Próximamente libro EL FANTASMA, volumen 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo (LaTE), bajo la dirección de Cristina Jarque, con la participación de 45 coautores.

 

Próximamente libro EL FANTASMA, volumen 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo (LaTE), bajo la dirección de Cristina Jarque, con la participación de 45 coautores.
Introducción
El fantasma no es solo una frase. Es una estructura psíquica. El fantasma retorna, marca el cuerpo y la historia. ¿Qué se repite en la escena fantasmática? ¿Qué goce se juega en esa escena que duele y sostiene al mismo tiempo? En este nuevo libro, 45 coautores nos invitan a pensar el fantasma, no solo como velo, sino como una escena inconsciente que da forma a nuestra relación con el deseo, el amor y la verdad. Desde la clínica y el psicoanálisis, este libro explora con una lucidez potente cómo la repetición del sufrimiento puede convertirse en vía de creación y transformación. ¿Qué se oye en el fantasma? ¿Qué voz lo habita, qué eco lo repite? Este libro nos lleva a recorrer el continente del fantasma, donde tanto la voz como la mirada (ambas como objeto a) se duplican, se alucinan, se invocan. Frente al sueño, que cristaliza representaciones, el fantasma es ambigüedad, escena abierta, montaje pulsional. En este libro encontraremos textos valientes, conmovedores y necesarios, que proponen un pasaje: del objeto del deseo del Otro al sujeto de su propio deseo.
En esta introducción, quiero comentar algunas reflexiones en torno a la potente fotografía que engalana la portada de este magnífico libro, que es el número 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo España.
El león que nos mira.
Hablemos del fantasma en la fotografía titulada “Narciso” de Pedro Jarque.
¿Puede una imagen revelarnos algo del fantasma del sujeto? ¿Qué nos interpela desde el ojo animal, desde la lente del fotógrafo, desde el campo inconsciente? Estas preguntas, lejos de buscar respuestas concluyentes, se abren como umbrales a una experiencia estética y clínica que tiene en la obra de Pedro Jarque un dispositivo privilegiado para pensar lo visible, lo mirado, y aquello que, sin mostrarse, nos confronta, es decir: el fantasma. El león que nos mira es el “Narciso” de Pedro Jarque, una premiada fotografía que adorna la portada de nuestro libro. Freud introduce la fantasía como una construcción psíquica que condensa deseos inconscientes, a menudo ligados a escenas primitivas que el sujeto fantasea, aun sin haberlas vivido. Lacan retoma este concepto y lo eleva a una función estructurante: el fantasma, que opera como una pantalla entre el sujeto y el deseo del Otro, sosteniendo una forma de goce que da consistencia a la subjetividad. No se trata de una ilusión, sino de una escena montada que organiza la relación del sujeto con la falta. La elección de Narciso para la portada no es casual: esta imagen, aludiendo al mito y a su dimensión especular, capta visualmente la lógica del fantasma como montaje imaginario en el que el sujeto se mira y se pierde. En este punto, arte y teoría psicoanalítica se enlazan, haciendo visible lo que en el inconsciente se trama. En el mito, Narciso queda capturado por su propia imagen reflejada en el agua: se enamora de sí mismo sin saber que ese otro que contempla es él mismo. Esta fascinación lo lleva a la muerte, mostrando el carácter mortífero de la identificación narcisista. Lacan retoma esta estructura en su teoría del estadio del espejo, en la que el yo nace de una identificación imaginaria con una imagen totalizante del cuerpo. Es un momento fundacional del sujeto, pero también de alienación: el yo se constituye fuera de sí, en el campo del Otro. Esta imagen especular (unificada, coherente, ideal) se convierte en la base sobre la cual se construye el fantasma. Pero el fantasma no es solo imagen: es una puesta en escena donde el sujeto se ubica como objeto del deseo del Otro. En la fórmula lacaniana del fantasma el sujeto barrado se articula con el objeto a, ese resto inasimilable que encarna el goce. El fantasma entonces permite al sujeto sostener una cierta relación con el deseo, filtrado por una imagen o escena que lo protege de lo real del goce. La fotografía Narciso, al presentar esa captura especular, nos confronta con el montaje imaginario que encubre la falta estructural. No muestra simplemente un yo que se mira: muestra al sujeto atrapado en una escena que se repite, donde se confunde la mirada con el ser, el deseo con la imagen, el goce con la muerte.
Así, “Narciso” en la portada del libro “El fantasma” no es solo ilustración, sino resonancia: un eco visual del dispositivo fantasmático que sostiene al sujeto en su estructura y lo mantiene a salvo (aunque al mismo tiempo lo condene) de lo insoportable del deseo.
En la imagen del libro (la fotografía de un león agachado sobre el agua, cuya mirada frontal se refleja en el espejo del agua) se condensa una tensión estructural que remite directamente a lo que Jacques Lacan llamó la esquizia (schize) del ojo y la mirada. El león no sólo mira: nos mira. O más bien, algo nos mira desde él, y nos sitúa, como espectadores, en el lugar de quien es mirado sin saber exactamente por qué o por quién.
Esta escisión (schize) entre el ojo (órgano de la visión, mediador fisiológico del mundo) y la mirada (función pulsional, efecto del deseo del Otro) es fundamental para comprender cómo la imagen de Pedro Jarque se transforma en acontecimiento escópico. El sujeto, nos dice Lacan, no se reduce a quien ve, sino que se constituye como tal al ser visto. La fotografía de Pedro Jarque, en este sentido, no es sólo una representación de un animal: es una escena en la que el sujeto del deseo es convocado por la mirada misma de la imagen.
El león, inclinado sobre el agua, remite de forma inmediata al mito de Narciso. Pero en este caso, lo narcisista no es simplemente el reflejo especular, sino la alteridad inquietante que se aloja en el doble. No hay aquí contemplación enamorada sino una especie de reconocimiento imposible. Lo que retorna desde el reflejo no es el yo ideal, sino el goce del Otro. El reflejo no tranquiliza, sino que perturba.
El rostro del león, de una simetría imponente, parece surgir de las sombras para afirmarse como figura totémica. La intensidad de su mirada atraviesa la lente y apunta, como una flecha, al sujeto que observa. Pero justo debajo, ese mismo rostro duplicado en el agua introduce una división: una imagen que no es imagen, una forma que no es forma, un retorno de lo mismo en clave de inquietante extrañeza.
El fantasma escópico se instala en este punto exacto: entre el león que mira y su reflejo, entre el ojo del animal y el ojo de la cámara, entre la mirada que lanza la imagen y la del espectador que, al recibirla, queda atrapado en la red del deseo del Otro. El deseo de ver se transforma en deseo de ser visto. Y en ese cruce, el sujeto se confronta con su propia división: ve, pero es visto viendo. Se mira mirándose.
Lacan señala que en la pulsión escópica no se trata simplemente de ver, sino de ser capturado por lo que se muestra como inasimilable a la visión. El campo de la percepción, lejos de ser neutro, está atravesado por el deseo. Y ese deseo no es del orden de lo consciente, sino del deseo del Otro. Por eso Lacan insiste: “La mirada, es el objeto a”, es decir, la mirada es ese objeto que, como causa del deseo, nos descoloca, nos hiende, nos falta.
En esta fotografía, el león encarna esa fuerza de lo real que no se deja simbolizar. Su rostro, a la vez magnífico y brutal, actúa como un agujero en lo visible. Y la precisión técnica de Jarque, que logra capturar hasta el más mínimo detalle de la melena, los ojos y el reflejo, no hace sino intensificar esa falta, ese punto donde la imagen se desborda a sí misma.
La paradoja es evidente: cuanto más precisa es la imagen, más escapa a su propia representación. En este sentido, podríamos hablar de un pleonasmo escópico: el exceso de visibilidad revela, no la cosa, sino su imposibilidad. Y es allí donde aparece el deseo: no en lo que se ve, sino en lo que nunca termina de verse, en lo que nos falta siempre. La imagen no está “acabada”, sino abierta, como el inconsciente mismo.
La mirada del Otro: lo animal como punto de real
Lacan afirma que “en el campo escópico, todo se articula entre dos términos antinómicos: las cosas me miran, y, no obstante, yo las miro.” En la obra de Jarque, esta antinomia se lleva al extremo: el león, imagen de lo animal, asume el poder de la mirada. Ya no es un objeto observado, sino un sujeto que mira, que nos mira, y cuya mirada proviene del campo del Otro.
Pero ¿quién es ese Otro? No es simplemente el fotógrafo. Ni siquiera el espectador. El Otro es esa instancia simbólica que organiza el deseo y el goce. El Otro es el lugar desde donde el sujeto es mirado como objeto, donde el deseo se articula como falta y como exceso.
La fotografía, en este punto, se convierte en una escena fantasmática. No representamos al león, sino que el león nos representa. Y lo hace como figura del goce, como emblema de lo real que no se deja domesticar. Su mirada, en tanto que mirada del Otro, nos devuelve nuestra propia falta, nuestro deseo de ser vistos, nuestra angustia de no saber qué se ve cuando se mira.
Desde una perspectiva lacaniana, el inconsciente no es interior ni subjetivo en el sentido tradicional. Es estructural, está fuera, en el lenguaje, en la mirada, en la imagen. Por eso, cuando una fotografía “nos mira”, lo que en realidad ocurre es que el inconsciente se localiza en el campo del Otro. La imagen deviene sujeto. O, mejor dicho, se convierte en el lugar donde el sujeto es despojado de su supuesta centralidad.
El león de Pedro Jarque no es sólo un león. Es también una máscara, un velo, un semblante. Es una forma de mostrarnos lo que no queremos ver: que somos mirada antes que mirantes, que estamos ya insertos en la lógica del deseo antes de poder decidir qué deseamos. Y que toda imagen es, en última instancia, un retorno de lo reprimido, un recordatorio de nuestra división constitutiva.
En este sentido, la fotografía se sitúa en el punto más cercano al acto analítico: hace ver lo que no se ve, pone en juego la esquizia del sujeto, revela la imposibilidad de suturar la experiencia en una unidad estable. Y lo hace no mediante la palabra, sino a través de la imagen. Por eso, en el corazón de esta fotografía, hay una pregunta que insiste: ¿qué nos mira desde ahí?
El trabajo fotográfico de Pedro Jarque, leído desde el psicoanálisis lacaniano, no se agota en la estética ni en el realismo técnico. Su potencia radica en hacer de la imagen un acontecimiento psíquico, una fractura en el espejo del yo, un llamado desde el Otro. El león, al reflejarse en el agua y mirar de frente, nos coloca en la escena de Narciso, pero en una versión invertida: ya no es el yo el que se contempla, sino el deseo del Otro el que lo observa.
En mayo de 2025 realizamos un evento online dedicado a “Fotografía y psicoanálisis”, a partir de la obra de Pedro Jarque. Fue mucho más que una simple presentación de imágenes: fue una experiencia de pensamiento, un espacio donde el arte fotográfico se convirtió en vía regia hacia lo inconsciente.
Pudimos ser testigos de cómo la fotografía, en su silencio elocuente, encarna ese punto de fuga donde el fantasma lacaniano se inscribe sin palabras: en la imagen. Pero también vimos que lo visible no agota lo que hay para ver. Entre imagen y mirada, entre pulsión y deseo, se desplegó un campo de interrogación radical: el de la estructura misma del sujeto.
Porque, como bien lo formuló Lacan, “la mirada es la condición del fantasma”. Y si hay fantasmas que nos habitan, nada mejor que una fotografía para darles cuerpo, para hacerlos visibles en el instante en que nos miran.
La fotografía de Pedro Jarque no se limita a ser vista. Nos ve. Y en ese acto, nos toca, nos divide, y quizá, nos transforma.
 

 

 

Cristina Jarque en ESPACIO ANALÍTICO en París.

ESPACIO ANALÍTICO. Próxima cita en París. Hoy se ha confirmado la fecha en Espacio Analítico en París para presentar mi nueva novela FRATRICIDIO que se ha traducido al francés como FRATRICIDE. Quiero agradecer a Vannina Micheli-Rechtman por el apoyo en este evento. Además de "Fratricide" presentaremos también nuestro nuevo libro FANTASMA. La cita es el miércoles 20 de mayo de 2026 a las 19H en París. Las presentaciones de los dos libros estarán a cargo de Emmanouil Konstantopoulos, Claire Gillie, Vannina Micheli-Retchman y Cristina Jarque. ¡Bienvenidas todas las personas que quieran acompañarnos!

 


 

LaTE. Libro FANTASMA, bajo la dirección de Cristina Jarque. Se publicará en España en septiembre, llegará a México en octubre, primeras presentaciones en Atenas (Grecia) y en París (Francia).


 Nuevo libro EL FANTASMA.
Cristina Jarque
El fantasma no es solo una frase. Es una estructura psíquica. El fantasma retorna, marca el cuerpo y la historia. ¿Qué se repite en la escena fantasmática? ¿Qué goce se juega en esa escena que duele y sostiene al mismo tiempo? En este nuevo libro, 45 coautores nos invitan a pensar el fantasma, no solo como velo, sino como una escena inconsciente que da forma a nuestra relación con el deseo, el amor y la verdad. Desde la clínica y el psicoanálisis, este libro explora con una lucidez potente cómo la repetición del sufrimiento puede convertirse en vía de creación y transformación. ¿Qué se oye en el fantasma? ¿Qué voz lo habita, qué eco lo repite? Este libro nos lleva a recorrer el continente del fantasma, donde tanto la voz como la mirada (ambas como objeto a) se duplican, se alucinan, se invocan. Frente al sueño, que cristaliza representaciones, el fantasma es ambigüedad, escena abierta, montaje pulsional. En este libro encontraremos textos valientes, conmovedores y necesarios, que proponen un pasaje: del objeto del deseo del Otro al sujeto de su propio deseo.
Agradecimientos
A Pedro Jarque, 
mi amado compañero en esta imprevisible y singular travesía que es la vida porque treinta y tres años después, seguimos eligiendo el mismo horizonte: el uno al otro. ¿Cómo traducir en palabras lo que el alma guarda? A veces el lenguaje queda corto frente a la magnitud del amor y la gratitud que siento por ti. Estás ahí, siempre, como una raíz firme, como un horizonte que no se pierde. Desde aquel primer encuentro en París, tu presencia se ha entrelazado con la mía, impresa para siempre. Has sido sostén en las sombras y celebración en la luz. En cada instante de duda, en cada tormenta atravesada, tu confianza en mí ha sido refugio. Eres mi confidente más profundo, el testigo silencioso de mis batallas y también el primero en celebrar mis conquistas, grandes o pequeñas. Tú conoces bien los obstáculos que hemos enfrentado, las noches largas, las decisiones difíciles y, nunca soltaste mi mano. Tu amor (ese amor generoso, a la vez sereno y apasionado) ha sido la base donde he podido levantar mis deseos, mis búsquedas y mis palabras. Cada libro que nace, cada curso que imparto, cada conferencia o coloquio que organizo lleva, de algún modo, tu huella. Este nuevo libro, titulado “El fantasma” habla del final de análisis (que no es otra cosa que la posibilidad que tiene un sujeto, después de muchos años de recorrido analítico de dar luz al saber inconsciente) que desde mi perspectiva es un saber nuevo sobre el arte de amar, lo que, para mí, no sería lo que es sin ti. Tu apoyo en el proceso de revisión, tus sugerencias certeras y tu entusiasmo constante han sido más que valiosos: han sido esenciales. Gracias por estar, por creer en mí incluso cuando yo dudaba. Gracias por acompañarme en este viaje en el que la escritura, el fantasma y el amor se entretejen. Gracias infinitas, Pedro. Siempre.
A Ana Jarque y Adrián Jarque,
por su generosa colaboración en la difusión de nuestro trabajo y en la realización de la Newsletter de LaTE, siempre con compromiso y entusiasmo.
A Emmanouil Konstantopoulos,
por el magnífico prólogo que abre este libro y por la hospitalidad brindada en Grecia durante su primera presentación.
A Carlos Mayén y Carlos Martínez,
por los prólogos que han sabido captar, con profundidad y belleza, el espíritu de esta obra.
A Paola Franco y Fernanda Martínez,
por los valiosos textos de introducción que acompañan y enmarcan el recorrido del libro.
A Vannina Micheli-Rechtman,
por su lúcido y precioso texto sobre el fantasma escópico, y por su generosa hospitalidad en París, que ha hecho posible la difusión de nuestro trabajo en el campo del psicoanálisis.
A Gorana Bulat-Manenti,
colega y amiga entrañable, por su potente y necesario texto sobre el fantasma de la prostitución.
A Claire Gillie,
por su apasionante y preciso trabajo sobre la voz, que resuena más allá de lo escrito.
A Colette Prune,
nuestra talentosa diseñadora gráfica, por su constante apoyo en la creación visual de la Newsletter de LaTE.
A Teresa Mendoza,
una de mis hermanas del alma, por el valioso aprendizaje que nos ofrece tu práctica clínica, que tanto nos enriquece.
A Adriana Varona,
por tu admirable labor y por una amistad que, para mí, es tan valiosa como constante.
A Yolanda Cogolludo, Estrella Romeralo, Susana Alcalá y Carmen Soto,
por compartir conmigo el placer, la pasión y la profundidad de las lecturas de Freud y Lacan.
A Bea Martell y Oliva Red,
por su apoyo imprescindible en las traducciones del francés al español, puente necesario para hacer circular nuestro trabajo
A los coautores,
mi más honda gratitud por haber aceptado sumarse a esta travesía que hoy se convierte en libro. Gracias por haber ofrecido su voz, su tiempo, su sensibilidad y su saber con tanta generosidad.
Cada uno de ustedes ha dejado su trazo particular en estas páginas, y es justamente esa pluralidad de perspectivas lo que da vida a esta obra colectiva. “El fantasma” no existiría tal como es sin la presencia, la escritura y la implicación de cada uno de ustedes. La experiencia de este trabajo compartido ha sido un privilegio. Ha habido apertura, respeto y una sinergia viva que ha dado sus frutos. Cada capítulo es el reflejo de un pensamiento singular y, al mismo tiempo, parte de una construcción común que nos enriquece a todos. Gracias por haber hecho de este proyecto algo que va más allá del libro: un espacio de encuentro, de pensamiento y de creación conjunta. Me siento profundamente agradecida de haber coincidido con ustedes en esta aventura, que nos permite sumar, ni más ni menos que cuarenta libros publicados dentro de nuestra colección de psicoanálisis de Lapsus de Toledo. ¡Enhorabuena! ¡Bravo!
Que “El fantasma” circule y resuene con la fuerza de nuestras voces reunidas.

Pedro Jarque en LE GRAN BIVOUAC 2025.

 LE GRAND BIVOUAC en Albertville. Hoy hemos recibido con gran entusiasmo la imagen de la pancarta oficial que anuncia el próximo festival Grand Bivouac, que se celebrará en octubre de este año. Tenemos el placer de compartir que la imagen protagonista es nada menos que la impresionante fotografía RED DANCE de Pedro Jarque, quien además ha sido invitado a la inauguración del festival, consolidando así el vínculo entre su obra fotográfica y el espíritu humanista, curioso y comprometido que define al Grand Bivouac. El Grand Bivouac en Albertville es un festival de cine documental y libro que se celebra anualmente en octubre. La próxima edición, la número 24, tendrá lugar del 13 al 19 de octubre de 2025. Desde su creación en 2002, el festival busca comprender el mundo actual a través del cine y la literatura, fomentando el viaje, el descubrimiento y la apertura cultural. Durante una semana, Albertville, en la región de Saboya, acoge una cuidada selección de películas documentales y libros, con la misión de llegar a un público diverso y estimular el diálogo y la reflexión. La elección de RED DANCE no podría ser más acertada: dos flamencos en un vibrante juego de formas y colores que evocan elegancia, movimiento y una energía casi hipnótica. La fuerza expresiva de los rojos y rosas resalta sobre el fondo oscuro, capturando de inmediato la mirada del espectador e invitándole a descubrir más sobre el festival. Además, la puesta en escena de la pancarta, captada en la foto que nos han enviado, transmite un aire festivo y cercano. La complicidad entre la imagen artística y el humor de la persona que posa abrazada a un flotador de flamenco genera una atmósfera fresca y llena de vitalidad, anticipando el espíritu abierto, plural y curioso que caracteriza al Grand Bivouac. RED DANCE no es solo una imagen promocional; es un símbolo del poder de la fotografía para conectar culturas, emociones y sensibilidades. Sin duda, es un gran logro que la obra de Pedro Jarque haya sido seleccionada como rostro visible del festival. ¡Bravo, Pedro! Esta imagen promete convertirse en todo un icono de la edición de este año.

 


 

Vannina Micheli-Rechtman y Cristina Jarque en París (2025).

 París 2025. Hoy ha tenido lugar un encuentro maravilloso con mi querida colega Vannina Micheli-Rechtman. Hemos intercambiado libros como quien intercambia pedacitos de alma: textos sobre lo femenino, la cultura, el psicoanálisis y todo aquello que nos atraviesa como mujeres que comparten el amor por el psicoanálisis y la escritura. Me siento afortunada y agradecida, no solamente por los proyectos futuros sino también porque ha surgido entre nosotras dos, lo esencial: la alegría de encontrarnos, la certeza de una amistad que se construye con respeto y admiración. Porque cuando dos mujeres se escuchan desde lo verdadero, se teje algo que trasciende: la sororidad, ese lazo invisible pero poderoso que se crea cuando una mujer reconoce a otra. La sororidad es tender la mano, es celebrar los logros ajenos como propios, es escuchar con el corazón abierto y compartir desde la experiencia vivida. La sororidad no exige perfección, solo presencia y sinceridad. Es lo que nos permite sanar, crecer y sostenernos unas a otras. Porque cuando una mujer avanza, lo hacemos todas.

 


 

Dexter: el asesino exquisito. Por Cristina Jarque.


 

Dexter: Resurrección.
Esperábamos el estreno ya que Dexter fue motivo de un texto que escribí (lo anexo aquí debajo) y presenté en un congreso sobre "el pasaje al acto asesino". Hoy hemos visto los dos primeros capítulos y he notado una evolución del personaje que es patente desde el primer capítulo. Dicen que para los fanáticos de la serie, esta nueva entrega no va a defraudar y que promete una exploración profunda del pasajero oscuro que habita a Dexter y su lucha interna entre el bien y el mal.
Dexter: el asesino exquisito
Cristina Jarque
La primera vez que escuché a Dexter (personaje de la serie de TV) hablar de su oscuro pasajero, supe que podía tratarse de una serie interesante para reflexionar desde el psicoanálisis. Conforme fueron avanzando los capítulos fui constatando que, efectivamente, no me había equivocado en la percepción. Hay un capítulo del que quiero hablar en especial. Es el capítulo 8 de la temporada 1 que se llama: "Secreto de psiquiatra". En este capítulo Dexter investiga una serie de suicidios de varias mujeres que tienen algo en común: todas son bellas, poderosas, independientes y triunfadoras. Además de ser mujeres a las que se les puede considerar como exitosas, tienen algo más en común: su psicoanalista. Para poder investigarlo, Dexter decide ir al consultorio y hacerse pasar por su paciente. Esto lleva al espectador a comprender dos cosas muy importantes:
1) que hablar desbloquea la mente. Puesto que hablar logra desbloquear en el mismo Dexter un recuerdo: la escena traumática del asesinato de su madre que es el núcleo que desencadenará en él, la pulsión asesina.
2) que algunos sujetos tienen una gran insoportabilidad al éxito desde lo femenino. Esos sujetos son peligrosos y más aún si tienen un lugar de poder frente a esas mujeres, como en este caso, ser su psicoanalista.
Comento este capítulo para puntuar que analistas como el personaje de este capítulo no existen solamente en la ficción. Lamentablemente, muchas veces llegamos a conocer su mala praxis, a través de los analizantes que nos hablan de ellos después de haber sido sus víctimas. No obstante, es un alivio que tarde o temprano se llegue a saber lo relacionado con la mala praxis.
Pasaré ahora a hablar de los llamados "psicópatas". El concepto de un perfil psicológico específico del asesino serial fue introducido por Ressler, quien parte de la idea de que sus comportamientos, precursores del asesinato, siempre han estado presentes, desde la infancia, y lo relaciona directamente a la falta de amor, con historias marcadas por problemas de adaptación social y de abuso infantil. Plantea que el problema del asesino en serie es un problema de amor. En ese aspecto, este autor plantea lo mismo que el psicoanálisis, en el sentido de que los sujetos somos producto de nuestra historia personal. En la actualidad el concepto de asesino en serie forma parte del discurso actual. No obstante, el psicoanálisis es renuente a las etiquetas y a los patrones generales. Se intenta más bien investigar y ubicar los pasajes al acto asesino desde las estructuras psíquicas: neurosis, perversión y psicosis. Lo que yo deseo plantear en este texto tiene relación con la frase utilizada por el filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes: HOMO HOMINI LUPUS "El hombre es un lobo para el hombre".
En otras palabras, que en ciertos momentos, cuando se establecen circunstancias específicas los sujetos podemos sacar lo peor de nosotros mismos. Lo vemos constantemente y sobre todo en los pasajes al acto asesino: cuando un sujeto es confrontado al objeto pequeño "a" en el sitio de desecho, a nivel de la identificación, puede llegar a descompensarse, angustiarse, y en algunos casos, puede llegar a asesinar. El pasaje al acto asesino es una pérdida de control y ocurre cuando el sujeto es confrontado a algo que le parece del orden de lo insoportable.
El "pasaje al acto" y el "acting out" son dos cosas diferentes aunque no están tan alejados uno del otro. Ambos son expresión de una forma de repetición. El pasaje al acto es desde lo consciente. En el Seminario 10 (Angustia) Lacan dice que es un acto con sujeto donde hay un otro a quien se dirige la acción. El sujeto experimenta tres afirmaciones: el llanto del bebé, el "no" de la etapa anal y la transgresión de la ley del padre. Estas afirmaciones están del lado del acting out porque es una manera de intentar aliviar la tensión de algo que es imposible de saber. En ambos hay pulsiones que se descontrolan pero en el pasaje al acto se sabe, en cambio, el acting out no se sabe.
El oscuro pasajero de Dexter no es como el doctor Jekyll y Mr. Hyde sino más bien como "El retrato de Dorian Grey". Y es que estamos ante la lucha interna entre Eros y Tánatos, pero en Jekyll y Hyde hay una fragmentación dual, es el problema del doble. En cambio en "El retrato de Dorian Grey" de Wilde (1890) podemos ver a ambas personalidades conviviendo en un mismo sujeto, sin desdoblamiento corporal. La diferencia es que Jekyll desconoce lo que hace Hyde y necesita una pócima para que surja la personalidad oscura (en la vida real, el alcohol cumple esa función en muchos casos, pues desinhibe las pulsiones de los sujetos y desnuda la ira y la agresividad). En cambio Dorian Grey sí sabe de su oscuro pasajero, digamos que ambas personalidades conviven en la misma persona.
Por esto, Dexter Morgan vive una vida doble: en el día es un forense que acude a las escenas de crímenes para analizar la sangre. Es un buen padre y un buen hermano. Pero en la noche se convierte en un justiciero, que con el código que le ha dado su padre adoptivo (Harry) asesina personas que entran en este código.
Podemos decir que empatizamos con él y se convierte en nuestro héroe porque asesina de manera justa, a quienes salen impunes por el sistema. Pero en realidad está saciando el hambre de lo que él llama su oscuro pasajero. La serie nos permite reflexionar alrededor de varios puntos vitales, sobre todo cuando Dexter habla con los asesinos que va a matar y ellos le regresan el reflejo en el espejo de lo que él mismo es. Entonces le surge una pregunta: ¿En qué se hubiera convertido él, si la doctora Evelyn Vogel no hubiera instado a Harry a darle el código? Esta pregunta nos pone de frente a todos nosotros, estudiosos del psicoanálisis, investigadores disciplinados de la mente humana, psicoanalistas cuyo análisis más importante es el propio, con ese mismo cuestionamiento. Cuestionamiento que suele surgir al finalizar nuestro tratamiento analítico porque en ese momento ya tenemos conocimiento de nuestro oscuro pasajero personal. La pregunta es la siguiente: ¿En qué se hubiera convertido usted, si no hubiera sido por el psicoanálisis?


Libro EL FANTASMA.

 Información LaTE. Este sábado 5 de julio cerramos oficialmente la recepción para el libro "El fantasma". Con gran entusiasmo anunciamos que somos 45 coautores quienes daremos vida a esta obra única, donde cada voz se suma para articular, desde diferentes visiones, la lógica del fantasma como formación del inconsciente. En ese registro, opera como una escena que vela la angustia de castración, intentando bordear lo imposible de representar. A través de estos textos, se exploran las huellas del deseo y las escisiones del sujeto. ¡Sin duda va a ser un libro que dejará huella! Agradecemos profundamente a todas las personas que enviaron sus textos. ¡Gracias por ser parte de esta experiencia psicoanalítica, literaria, artística y cultural! ¡A por nuestro libro número 40! ¡Enhorabuena!

 


 

La procrastinación como defensa a la página en blanco por Cristina Jarque

 La procrastinación como defensa a la página en blanco
Cristina Jarque

Desde hace varios años, he asumido la función de directora de libros en la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo, en España. A lo largo de este tiempo, he tenido el privilegio de coordinar y acompañar la escritura de numerosos colegas que han participado en nuestras publicaciones. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre un fenómeno común pero poco interrogado: la procrastinación, especialmente cuando se trata de escribir. Nuestro libro "El Fantasma" marca la publicación número 40 de nuestra colección, y me llena de alegría constatar que estos trabajos no solo han sido una valiosa herramienta de difusión del psicoanálisis, a través del aporte singular de cada colega participante, sino que también han incentivado en muchos el deseo de escribir, ayudando a dejar atrás el síntoma de la procrastinación. ¡Mi más sincera enhorabuena a todos ellos! ¡Bravo por este paso hacia la palabra propia! Comparto aquí algunas reflexiones sobre la procrastinación a partir de mi trabajo con colegas escritores. Muchos autores entregan sus textos fuera de plazo, incluso si se les solicitó con un año de antelación. ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata simplemente de una mala gestión del tiempo? ¿O estamos ante un verdadero síntoma, en el sentido psicoanalítico? Sigmund Freud ya nos advertía que la procrastinación puede funcionar como una formación sustitutiva del síntoma, especialmente en el sujeto obsesivo, donde la postergación se vincula a la duda, la inhibición y el control. Desde esta perspectiva, diferir la escritura sería una manera de defenderse de algo más profundo: el deseo y el miedo que lo acompaña. El sujeto puede experimentar una ilusión de tiempo infinito: al ver el plazo lejano, subestima la tarea, la minimiza o la posterga. Pero más allá de esta capa superficial, aparece el miedo. ¿Miedo a qué? A exponerse. A no estar a la altura del ideal. A no decir “lo suficiente” o, peor aún, a decir demasiado. Como señala Freud, escribir puede implicar una forma de desnudez psíquica. En este sentido, procrastinar se convierte en una manera de evitar el encuentro con la angustia. He escuchado con frecuencia a escritores afirmar que necesitan la presión del último momento como motor de deseo. Lacan, por su parte, nos recuerda que el deseo es siempre deseo del Otro, y que toda producción simbólica implica una confrontación con ese Otro que juzga, evalúa o interpreta. Dejarlo todo para el final puede funcionar como una estrategia inconsciente para limitar esa exposición, como si el apremio del tiempo justificara lo inacabado. La procrastinación, entonces, puede leerse como una defensa psíquica: evita el fracaso anticipado, el juicio del Otro, la herida narcisista que podría implicar entregar algo “insuficiente”. Pero también puede convertirse en un modo crónico de inhibición, una forma de evitar el acto creativo, de no asumir una posición de autor, de no hacerse responsable del deseo que habita la escritura. La página en blanco no es neutra: refleja el vacío, la duda, la autoexigencia. Puede volverse un espejo implacable del superyó. Escribir implica dejar una huella, asumir una voz, posicionarse. No escribir (o postergar indefinidamente) permite evitar esa confrontación. En algunos casos, la consigna de escribir (ya sea interna o externa) es vivida como una orden ante la cual el sujeto se defiende pasivamente, algo así como una rebeldía silenciosa. Por ello, la procrastinación en la escritura no es simplemente una falta de disciplina, sino un fenómeno complejo que implica el cuerpo, el goce, el tiempo y la palabra. No se trata de "dejarlo para después", sino de un síntoma que habla del sujeto, de su lugar frente al deseo, al lenguaje y a la creación.

 


 

17 Aniversario de Lapsus de Toledo España (LaTE).

 Celebración del 17 aniversario de LaTE. Hoy tenemos nuestra reunión de estudios alrededor de la clase "De la sublimación al acto sexual" y también tenemos el debut de los nuevos personajes de los Monólogos Femeninos. Esta noche cerramos el estudio del seminario "La lógica del fantasma" abrimos el camino a nuevos proyectos, compartiendo siempre pensamiento, pasión y deseo por el psicoanálisis. Hoy nos reunimos para brindar por todo el camino recorrido, para celebrar todo lo que hemos construido y para dar la bienvenida, con gran entusiasmo, a todo lo que late por venir.


 


LaTE. Es hoy (11/06- 20H).
17 aniversario de LaTE.
Cristina Jarque
Hoy tenemos el placer de reunirnos en España, para celebrar el 17 aniversario de Lapsus de Toledo. No se me ocurre mejor manera de celebrarlo, que hablar sobre la clase del 22 de febrero de 1967 "De la sublimación al acto sexual" del seminario 14: “La lógica del fantasma”. En esta clase, Lacan nos lleva de la mano hacia el borde del fantasma, allí donde la repetición se topa con un límite, y ese límite no es otro que el cuerpo real. El cuerpo que goza, que sangra, que se escapa del sentido. Ese cuerpo que en el acto sexual se juega más allá de la palabra, que no se deja simbolizar del todo.
Lacan distingue aquí entre la sublimación y el acto sexual. La primera implica una elevación del objeto a la dignidad de la Cosa (das Ding), permitiendo una circulación del deseo sin que el sujeto quede atrapado. El segundo, el acto sexual, es fallido por estructura. Lo dice con todas sus letras: "no hay relación sexual", porque no hay inscripción simbólica que permita decir qué es un hombre para una mujer o una mujer para un hombre sin que esa palabra falle.
El sujeto, cuando no puede sostener su deseo en el marco simbólico, cuando el Otro cae, se desliza hacia el acting out o el pasaje al acto. Y es allí donde Lacan introduce el término freudiano que tanto escándalo causa por su enigmático peso: "zielgehemmt", ese estado del alma que se encuentra como “inhibida en su fin”, sofocada, empantanada, suspendida como en un limbo. Tomando como referencia el libro “Fratricidio” podemos decir que “zielgehemmt” es ese instante congelado donde el alma no puede danzar. Es el momento donde la pulsión se coagula, donde el deseo se muerde la lengua y el cuerpo se convierte en escenario del grito silenciado. Es el "alma frenada", como si el corazón psíquico se hubiera quedado sin latido.
En esta clase, Lacan va a recordar algunos conceptos como son: repetición, sublimación, pasaje al acto, acting out y también hablará del incesto. Veamos algunas características de estos conceptos:
1) Repetición.
Es el retorno de lo mismo bajo diferentes formas, como un eco del trauma que insiste. Pero esta repetición no es consciente ni elegida. Es la del tiempo lógico del inconsciente. Podemos pensar que es la historia que no puede narrarse y que se repite con el cuerpo, con el síntoma, con el encuentro fallido.
2) Sublimación.
Aquí, el deseo encuentra una vía poética, una salida simbólica. Es la posibilidad de transfigurar el objeto perdido, elevándolo. Escribir, crear, amar sin devorar. Una forma de no caer, de no destruir ni destruirse. El arte, la música, la palabra, pueden servir de soporte a este movimiento. En la sublimación, el sujeto no borra al Otro, sino que lo incluye en la creación.
3) Acting out.
Es un mensaje lanzado al Otro, un llamado al testigo. Es aún simbólico, aunque ya en el borde. El sujeto actúa un drama del cual no es del todo consciente. Es, por ejemplo, el adolescente que se corta para que alguien lo vea. Podemos pensarlo como el cuerpo que llora lo que la boca no puede decir.
4) Pasaje al acto:
Aquí ya no hay testigo. Se trata de una salida radical del escenario simbólico. El sujeto se borra. Es la caída en lo real. El loco que mata, el incestuoso que cruza el límite de lo imposible, el suicida que se arroja desde la ventana. No es un mensaje: es una expulsión. Se podría decir que es cuando el alma ya no soporta su herida y decide arrancarla violentamente del cuerpo.
5) El incesto y el pasaje al acto.
Lacan sugiere que cuando el sujeto no puede sostener el lugar de la falta, esa falta que estructura el deseo, puede deslizarse hacia lo impensable: el pasaje al acto incestuoso. Es decir, cuando el significante fálico ha sido forcluido, cuando no hay ley que funcione como dique, el sujeto puede identificarse con el objeto a, aquello que se goza directamente. Y entonces se precipita al cuerpo del Otro, ya no como ser deseante, sino como objeto de goce.
Tomando como referencia la novela “Fratricidio” podemos hablar aquí de la madre devoradora y del hijo que no ha podido separarse del vientre simbólico. Cuando la función del padre ha sido anulada, cuando la Ley no se encarna, el sujeto puede precipitarse en el cuerpo materno con un gesto que no es deseo, sino aniquilación del deseo. El incesto no es erotismo: es el horror del goce sin límites, el acto de quien no soporta el vacío y se lanza a llenarlo con lo imposible.
Imaginemos a un joven de veintitrés años que irrumpe en consulta tras haber sido sorprendido acostado con su hermanastra de catorce. La madre, devastada, clama que "siempre fueron muy cercanos". Él dice que “ella se dejó”. No entiende el porqué del escándalo.
Pero el analista escucha: escucha ese deseo de fundirse con lo materno, con lo prohibido, con la carne del Otro. El joven repite una escena antigua: la madre desnuda tras la ducha, él espiándola desde los cinco años. Ninguna intervención, ninguna palabra. El padre está ausente y la ley está forcluida.
Ese joven no repite el goce: pasa al acto. Se lanza sobre el cuerpo como sobre el único lugar donde cree que puede existir. No es deseo, es forclusión del deseo. Lo que se juega allí es el fracaso de la función del padre, el fracaso de la palabra, el fracaso del amor.
En la novela “Fratricidio” podemos ver que "… cuando el niño no ha sido expulsado del Edipo, cuando ha sido el amado exclusivo, se convierte en el que muere por amor. Pero no por amor al Otro, sino por amor a sí mismo como objeto del deseo materno. Y allí, se precipita en el acto incestuoso como quien se lanza a un abismo sin sin fondo".
Cuando no hay ley, ocurre lo que vemos con este pasaje al acto que hemos mencionado, es decir, cuando la función del padre falla, el sujeto repite una escena infantil de voyeurismo materno. La madre calló, el padre brilló por su ausencia.
El acto incestuoso no es erótico: es el retorno violento de un goce que nunca fue simbolizado. Es el cuerpo como respuesta muda a un deseo sin palabra.
La salida posible: la palabra, la creación, la transferencia, la sublimación. Allí donde el alma puede volver a respirar.


LaTE. Ciclo de conferencias. Sábado 7 de junio.

 

LaTE (ES HOY) Sábado 7 de junio 18H de España. Ciclo de Conferencias.
Inauguración a cargo de Cristina Jarque
Esta actividad ha sido organizada bajo mi coordinación, en el marco del trabajo que llevamos a cabo en LaTE, con el compromiso sostenido de abrir espacios de reflexión y transmisión del psicoanálisis como discurso vivo, ético y siempre en acto. Aprovechamos también para recordarles que el próximo 30 de junio vence el plazo para la entrega de textos que formarán parte de nuestro próximo libro, “El fantasma”. Hemos recibido ya varias contribuciones que nos entusiasman profundamente, y nos complace anunciar que este libro será presentado en octubre, en el marco de nuestro encuentro en Grecia.
Asimismo, queremos compartir con ustedes que el 11 de junio celebraremos con gran alegría el 17º aniversario de LaTE, una trayectoria que ha sido posible gracias al trabajo colectivo y al deseo compartido de sostener este lazo con el psicoanálisis.
Con este evento en línea estamos concluyendo formalmente las actividades del ciclo 2024–2025. Y lo hacemos con un broche de oro: las intervenciones de tres colegas queridos y comprometidos con la causa analítica: Iris Reyes, Daniel Escalante y Jorge Gómez, a quienes agradecemos profundamente su presencia y su palabra.
Los temas que han escogido tocan un nervio sensible de nuestra época: el lugar de la muerte, el lugar del acto, y la palabra analítica en el mundo contemporáneo. Vamos a poder recorrer juntos, desde diferentes ángulos, ese punto donde el psicoanálisis se inscribe como discurso que no se dirige hacia el saber académico, ni tampoco hacia la moral, sino que se sostiene del acto, de la clínica y de la ética. Hablaremos de la ex-pulsión como resto de goce que desborda al sujeto, pasando por el suicidio como enigma estructural más allá del síntoma, hasta llegar a la tensión entre la divulgación rigurosa y la vulgarización del saber analítico: cada una de estas propuestas nos confronta con lo real, con lo que no se deja atrapar por el sentido, y sin embargo insiste.
1) Jorge Gómez aborda una articulación profundamente freudo-lacaniana: la pulsión de muerte no como un simple impulso destructivo, sino como aquello que excede la economía del placer, el más allá del principio del placer, como lo formuló Freud en 1920. Lacan retoma esta noción para pensar la muerte no como destino biológico, sino como estructura simbólica y real que habita al sujeto. ¿Qué significa entonces “ex-pulsión” de muerte? Tal vez una tentativa de pensar lo que se expulsa como resto, como goce fuera de sentido, fuera del Otro, en el límite entre el sujeto y lo real imposible. Esta intervención propone abrir la pregunta por cómo lo mortífero retorna como ex-sistencia en el sujeto contemporáneo.
2) Daniel Escalante nos introduce en uno de los temas más complejos y éticamente apremiantes de la clínica: el suicidio. Desde Freud, el acto suicida ha sido interrogado como retorno de la agresividad contra el yo, bajo el imperio de la pulsión de muerte. Pero es Lacan quien sitúa el acto suicida más allá de toda moralización, como posible respuesta del sujeto ante lo insoportable de su goce. Esta conferencia interroga el acto suicida no solo desde lo clínico, sino también desde su estatuto estructural: ¿qué quiere decir el sujeto cuando se mata? ¿Qué lugar tiene el deseo del Otro en este gesto? ¿Puede leerse el suicidio como un decir, como un último acto de palabra? Una reflexión lúcida y necesaria sobre la ética del analista frente al deseo de muerte.
3) Iris Reyes abre una interrogación fundamental para nuestro tiempo: ¿cuál es la función del analista fuera del dispositivo analítico? A la luz del pensamiento de Lacan, que nos recuerda que el discurso analítico es uno entre otros, se vuelve urgente delimitar los riesgos de la vulgarización del psicoanálisis, sin por ello renunciar a su necesaria transmisión. ¿Cómo sostener la singularidad del discurso analítico en el espacio público sin reducirlo a saber universitario ni a eslogan de redes sociales? Esta presentación buscará pensar la ética de la divulgación desde la posición del analista, allí donde la palabra intenta bordear lo real sin traicionar el acto. Una propuesta crucial en tiempos de banalización del síntoma. 
 

 
 

 

"Despojan a una niña" por Cristina Jarque.

Despojan a una niña
Cristina Jarque
Una psicoanalista le dice a su analizante en francés: «Vous avez fait dépouillée.» La traducción literal sería: “usted se ha hecho despojar”. La formulación en francés muestra con mayor nitidez la lógica del fantasma, porque introduce de entrada el lugar del sujeto en la escena. Es decir, señala (aunque no de forma consciente ni voluntaria) una participación subjetiva en eso que le ha ocurrido. En español, en cambio, solemos decir: “usted ha sido despojada”. La diferencia no es meramente lingüística, sino estructural: en la versión francesa, el sujeto aparece implicado en el acontecimiento traumático; en la española, el sujeto queda más fácilmente situado como pura víctima pasiva, efecto de una acción externa. Este matiz nos permite articular teóricamente el fantasma del despojo como estructura psíquica. Propongo aquí pensar el fantasma “Despojan a una niña” como una variación del célebre fantasma freudiano “Pegan a un niño”. En el texto freudiano de 1919, el fantasma se despliega en tres tiempos, y su función estructurante es múltiple: sostiene la posición del sujeto frente al deseo del Otro, permite un goce específico y funciona como defensa frente a lo intolerable. Del mismo modo, el fantasma “Despojan a una niña” se puede leer como una escena inconsciente que estructura una posición subjetiva determinada frente al deseo, el amor y la pérdida.
Tomemos el significante “despojada”. Este remite a una experiencia de pérdida, de carencia, de expoliación. Pero también (y sobre todo) a un goce. Un goce paradójico, como el que Lacan sitúa “Más allá del principio del placer”: un goce que no da bienestar, pero que se repite; que duele, pero que sostiene al sujeto en una suerte de contacto con su verdad más íntima. La escena del despojo no solo narra una injusticia; también contiene una dimensión de goce que hace que esa escena se repita. Como si el despojo fuera también una vía de acceso al ser: estar despojada para estar más cerca de lo esencial, del vacío estructurante del deseo.
Vale la pena preguntarse: ¿qué se pierde en ese despojo? ¿Y qué se obtiene? ¿Qué lugar ocupa el sujeto en esa escena que retorna? ¿Está dentro o fuera del deseo del Otro? Desde la teoría lacaniana, el goce está ligado al cuerpo, pero también a la mirada y al deseo del Otro. En este caso, la analizante, al ocupar el lugar de “la despojada”, parece quedar como objeto para el Otro: objeto que se puede tomar, quitar, abandonar, rechazar. Ese lugar, que se experimenta como injusto y doloroso, puede al mismo tiempo volverse el lugar privilegiado desde donde el sujeto sostiene su existencia: un lugar de sacrificio, de pureza, de expiación. El objeto despojado es también, muchas veces, objeto de desecho (objeto a), aquello que el Otro ya no quiere, pero que conserva un resto de goce inasimilable.
Desde ahí también se puede pensar una forma de poder: quien ya ha sido despojada de todo, no tiene nada que perder. Es una posición ambivalente: al mismo tiempo pasiva y resistente, sufriente y potente. Un goce duro, pero generador de verdad, de sentido, incluso de creación. La pregunta clínica sería: ¿cómo transformar ese goce en palabra, en acto, en elección subjetiva? ¿Cómo atravesar el fantasma, es decir, cómo desplazarse de esa escena repetida hacia una posición diferente frente al deseo?
La analizante relata que fue criada por monjas, y que desde muy pequeña recibió la enseñanza del despojo como virtud. Despojarse de todo para no tener nada, pero “serlo todo”. Aquí entra en juego una dimensión mística del goce: no se trata de tener, sino de ser. Estamos en el registro de lo femenino, entendido desde la lógica del no-todo: no se trata de inscribirse en la totalidad fálica, sino de gozar en el límite, en el más allá del tener, en el ser entregado. Lacan sitúa este tipo de goce(el goce femenino, el goce místico) fuera del lenguaje, fuera del falo, en una experiencia radical que toca lo real del cuerpo.
El entorno religioso, con sus normas, silencios, rituales y prohibiciones, marca el deseo de manera intensa. El Otro absoluto (la figura divina, la autoridad religiosa) se presenta como garante del sentido, pero también como agente del despojo: se exige renunciar al cuerpo, al deseo, a lo mundano. En ese marco, la figura de Cristo (despojado de sus ropas, de su dignidad, de su humanidad) aparece como paradigma de ese sacrificio sagrado. Para algunas niñas, las monjas encarnan ese ideal: se despojan del mundo para acceder a una forma de ser trascendente. El cuerpo ya no pertenece a lo pulsional, sino al sacrificio, a la entrega absoluta. El goce aquí es paradójico: es el goce de no tener, de ser vaciada, inmolada, ofrecida al Otro.
Cuando este ideal se inscribe tempranamente, puede dejar una huella que marca profundamente la posición subjetiva. La analizante dice que hay algo en ella que “encuentra belleza” en ese despojo, que “siente sentido” en esa pérdida. Pero también sufre, porque el fantasma se repite. La familia la desheredó, en el trabajo la marginaron, en sus relaciones amorosas se siente constantemente despojada. Una y otra vez aparece la misma escena: ella como aquella a quien le quitan algo. Pero ¿y si ella (de forma inconsciente) también se coloca una y otra vez en ese lugar? Como en el fantasma freudiano, no se trata de una escena pasiva: el sujeto participa de esa repetición, de modo inconsciente. Ella no solo es despojada, sino que “se hace despojar”.
El tratamiento analítico puede ayudar precisamente a reconocer este goce y su función en la estructura del sujeto. No para rechazarlo o condenarlo, sino para interrogarlo. ¿Qué le permitió sostener ese fantasma? ¿Qué le ofrecía? ¿Qué deseo propio quedó eclipsado por ese lugar de sacrificio? El primer paso no es abolir el fantasma, sino hacerlo legible: transformarlo en pregunta, en enigma, en material de trabajo subjetivo. Tal vez, al atravesarlo, la analizante pueda pasar de ser objeto del deseo del Otro a sujeto de su propio deseo. Eso implica duelo, porque hay una forma de placer en el sufrimiento conocido. Pero también hay libertad en no repetir más el lugar de la víctima, del objeto abandonado, de la niña despojada.
Resignificar no es negar la historia, sino reescribirla desde otro lugar. No se trata de borrar el despojo, sino de entender qué hizo con él, y qué puede hacer hoy. El análisis permite, si se llega a ese punto, una restitución subjetiva: no para tener lo perdido, sino para recuperar algo del deseo propio. ¿Qué quiere ella hoy, solo por ella, no para los demás? ¿Qué puede elegir desde su singularidad, y no desde la deuda con el Otro?
Esa fue la pregunta con la que terminamos la sesión. No una respuesta, sino una apertura: el inicio de una nueva escena, en la que ya no sea necesario repetir eternamente el fantasma de “Despojan a una niña”, sino poder escribir, quizá por primera vez, otra historia. 

WildLove. Nuevo libro de Pedro Jarque. Prólogo por André Comte-Sponville


 

Prólogo WildLove
André Comte-Sponville

 Este suntuoso libro que tiene entre sus manos no sólo es una obra de arte, deslumbrante por cierto: es a la vez un manifiesto, un santuario y una conmovedora declaración de amor. Pero es ante todo una obra de arte y conviene empezar por ahí.

"Si todo el mundo escribiera, ¿qué quedaría de la literatura? " Esta pregunta de Paul Valéry, que sugiere que la literatura, como arte, se nutre de su propia rareza, no tiene visos de respuesta, ya que la hipótesis planteada continúa siendo puramente teórica. Pero si la menciono es porque siempre me ha hecho pensar en la fotografía. Todo el mundo toma fotos. ¿Qué queda de la fotografía, no como entretenimiento o documento, sino como arte?

Lo que este magistral libro logra demostrar es que no queda nada o, más bien, que queda lo esencial. Basta con abrir el libro al azar u hojearlo unos instantes para darse cuenta rápidamente de que ningún fotógrafo dominguero (como yo mismo, como todo el mundo) alcanzará jamás esta maestría en el juego de las luces y sombras, en la representación de los colores y las formas, ni obtendrá, ni siquiera excepcionalmente y por casualidad, este tipo de virtuosismo, que es una hazaña técnica a la vez que artística, y que nos conmueve tanto más cuanto que no puede reducirse a la maestría o al virtuosismo: porque expresa una sensibilidad excepcional que toca la nuestra.

Esto fue lo primero que me impresionó: esa mezcla de admiración y emoción que producen las obras maestras, y la evidencia de que este libro es una de ellas.

Pero también es un manifiesto que interpela nuestras conciencias. La belleza alucinante de estas imágenes no se debe únicamente al talento de Pedro Jarque Krebs, sino también y en primer lugar a sus sujetos, en el doble sentido de la palabra: como lo que está representado, incluso en un paisaje o naturaleza muerta, y como seres vivos, dotados de conciencia y sensibilidad (en el sentido en que «sujeto» se opone a «objeto» o «cosa», como lo que está animado frente a lo que no lo está). Ahora bien, que los animales son sujetos, en este último sentido, es lo que sugiere la etimología, tanto en inglés como en francés («animal» viene del latín anima, que significa «alma»), y lo que este libro ilustra de forma profundamente conmovedora.

Pero no sin despertar en nosotros un poco de inquietud, culpa y vergüenza. Porque estas bellezas prodigiosas, todas únicas, todas irreemplazables, todas frágiles, están desapareciendo, como bien sabemos, y por culpa nuestra.

Por eso este bestiario es también un santuario, aunque lamentablemente  sólo sea en papel (estas fotos sobrevivirán a sus modelos, e incluso a las especies de las que pertenecen, y al menos conservarán su imagen), del mismo modo que esta obra maestra artística es también un manifiesto: por la preservación de la naturaleza, de la biodiversidad, y especialmente de la fauna salvaje, tan increíblemente bella, tan asombrosamente diversa, plural y una. “Sólo hay una bestia”, decía la gran Colette, queriendo expresar la unidad de la vida.  Pero esta unidad es multitud y contrastes: sólo está formada por especies, todas diferentes, que a su vez están formadas por individuos, todos singulares, todos únicos, todos mortales. 

Contemple estas aves fabulosas y, sin embargo, tan evidentemente reales, tan personalmente vivas, flamencos, guacamayos, cigüeñas y otras maravillas, admire su elegancia, su magnificencia, sus colores tan a menudo brillantes y siempre sutiles, como luminiscentes, la gracia de sus actitudes, la coreografía de sus relaciones, piérdase en la mirada de estos gorilas, estos orangutanes, estos chimpancés (los grandes simios son nuestros hermanos en realidad, o nuestros primos, más que cualquier otra especie animal), contemple la potencia masiva y plácida (cuando no se les molesta) del hipopótamo, el rinoceronte, el elefante, la fragilidad altiva de la jirafa, la fuerza flexible de los felinos, leones, tigres, panteras, jaguares o leopardos, sin olvidar a los lobos, osos, cocodrilos, leones marinos, iguanas, tortugas, nutrias, medusas y belugas. Tómese su tiempo, página tras página, para observar el esplendor del detalle y saborear la plenitud absoluta, en cada ocasión, de todo el conjunto... No sabemos qué admirar más: la perfección de la imagen (¡qué paciencia y destreza han hecho falta para lograr semejante resultado! ) o la perfección, tanto plástica como cromática, de los sujetos representados. «Por realidad y por perfección entiendo lo mismo», decía Spinoza[1]. Cada página de este libro parece ser una ilustración de ello.

Evitemos caer en el antropomorfismo, que atribuiría a estos animales sentimientos similares a los nuestros. Sin embargo, todos sentimos que compartimos algo con ellos, que es la vida, la animalidad y, por tanto, también la sensibilidad, la subjetividad y la conciencia, cualesquiera que sean sus formas, contenido o grados, porque nosotros también somos animales y porque ellos están tan perfectamente vivos como nosotros. Por eso este libro-manifiesto es también una declaración de amor – WildLove –, llena de emoción, gratitud, respeto y empatía: la de un ser humano vivo, fascinado por la belleza de la vida no humana, e indignado ante la idea de que parte de esta belleza y de esta vida (la más salvaje, a menudo la más hermosa) esté a punto de desaparecer. Esto va mucho más allá de la estética: involucra tanto la moral como la política.

¿Los animales tienen derechos? No, desde luego, en relación unos con otros (el tigre no viola los derechos de la gacela que masacra, ni el pájaro los de los insectos o lombrices que ingiere), ni por tanto en relación con nosotros, en la medida que, desde su punto de vista u objetivamente, sólo somos animales entre otros. Pero nosotros tenemos deberes hacia ellos, no objetivamente, sino subjetivamente; no por naturaleza, sino por cultura; no en tanto que especie animal, que también lo somos y sobre todo, sino en tanto que especie humana y, por tanto, obligados por ello.  ¿En nombre de qué? En nombre de una cierta idea de humanidad y, por tanto, en nombre de lo que ha hecho de sí misma y de nosotros (en el sentido de que la humanidad no es sólo una especie, sino también una virtud : lo contrario de la inhumanidad, que es el nombre humano del mal, del que sólo los humanos, por definición, pueden ser culpables), en nombre de las leyes que nos imponemos a nosotros mismos y más o menos respetamos, ya sea individualmente (es lo que llamamos moral) o colectivamente (es lo que llamamos derecho), ya sea hacia las bestias (entendiendo por esto cualquier animal no humano) o hacia las futuras generaciones humanas. Doble deber, doble deuda («No heredamos la tierra de nuestros antepasados, la tomamos prestada de nuestros hijos», dice un proverbio africano), lo que significa que el humanismo sólo puede ser fiel a sí mismo integrando una dimensión ecológica absolutamente decisiva. Es necesario salvar la biosfera, o perder nuestra alma.

Montaigne lo vio claramente: «Existe un cierto respeto que nos une y un deber general de la humanidad, no sólo hacia los animales que tienen vida y sentimientos, sino hacia los mismos árboles y las plantas. Debemos justicia a los hombres, y gracia y benignidad a las demás criaturas que puedan ser capaces de ella [que puedan beneficiarse de ella, sentir sus efectos]. Existe cierto comercio [cierta relación] entre ellas y nosotros, y cierta obligación mutua.[2]. »

¿Mutua? No exactamente, ya que los animales no tienen ninguna obligación hacia nosotros.  Pero eso no nos exime de nuestros deberes, ya sea hacia ellos o hacia nuestros descendientes. Somos los guardianes (no, por supuesto, los propietarios) de un tesoro inestimable e inagotable (no, por desgracia, indestructible), cuya belleza sólo es igualada por su fragilidad: nuestro deber es preservarlo, en la medida de nuestras posibilidades, prestando especial atención a la parte más frágil, más rara y a menudo más bella de este tesoro que es la naturaleza, que es la fauna salvaje.

Que este magnífico libro, a través de la admiración empática que suscita, nos ayude a tomar conciencia de ello y a actuar en consecuencia: ¡es urgente!

 


 



[1] Spinoza, Ética, II, definición 6.

[2] Montaigne, Essais, II, 11, p. 435 de la edición Villey-Saulnier, París, PUF, 1924, reed. « Quadrige », 2004.

 

 

Préface WildLove
André Comte-Sponville

 Ce livre somptueux, que vous tenez entre vos mains, n’est pas seulement une œuvre d’art, d’ailleurs éblouissante : il est à la fois un manifeste, un sanctuaire et une bouleversante déclaration d’amour. Mais il est d’abord une œuvre d’art, et il convient de commencer par là.

« Si tout le monde écrivait, que resterait-il de la littérature ? » Cette question de Paul Valéry, qui suggère que la littérature, comme art, ne se nourrit que de sa propre rareté, n’est pas près de trouver réponse, tant l’hypothèse envisagée reste purement théorique. Mais si je l’évoque, c’est qu’elle m’a toujours fait penser à la photographie. Tout le monde fait des photos. Que reste-il de la photographie, non comme divertissement ou document, mais comme art ?

Ce que cet ouvrage magistral suffit à prouver, c’est qu’il n’en reste pas rien, ou plutôt qu’il en reste l’essentiel. Il suffit d’ouvrir le livre au hasard, ou de le feuilleter quelques instants, pour comprendre très vite qu’aucun photographe du dimanche (ce que je suis, comme tout le monde) n’atteindra jamais cette maîtrise dans le jeu de la lumière et de l’ombre, dans le rendu des couleurs et des formes, ni n’obtiendra, fût-ce exceptionnellement et par chance, ce genre de réussite virtuose, qui est une performance technique en même temps qu’artistique, et qui nous touche d’autant plus qu’elle ne se réduit ni à la maîtrise ni à la virtuosité : parce qu’une sensibilité d’exception s’y exprime, qui vient toucher la nôtre.

C’est ce qui m’a frappé d’abord : ce mélange d’admiration et d’émotion que procurent les chefs-d’œuvre, et l’évidence que ce livre en est un.

Mais c’est aussi un manifeste, qui s’adresse à nos consciences. L’hallucinante beauté de ces images ne tient pas seulement au talent de Pedro Jarque Krebs, mais aussi et d’abord à ses sujets, au double sens du mot : comme ce qui est représenté, y compris dans un paysage ou une nature morte, et comme être vivant, doué de conscience et de sensibilité (au sens où « sujet » s’oppose à « objet » ou à « chose », comme ce qui est animé à ce qui ne l’est pas). Or, que les animaux soient des sujets, en ce dernier sens, c’est ce que l’étymologie suggère, en anglais comme en français (« animal » vient du latin anima, qui signifie « âme »), et ce que ce livre illustre de bouleversante façon.

Non, toutefois, sans susciter en nous un peu d’inquiétude, de culpabilité, de honte. Car ces beautés prodigieuses, toutes singulières, toutes irremplaçables, toutes fragiles, sont en train de disparaître, nous le savons bien, et par notre faute.

C’est en quoi ce bestiaire est aussi un sanctuaire, hélas seulement sur papier (ces photos survivront à leurs modèles, voire aux espèces dont ils sont issus, et en préserveront au moins l’image), comme ce chef-d’œuvre artistique est aussi un manifeste : pour la préservation de la nature, de la biodiversité, et spécialement de la faune sauvage, si incroyablement belle, si étonnamment diversifiée, plurielle et une. « Il n’y a qu’une seule bête », disait la grande Colette, voulant exprimer l’unité du vivant. Mais cette unité est multitude et contrastes : elle n’est faite que d’espèces, toutes différentes, lesquelles ne sont composées que d’individus, tous singuliers, tous uniques, tous mortels.

Regardez ces oiseaux fabuleux et pourtant si évidemment réels, si personnellement vivants, flamants, aras, cigognes et autres merveilles, admirez leur élégance, leur magnificence, leurs couleurs si souvent éclatantes et toujours subtiles, comme luminescentes, la grâce de leurs attitudes, la chorégraphie de leurs relations, perdez-vous dans le regard de ces gorilles, de ces orangs-outangs, de ces chimpanzés (les grands singes sont nos frères vraiment, ou nos cousins, plus qu’aucune autre espèce animale), contemplez la puissance massive et placide (quand on ne les dérange pas) de l’hippopotame, du rhinocéros, de l’éléphant, la fragilité hautaine de la girafe, la force tout en souplesse des félins, lions, tigres, panthères, jaguars ou léopards, sans oublier les loups, les ours, les crocodiles, les otaries, les iguanes, les tortues, les loutres, les méduses, les belugas, prenez le temps, page après page, d’observer la splendeur du détail, de savourer l’absolue plénitude, à chaque fois, de l’ensemble… On ne sait ce qu’il faut admirer le plus : la perfection de l’image (ce qu’il fallut de patience et de métier, pour obtenir un tel résultat !) ou celle, à la fois plastique et chromatique, des sujets représentés. « Par réalité et par perfection j’entends la même chose », disait Spinoza[1]. Chaque page de ce livre semble en être une illustration.

Évitons de tomber dans l’anthropomorphisme, qui prêterait à ces animaux des sentiments semblables aux nôtres. Chacun sent bien pourtant que nous partageons quelque chose avec eux, qui est la vie, l’animalité, donc aussi la sensibilité, la subjectivité, la conscience, quels qu’en soient les formes, le contenu ou les degrés, puisque nous sommes des animaux, nous aussi, et puisqu’ils sont aussi parfaitement vivants que nous. C’est en quoi ce livre-manifeste est aussi une déclaration d’amour – WildLove –, pleine d’émotion, de gratitude, de respect et d’empathie : celle d’un vivant humain, fasciné par la beauté du vivant non humain, et révolté à l’idée qu’une partie de cette beauté et de cette vie (la plus sauvage, souvent la plus belle) soit en passe de disparaître. Cela va bien au-delà de l’esthétique : cela touche à la morale comme à la politique.

Les animaux ont-ils des droits ? Non, certes, les uns vis-à-vis des autres (le tigre ne viole pas les droits de la gazelle qu’il égorge, ni l’oiseau les droits des insectes ou des vers de terre qu’il ingurgite), ni donc vis-à-vis de nous, en tant que nous ne sommes, de leur point de vue ou objectivement, que des animaux parmi d’autres. Mais nous avons des devoirs vis-à-vis d’eux, non objectivement mais subjectivement, non par nature mais par culture, non en tant qu’espèce animale, ce que nous sommes aussi et d’abord, mais en tant qu’espèce humaine, et obligée par là. Au nom de quoi ? Au nom d’une certaine idée de l’humanité, donc au nom de ce qu’elle a fait d’elle-même et de nous (au sens où l’humanité n’est pas seulement une espèce mais aussi une vertu : le contraire de l’inhumanité, qui est le nom humain du mal, dont seuls les humains, par définition, peuvent se rendre coupables), au nom des lois que nous nous imposons à nous-mêmes et respectons à peu près, que ce soit individuellement (c’est ce qu’on appelle la morale) ou collectivement (c’est ce qu’on appelle le droit), que ce soit vis-à-vis des bêtes (entendant par là tout animal non humain) ou vis-à-vis des générations humaines à venir. Double devoir, double dette (« Nous n’héritons pas de la terre de nos ancêtres, nous l’empruntons à nos enfants », dit un proverbe africain), par quoi l’humanisme ne peut être fidèle à lui-même qu’en intégrant une dimension écologique absolument décisive. Il faut sauver la biosphère, ou perdre notre âme.

Montaigne l’a bien vu : « Il y a un certain respect qui nous attache, et un général devoir d’humanité, non aux bêtes seulement qui ont vie et sentiment, mais aux arbres mêmes et aux plantes. Nous devons la justice aux hommes, et la grâce et la bénignité aux autres créatures qui en peuvent être capables [qui peuvent en bénéficier, en éprouver les effets]. Il y a quelque commerce [quelque relation] entre elles et nous, et quelque obligation mutuelle[2]. »

Mutuelle ? Pas tout à fait, puisque les bêtes, elles, ne sont tenues à aucune obligation nous concernant. Mais cela ne saurait nous dispenser de nos devoirs, que ce soit vis-à-vis d’elles ou vis-à-vis de nos descendants. Nous sommes les dépositaires (non certes les propriétaires) d’un trésor à la fois inestimable et inépuisable (non, hélas, indestructible), dont la beauté n’a d’égale que la fragilité : notre devoir est de le préserver, le plus que nous pouvons, en accordant un soin particulier à ce qu’il y a, dans ce trésor qu’est la nature, de plus fragile, de plus rare et souvent de plus beau, qui est la faune sauvage.

Puisse ce livre magnifique, par l’empathie admirative qu’il suscite, nous aider à en prendre conscience, et à agir en conséquence : il y a urgence !

 


 



[1] Spinoza, Éthique, II, définition 6.

[2] Montaigne, Essais, II, 11, p. 435 de l’édition Villey-Saulnier, Paris, PUF, 1924, rééd. « Quadrige », 2004.