Monólogos femeninos (las voces de la violencia), Pensar el Cine, EnsoñArte, Cartel, Newsletter
Próximamente libro EL FANTASMA, volumen 40 de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo (LaTE), bajo la dirección de Cristina Jarque, con la participación de 45 coautores.
Cristina Jarque en ESPACIO ANALÍTICO en París.
ESPACIO ANALÍTICO. Próxima cita en París. Hoy se ha confirmado la fecha en Espacio Analítico en París para presentar mi nueva novela FRATRICIDIO que se ha traducido al francés como FRATRICIDE. Quiero agradecer a Vannina Micheli-Rechtman por el apoyo en este evento. Además de "Fratricide" presentaremos también nuestro nuevo libro FANTASMA. La cita es el miércoles 20 de mayo de 2026 a las 19H en París. Las presentaciones de los dos libros estarán a cargo de Emmanouil Konstantopoulos, Claire Gillie, Vannina Micheli-Retchman y Cristina Jarque. ¡Bienvenidas todas las personas que quieran acompañarnos!
LaTE. Libro FANTASMA, bajo la dirección de Cristina Jarque. Se publicará en España en septiembre, llegará a México en octubre, primeras presentaciones en Atenas (Grecia) y en París (Francia).
Nuevo libro EL FANTASMA.
Cristina Jarque
El fantasma no es solo una frase. Es una estructura psíquica. El fantasma retorna, marca el cuerpo y la historia. ¿Qué se repite en la escena fantasmática? ¿Qué goce se juega en esa escena que duele y sostiene al mismo tiempo? En este nuevo libro, 45 coautores nos invitan a pensar el fantasma, no solo como velo, sino como una escena inconsciente que da forma a nuestra relación con el deseo, el amor y la verdad. Desde la clínica y el psicoanálisis, este libro explora con una lucidez potente cómo la repetición del sufrimiento puede convertirse en vía de creación y transformación. ¿Qué se oye en el fantasma? ¿Qué voz lo habita, qué eco lo repite? Este libro nos lleva a recorrer el continente del fantasma, donde tanto la voz como la mirada (ambas como objeto a) se duplican, se alucinan, se invocan. Frente al sueño, que cristaliza representaciones, el fantasma es ambigüedad, escena abierta, montaje pulsional. En este libro encontraremos textos valientes, conmovedores y necesarios, que proponen un pasaje: del objeto del deseo del Otro al sujeto de su propio deseo.
Agradecimientos
A Pedro Jarque,
mi amado compañero en esta imprevisible y singular travesía que es la vida porque treinta y tres años después, seguimos eligiendo el mismo horizonte: el uno al otro. ¿Cómo traducir en palabras lo que el alma guarda? A veces el lenguaje queda corto frente a la magnitud del amor y la gratitud que siento por ti. Estás ahí, siempre, como una raíz firme, como un horizonte que no se pierde. Desde aquel primer encuentro en París, tu presencia se ha entrelazado con la mía, impresa para siempre. Has sido sostén en las sombras y celebración en la luz. En cada instante de duda, en cada tormenta atravesada, tu confianza en mí ha sido refugio. Eres mi confidente más profundo, el testigo silencioso de mis batallas y también el primero en celebrar mis conquistas, grandes o pequeñas. Tú conoces bien los obstáculos que hemos enfrentado, las noches largas, las decisiones difíciles y, nunca soltaste mi mano. Tu amor (ese amor generoso, a la vez sereno y apasionado) ha sido la base donde he podido levantar mis deseos, mis búsquedas y mis palabras. Cada libro que nace, cada curso que imparto, cada conferencia o coloquio que organizo lleva, de algún modo, tu huella. Este nuevo libro, titulado “El fantasma” habla del final de análisis (que no es otra cosa que la posibilidad que tiene un sujeto, después de muchos años de recorrido analítico de dar luz al saber inconsciente) que desde mi perspectiva es un saber nuevo sobre el arte de amar, lo que, para mí, no sería lo que es sin ti. Tu apoyo en el proceso de revisión, tus sugerencias certeras y tu entusiasmo constante han sido más que valiosos: han sido esenciales. Gracias por estar, por creer en mí incluso cuando yo dudaba. Gracias por acompañarme en este viaje en el que la escritura, el fantasma y el amor se entretejen. Gracias infinitas, Pedro. Siempre.
A Ana Jarque y Adrián Jarque,
por su generosa colaboración en la difusión de nuestro trabajo y en la realización de la Newsletter de LaTE, siempre con compromiso y entusiasmo.
A Emmanouil Konstantopoulos,
por el magnífico prólogo que abre este libro y por la hospitalidad brindada en Grecia durante su primera presentación.
A Carlos Mayén y Carlos Martínez,
por los prólogos que han sabido captar, con profundidad y belleza, el espíritu de esta obra.
A Paola Franco y Fernanda Martínez,
por los valiosos textos de introducción que acompañan y enmarcan el recorrido del libro.
A Vannina Micheli-Rechtman,
por su lúcido y precioso texto sobre el fantasma escópico, y por su generosa hospitalidad en París, que ha hecho posible la difusión de nuestro trabajo en el campo del psicoanálisis.
A Gorana Bulat-Manenti,
colega y amiga entrañable, por su potente y necesario texto sobre el fantasma de la prostitución.
A Claire Gillie,
por su apasionante y preciso trabajo sobre la voz, que resuena más allá de lo escrito.
A Colette Prune,
nuestra talentosa diseñadora gráfica, por su constante apoyo en la creación visual de la Newsletter de LaTE.
A Teresa Mendoza,
una de mis hermanas del alma, por el valioso aprendizaje que nos ofrece tu práctica clínica, que tanto nos enriquece.
A Adriana Varona,
por tu admirable labor y por una amistad que, para mí, es tan valiosa como constante.
A Yolanda Cogolludo, Estrella Romeralo, Susana Alcalá y Carmen Soto,
por compartir conmigo el placer, la pasión y la profundidad de las lecturas de Freud y Lacan.
A Bea Martell y Oliva Red,
por su apoyo imprescindible en las traducciones del francés al español, puente necesario para hacer circular nuestro trabajo
A los coautores,
mi más honda gratitud por haber aceptado sumarse a esta travesía que hoy se convierte en libro. Gracias por haber ofrecido su voz, su tiempo, su sensibilidad y su saber con tanta generosidad.
Cada uno de ustedes ha dejado su trazo particular en estas páginas, y es justamente esa pluralidad de perspectivas lo que da vida a esta obra colectiva. “El fantasma” no existiría tal como es sin la presencia, la escritura y la implicación de cada uno de ustedes. La experiencia de este trabajo compartido ha sido un privilegio. Ha habido apertura, respeto y una sinergia viva que ha dado sus frutos. Cada capítulo es el reflejo de un pensamiento singular y, al mismo tiempo, parte de una construcción común que nos enriquece a todos. Gracias por haber hecho de este proyecto algo que va más allá del libro: un espacio de encuentro, de pensamiento y de creación conjunta. Me siento profundamente agradecida de haber coincidido con ustedes en esta aventura, que nos permite sumar, ni más ni menos que cuarenta libros publicados dentro de nuestra colección de psicoanálisis de Lapsus de Toledo. ¡Enhorabuena! ¡Bravo!
Que “El fantasma” circule y resuene con la fuerza de nuestras voces reunidas.
Pedro Jarque en LE GRAN BIVOUAC 2025.
LE GRAND BIVOUAC en Albertville. Hoy hemos recibido con gran entusiasmo la imagen de la pancarta oficial que anuncia el próximo festival Grand Bivouac, que se celebrará en octubre de este año. Tenemos el placer de compartir que la imagen protagonista es nada menos que la impresionante fotografía RED DANCE de Pedro Jarque, quien además ha sido invitado a la inauguración del festival, consolidando así el vínculo entre su obra fotográfica y el espíritu humanista, curioso y comprometido que define al Grand Bivouac. El Grand Bivouac en Albertville es un festival de cine documental y libro que se celebra anualmente en octubre. La próxima edición, la número 24, tendrá lugar del 13 al 19 de octubre de 2025. Desde su creación en 2002, el festival busca comprender el mundo actual a través del cine y la literatura, fomentando el viaje, el descubrimiento y la apertura cultural. Durante una semana, Albertville, en la región de Saboya, acoge una cuidada selección de películas documentales y libros, con la misión de llegar a un público diverso y estimular el diálogo y la reflexión. La elección de RED DANCE no podría ser más acertada: dos flamencos en un vibrante juego de formas y colores que evocan elegancia, movimiento y una energía casi hipnótica. La fuerza expresiva de los rojos y rosas resalta sobre el fondo oscuro, capturando de inmediato la mirada del espectador e invitándole a descubrir más sobre el festival. Además, la puesta en escena de la pancarta, captada en la foto que nos han enviado, transmite un aire festivo y cercano. La complicidad entre la imagen artística y el humor de la persona que posa abrazada a un flotador de flamenco genera una atmósfera fresca y llena de vitalidad, anticipando el espíritu abierto, plural y curioso que caracteriza al Grand Bivouac. RED DANCE no es solo una imagen promocional; es un símbolo del poder de la fotografía para conectar culturas, emociones y sensibilidades. Sin duda, es un gran logro que la obra de Pedro Jarque haya sido seleccionada como rostro visible del festival. ¡Bravo, Pedro! Esta imagen promete convertirse en todo un icono de la edición de este año.
Vannina Micheli-Rechtman y Cristina Jarque en París (2025).
París 2025. Hoy ha tenido lugar un encuentro maravilloso con mi querida colega Vannina Micheli-Rechtman. Hemos intercambiado libros como quien intercambia pedacitos de alma: textos sobre lo femenino, la cultura, el psicoanálisis y todo aquello que nos atraviesa como mujeres que comparten el amor por el psicoanálisis y la escritura. Me siento afortunada y agradecida, no solamente por los proyectos futuros sino también porque ha surgido entre nosotras dos, lo esencial: la alegría de encontrarnos, la certeza de una amistad que se construye con respeto y admiración. Porque cuando dos mujeres se escuchan desde lo verdadero, se teje algo que trasciende: la sororidad, ese lazo invisible pero poderoso que se crea cuando una mujer reconoce a otra. La sororidad es tender la mano, es celebrar los logros ajenos como propios, es escuchar con el corazón abierto y compartir desde la experiencia vivida. La sororidad no exige perfección, solo presencia y sinceridad. Es lo que nos permite sanar, crecer y sostenernos unas a otras. Porque cuando una mujer avanza, lo hacemos todas.
Dexter: el asesino exquisito. Por Cristina Jarque.
Libro EL FANTASMA.
Información LaTE. Este sábado 5 de julio cerramos oficialmente la recepción para el libro "El fantasma". Con gran entusiasmo anunciamos que somos 45 coautores quienes daremos vida a esta obra única, donde cada voz se suma para articular, desde diferentes visiones, la lógica del fantasma como formación del inconsciente. En ese registro, opera como una escena que vela la angustia de castración, intentando bordear lo imposible de representar. A través de estos textos, se exploran las huellas del deseo y las escisiones del sujeto. ¡Sin duda va a ser un libro que dejará huella! Agradecemos profundamente a todas las personas que enviaron sus textos. ¡Gracias por ser parte de esta experiencia psicoanalítica, literaria, artística y cultural! ¡A por nuestro libro número 40! ¡Enhorabuena!
La procrastinación como defensa a la página en blanco por Cristina Jarque
La procrastinación como defensa a la página en blanco
Cristina Jarque
Desde hace varios años, he asumido la función de directora de libros en la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo, en España. A lo largo de este tiempo, he tenido el privilegio de coordinar y acompañar la escritura de numerosos colegas que han participado en nuestras publicaciones. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre un fenómeno común pero poco interrogado: la procrastinación, especialmente cuando se trata de escribir. Nuestro libro "El Fantasma" marca la publicación número 40 de nuestra colección, y me llena de alegría constatar que estos trabajos no solo han sido una valiosa herramienta de difusión del psicoanálisis, a través del aporte singular de cada colega participante, sino que también han incentivado en muchos el deseo de escribir, ayudando a dejar atrás el síntoma de la procrastinación. ¡Mi más sincera enhorabuena a todos ellos! ¡Bravo por este paso hacia la palabra propia! Comparto aquí algunas reflexiones sobre la procrastinación a partir de mi trabajo con colegas escritores. Muchos autores entregan sus textos fuera de plazo, incluso si se les solicitó con un año de antelación. ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata simplemente de una mala gestión del tiempo? ¿O estamos ante un verdadero síntoma, en el sentido psicoanalítico? Sigmund Freud ya nos advertía que la procrastinación puede funcionar como una formación sustitutiva del síntoma, especialmente en el sujeto obsesivo, donde la postergación se vincula a la duda, la inhibición y el control. Desde esta perspectiva, diferir la escritura sería una manera de defenderse de algo más profundo: el deseo y el miedo que lo acompaña. El sujeto puede experimentar una ilusión de tiempo infinito: al ver el plazo lejano, subestima la tarea, la minimiza o la posterga. Pero más allá de esta capa superficial, aparece el miedo. ¿Miedo a qué? A exponerse. A no estar a la altura del ideal. A no decir “lo suficiente” o, peor aún, a decir demasiado. Como señala Freud, escribir puede implicar una forma de desnudez psíquica. En este sentido, procrastinar se convierte en una manera de evitar el encuentro con la angustia. He escuchado con frecuencia a escritores afirmar que necesitan la presión del último momento como motor de deseo. Lacan, por su parte, nos recuerda que el deseo es siempre deseo del Otro, y que toda producción simbólica implica una confrontación con ese Otro que juzga, evalúa o interpreta. Dejarlo todo para el final puede funcionar como una estrategia inconsciente para limitar esa exposición, como si el apremio del tiempo justificara lo inacabado. La procrastinación, entonces, puede leerse como una defensa psíquica: evita el fracaso anticipado, el juicio del Otro, la herida narcisista que podría implicar entregar algo “insuficiente”. Pero también puede convertirse en un modo crónico de inhibición, una forma de evitar el acto creativo, de no asumir una posición de autor, de no hacerse responsable del deseo que habita la escritura. La página en blanco no es neutra: refleja el vacío, la duda, la autoexigencia. Puede volverse un espejo implacable del superyó. Escribir implica dejar una huella, asumir una voz, posicionarse. No escribir (o postergar indefinidamente) permite evitar esa confrontación. En algunos casos, la consigna de escribir (ya sea interna o externa) es vivida como una orden ante la cual el sujeto se defiende pasivamente, algo así como una rebeldía silenciosa. Por ello, la procrastinación en la escritura no es simplemente una falta de disciplina, sino un fenómeno complejo que implica el cuerpo, el goce, el tiempo y la palabra. No se trata de "dejarlo para después", sino de un síntoma que habla del sujeto, de su lugar frente al deseo, al lenguaje y a la creación.
LaTE. INFORMACIÓN: Con gran emoción estamos adjuntando la lista actualizada de nuestro próximo libro EL FANTASMA, que es el número 40, de la colección de psicoanálisis Lapsus de Toledo España. Recuerden que el plazo del texto es el 30 de junio. Muchas gracias a todos los colegas que ya se pusieron al día. ¡Sigamos adelante!
¡Estamos de enhorabuena! La fotografía RED DANCE de Pedro Jarque ha sido seleccionada para engalanar el festival de cine y del libro en LE GRAND BIVOUAC en Albertville, cerca de Annecy que se conoce como "La Venecia de Francia". La inauguraciónserá el 13 de octubre. Nous sommes aux anges ! Pedro Jarque dans LE GRAND BIVOUAC. Festival du cinéma et du livre. (13-19 octobre 2025).
17 Aniversario de Lapsus de Toledo España (LaTE).
Celebración del 17 aniversario de LaTE. Hoy tenemos nuestra reunión de estudios alrededor de la clase "De la sublimación al acto sexual" y también tenemos el debut de los nuevos personajes de los Monólogos Femeninos. Esta noche cerramos el estudio del seminario "La lógica del fantasma" abrimos el camino a nuevos proyectos, compartiendo siempre pensamiento, pasión y deseo por el psicoanálisis. Hoy nos reunimos para brindar por todo el camino recorrido, para celebrar todo lo que hemos construido y para dar la bienvenida, con gran entusiasmo, a todo lo que late por venir.
LaTE. Ciclo de conferencias. Sábado 7 de junio.
"Despojan a una niña" por Cristina Jarque.
Despojan a una niña
Cristina Jarque
Una psicoanalista le dice a su analizante en francés: «Vous avez fait dépouillée.» La traducción literal sería: “usted se ha hecho despojar”. La formulación en francés muestra con mayor nitidez la lógica del fantasma, porque introduce de entrada el lugar del sujeto en la escena. Es decir, señala (aunque no de forma consciente ni voluntaria) una participación subjetiva en eso que le ha ocurrido. En español, en cambio, solemos decir: “usted ha sido despojada”. La diferencia no es meramente lingüística, sino estructural: en la versión francesa, el sujeto aparece implicado en el acontecimiento traumático; en la española, el sujeto queda más fácilmente situado como pura víctima pasiva, efecto de una acción externa. Este matiz nos permite articular teóricamente el fantasma del despojo como estructura psíquica. Propongo aquí pensar el fantasma “Despojan a una niña” como una variación del célebre fantasma freudiano “Pegan a un niño”. En el texto freudiano de 1919, el fantasma se despliega en tres tiempos, y su función estructurante es múltiple: sostiene la posición del sujeto frente al deseo del Otro, permite un goce específico y funciona como defensa frente a lo intolerable. Del mismo modo, el fantasma “Despojan a una niña” se puede leer como una escena inconsciente que estructura una posición subjetiva determinada frente al deseo, el amor y la pérdida.
Tomemos el significante “despojada”. Este remite a una experiencia de pérdida, de carencia, de expoliación. Pero también (y sobre todo) a un goce. Un goce paradójico, como el que Lacan sitúa “Más allá del principio del placer”: un goce que no da bienestar, pero que se repite; que duele, pero que sostiene al sujeto en una suerte de contacto con su verdad más íntima. La escena del despojo no solo narra una injusticia; también contiene una dimensión de goce que hace que esa escena se repita. Como si el despojo fuera también una vía de acceso al ser: estar despojada para estar más cerca de lo esencial, del vacío estructurante del deseo.
Vale la pena preguntarse: ¿qué se pierde en ese despojo? ¿Y qué se obtiene? ¿Qué lugar ocupa el sujeto en esa escena que retorna? ¿Está dentro o fuera del deseo del Otro? Desde la teoría lacaniana, el goce está ligado al cuerpo, pero también a la mirada y al deseo del Otro. En este caso, la analizante, al ocupar el lugar de “la despojada”, parece quedar como objeto para el Otro: objeto que se puede tomar, quitar, abandonar, rechazar. Ese lugar, que se experimenta como injusto y doloroso, puede al mismo tiempo volverse el lugar privilegiado desde donde el sujeto sostiene su existencia: un lugar de sacrificio, de pureza, de expiación. El objeto despojado es también, muchas veces, objeto de desecho (objeto a), aquello que el Otro ya no quiere, pero que conserva un resto de goce inasimilable.
Desde ahí también se puede pensar una forma de poder: quien ya ha sido despojada de todo, no tiene nada que perder. Es una posición ambivalente: al mismo tiempo pasiva y resistente, sufriente y potente. Un goce duro, pero generador de verdad, de sentido, incluso de creación. La pregunta clínica sería: ¿cómo transformar ese goce en palabra, en acto, en elección subjetiva? ¿Cómo atravesar el fantasma, es decir, cómo desplazarse de esa escena repetida hacia una posición diferente frente al deseo?
La analizante relata que fue criada por monjas, y que desde muy pequeña recibió la enseñanza del despojo como virtud. Despojarse de todo para no tener nada, pero “serlo todo”. Aquí entra en juego una dimensión mística del goce: no se trata de tener, sino de ser. Estamos en el registro de lo femenino, entendido desde la lógica del no-todo: no se trata de inscribirse en la totalidad fálica, sino de gozar en el límite, en el más allá del tener, en el ser entregado. Lacan sitúa este tipo de goce(el goce femenino, el goce místico) fuera del lenguaje, fuera del falo, en una experiencia radical que toca lo real del cuerpo.
El entorno religioso, con sus normas, silencios, rituales y prohibiciones, marca el deseo de manera intensa. El Otro absoluto (la figura divina, la autoridad religiosa) se presenta como garante del sentido, pero también como agente del despojo: se exige renunciar al cuerpo, al deseo, a lo mundano. En ese marco, la figura de Cristo (despojado de sus ropas, de su dignidad, de su humanidad) aparece como paradigma de ese sacrificio sagrado. Para algunas niñas, las monjas encarnan ese ideal: se despojan del mundo para acceder a una forma de ser trascendente. El cuerpo ya no pertenece a lo pulsional, sino al sacrificio, a la entrega absoluta. El goce aquí es paradójico: es el goce de no tener, de ser vaciada, inmolada, ofrecida al Otro.
Cuando este ideal se inscribe tempranamente, puede dejar una huella que marca profundamente la posición subjetiva. La analizante dice que hay algo en ella que “encuentra belleza” en ese despojo, que “siente sentido” en esa pérdida. Pero también sufre, porque el fantasma se repite. La familia la desheredó, en el trabajo la marginaron, en sus relaciones amorosas se siente constantemente despojada. Una y otra vez aparece la misma escena: ella como aquella a quien le quitan algo. Pero ¿y si ella (de forma inconsciente) también se coloca una y otra vez en ese lugar? Como en el fantasma freudiano, no se trata de una escena pasiva: el sujeto participa de esa repetición, de modo inconsciente. Ella no solo es despojada, sino que “se hace despojar”.
El tratamiento analítico puede ayudar precisamente a reconocer este goce y su función en la estructura del sujeto. No para rechazarlo o condenarlo, sino para interrogarlo. ¿Qué le permitió sostener ese fantasma? ¿Qué le ofrecía? ¿Qué deseo propio quedó eclipsado por ese lugar de sacrificio? El primer paso no es abolir el fantasma, sino hacerlo legible: transformarlo en pregunta, en enigma, en material de trabajo subjetivo. Tal vez, al atravesarlo, la analizante pueda pasar de ser objeto del deseo del Otro a sujeto de su propio deseo. Eso implica duelo, porque hay una forma de placer en el sufrimiento conocido. Pero también hay libertad en no repetir más el lugar de la víctima, del objeto abandonado, de la niña despojada.
Resignificar no es negar la historia, sino reescribirla desde otro lugar. No se trata de borrar el despojo, sino de entender qué hizo con él, y qué puede hacer hoy. El análisis permite, si se llega a ese punto, una restitución subjetiva: no para tener lo perdido, sino para recuperar algo del deseo propio. ¿Qué quiere ella hoy, solo por ella, no para los demás? ¿Qué puede elegir desde su singularidad, y no desde la deuda con el Otro?
Esa fue la pregunta con la que terminamos la sesión. No una respuesta, sino una apertura: el inicio de una nueva escena, en la que ya no sea necesario repetir eternamente el fantasma de “Despojan a una niña”, sino poder escribir, quizá por primera vez, otra historia.
WildLove. Nuevo libro de Pedro Jarque. Prólogo por André Comte-Sponville
Este suntuoso libro que tiene entre sus manos no sólo es una obra de arte, deslumbrante por cierto: es a la vez un manifiesto, un santuario y una conmovedora declaración de amor. Pero es ante todo una obra de arte y conviene empezar por ahí.
"Si todo el mundo escribiera, ¿qué quedaría de la literatura? " Esta pregunta de Paul Valéry, que sugiere que la literatura, como arte, se nutre de su propia rareza, no tiene visos de respuesta, ya que la hipótesis planteada continúa siendo puramente teórica. Pero si la menciono es porque siempre me ha hecho pensar en la fotografía. Todo el mundo toma fotos. ¿Qué queda de la fotografía, no como entretenimiento o documento, sino como arte?
Lo que este magistral libro logra demostrar es que no queda nada o, más bien, que queda lo esencial. Basta con abrir el libro al azar u hojearlo unos instantes para darse cuenta rápidamente de que ningún fotógrafo dominguero (como yo mismo, como todo el mundo) alcanzará jamás esta maestría en el juego de las luces y sombras, en la representación de los colores y las formas, ni obtendrá, ni siquiera excepcionalmente y por casualidad, este tipo de virtuosismo, que es una hazaña técnica a la vez que artística, y que nos conmueve tanto más cuanto que no puede reducirse a la maestría o al virtuosismo: porque expresa una sensibilidad excepcional que toca la nuestra.
Esto fue lo primero que me impresionó: esa mezcla de admiración y emoción que producen las obras maestras, y la evidencia de que este libro es una de ellas.
Pero también es un manifiesto que interpela nuestras conciencias. La belleza alucinante de estas imágenes no se debe únicamente al talento de Pedro Jarque Krebs, sino también y en primer lugar a sus sujetos, en el doble sentido de la palabra: como lo que está representado, incluso en un paisaje o naturaleza muerta, y como seres vivos, dotados de conciencia y sensibilidad (en el sentido en que «sujeto» se opone a «objeto» o «cosa», como lo que está animado frente a lo que no lo está). Ahora bien, que los animales son sujetos, en este último sentido, es lo que sugiere la etimología, tanto en inglés como en francés («animal» viene del latín anima, que significa «alma»), y lo que este libro ilustra de forma profundamente conmovedora.
Pero no sin despertar en nosotros un poco de inquietud, culpa y vergüenza. Porque estas bellezas prodigiosas, todas únicas, todas irreemplazables, todas frágiles, están desapareciendo, como bien sabemos, y por culpa nuestra.
Por eso este bestiario es también un santuario, aunque lamentablemente sólo sea en papel (estas fotos sobrevivirán a sus modelos, e incluso a las especies de las que pertenecen, y al menos conservarán su imagen), del mismo modo que esta obra maestra artística es también un manifiesto: por la preservación de la naturaleza, de la biodiversidad, y especialmente de la fauna salvaje, tan increíblemente bella, tan asombrosamente diversa, plural y una. “Sólo hay una bestia”, decía la gran Colette, queriendo expresar la unidad de la vida. Pero esta unidad es multitud y contrastes: sólo está formada por especies, todas diferentes, que a su vez están formadas por individuos, todos singulares, todos únicos, todos mortales.
Contemple estas aves fabulosas y, sin embargo, tan evidentemente reales, tan personalmente vivas, flamencos, guacamayos, cigüeñas y otras maravillas, admire su elegancia, su magnificencia, sus colores tan a menudo brillantes y siempre sutiles, como luminiscentes, la gracia de sus actitudes, la coreografía de sus relaciones, piérdase en la mirada de estos gorilas, estos orangutanes, estos chimpancés (los grandes simios son nuestros hermanos en realidad, o nuestros primos, más que cualquier otra especie animal), contemple la potencia masiva y plácida (cuando no se les molesta) del hipopótamo, el rinoceronte, el elefante, la fragilidad altiva de la jirafa, la fuerza flexible de los felinos, leones, tigres, panteras, jaguares o leopardos, sin olvidar a los lobos, osos, cocodrilos, leones marinos, iguanas, tortugas, nutrias, medusas y belugas. Tómese su tiempo, página tras página, para observar el esplendor del detalle y saborear la plenitud absoluta, en cada ocasión, de todo el conjunto... No sabemos qué admirar más: la perfección de la imagen (¡qué paciencia y destreza han hecho falta para lograr semejante resultado! ) o la perfección, tanto plástica como cromática, de los sujetos representados. «Por realidad y por perfección entiendo lo mismo», decía Spinoza[1]. Cada página de este libro parece ser una ilustración de ello.
Evitemos caer en el antropomorfismo, que atribuiría a estos animales sentimientos similares a los nuestros. Sin embargo, todos sentimos que compartimos algo con ellos, que es la vida, la animalidad y, por tanto, también la sensibilidad, la subjetividad y la conciencia, cualesquiera que sean sus formas, contenido o grados, porque nosotros también somos animales y porque ellos están tan perfectamente vivos como nosotros. Por eso este libro-manifiesto es también una declaración de amor – WildLove –, llena de emoción, gratitud, respeto y empatía: la de un ser humano vivo, fascinado por la belleza de la vida no humana, e indignado ante la idea de que parte de esta belleza y de esta vida (la más salvaje, a menudo la más hermosa) esté a punto de desaparecer. Esto va mucho más allá de la estética: involucra tanto la moral como la política.
¿Los animales tienen derechos? No, desde luego, en relación unos con otros (el tigre no viola los derechos de la gacela que masacra, ni el pájaro los de los insectos o lombrices que ingiere), ni por tanto en relación con nosotros, en la medida que, desde su punto de vista u objetivamente, sólo somos animales entre otros. Pero nosotros tenemos deberes hacia ellos, no objetivamente, sino subjetivamente; no por naturaleza, sino por cultura; no en tanto que especie animal, que también lo somos y sobre todo, sino en tanto que especie humana y, por tanto, obligados por ello. ¿En nombre de qué? En nombre de una cierta idea de humanidad y, por tanto, en nombre de lo que ha hecho de sí misma y de nosotros (en el sentido de que la humanidad no es sólo una especie, sino también una virtud : lo contrario de la inhumanidad, que es el nombre humano del mal, del que sólo los humanos, por definición, pueden ser culpables), en nombre de las leyes que nos imponemos a nosotros mismos y más o menos respetamos, ya sea individualmente (es lo que llamamos moral) o colectivamente (es lo que llamamos derecho), ya sea hacia las bestias (entendiendo por esto cualquier animal no humano) o hacia las futuras generaciones humanas. Doble deber, doble deuda («No heredamos la tierra de nuestros antepasados, la tomamos prestada de nuestros hijos», dice un proverbio africano), lo que significa que el humanismo sólo puede ser fiel a sí mismo integrando una dimensión ecológica absolutamente decisiva. Es necesario salvar la biosfera, o perder nuestra alma.
Montaigne lo vio claramente: «Existe un cierto respeto que nos une y un deber general de la humanidad, no sólo hacia los animales que tienen vida y sentimientos, sino hacia los mismos árboles y las plantas. Debemos justicia a los hombres, y gracia y benignidad a las demás criaturas que puedan ser capaces de ella [que puedan beneficiarse de ella, sentir sus efectos]. Existe cierto comercio [cierta relación] entre ellas y nosotros, y cierta obligación mutua.[2]. »
¿Mutua? No exactamente, ya que los animales no tienen ninguna obligación hacia nosotros. Pero eso no nos exime de nuestros deberes, ya sea hacia ellos o hacia nuestros descendientes. Somos los guardianes (no, por supuesto, los propietarios) de un tesoro inestimable e inagotable (no, por desgracia, indestructible), cuya belleza sólo es igualada por su fragilidad: nuestro deber es preservarlo, en la medida de nuestras posibilidades, prestando especial atención a la parte más frágil, más rara y a menudo más bella de este tesoro que es la naturaleza, que es la fauna salvaje.
Que este magnífico libro, a través de la admiración empática que suscita, nos ayude a tomar conciencia de ello y a actuar en consecuencia: ¡es urgente!
[1] Spinoza, Ética, II, definición 6.
[2] Montaigne, Essais, II, 11, p. 435 de la edición Villey-Saulnier, París, PUF, 1924, reed. « Quadrige », 2004.
Ce livre somptueux, que vous tenez entre vos mains, n’est pas seulement une œuvre d’art, d’ailleurs éblouissante : il est à la fois un manifeste, un sanctuaire et une bouleversante déclaration d’amour. Mais il est d’abord une œuvre d’art, et il convient de commencer par là.
« Si tout le monde écrivait, que resterait-il de la littérature ? » Cette question de Paul Valéry, qui suggère que la littérature, comme art, ne se nourrit que de sa propre rareté, n’est pas près de trouver réponse, tant l’hypothèse envisagée reste purement théorique. Mais si je l’évoque, c’est qu’elle m’a toujours fait penser à la photographie. Tout le monde fait des photos. Que reste-il de la photographie, non comme divertissement ou document, mais comme art ?
Ce que cet ouvrage magistral suffit à prouver, c’est qu’il n’en reste pas rien, ou plutôt qu’il en reste l’essentiel. Il suffit d’ouvrir le livre au hasard, ou de le feuilleter quelques instants, pour comprendre très vite qu’aucun photographe du dimanche (ce que je suis, comme tout le monde) n’atteindra jamais cette maîtrise dans le jeu de la lumière et de l’ombre, dans le rendu des couleurs et des formes, ni n’obtiendra, fût-ce exceptionnellement et par chance, ce genre de réussite virtuose, qui est une performance technique en même temps qu’artistique, et qui nous touche d’autant plus qu’elle ne se réduit ni à la maîtrise ni à la virtuosité : parce qu’une sensibilité d’exception s’y exprime, qui vient toucher la nôtre.
C’est ce qui m’a frappé d’abord : ce mélange d’admiration et d’émotion que procurent les chefs-d’œuvre, et l’évidence que ce livre en est un.
Mais c’est aussi un manifeste, qui s’adresse à nos consciences. L’hallucinante beauté de ces images ne tient pas seulement au talent de Pedro Jarque Krebs, mais aussi et d’abord à ses sujets, au double sens du mot : comme ce qui est représenté, y compris dans un paysage ou une nature morte, et comme être vivant, doué de conscience et de sensibilité (au sens où « sujet » s’oppose à « objet » ou à « chose », comme ce qui est animé à ce qui ne l’est pas). Or, que les animaux soient des sujets, en ce dernier sens, c’est ce que l’étymologie suggère, en anglais comme en français (« animal » vient du latin anima, qui signifie « âme »), et ce que ce livre illustre de bouleversante façon.
Non, toutefois, sans susciter en nous un peu d’inquiétude, de culpabilité, de honte. Car ces beautés prodigieuses, toutes singulières, toutes irremplaçables, toutes fragiles, sont en train de disparaître, nous le savons bien, et par notre faute.
C’est en quoi ce bestiaire est aussi un sanctuaire, hélas seulement sur papier (ces photos survivront à leurs modèles, voire aux espèces dont ils sont issus, et en préserveront au moins l’image), comme ce chef-d’œuvre artistique est aussi un manifeste : pour la préservation de la nature, de la biodiversité, et spécialement de la faune sauvage, si incroyablement belle, si étonnamment diversifiée, plurielle et une. « Il n’y a qu’une seule bête », disait la grande Colette, voulant exprimer l’unité du vivant. Mais cette unité est multitude et contrastes : elle n’est faite que d’espèces, toutes différentes, lesquelles ne sont composées que d’individus, tous singuliers, tous uniques, tous mortels.
Regardez ces oiseaux fabuleux et pourtant si évidemment réels, si personnellement vivants, flamants, aras, cigognes et autres merveilles, admirez leur élégance, leur magnificence, leurs couleurs si souvent éclatantes et toujours subtiles, comme luminescentes, la grâce de leurs attitudes, la chorégraphie de leurs relations, perdez-vous dans le regard de ces gorilles, de ces orangs-outangs, de ces chimpanzés (les grands singes sont nos frères vraiment, ou nos cousins, plus qu’aucune autre espèce animale), contemplez la puissance massive et placide (quand on ne les dérange pas) de l’hippopotame, du rhinocéros, de l’éléphant, la fragilité hautaine de la girafe, la force tout en souplesse des félins, lions, tigres, panthères, jaguars ou léopards, sans oublier les loups, les ours, les crocodiles, les otaries, les iguanes, les tortues, les loutres, les méduses, les belugas, prenez le temps, page après page, d’observer la splendeur du détail, de savourer l’absolue plénitude, à chaque fois, de l’ensemble… On ne sait ce qu’il faut admirer le plus : la perfection de l’image (ce qu’il fallut de patience et de métier, pour obtenir un tel résultat !) ou celle, à la fois plastique et chromatique, des sujets représentés. « Par réalité et par perfection j’entends la même chose », disait Spinoza[1]. Chaque page de ce livre semble en être une illustration.
Évitons de tomber dans l’anthropomorphisme, qui prêterait à ces animaux des sentiments semblables aux nôtres. Chacun sent bien pourtant que nous partageons quelque chose avec eux, qui est la vie, l’animalité, donc aussi la sensibilité, la subjectivité, la conscience, quels qu’en soient les formes, le contenu ou les degrés, puisque nous sommes des animaux, nous aussi, et puisqu’ils sont aussi parfaitement vivants que nous. C’est en quoi ce livre-manifeste est aussi une déclaration d’amour – WildLove –, pleine d’émotion, de gratitude, de respect et d’empathie : celle d’un vivant humain, fasciné par la beauté du vivant non humain, et révolté à l’idée qu’une partie de cette beauté et de cette vie (la plus sauvage, souvent la plus belle) soit en passe de disparaître. Cela va bien au-delà de l’esthétique : cela touche à la morale comme à la politique.
Les animaux ont-ils des droits ? Non, certes, les uns vis-à-vis des autres (le tigre ne viole pas les droits de la gazelle qu’il égorge, ni l’oiseau les droits des insectes ou des vers de terre qu’il ingurgite), ni donc vis-à-vis de nous, en tant que nous ne sommes, de leur point de vue ou objectivement, que des animaux parmi d’autres. Mais nous avons des devoirs vis-à-vis d’eux, non objectivement mais subjectivement, non par nature mais par culture, non en tant qu’espèce animale, ce que nous sommes aussi et d’abord, mais en tant qu’espèce humaine, et obligée par là. Au nom de quoi ? Au nom d’une certaine idée de l’humanité, donc au nom de ce qu’elle a fait d’elle-même et de nous (au sens où l’humanité n’est pas seulement une espèce mais aussi une vertu : le contraire de l’inhumanité, qui est le nom humain du mal, dont seuls les humains, par définition, peuvent se rendre coupables), au nom des lois que nous nous imposons à nous-mêmes et respectons à peu près, que ce soit individuellement (c’est ce qu’on appelle la morale) ou collectivement (c’est ce qu’on appelle le droit), que ce soit vis-à-vis des bêtes (entendant par là tout animal non humain) ou vis-à-vis des générations humaines à venir. Double devoir, double dette (« Nous n’héritons pas de la terre de nos ancêtres, nous l’empruntons à nos enfants », dit un proverbe africain), par quoi l’humanisme ne peut être fidèle à lui-même qu’en intégrant une dimension écologique absolument décisive. Il faut sauver la biosphère, ou perdre notre âme.
Montaigne l’a bien vu : « Il y a un certain respect qui nous attache, et un général devoir d’humanité, non aux bêtes seulement qui ont vie et sentiment, mais aux arbres mêmes et aux plantes. Nous devons la justice aux hommes, et la grâce et la bénignité aux autres créatures qui en peuvent être capables [qui peuvent en bénéficier, en éprouver les effets]. Il y a quelque commerce [quelque relation] entre elles et nous, et quelque obligation mutuelle[2]. »
Mutuelle ? Pas tout à fait, puisque les bêtes, elles, ne sont tenues à aucune obligation nous concernant. Mais cela ne saurait nous dispenser de nos devoirs, que ce soit vis-à-vis d’elles ou vis-à-vis de nos descendants. Nous sommes les dépositaires (non certes les propriétaires) d’un trésor à la fois inestimable et inépuisable (non, hélas, indestructible), dont la beauté n’a d’égale que la fragilité : notre devoir est de le préserver, le plus que nous pouvons, en accordant un soin particulier à ce qu’il y a, dans ce trésor qu’est la nature, de plus fragile, de plus rare et souvent de plus beau, qui est la faune sauvage.
Puisse ce livre magnifique, par l’empathie admirative qu’il suscite, nous aider à en prendre conscience, et à agir en conséquence : il y a urgence !
[1] Spinoza, Éthique, II, définition 6.
[2] Montaigne, Essais, II, 11, p. 435 de l’édition Villey-Saulnier, Paris, PUF, 1924, rééd. « Quadrige », 2004.