espera. Sabemos que Pfister le contestó al "Porvenir de una ilusión" de Freud con otro libro que llamó "La ilusión de un porvenir". Se referían ambos, supuestamente, a la religión. ¿Pero, no estarían insinuando ambos que la ilusión y el porvenir eran, en su oposición misma, también los del psicoanálisis? ¿Tenemos y de qué manera tenemos la ilusión de un porvenir?
¿Llegará alguna vez el psicoanálisis a México? ¿Llegó alguna vez el psicoanálisis a Viena o a París, a Nueva York o a Buenos Aires? No lo creo. Cuando se supo, por el camino de Freud, que se lo podía esperar, se lo pidió, se abrió el campo de una demanda, de una expectativa. Pero nunca aterrizó, nunca llegó para quedarse, tan solo sobrevoló la ciudad, esta, la nuestra o aquellas otras que son o fueron sus capitales. El psicoanálisis vive sobrevolando (surplombant) la cultura, es un punto desde donde los malestares de la subjetividad pueden verse pero donde ninguna imagen se fija pues el paisaje cambia con cada acto, con cada decisión que se toma, con cada palabra que se dice. ¿Es el psicoanálisis una realidad presente o es más bien un kerigma, una anunciación, una expectativa, una promesa? El psicoanálisis como tal es un anticipo de algo por venir, una fantasía de deseo. Es irreductible al cálculo y no algo tangible que se pueda constatar, medir, pesar, objetivar. Quizás aquí yazga la razón de ese sintagma que se repite y a veces atormenta a muchos buscadores de certidumbres: "el psicoanálisis interminable". ¿Y si dijésemos, como en nuestro título, recurriendo a la coma interpolada, poniéndolo en coma y entrecomillándolo: "el psicoanálisis, interminable". Nada nuevo estaríamos proponiendo pues eso está explícitamente dicho en el texto epónimo de Freud y en la práctica de Lacan. Se puede, siempre y en cualquier momento, interrumpir las sesiones, se puede destituir al sujeto supuesto saber, se puede atravesar el fantasma, se puede desenlazar el nudo de la relación con el analista, se pueden alcanzar todas las nominaciones vigentes en la institución y se pueden admitir todas las variantes propuestas para el final de la cura. De cualquier modo el psicoanálisis estará, siempre, por venir. Nadie lo sabe mejor que aquel que llega a considerar terminado su análisis y queda, por lo tanto, librado a lo imprevisible del encuentro con el Otro en la vida y en la muerte, al encuentro con el punto definitivo del capitonado, cuando ya ninguna palabra pueda modificar el balance de lo gozado y de los sueños no soñados.
Pero, tal vez, aquello que resulta más banal y también más llamativo en este "psicoanálisis, por venir" se vincula con la llamada "crisis del psicoanálisis" que se proclama desde hace décadas y cada vez de manera más estrepitosa en los medios de difusión de masas y que hace estragos en las propias filas de nuestra disciplina llevando a algunos a la búsqueda de compromisos y de transacciones con el saber dominante, a querer hacerse reconocer en los términos mismos planteados por quienes no aceptan nuestras tesis fundamentales que siguen siendo las del inconsciente y las de la sexualidad, es decir, las del goce pulsional. ¿Tiene aun "por venir" el psicoanálisis o es, según muchas evidencias parecen exhibirlo, según tantos se empeñan en cacarearlo, un modo declinante de pensar, un residuo de viejos tiempos, una disciplina salida de ciertos sabios maestros del siglo XX a los que sólo cabe repetir, y de manera empobrecida, a modo de catecismo, en el siglo XXI?
Es común que se nos acuse de ser anacrónicos y de no tener alternativas válidas que ofrecer ante el empuje de las nuevas formas de organización de la vida política y de la subjetividad en estos tiempos en que la cultura está dominada por la técnica. ¿Es así? ¿Se mantienen nuestro pensamiento, nuestra práctica, nuestra doctrina, al ritmo de la historia? Y si así no fuese, ¿no deberíamos preguntarnos por las oportunidades perdidas, por los signos que dejamos pasar inadvertidos, por nuestra propia responsabilidad frente a la crisis que se nos enrostra?
Es verdad que, junto a los altavoces del Apocalipsis y la declinación del psicoanálisis, abundan también las denegaciones de colegas que nos dicen que no pasa nada nuevo, que el psicoanálisis estuvo siempre amenazado de disolución y de liquidación, que nada hay que cambiar en nuestras posiciones cuando constatamos el desarrollo histórico de las sociedades gobernadas por la técnica, etc. ¿Nada distinto tenemos que elaborar cuando un Foucault nos advierte del pasaje de las sociedades de soberanía, obedientes al amo clásico a las sociedades de disciplina que responden al amo capitalista y cuando un Deleuze nos advierte que también esas sociedades de disciplina son las que están dejando de ser por el advenimiento de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad de control, que obedece a los requerimientos anónimos de una organización tecnocrática, de lo que he llamado el "hombriguero" que parece ser nuestro destino?
Es verdad que hay quienes insisten en decir que nada hay de nuevo: "Business as usual". Nos adormecen con la cantinela de que esta "ideología de la declinación" es tan vieja como el psicoanálisis mismo al que siempre acompañó en su ya no corta historia, que las estructuras son perennes, indiferentes a los cambios empíricos y a la lista de situaciones "nuevas" que crece y se expande. Rechazan ¾yo creo que con razón¾ que exista un "nuevo sujeto" o una "nueva economía psíquica" o "nuevas enfermedades del alma", vinculadas a los cambios y a las nuevas formas del malestar en la cultura. Pero es necesario aclarar: nada hay de nuevo... a la vez que todo cambia; todo cambia, quizás, para que todo siga igual. Scott Fitzgerald dio la definición a mi modo de ver más interesante de la inteligencia cuando afirmó que consistía en mantener al mismo tiempo dos líneas de pensamiento contradictorias. Creo que "entender", inteligir, es apreciar lo permanente en lo nuevo y lo nuevo en lo que subsiste del pasado. Criticar a la vez la tesis de que todo es novedoso y la contraria de que nada hay de nuevo y que sólo cambian las formas.
Otros nos advertirán que la crisis es una manifestación del progreso y no tenemos porqué preocuparnos. Veamos los datos y tratemos de configurar un expediente. Lacan, en una entrevista dada a una periodista italiana en 1974 (Emilia Granzotto) que no fue publicada sino 30 años después, en 2004, descalificaba como "historias" estas advertencias sobre la crisis. Sostuvo entonces que para hablar de un agotamiento del paradigma psicoanalítico debiera haberse llegado hasta los bordes, hasta los límites y que él veía mucho por hacer y por descubrir tanto en la práctica como en la doctrina. Era cierto, pero, al igual que Freud y que cualquier otro, no podía prever lo que sucedería después de su muerte. Pongámonos en situación: 1974, noviembre. Lacan impartía las clases de su seminario XXII, R.S.I., aun inédito, y estaba impulsado, como siempre, por la prisa para dar lugar a nuevas formalizaciones de su pensamiento. En ese momento, hoy podemos verlo, estaba cerrando la vía que había inaugurado unos años antes, la del matema expresado en grafos. Para él se anunciaba una era inagotable de descubrimientos por la vía que había iniciado hacía ya cinco años: la de la topología. Al cerrar su seminario 74-75 exclamaba, lleno de esperanzas, que hasta entonces se había limitado al 1-2-3 de lo RSI, pero que en el año siguiente se dedicaría al 4-5-6. Conocemos la continuación. Confesó que el 4-5-6 era de una complejidad que lo excedía y que no hubiera podido colmar su ambición así que se dedicaría solamente al 4, al síntoma. No discutiremos aquí el valor de sus avances en el seminario XXIII: ya lo hicimos y por extenso en otros textos. Planteamos que, aun cuando ni él mismo se diese cuenta, había desarrollado ese 4-5-6 en los años, justamente, 1974, 1975 y 1976, 4, 5 y 6.
En esos tiempos hubo un cambio en la guardia de quienes lo acompañaban en el trabajo teórico: pasó de los matemas y sus colaboradores (Miller, Allouch, Milner, Regnault, Badiou, el valioso grupo de Cahiers pour l'analyse) a los topólogos, en una carrera en pos de la abolición del sentido, en una búsqueda de una formalización que resistiría al tiempo y a las traducciones, en una transmisibilidad del psicoanálisis que encontraría su garantía en la experiencia del pase elevado a la categoría de principio organizador de la institución analítica. Sabemos del naufragio de la empresa. Aunque haya aun amigos empeñados en la vía topológica (René Lew, Vappereau), esta ha demostrado su esterilidad clínica, filosófica y doctrinaria. Coincidimos con Jean Allouch en señalar esta perplejidad frente al extravío de Lacan cuando se acercaba a los 80 y, aunque no lo confiese con claridad, con el propio J.-A. Miller. Debemos confesar que la topología no ha representado un progreso en nuestro discurso y en nuestra práctica fuera de los modelos, planteados ya en 1960, de la banda de Moebius y la botella de Klein. En cuanto a los matemas, los famosos matemas: ¿sabe alguien de un adelanto visible habido por esa vía en los últimos 40 años?
Para que un partido político tenga representación en el Reichstag, el parlamento alemán, es necesario que tenga un 5 % de votos en su favor. ¿Puede alguien decirme, en los 30 años que este mes conmemoramos de la muerte de Lacan, puede alguien mencionar una propuesta clínica o teórica que concite la aprobación del 5 % de los analistas, no digamos en general, sino entre los mismos lacanianos, para reducir el marco de la investigación? ¿Podemos decir que los lacanianos leemos lo que proponen los colegas en nuestro propio campo? (salvo excepciones entre las que espero contarme). Creo que no; hablamos de la escucha analítica pero no nos escuchamos a nosotros mismos. Si leemos lo que se publica, ¿encontramos otra cosa que citas de los dos grandes maestros y, en el mejor de los casos, las de nuestros amigos y correligionarios institucionales?
Lacan decía en esa entrevista de 1974 que Freud no podría pasar de moda pues aun no se lo había terminado de entender ¿Se ha progresado desde 1974 en la comprensión de lo que Freud dijo y quiso decir? Lamentablemente a Lacan los años lo alcanzaron y no tuvo tiempo para seguir empalmando sus contribuciones. Por fortuna, sin embargo, algo nuevo surgió en nuestro terreno pero eso no vino de los practicantes del psicoanálisis encerrados en sus instituciones endogámicas sino de los "amigos" del psicoanálisis: los literatos, filósofos, pensadores en general desde una perspectiva que llamaré postlacaniana, muchas veces discrepante, y daré sus nombres sin que ello implique adhesión acrítica a sus postulados: Derrida (primero y antes que ninguno), también Milner, Badiou, Zizek, Copjec y Butler, Blanchot y Agamben, Foucault, Deleuze y Barthes mientras pudieron.
¿Crisis del psicoanálisis? Sí, pero no de las que indican una mayor riqueza. De una disciplina en crecimiento cabe esperar que viva en crisis, en medio de agrias polémicas sobre los avances que se proclaman, en una expansión (¡ojo! no masificación) de su presencia en la cultura, en una profundización rigurosa de su práctica experimental, en el hecho de ser buscada como interlocutora por los animadores de los campos vecinos. Pero la crisis del psicoanálisis ¿no se traduce por el contrario en una retracción, en un constante rumiar mascullador de citas que hacen las veces más de passwords que de portadoras de información. ¡Cuántas veces hemos sentido que quien las formula lo hace más para ser identificado como miembro de la comunidad que para promover un nuevo camino al pensamiento!
Lacan en 1974 podía decir que no se estaba lejos aun de encontrar el límite de las comarcas abiertas a la exploración. ¿Cómo podía él ¾cargado de proyectos como estaba¾ saber que justamente estaba llegando a su apogeo y que era labor de sus sucesores la de establecer nuevos límites y ampliar las fronteras del discurso analítico?
Sin embargo, él tenía la premonición de que algo nuevo se perfilaba en el mundo y que ese algo conspiraba contra el discurso del psicoanálisis. También en Italia, poco antes, en 1972, había dicho en una conferencia pública:
En verdad, creo que no se hablará del psicoanalista en la descendencia, si puedo decir, de mi discurso... de mi discurso analítico. Algo diferente aparecerá que, desde luego, deberá mantener la posición del semblante, pero de todos modos será... se llamará quizás el discurso PS. Un PS y después una T, eso estará por otra parte, totalmente de acuerdo al modo en que se enuncia lo que Freud veía de la importación del discurso psicoanalítico a los Estados Unidos... eso será el discurso PST. Agreguen una E, eso daPESTE. Un discurso que sería por fin verdaderamente apestoso, totalmente consagrado, en fin, al servicio del discurso capitalista. Eso podrá, quizás, un día, servir para algo si, por cierto, no se desbarata antes todo el tinglado”.
Es con ese discurso PS o PST (¿post? - postcapitalista, postmoderno, postindustrial)o PESTE, apestoso, que hoy nos encontramos confrontados y de él depende nuestra posibilidad de soñar, no con el porvenir del psicoanálisis, sino con ese psicoanálisis, siempre por venir, que tomará en cuenta que las estructuras son impermeables a los caprichos del tiempo pero que la historia cambia los términos y los modos de presentación.
El psicoanálisis, no el de ahora que, según dijimos, no existe fuera de la promesa, el que está por venir, no depende del decir de Lacan o de Freud sino de nuestra manera de enfrentar los cambios que se producen en la sociedad tecnocientífica en la que nos toca vivir. Esta época no es la de las sociedades de soberanía a las que respondía el análisis freudiano ni la época de las sociedades disciplinarias que encontraban su contrapartida subversiva en el análisis que surge de la enseñanza de Lacan. Estamos en los albores de una nueva organización, de lo que Deleuze, con toda exactitud, llamó "sociedades de control".No hay tiempo para los largos desarrollos que exige este planteo. En el plano del saber la ciencia tiende a reconocer como válido aquello que puede registrarse digitalmente y a excluir lo que procede del pensamiento, creando una dicotomía fatal para la humanidad entera: o el cálculo o el pensamiento. Lacan y, antes que él, Heidegger, eran concientes de este chantaje tecnológico. Heidegger ponía sus esperanzas evocando un verso de Hölderlin acerca de lo que redime (das Rettende) en medio del peligro. Lacan sostenía su propio discurso, el del psicoanálisis, pero avizoraba los tiempos por venir, los de una radicalización del capitalismo, los de un nuevo discurso pestilente.
El obstáculo epistemológico con el que tropezamos en este momento de la historia del psicoanálisis, lo que bloquea al psicoanálisis por venir, está en nosotros mismos y se relaciona con un modo de pensar las estructuras como invariables históricas. Parecemos olvidar que Lacan mismo nos enseñó que, como en 1968, "las estructuras bajan por las calles", como si no hubiera sido sensible a la marcha de la historia, como si no hubiese señalado la diferencia que hay entre el amo clásico y el amo capitalista, como si no hubiera indicado que el discurso analítico es "el último en aparecer" y el que permite la puesta en su sitio de los otros tres, como si no hubiese insistido en la emergencia de una nueva manera de organización discursiva a la que llamó "discurso de la ciencia", como si no hubiese previsto incluso la transitoriedad de su propio discurso amenazado tanto por la religión como por la ciencia y que daría lugar a una esta forma discursiva, hoy en vías de concreción, que es el discurso que llamó PS, PST, PESTE y que nosotros proponemos llamar "discurso de los mercados".Es la tercera vicisitud del amo después del amo clásico (con su pareja, el esclavo) y del amo capitalista (con su pareja, el proletario).
Mi tesis, que hubiera querido poder trabajar detalladamente pero que debo resumir dadas las constricciones temporales que he aceptado, es que en los tiempos actuales el discurso del psicoanálisis, el por venir, depende de reconocer que este discurso nuestro es la alternativa válida, la única, a ese discurso de los mercados, cuyo agente son los semblantes del objeto @, el que fundamenta y se extiende en las sociedades de control. Este argumento ya fue desarrollado en mis seminarios en la UNAM y pude exponerlo extensamente en un libro que aparecerá este mismo año con el título de El inconsciente, los servomecanismos y el discurso capitalista (en México, Siglo Veintiuno).
Creo que ha llegado el momento de concluir o, en otras palabras, el momento de comenzar. De seguir comenzando el psicoanálisis que falta, el por venir.
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